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Authors: Gary Jennings

Tags: #Historica

Halcón (93 page)

—¿Y cómo supiste la verdad?

—A los catorce años, la priora me encontró trabajo de cosmeta con una dama de Tolosa, y el marido en seguida encontró otro empleo para la guapa muchacha que yo era. A él no le molestó descubrir mi… singular aparato genital, sino que le causó gran contento. Decía que era mi «rosa marchita» y que le seducía y le excitaba. No se imaginaba él que algún día mi aparato competiría con el suyo. Fue la señora, cuando un día en que nos bañábamos juntas, quien vio mi rosa y me enseñó a utilizarla como varón, al menos en aquel sentido.

Thor hizo una pausa y se encogió de hombros. — emAj, mi homónima la reina Genovefa, esposa de Alareikhs, fue también adúltera. Alterné mis servicios durante más de un año con amo y ama, y a veces con ambos en el breve plazo de la hora sexta. Ella sabía perfectamente que era la ninfa de su marido y nunca puso objeciones, pero cuando él me sorprendió jugando al sátiro con su esposa, se puso furioso y se echó a llorar. Luego, me marcó a fuego en la espalda y me echó de la casa.

—Bueno, esperemos que tus daños y escándalos y tus escabullidas sean cosa del pasado. Quizá a partir de ahora puedas dar satisfacción a tus necesidades sin esa cautela, sin tener que andar a la busca, sin extravíos.

—¿Quieres decir… contigo? —dijo él, dejando caer el vestido de Veleda que tenía en las manos y sonriéndome—. ¿Abiertamente contigo? —y acto seguido se volvió a tumbar a mi lado, acariciándome dulcemente—. ¿Quieres decir que ya me amas? ¿O es simple lujuria? Pero ¡ emaj, la lujuria ya es amor!

—¡Un momento, un momento! —repliqué con afecto—. Espera que te cuente todas las mentiras que les he dicho a mis amigos.

—¿Para qué?

—Para que no contradigas lo que les he contado de nuestro encuentro cuando hables con Meirus, Swanilda o Maggot.

—¿Y para qué tengo que hablarles?

—Porque todos están vinculados, de un modo u otro, a mi misión de compilar una historia de los godos.

—Yo esperaba que después de esta noche abandonases esa boba misión —dijo Thor, apartándose un poco.

—¿Abandonarla? ¡Me la ha encargado el rey!

—¿Y qué? Yo he dejado a una reina sin dar explicaciones ni excusas, sólo para encontrarte. Y es más que probable que la reina Ragna me haya echado alguna maldición —añadió con sorna, sin que parecieran importarle los maleficios—. Y sé perfectamente que, sin mis servicios, ahora debe tener aspecto de bruja.

—Me halaga que partieses a buscarme con tanta decisión, pero debo señalar que tú eras una cosmeta, y yo soy mariscal del rey.

— emAj, ja. Sólo una cosmeta —exclamó Thor, apartándose más aún—. La humilde doméstica te pide perdón, emclarissimus. Tú eres muy superior a mí y debo plegarme a tus deseos.

—Vamos, vamos, no pretendía humillarte ni…

—Tienes la superioridad del rango, emsalo Thorn, pero sólo cuando lo ostentas con la insignia y la ropa. En este momento, en el lecho no veo más que dos emmannamavjos, dos anormalidades, despreciadas por las gentes normales. Y ninguno de los dos es un ápice mejor, distinto o de mayor categoría que el otro.

—Cierto —dije yo algo tenso—, pero debes admitir que lo que tú abandones es muy inferior a un mariscalato.

— emVái, estamos regañando… como dos esposos cualquiera —replicó él, de nuevo afectuoso—. No hemos de hacer eso jamás. Tú y yo estamos unidos contra todos. Vamos… deja que te abrace… Y al poco rato estábamos haciendo algo que sería anatómicamente imposible para dos seres humanos del sexo que fuesen; y la culminación del acto fue tan sublime y paradisíaca como sólo un emmannamavi puede comprender, y sólo un emmannamavi como Thor o como yo, que hubiera tenido la indescriptible buena suerte de encontrar y yacer con otro emmannamavi.

