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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

Ha estallado la paz (109 page)

BOOK: Ha estallado la paz
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La segunda carta era de tono distinto. Mateo continuaba aludiendo en ella a la incomprensión, y repetía más o menos los mismos argumentos. Pero hablaba ya de otras cosas.

Mi gran sorpresa ha sido encontrarme aquí con los camaradas Salazar y Núñez Maza… Destituidos de sus cargos hace poco, como recordarás, han querido dar ejemplo y fueron los primeros en pedir un puesto en la División. Su actitud me ha reconfortado mucho. Núñez Maza, que como sabes no puede vivir sin llevar el micrófono en la mano, va a hablar un día de éstos, en emisión especial destinada a España. Tal vez a través de la Emisora de Gerona puedas enterarte de la fecha exacta y de la hora… Y si consigues saberlo, y quieres conectar la radio, a lo mejor se te contagiará un poco el entusiasmo que aquí reina. Además, es posible que esas emisiones sean periódicas, en cuyo caso algún día podría hablar yo también… y decirte de viva voz todo lo que siento por ti.

Naturalmente, continúo haciendo nuevas amistades. En el campamento hay gente de todas clases, aunque todos unidos por una ilusión común. Hay un muchacho que tiene en Rusia un hermano de doce años, que en 1937 fue llevado allí en una de las expediciones que organizaron los «rojos» de Asturias. Es el que más prisa tiene en salir para el frente… Otro individuo, que se hace llamar
Difícil
, me ha dicho que durante la guerra conoció, en Madrid, a Miguel Rosselló, cuando éste se dedicaba a espionaje. Si ves a Miguel, cuéntaselo. Es un tipo raro, que tiene la manía de llevar en el bolsillo una pelota de ping-pong y de juguetear con ella.

Nuestra moral es muy alta, gracias al ejemplo de los jefes y a la personalidad humana del general Muñoz Grandes. Además, los alemanes se desviven con nosotros.

Hemos hecho una excursión a Nuremberg, otra a Hof y uno de estos días nos llevarán a Bayreuth, donde se organizan los grandes festivales wagnerianos.

Toda esta región es muy hermosa y la organización, modélica. Basta ver esto para comprender la admirable eficacia del Ejército alemán. Para darte algún ejemplo te diré que nos han entregado unas lonas impermeables, individuales, pero calculadas de tal forma que uniendo cuatro de ellas puede formarse una tienda de campaña. También nos han regalado un acordeón para cada Compañía. Con frecuencia vienen a visitarnos niños de los Juventudes Hitlerianas —¡cuánto me acuerdo, al verlos, de nuestros Campamentos de Verano!— que lanzan al espacio cometas adornadas con banderines españoles. En todas partes las bandas de música tocan nuestros himnos. Pero la verdad es que lo hacen tan mal que nos da risa…

Etcétera.

En la última de las cartas Mateo le contó a Pilar que habla celebrado con gran solemnidad la ceremonia de jurar fidelidad al Führer mientras durara la guerra. Y que el Alto Mando había dispuesto que llevaran todos el uniforme de guerra alemán, aunque con un escudo en el brazo derecho representando la bandera española y exhibiendo, en el pecho, las medallas ganadas en la guerra civil.

Ser admitidos en el seno del Ejército alemán nos ha producido a todos mucho orgullo, lo mismo que escuchar las alocuciones de los jefes españoles y alemanes y que desfilar luego delante de ellos.

Todavía no he recibido ninguna carta tuya. ¿Es que no piensas escribirme? ¿Será posible, Pilar, que me tengas sin noticias? Todos los demás camaradas han recibido ya carta de España. Tu silencio me causa una gran tristeza, igual que el silencio de mi padre.

Es posible que ahora tarde un poco más en escribirte. Corren rumores de que pronto saldremos para el frente. Adiós, Pilar, tocan a rancho. Mis muchachos han formado ya.

¡Arriba España!

MATEO.

Pilar había ido recibiendo todas estas cartas con lágrimas en los ojos. Las había leído con avidez, en compañía de don Emilio Santos, y luego, arrugando el papel, las había tirado.

La muchacha estaba bien. Por fortuna, el doctor Morell le había dado la casi seguridad de que el trauma no habría afectado a su embarazo. Pero se mantenía firme en su postura. No se arrepentía de ella. Continuaba creyendo que la marcha de Mateo había sido «una canallada», dijese lo que dijese ese tal Olano que abandonó a su hijo de cinco meses.

Por supuesto, Pilar y don Emilio Santos fueron los únicos que conectaron la radio —Radio Berlín— para oír las alocuciones de los miembros de la División Azul.

Amanecer
precisó el día y la hora. Quien primero habló fue efectivamente Núñez Maza: un canto patriótico sin ninguna idea nueva, excepto la noticia de que en el sector de Smolensko había sido hecho prisionero el hijo primogénito de Stalin, Jacobo Dzugasvili. Otro día hablaron los aviadores que se habían incorporado al campamento.

A partir de ahí, una voz anónima fue dando a diario noticias de muchos camaradas, destinadas a la familia. «De parte del divisionario Benito Tejada, para sus padres y hermanos». «El camarada Crispín Gutiérrez informa a su familia de que se encuentra en perfecto estado y con mucho ánimo». Un poco como el
Disco dedicado
que había popularizado en Gerona el director de la Emisora.

Pilar esperaba, pese a todo, oír un día la voz de Mateo. Pero no la oyó. Únicamente el 15 de agosto Radio Berlín dijo: «De parte del alférez Mateo Santos, un abrazo muy fuerte para su esposa, Pilar, y otro para su padre, don Emilio Santos».

