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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Hablaré cuando esté muerto (15 page)

Joakim se pasó otra vez las manos mojadas por el pelo mientras contemplaba su rostro en el espejo. El día que vio que los ojos no tienen vida, que solo son estructuras muertas e iridiscentes con un agujero dentro, fue un descubrimiento horrible. Una red fina que obedece los impulsos de un cerebro regido por procesos químicos. Eso es lo que somos. Toda nuestra existencia se derrumba cuando la examinamos. Somos animales. El ego manda. Se trata de sobrevivir y reproducirse, todo lo demás son gilipolleces. Para sobrevivir uno tiene que estar dispuesto a sacar provecho de todo. Una vieja con su bolso, como esa tal Frida Norrby a la que llevó en el taxi el jueves por la noche, en realidad no era nada más que la base de la pirámide de alimentación de la que él era el rey. Sin embargo, aquella vieja tenía algo que consiguió que se apocara y se sintiera pequeño. Se atrevió a ser pequeño. Aquella mujer no conocía el miedo, escuchaba lo que él decía, y luego, después de escuchar, asentía pensativa, como si mereciera la pena reflexionar acerca de lo que él acababa de decir. No se atrincheraba en sus posiciones, sino que era muy tolerante. Aunque era vieja como el demonio, no era de ideas fijas. Había calidez y amabilidad en su arrugado rostro, como si fuera dueña de algo tan grande y tan importante que le permitiera ser generosa.

Casi sin querer le contó la historia de su vida. Se le humedecieron los ojos y la nariz y se comportó como un marica, y al mismo tiempo sintió que lo invadía un extraño sentimiento de generosidad. Trató incluso de ayudarla a subir la escalera de la casa, sin que ella se lo hubiera pedido. Entonces ella le dijo que podía arreglárselas sola, lo cual aumentó aún más el respeto que sentía por ella. Él era exactamente igual que esa mujer. No pensaba depender de otra persona jamás de los jamases. Seguramente esa señora mayor preferiría morirse de hambre en su casa o caerse y romperse un hueso antes que consentir vivir en una residencia de ancianos. Frida no tenía que exigir respeto. Sin embargo, inspiraba respeto. No tenía miedo de él como los demás. Claro que él sintió también cierta envidia. Luego, cuando le preguntó si quería que la esperara o quizá que volviera más tarde a buscarla para nevarla de vuelta a su casa, ella le contestó que no le importaba quién la recogiera, que ya llamaría cuando necesitara un taxi. Aquello fue como un puñetazo en el estómago. Hasta entonces el trato había sido de lo más cordial. Él le había desnudado sus pensamientos, le habría gustado continuar la conversación en el viaje de vuelta a Visby, pero ella le soltó que podía volver a casa con cualquier taxista. Para ella él era tan reemplazable como una bolsa de basura.

Fue entonces cuando la cogió del brazo. Más fuerte de lo que en realidad quería. Se lo retorció hasta que sonó un crujido y la vieja gritó. Cuando se dio cuenta de que se lo podía haber roto, se quedó helado y salió de allí a toda prisa para no hacerle más daño. Sabía muy bien hasta dónde era capaz de llegar por todas las veces en que la situación se le había ido de las manos. Cuando empezaba y sobrepasaba el límite, era casi imposible dejar de pegar. Había estado a punto de agredir a Frida. Habría sido muy fácil romperle la nuca de una patada. La diferencia, porque había una diferencia, era que Frida no era víctima. Ni siquiera le daba miedo morirse. Eso le daba ventaja.

No, no soportaba pensar en ello… en cómo todo se iba volviendo una mierda. Necesitaba acostarse y dormir otro poco. Tenía que dormir para poder conducir esa noche y la siguiente. Cuando no había dormido bien, no podía dominarse. La furia se apoderaba de él tan deprisa que era incapaz de sujetarla. Tenía que tratar de concentrar sus pensamientos en algo que le ayudara a relajarse. Después de los turnos de noche acostumbraba a tomar cerveza y pastillas para dormir que le mangaba a su madre, Rohypnol. Solía tomar dos. Era un infierno trabajar por la noche sin haber dormido bien.

