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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Hablaré cuando esté muerto (14 page)

Era raro que la sauna estuviera en funcionamiento. Un misterio. La posibilidad de que hubiera llegado alguien a las seis de la mañana, cuando la piscina no abría hasta las ocho, parecía fuera de lugar. Agarró con fuerza la manilla de la puerta de la sauna y tiró. No se abrió. Eso era aún más raro. Cogió fuerza y tiró otra vez, pero la puerta permaneció cerrada. Era sumamente extraño, ya que la puerta no tenía cerradura. Vio unas cuñas de metal encajadas en el lado en el que no había bisagras. Al principio no dio crédito, era totalmente incomprensible, pero lo estaba viendo con sus propios ojos. Pensó que sería cosa del diseño de esa puerta de madera, que le habían puesto detalles de metal para que pareciera más elegante. Pero la puerta no se abría, pronto empezarían a llegar los clientes y entonces todas las instalaciones tenían que funcionar. Esa era su responsabilidad. Sebastian se dirigió con paso resuelto al cuarto de las herramientas y sacó los utensilios que necesitaba. Las cuñas de metal estaban realmente encajadas, tuvo que emplearse a fondo para sacarlas. Había cinco cuñas en el suelo cuando soltó la sexta con un tirón fuerte. Le golpeó una nube de vapor caliente. El escozor que sintió en la garganta y en los ojos lo hizo retroceder inmediatamente. Le lloraban los ojos y le ardía la piel de la cara y las manos. Cuando apagó la sauna y la nube de vapor se dispersó, vio que allí dentro, en el suelo, había algo. Un cuerpo desnudo de mujer, una melena larga y rubia desparramada por los azulejos como una fregona, los pechos blancos desnudos… Sebastian no podía apartar la mirada de ellos. Una desnudez tan amedrentadora y peligrosa que hubiera podido cortarle la respiración.

Después Sebastian sería incapaz de explicar su reacción a la policía. Era imposible expresarlo con palabras, ni entonces ni más tarde en el interrogatorio con la inspectora Maria Wern. Lo encontraron en Björke, acurrucado en una cuneta, cuando ya casi había anochecido. Su cuerpo fue incapaz de reaccionar, simplemente abrió la puerta principal y salió de allí. Algunos dijeron que se habían cruzado con él y que corría presa del pánico. Pero no recordaba nada. Hasta que aquella mujer amable lo ayudó a levantarse y le preguntó si estaba herido. Entonces empezó a reírse. Una risa hueca y demente que le asustó a él más que a nadie, y parecía no tener fin; creía que si cesaba y se hacía el silencio, moriría. Luego llegó la ambulancia y le llevó al hospital, donde lo tuvieron en observación. Hablaban de una conmoción. Permaneció allí tumbado mirando fijamente el goteo del suero por encima de su cabeza como si fuera un reloj de arena, pensando si no era su vida la que se escapaba, gota a gota, segundo a segundo, en el río del tiempo, cuando la inspectora rubia entró y se sentó en una silla al lado de su cama. Al principio Sebastian creyó que era la mujer joven que yacía en el suelo de la sauna, que había ido para gritarle insultos por haberla visto desnuda. El mero roce de la silla contra el suelo lo hizo acurrucarse en posición fetal. Ella lo saludó amablemente y le preguntó cómo se llamaba y cuál era el número de su carnet de identidad. Con tacto y delicadeza, le habló de la comida que había en la mesa, le contó que había dejado de llover y que lucía el sol, y poco a poco centró las preguntas en su trabajo en la casa de baños y, finalmente, en lo que Sebastian había observado por la tarde y por la mañana. Pero él no podía acordarse. Solo recordaba al hombre con la mochila que había estado al otro lado de la ventana exhalando círculos de humo hacia el cielo gris. Era un tipo bastante fuerte, llevaba una cazadora negra de Adidas y pantalones cortos, tenía las piernas blancas, algo huesudas y sin pelos, y a su lado había una bici sin faro. Ella siguió hablándole con delicadeza y el por fin se acordó de la sauna.