Y aquí debo confesar algo más, pues, si no, muchos de mis ulteriores actos serían incomprensibles. En honor a la verdad, antes de que concluyese la noche, estaba abyectamente entontecido; no es que me hubiese enamorado, ni siquiera me había vuelto loco por Thor como persona, sino que me hallaba aturdido y cautivado por la superabundancia de placer sexual que Thor me daba. Ni que decir tiene que yo nunca había padecido el paralizante vicio cristiano del pudor, absteniéndome de mis apetitos sensuales, y no me habían faltado ocasiones de satisfacerlos; pero, emde pronto, era como alguien impulsado por la gula que, tras un largo período de severa dieta, se ve ante una mesa espléndidamente surtida —y no sólo con alimentos corrientes, sino con delicados manjares— y sacia sin freno su enorme glotonería. Viéndome esclavo de aquel vicio al exceso sexual, comprendí la esclavitud que liga al borracho al vino, y por qué el viejo ermitaño Galindo rehusaba toda compañía y comodidad salvo la que le procuraba emsu detestable humo de semillas. Cuando tras aquella indescriptible serie de excesos nos tumbamos con el cuerpo brillante de sudor, dije:

—Thor, ya que me has seguido hasta aquí, sabiendo que cumplía una misión, yo habría pensado que te unirías a mí en lugar de decirme que la abandonase.

—Detesto viajar y los inconvenientes de la vida al aire libre —repitió él—. Prefiero vivir tranquilo bajo techado. Para lograrlo —y emcontigo— no me importaría renunciar a las dudosas ventajas de mi doble

identidad. No temo vivir conforme a lo que soy y enfrentarme alegremente a los inconvenientes que pueda acarrearme. ¿Por qué no te animas a hacer lo mismo, Thorn? En Novae me dijeron que tienes cierta fortuna y me enseñaron tu finca. ¿Por qué no volvemos los dos allí, vivimos tranquilos y felices alejados del mundo, sin importarnos lo que puedan pensar o decir?

— em¡Liufs Guth! —exclamé—. He trabajado, he luchado, he matado por alcanzar el rango y la riqueza de un emherizogo, y he trabajado, luchado y matado para mantener esa categoría. Si el rey Teodorico supiese que había hecho noble a un emmannamavi, ¿crees que iba a seguir siendo emherizogo, rico y dueño de tierras? emNe, no voy a renunciar a todo lo que poseo por simple desafío a la gente normal. Se me ocurrió pensar que estaba hablando muy al modo cristiano, insistiendo machaconamente en ser bueno y hacer el bien para recibir recompensa por ese comportamiento. Y añadí:

—Teodorico y yo somos amigos desde antes de que él fuese rey, y yo le juré mis emauths y él me nombró mariscal. El día en que nos conocimos, él me salvó la vida, sangrándome una mordedura de víbora; le debo más que simple lealtad de vasallo, le debo fidelidad de amigo. Además, con el privilegio de emherizogo, acepté también responsabilidades. Y lo que es más, tengo que conservar mi dignidad. Acepté

esta misión y la concluiré. Thor, puedes acompañarme o quedarte esperándome, como gustes. Aunque pareciesen palabras firmes y autoritarias, en realidad no eran más que una cobarde evasión, pues omití una tercera alternativa: que Thor regresara a Tolosa o fuese a otro lugar y se olvidase de mí. Pero repito que estaba entontecido. En cualquier caso, aunque él no podía dejar de advertir que sólo había mencionado dos de las tres posibilidades, no dijo una sola palabra. Así, mientras yo aguardaba con ansiedad que dijese «Voy contigo» o «Te esperaré», hice otro comentario:

—Por cierto, mi compañera Swandila también era cosmeta. Primero de la princesa hermana de Teodorico y luego de…

Eso le hizo recuperar la palabra con vehemencia:

—¡ emVái, me pides fidelidad y constancia y tú viajas con esa ramera desde Novae!