Joakim se acercó al frigorífico. Olía muy mal. ¿Pueden enmohecerse las salchichas de Falún? Después de constatar que no quedaba ninguna cerveza, le dio una patada a una silla que le pareció que estaba en medio y la estampó contra la pared. Tenía una botella de Vodka de su último viaje a Tallin. Echó un poco en una taza y se tomó las pastillas. Debía tranquilizarse. Si no, perdería también ese trabajo. Le habría gustado hablar con una chica. Cualquier chica hubiera valido. Se tocó la entrepierna; aquello estaba muerto. Se acostó en la cama y repasó los números que tenía en el móvil, encontró el número de Stina, justo iba a llamarla cuando sonó el timbre de la puerta. Su madre no se atrevería a molestarlo otra vez sabiendo que había trabajado toda la noche. Se volvió hacia la pared, pero el timbre siguió sonando. Podía ser Hjalle. O Ubbe; tal vez había llegado a nuevas conclusiones acerca de La Vida. Él carecía de teorías; estaba hueco, vacío, no tenía opinión acerca de nada, lo único que tenía claro era a quiénes les hacía falta una hostia para que aprendieran a respetarlo. Por eso había adoptado agradecido las teorías de Ubbe sobre el destino y el sentido de la vida. Las chicas quedaban impresionadas con ellas, demostraban una profundidad que realmente les infundía respeto. A las chicas les interesaban esas cosas. Estábamos predestinados a encontrarnos, estamos hechos el uno para el otro y blablablá…

Más pasos en la escalera. Llamaron a la puerta.

—Soy Maria Wern, de la policía. Buscamos a Joakim Rydberg.

—¿Qué hostias pasa ahora? —Se dio un cabezazo contra la pared, tenía que quitarse la borrachera.

—Nos gustaría preguntarle un par de cosas.

18

Qué te ha parecido Joakim Rydberg? —Tomas Hartman se rascó con fuerza la barba de dos días produciendo un ruido áspero y anotó algo mientras Maria se sentaba al volante del viejo Ford blanco. Maria se escurrió el cabello mojado y se lo recogió en una trenza mientras pensaba.

—La gente que trabaja por las noches es difícil de clasificar. Me parece que llevaba una buena castaña. Parecía que no coordinaba bien del todo. —Maria activó el limpiaparabrisas. Grandes gotas de agua empezaron a caer encima del capó y antes de que tuviera tiempo de arrancar el coche se hallaban en medio de una lluvia torrencial tan intensa que no veían la carretera. Los relámpagos atravesaban el cielo como serpientes silbantes y caían zigzagueando entre los árboles. Luego llegaron un par de truenos ensordecedores.

—Cuando le comunicamos que Camilla había muerto no mostró ninguna reacción emocional. Según el diario de Camilla Ekstróm, se habían enamorado hacía poco. Si tu pareja se muere de repente, lo normal es que te quedes destrozado, pero él se quedó como si nada. Me pregunto si no estaría drogado… ¿Crees que solo había tomado alcohol? —Hartman se frotaba las sienes, empezaba sentir un ligero dolor de cabeza. Parecía como si las bajas presiones le comprimieran el cerebro… Le costaba mucho pensar—. Camilla había quedado con él ayer por la tarde, iba a pasar la noche en su casa. Él se ha mostrado muy ambiguo en este punto, pero en el diario de ella estaba claro. Parecía dispuesta a irse a vivir con Joakim Rydberg para siempre.

Seguía lloviendo a mares y Maria tuvo que alzar la voz para que Hartman la oyera.

—Si lo he entendido bien, él se comprometió a hacer ese turno ayer por la tarde y luego estuvo conduciendo hasta las cuatro de la madrugada.