—Sé que la apagué ayer por la noche. Lo juro. Me fui a casa a las nueve después de cerrar.

—Pero la casa de baños cierra a las ocho. ¿Qué hizo durante la última hora? —preguntó ella con suavidad; su mirada afable penetró su miedo y le fue resultando más fácil hablar.

—Estuve limpiando la sala de personal y la zona de los rayos UVA para no tener que hacerlo hoy por la mañana. —Se sorprendió lo razonable que había sonado; su voz era completamente normal. Parecía extraño que algo pudiera ser normal después de lo que había pasado.

—¿Conocía a la chica que estaba en el suelo de la sauna, la había visto antes?

—Creo que se llamaba Camilla. Solía ir a la casa de baños con su amiga los lunes por la tarde, que es cuando tenemos abierto hasta más tarde. Su amiga juega al baloncesto en el Visby Ladies. Tal vez haya oído hablar de ella… O la haya visto en el periódico… Stina, no recuerdo su apellido. Suele tener prisa por volver a casa y se va antes que Camilla. Llegan juntas, pero Camilla suele entretenerse y Stina no la espera.

Maria esbozó una sonrisa para animar a Sebastian a que siguiera hablando.

—Aparte de usted, ¿había alguna otra persona en el edificio esta mañana?

—La puerta principal estaba cerrada. No había fichado nadie —respiró profundamente y se estremeció—. Estaba muerta.

—Sí. —Maria se llevó la mano a la boca, la bajó lentamente por la barbilla y asintió con la cabeza—. Sí, estaba muerta. ¿Sabe usted algo más sobre eso? ¿Qué recuerda?

—Yo no lo hice. ¿No creerá que lo he hecho yo, verdad? Solo soy un empleado. Tenía la obligación de estar allí, no quería verme implicado. No seré capaz de superar esto. La cabeza me va a estallar en pedazos. Ayúdeme. Póngame una inyección para que me muera. No puedo más. Fue Joakim, tiene que haber sido él. Joakim Rydberg. Él estaba allí y me matará por haberlo dicho. Pero yo no fui. ¡No le diga al periódico que fui yo!

El personal sanitario acudió al grito de Sebastian. El médico se detuvo en el vano de la puerta. Lanzó una mirada acusadora a Maria Wern y luego se dirigió a la enfermera.

—Si tiene la vía puesta, inyéctele diez miligramos de Stesolid. ¡Rápido!

17

Joakim Rydberg se miró la cara en el espejo lleno de manchas del baño y se pasó la mano por el cabello castaño. Tenía un aspecto lamentable. Sus grandes ojos, con pestañas negras y densas que a las mujeres solían parecerles tan atractivas, se habían encogido; tenía ojos de cerdo. Además, tenía las mejillas de un gris pálido. Y unas horribles bolsas bajo los ojos. Hizo un cuenco con las manos bajo el grifo de agua fría y se lavó la cara. No había dormido mucho después del turno de noche. En parte porque entraba mucha luz y hacía mucho calor, pero sobre todo por los pensamientos que no dejaban de dar vueltas en su cabeza. El día anterior, dos horas después de que terminara el turno de taxista, su madre se había presentado en su casa. No le había llamado por teléfono para preguntarle si le iba bien que fuera. Imagínate que hubiera tenido una chica en casa. Habían quedado en que llamarían antes, no se presentarían sin avisar. Él cumplía su parte del acuerdo, su madre a veces tenía compañía y era bastante desagradable encontrarse con aquellos viejos repugnantes. Pero ella el día anterior se presentó sin llamar antes. Joakim se dio cuenta inmediatamente de que había pasado algo grave. Los ojos llorosos de su madre y sus movimientos espasmódicos le pusieron sobre aviso. Por eso no le echó la bronca por no haber avisado. Bueno, al menos no directamente.

Su madre recolocó las revistas, recogió la ropa sucia que había encima de la cama y se sentó; no hizo ningún comentario crítico acerca del desorden ni de que la cama estuviera sin hacer. Otra muestra más de que aquella visita se salía del acostumbrado control semanal. Ni siquiera le preguntó: «¿Cómo estás? ¿Comes algo? ¿Cómo andas de dinero?». Como hacía siempre en sus apresuradas visitas. Su mirada era vigilante e inquieta. Cuan sensible es uno a los ojos de una madre, penetran la conciencia sin que podamos evitarlo. Tras un minuto de reflexión, Joakim no estaba seguro de querer oír lo que la preocupaba.