—No te he pedido… —quise protestar.

—Dices que no necesito hacer nada a hurtadillas, ni andar buscando, y ¿quieres que a partir de ahora tenga que compartirte con ésa?

— emNe, ne, eso no sería justo para ninguno de los dos —repliqué, sin mucha convicción—. Pensando en que viajarías conmigo, ya he hablado con Swanilda… y le he dado a entender que tendré que renunciar a su compañía…

—¡Eso espero! ¿Y quién es ese Maggot que mencionas? ¿Tu concubino?

No pude por menos de echarme a reír, lo que deshizo el enfado del suspicaz Thor.

—¡Escucha! —añadí—. Razón tenías cuando dijiste antes que éramos iguales sin ropas y otras prendas. Si a partir de ahora hemos de ser pareja, te prometo no ser un marido o una esposa dominante, pero tú debes prometer lo mismo. Y ten en cuenta que soy yo quien cumple la misión, y llevaré en ella a quien decida y que, seamos pocos o muchos, cuando haya que tomar decisiones y dar órdenes, yo soy el que manda.

— em¡Vái, vái, vái! —exclamó él, ya otra vez de buen humor—. ¿Otra riña? Thorn, ¿por qué buscas siempre reñir haciéndonos perder la noche? Hale, vamos a besarnos y hacemos otra vez…

—¿Tú crees, Thor? Si está a punto emde amanecer…

—¿Y qué? Dormiremos cuando no nos queden fuerzas ni imaginación para hacer nada. Luego, sigues tu exploración… y, emja, claro, yo te acompaño. Pero el rastro de los godos lleva ahí siglos y puede esperar un poquito. Mis… deseos no pueden esperar tanto. ¿Y los tuyos, Thorn?

La verdad es que yo entonces no amaba a Thor, ni él a mí, pero también es muy cierto que estábamos los dos casi demencialmente obsesionados el uno por el otro desde el momento en que nos conocimos, cual si nos hubiera hecho un maleficio algún emhaliuruns o se tratara de una conjura de Dus, el emskohl de la lascivia. Prueba de nuestro mutuo frenesí es que durante la cópula que siguió, uno de los dos musitó:

—¡ emAj, cómo me gustaría tener un hijo tuyo…!

Y el otro contestó:

em—¡Aj, cómo me gustaría darte un hijo…!

Pero no recuerdo quién dijo qué.

— em¡Iésus Xristus!

No lo había dicho muy fuerte, pero me despertó y mi primer pensamiento fue que era la primera vez que oía a Swanilda utilizar el nombre de Jesús como exclamación. Mi segundo pensamiento fue de alivio al ver que Thor y yo estábamos fuertemente enlazados bajo las mantas, pues la luz daba en la ventana y Swandila nos había visto abrazados. Luego, oí el portazo y me apresuré a levantarme, mientras Thor se echaba a reír.

—Te vigila, em¿niu?

—Calla —gruñí, comenzando a vestirme torpemente.

—Bueno, si no sabía tu secreto, ahora ya lo sabe. Y conociendo a las mujeres, y bien que las conozco, ya verás cómo se lo cuenta a todo el que vea.

—No creo —balbucí—, pero debo asegurarme.

—No hay más que un medio eficaz para hacer callar a una mujer. Enterrarla.

—¿Quieres callarte? ¡Maldita sea! ¿Y mi otra bota?

Thor se levantó, rebuscó bajo el lecho y cruzó sonriente el cuarto para darme la bota. Aun en mi confuso estado de humillación, mala conciencia y angustia, no pude por menos de admirar la belleza de aquel cuerpo desnudo a la luz del sol matinal. Aunque fuese falta de galantería, tenía que admitir que Thor se movía con mucha más gracia que Swandila, pero torcí el gesto cuando se dio la vuelta, al ver la cicatriz del martillo de Thor.