—¿No podría ser una treta para tener coartada? El turno debería haber comenzado a las seis, pero se las arregló para empezar más tarde. Precisamente había pensado pedirte que lo comprobaras. Tendremos que confiscar el taxi, comprobar si el cuentakilómetros coincide con los viajes registrados y cotejar las pruebas técnicas.

Hartman se disponía a anotarlo cuando Maria atrajo su mirada.

—Eso ya lo hemos hecho. Por cierto, Gunnarsson ha comprobado que Joakim Rydberg está fichado. Está en libertad condicional. Maltrato. Él llevó a Frida Norrby, ¿lo sabías? Él fue quien la llevó hasta la granja de Hunninge en Klintehamn la noche que se quemó la casa.

—¡Caramba!

—Aún no sabemos quién la trajo de vuelta, si es que volvió. Estamos investigándolo. No sabemos si Frida regresó a casa antes del incendio. ¿Pudo haberlo provocado ella? Quedan muchas preguntas por resolver y Joakim Rydberg aparece en ellas con demasiada frecuencia. Existen demasiados indicios contra él para arriesgarnos a que destruya las pruebas. Me pregunto si no deberíamos detenerlo… —Maria pensó por un momento en Ek. Le habría gustado hablar con él. No debía de ser fácil para él ser padre en estas circunstancias. Especialmente cuando el chico se había negado a verlo.

—Estoy de acuerdo contigo. Hay que detenerlo, llevarlo a la comisaría e interrogarlo, de momento solo para recabar información. ¿Has hablado con el fiscal? —preguntó Hartman mirando de reojo sus papeles.

—Sí, y nos ha dado luz verde. Además está Stina Haglund. Ha sido imposible ponerse en contacto con ella a través del móvil, y el teléfono fijo lo tenía conectado a un fax que no hacía más que pitar. Finalmente hemos conseguido hablar con su madre y nos ha dicho que el equipo de baloncesto tenía previsto reunirse en el aparcamiento que hay detrás de Domus.

Alrededor del autocar aparcado junto al centro comercial Óster Centrum, con el morro hacia la calle Kung Magnus, se arremolinaba un grupo de chicas en chándal. El entrenador, un hombre delgado de unos cincuenta años, charlaba animadamente con una chica rubia bastante guapa; estaba sentada en el primer peldaño de la escalerilla del autobús, atándose los cordones de sus botas de baloncesto. A su alrededor había toda una corte de damas jóvenes. Maria se abrió paso preguntando y se enteró de que la rubia era Stina Haglund. Le pareció que la conocía, probablemente había aparecido alguna foto suya en el periódico hacía poco.

—Maria Wern, policía. Tenemos que hablar contigo. Ahora mismo. Es importante. —Maria le enseñó la placa y Stina se echó hacia atrás como si hubiera visto un insecto peludo y entrecerró los ojos.

—No puedo, tengo partido. —Se levantó, molesta, y se volvió hacia su entrenador en busca de apoyo—. No puedo. ¡Tenemos prisa! —Tiró su bolsa de deporte dentro del autobús.

—Este es un partido importante para nosotros. Stina es nuestra mejor jugadora.—El entrenador puso su brazo alrededor de los hombros de Stina en actitud protectora—. Hemos de salir ahora mismo, de lo contrario no llegaremos a tiempo para el calentamiento.

—Pues eso tendrá que esperar. Tenemos que hablar contigo ahora mismo. Se trata de Camilla Ekstróm.

—¿Camilla? —dijo Stina con un bufido—. No tengo ni puñetera idea de dónde está. —No parecía que fuera una amiga muy querida—. ¿Qué es lo que le pasa a Camilla ahora? —Se dirigió otra vez hacia el entrenador—. Voy a hablar con ellos un momento y luego nos marchamos. —Echó a andar en dirección a Maria y miró otra vez atrás, al entrenador—. Me daré prisa.

—Lo siento, pero esto nos va a llevar un buen rato. Tenemos que ir a mi despacho, a la comisaría. Se trata de un asunto serio. —Maria consiguió por primera vez que la chica la mirara a los ojos.