—¿Es verdad que has participado otra vez en una pelea? —Hacía esfuerzos por no gritar. Su voz parecía ahogada, hablaba despacio y claro, como si creyera que él se había vuelto corto de entenderás.

—No me he metido en ninguna pelea, mamá. ¿De dónde has sacado eso?

—Una chica, una compañera de trabajo, te vio a la puerta de Oster Centrum. A ti y a otros dos chicos. ¿Eran Hjalle y Ubbe? El viernes.

—¿Ese cono amargado que se cree tan guapa? Que le den por el culo a esa bruja. No tiene sentido del humor. Está sonada. Solo estábamos divirtiéndonos. —Joakim la obsequió con la mejor de sus sonrisas y notó que su madre se ablandaba un poco—. Vamos, mamá, solo fue una broma.

—Estás en libertad condicional, Joakim. Lo cual significa que quizá no puedas permitirte tantas bromas como los demás. Si te ponen otra denuncia, irás a la cárcel. ¿Lo entiendes? ¿Entiendes la gravedad de la situación?

—Tranquila, mamá. No pasó nada.

—Mi amiga vio que pusisteis a un chico contra la pared y que os entregó el dinero y el móvil. Quiero saber la verdad, Joakim. Hayas hecho lo que hayas hecho, te quiero y te protegeré todo lo que pueda, pero no me mientas.

Joakim vio que a su madre le temblaba el rostro. Eso significaba que estaba furiosa con él. Lo detestaba, le daba tanto asco como una vomitona. Sabía por experiencia que eso era exactamente lo que pensaba.

—¡Estaba hecho un gallito! Tuvimos que bajarle un poco los humos. El padre de ese cerdo está forrado, le colma de regalos y luego él va por ahí exhibiéndolos, haciéndose el interesante. Y encima va y nos suelta que va a dar la vuelta al mundo y que tiene un porrón de dinero en la cuenta. Tiene veinte años y su propio Porsche. ¿Entiendes? Yo tuve que ahorrar como un cabrón para comprarme este móvil. —Joakim agitó su móvil, lo soltó y volvió a cogerlo en el aire.

—Joakim, ¿qué le hicisteis? —Le clavó su mirada azul y él se sintió agobiado; no tenía escapatoria.

—Él se lo buscó, menudo cerdo… Solo lo pusimos contra la pared. Pero, joder, no queríamos su dinero ni su móvil de mierda. Que se lo meta donde le quepa. Lo único que queríamos era que alejara sus pezuñas de nuestras chicas. De mi chica. Se quería ligar a Stina. ¿Entiendes?

—Quizá Stina quería estar con él. Las chicas no son propiedad de nadie, Joakim. Además, me habías dicho que ella ya no te gustaba. La verdad es que creo que lo que te gustaba era que una estrella de baloncesto estuviera colada por ti. Y no me parece justo que la comprometas si tú no te la tomas en serio.

—Hasta hace poco era mi chica; lo menos que uno puede esperar es un poco de respeto y no que se lancen sobre ella en cuanto queda libre. Joder, todavía llevaba el calor de la cama.

Al ver que su madre seguía observándolo con aquella mirada acusadora y resignada, algo explotó dentro de él. Perdió totalmente el control y le pegó. A su propia madre. En plena cara, hasta que empezó a sangrar por la nariz. Cuando vio aparecer las lágrimas, y luego las vio deslizarse fue todavía peor. No podía reparar aquella atrocidad, lo hecho, hecho estaba; lo invadió una furia irracional contra ella por haberlo llevado hasta ese extremo. No pudo dominarse, ya estaba todo perdido. Perdió el control de las manos y la abofeteó una y otra vez; le costó un gran esfuerzo no cerrar los puños; no darle patadas directamente en la espalda encorvada, solo al lado. Pero en un descuido le dio una patada en el costado. Ella se arrastraba por el suelo tratando de esquivar los golpes. ¡Maldita madre! ¿Por qué había ido a provocarlo? La culpa era de ella. Ella tenía la puta culpa, se lo había buscado. La echó a patadas por la escalera y cerró la puerta. Su madre no iría con el cuento a la policía, de eso estaba seguro. Aquello era humillante también para ella. Jodidamente humillante para los dos.