—Voy a acompañar a Swandila a casa de Meirus —dije—. Tú quédate aquí, Thor. Vístete, desayuna y haz lo que quieras. Pero no te dejes ver. Dame tiempo para apaciguar a Swandila y enterarme de qué es lo que se ha figurado. Nos veremos más tarde en el almacén de Meirus. Me volví, dispuesto a marchar, pero Thor me detuvo el tiempo suficiente para hacer el eterno gesto femenino de posesión, quitándome un hilo de la túnica antes de dejarme salir. Escapé a toda prisa del cuarto y de la posada, pensando que Swanilda se habría alejado a toda prisa, pero la vi paseando abatida de arriba a abajo delante de las caballerizas del empandokheíon. Al llegar junto a ella le dije lo primero que se me ocurrió:

—Swanilda, ¿has desayunado?

—Claro; es casi mediodía. Lo hice en casa de Meirus —contestó con aspereza, pero cuando volvió

la cara, vi que la tenía llena de lágrimas.

Decidí no andarme con rodeos.

—Querida, tú misma me dijiste, antes de iniciar el viaje, que aceptabas que te dijese en cualquier momento: «Swanilda, basta.»

— emAj, querido Thorn —respondió, secándose las lágrimas—, me había hecho a la idea de tener que perderte por otra princesa como Amalamena, pero jamás imaginé que pudiera perderte por otro hombre. Lancé un suspiro de alivio. Sí que estábamos bien tapados por las mantas, y Swanilda sólo creía saber lo que había visto.

—Ya te dije que Thor y yo teníamos mucho que hablar anoche, y, luego, nos venció el sueño y caímos rendidos —añadí.

—Uno en los brazos del otro. No disimules, Thorn. No te reprocho nada. Al fin y al cabo fui yo quien fue a buscarte. Lo único que me turba es que… es que creía conocerte bien —dijo, intentando reír y lanzando un sollozo—. Pero no era así.

No es que me complaciera mucho que nos tomase por un par de despreciables emconcacati, pero era preferible a que supiera y, quizá, fuese diciendo lo que realmente éramos.

—Siento que te hayas enterado, Swanilda. O que lo descubrieses de ese modo. Pero hay cosas de las que no eres consciente y que, si las supieras, no pensarías tan mal de mí.

—No pienso mal de ti —dijo con tono de sinceridad—. Te dejo con tus… tus preferencias, pero a ti no te dejaré. Prosigamos la misión.

—No, no vamos a hacerlo.

—¿Vas a abandonar la misión? —inquirió con gesto de incredulidad.

— emMe, sólo tu compañía. Quiero que regreses a Novae.

— emAj, Thorn, cuando te dije que podías decirme «Swanilda basta» —añadió francamente apenada—, también te dije que a partir de ese momento sería tu humilde sierva; te ruego que me dejes ser eso al menos.

—Sería intolerable para ti —respondí, meneando la cabeza—, para mí, para todos. Tienes que comprender que es mejor cuanto antes.

—¡Thorn, te lo ruego! —exclamó profundamente desconsolada.

—Swanilda, no doy mucho crédito a los adivinos, pero puede que de vez en cuando acierten. Ayer, Meirus predijo que hoy dejarías de mirarme con cariño. Sugiero que lo hagas así.

—¡No puedo!

—Hazlo. Así nos separaremos más fácilmente, porque debemos hacerlo. Vamos, te acompaño a casa del judío. Estoy bastante ofuscado por falta de sueño y voy a rogarle que me dé un bocado y un vaso de vino que me despierte.

Meirus me recibió con un gruñido, ordenó a regañadientes a un criado que me trajese lo que pedía y, entre tanto, no dejaba de mirarnos a Swanilda y a mí; ella me había seguido sin decir nada, con paso desganado, y tampoco dijo nada al Barrero de lo que había visto en el empandokheíon, contentándose con decir que iba a coger su caballo para cargar en la hospedería las cosas que tenía en nuestra habitación. Así, fui yo quien dije al judío que la hacía regresar a Novae para que la expedición no fuese tan numerosa. Aquello pareció ensombrecerle aún más y quise levantar su ánimo, diciéndole:

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