—¿De qué se trata? ¿Ha pasado algo…? —Stina se cruzó de brazos y se encogió dentro de la chaqueta del chándal; se cubrió las manos con las mangas. Su actitud desafiante se vino abajo, ahora parecía la alumna que realmente era. Adoptó una postura sumisa y les acompañó sin rechistar.

Cuando se alejaron lo suficiente para que los demás no pudieran oírles, Hartman le explicó por qué habían ido a buscarla.

—Tenemos que darte una muy mala noticia. Camilla está muerta.

La chica por fin reaccionó.

—¡No puede ser! —exclamó con expresión de asombro; la boca, abierta, le temblaba. Por un breve instante dejó de mascar el chicle.

—Esta mañana la hemos encontrado muerta en la casa de baños. En la sauna. La habían encerrado allí.

Stina se pellizcó la mejilla con tanta fuerza que se le puso blanca y luego enrojeció. Como no dijo nada, Hartman continuó.

—Estuvisteis allí juntas ayer por la tarde…

—¿Cómo encerrada? Esa puerta no se puede cerrar por fuera. Me están tomando el pelo. No son policías de verdad. ¿Qué es esto? —Stina meneó la cabeza; tenía la mirada perdida y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Maria le mostró otra vez la placa. Pero Stina no la miró.

—Los padres de Camilla están en Francia. ¿Saben que ha muerto? —Stina rompió a llorar a lágrima viva; Maria le rodeó la espalda con su brazo cuando subían la escalera que conducía al piso superior de la comisaría.

—No hemos podido localizarlos. ¿Sabes con qué agencia de viajes han ido?

—No, creo que se fueron en coche hasta la Costa Azul. Tienen un Mercedes blanco. Qué horror… ¿Qué pasó? ¿Cómo pudo quedarse encerrada? ¿Cómo murió? ¿Se secó igual que una pasa? Hacía un calor de mil demonios allí dentro.

—Estamos tratando de averiguar qué pasó.

Se sentaron junto al escritorio de Maria. Pusieron en marcha la grabadora y comenzaron el interrogatorio. Stina, con la cabeza apoyada en las manos, lloraba de tal manera que le temblaba todo el cuerpo.

—No puede ser verdad. Díganme que no es verdad. Pero si ayer estuve con ella… Estaba igual que siempre. —Stina meneaba la cabeza. El nerviosismo se extendió por todo su cuerpo; no podía estarse quieta—. Camilla estuvo callada, como si estuviera enfadada por algo… ¿Tiene que estar puesta la grabadora? Tengo la boca seca. Casi no puedo hablar.

—Preferiblemente. ¿Quieres beber algo caliente? —Sin esperar respuesta, Hartman fue a preparar una taza de té—. ¿Con leche y azúcar?

—Solo leche. Me siento mal… Camilla y yo no éramos amigas íntimas… solo íbamos a nadar juntas los lunes. No la conocía demasiado. No tuvimos contacto cuando ella vivía en la península y eso. Lo que quiero decir es que aunque nos conocíamos desde que éramos pequeñas eso no significa que nos conociéramos muy bien. ¿Cómo murió?

—Aún no lo sabemos con seguridad. ¿Quieres contarnos todo lo que recuerdes de lo que hicisteis ayer? Tómate el tiempo que necesites, no tenemos prisa.

Stina se sonó con el pañuelo de papel que Maria le ofreció.

—Camilla llegó tarde. Como si pasara totalmente de mí; habíamos quedado a una hora pero apareció cuando le dio la gana. La vi acercarse a través de la ventana; aunque llegaba tarde, caminaba muy despacio. Miraba el móvil todo el tiempo. Me imagino que estaría comprobando si alguien le enviaba un sms.

—¿Te dijo ella algo, te contó con quién se estaba enviando mensajes?

—No se lo pregunté, yo estaba molesta porque no había llegado a las seis, como habíamos quedado. ¿Quién la ha encontrado?

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