Cuando se tranquilizó un poco, recordó algo más de lo que había pasado el día anterior. La chica con la que había estado en la fiesta de Stina debería haber llegado antes de que él terminara su turno de noche con el taxi. Se llamaba Camilla, una Barbie con los ojos grandes y tristes. La muy impresentable no le había llamado. Tenía que haberle dado un toque cuando hubiera subido en el autobús y luego él se vería con ella en Ósterport. En eso habían quedado. Pero como ella no llamó y él sintió una necesidad imperiosa de desahogarse, decidió ir a dar una vuelta a Roma y buscarla.

En el supermercado donde Camilla trabajaba le dijeron que había ido a la casa de baños de Roma y eso coincidía con lo que ella le había dicho. Pero no le había llamado al subir en el bus… ¿Y si no lo hubiera cogido? Seguro que solo había estado jugando con él. Una chica de buena familia acostumbrada a tener todo lo que quería y a tirarlo cuando se había cansado. Pero Joakim Rydberg no era un tipo del que se pudiera pasar sin más. Si has quedado en llamar, llamas; si no, a la mierda. No cumplir lo que se ha acordado es una falta de respeto. Cuando uno no muestra claramente dónde están los límites, deja de infundir respeto. Hay que castigar a los traidores. Estaba claro que tenía que ser más duro con ella para que lo entendiera. Luego, si ella le suplicaba y le pedía perdón, puede que él se ablandara e hiciera el amor con ella, pensó. En otro caso, no. El día anterior a las nueve tenía asignado el turno de noche, iba a sustituir al sacristán, que no podía hacerlo y avisó con poca antelación. Le quedaba poco tiempo para ligar, pero igual le salía bien. Podrían pasar un rato metiéndose mano en el coche y que después ella esperara en el piso hasta que él volviera a casa por la mañana. Si era de esas que sueñan con restaurantes, mantel blanco y tonterías similares, la largaría inmediatamente, pensó en el coche de camino hacia Roma. Hizo caso omiso a los límites de velocidad. Si lo pillaban, esperaba que fuera su padre el encargado de realizar el control. En la casa de baños no la había visto nadie, y no le permitieron entrar en la sección de mujeres, además tenía que darse prisa para volver a Visby. Joder, qué puta. Esa necesitaba que la pusiera en su sitio.

Su madre le había contado hacía poco que su padre biológico había llegado a Gocia. Jesper Ek. Un madero. Era para morirse de risa. Después de veintidós años se había puesto en contacto con su madre, quería saber cómo le iba y ver a su hijo. Joakim se había negado, claro está. Hay que tener un poco de amor propio. Su madre le había explicado que se quedó embarazada por un descuido. Un descuido caro de cojones para el tal Ek. De todos modos, había pagado puntualmente la pensión alimenticia. Según su madre, tenía más hijos a los que pasar la pensión, pero ninguno a su cargo. Su padre vivía solo. Su madre le dijo que había vuelto a llamar. Que tenía muchas ganas de verlo. ¿Para qué? ¿De qué iban a hablar? De nada, una conversación de puro trámite, porque las cosas que realmente importan no se pueden compartir con un forastero. Solo pasaría a engrosar la lista de falsos padres que en el fondo solo eran un estorbo. Igual de cargante que la pesada de su madre. Te quiero. Palabras que en realidad no eran más que la expresión de sus remordimientos. Decirlo no costaba nada. Afirmaciones que a la hora de la verdad no significaban nada; su comportamiento chocaba con lo que ella esperaba y quería de él. Así que era una expresión vacía de contenido. Como clavar la mirada en las cuencas oscuras y vacías de la muerte.

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