Aquella noche Pilar lloró más que nunca. Parecióle que la voz anónima le llegaba del confín del mundo. Tampoco aquel saludo oral, que por suerte se oyó con nitidez, consiguió que la muchacha perdonara a Mateo. Ahora bien, la decidió, por fin, a escribirle unas líneas… Unas cuantas líneas sólo para decirle que «no había novedad».

Amanecer
había publicado las debidas instrucciones para cursar las cartas: era preciso poner el nombre y el apellido, y a continuación, escuetamente: DIVISIÓN ESPAÑOLA, ALEMANIA. Matías fue encargado de echar la carta a Correos.

Don Emilio Santos escribió también a su hijo, aunque a escondidas, sin confesárselo ni a Pilar ni a nadie. Y es que ni Matías, ni Carmen Elgazu, ni Ignacio, querían oír el nombre de Mateo. Todos se limitaban a devorar, cada cual por su cuenta, todas las noticias que aparecían en los periódicos relativas a la División.

Con todo, a fines de agosto Pilar se decidió a confeccionar un jersey para Mateo… en previsión del «invierno ruso», del que la Prensa empezaba a hablar. La muchacha confeccionaba simultáneamente ropita para el bebé y semejante dualidad le producía honda congoja.

Sus visitas al piso de la Rambla eran ahora mucho más frecuentes. A no ser porque esperaba un hijo, a veces le hubiera parecido que nada había ocurrido en su vida, que continuaba soltera. Y era curioso que la distrajeran tanto las continuas visitas que le hacía el pequeño Manuel. Manuel Alvear, con su aire siempre atento, siempre servicial, y en cuyo Atlas había marcado con un ruedo rojo el nombre de Grafenhwor, le recordaba en cierto modo a César. Pilar acabó creyendo que el chico era para ella como una sombra protectora, que la libraría de algún mal irremediable. A veces Manuel le traía algún recorte de
La Vanguardia
, de los corresponsales en Alemania. En uno de ellos, que impresionó mucho a Manuel, se decía que Radio Moscú había establecido una hora diaria de emisión llamada «Hora Cristiana», en la que se podían escuchar sermones, plegarias y cánticos religiosos. ¡Todo para que las gentes de las aldeas que hubieren conservado la fe en Dios se decidieran también a luchar! «Es de suponer —añadía el corresponsal— que en la Plaza Roja de la capital soviética habrán tapiado la lápida que decía:
La religión es el opio del pueblo
».

Pilar en esa ocasión tuvo un exabrupto y le dijo a Manuel:

—¿Y a mí qué me importa todo eso? Lo que yo querría es que Mateo regresara.

¡Ah, menos mal que Pilar ignoraba las condiciones en que se desenvolvía la División Española! Porque, en efecto, llegó el día de marchar para el frente… ¡Santo Dios! Dicha marcha se efectuó más o menos cómodamente, en ferrocarril, hasta la frontera polaca, hasta Angustow Suwalki. Pero a partir de ahí, ¡por espacio de casi mil quilómetros!, fue realizada a pie. Ése fue el gran asombro de todos los divisionarios.

Todos habían creído que la División sería motorizada y que dispondría del material más moderno para ello. Nada de eso. Por causas desconocidas, la División fue hipomóvil.

Les fueron asignados muchos caballos y gran número de cabezas de ganado para la Artillería y las columnas de Transporte, cuyo mantenimiento y cuidado les causaba mucho trastorno, pues hubieran hecho falta gran cantidad de veterinarios y disponían de muy pocos. Hasta el extremo que Alfonso Estrada llegó a pensar: «Ojalá hubiera estudiado yo veterinaria, como mi padre, en vez de Filosofía y Letras».

Mateo, al igual que Rogelio y que todos los demás, aguantó firme la marcha.

Todavía le duraba la destreza adquirida durante la campaña española. El paso de los divisionarios por los pueblos de Polonia fue recibido con entusiasmo por los sacerdotes católicos y por la población en general; en cambio, en Lituania, cruzaron zonas de ambiente triste, miserable, un tanto hostil, debido a las represalias de que habían sido objeto, por parte de los soldados alemanes, las comunidades judías que allí había, muchos de cuyos miembros habían sido tatuados en la espalda con una marca amarilla.

La División llegó a Rusia por el sector de Witebs. Mateo y
Cacerola
—¡este cocinero de la Sección!— al pisar suelo ruso primero escupieron en él y luego, unos metros más allá, se arrodillaron y lo besaron. Su curiosidad al ver los primeros rostros de los aldeanos rusos era ilimitada. En Witebs se terminó la caminata y de nuevo en ferrocarril subieron hacia el norte, hacia Shmiks. Por fin llegaron al río Volchow y al oeste del lago Ilmen, donde relevaron a los soldados alemanes de guarnición, ¡los cuales les pidieron que cantaran «Si a tu ventana llega una paloma…»! Los capitanes Arias y Sandoval supusieron que la incorporación española a aquel sector era indicio de que se preparaba la gran ofensiva para la conquista de Leningrado.

El temperamento alegre de los divisionarios produjo el mayor asombro entre la población rusa, así como su religiosidad. Este temperamento, y los acordeones, y el natural galante de los muchachos como Núñez Maza y como
Cacerola
, abrirían brechas profundas entre la juventud femenina de los pueblos cercanos, pese a las dificultades del idioma y a las terribles sanciones previstas en el código militar alemán en caso de contraer una enfermedad venérea.

En algunos de esos pueblos Mateo comprobó que la miseria era horrible. Ni la revolución de 1917, ni las bravatas de Cosme Vila, ni los planes quinquenales habían conseguido remediarla. Muchos campesinos rusos no conocían la cama ni las sábanas.

Dormían sobre paja. Por todas partes, restos de fotografías de Stalin, de Molotov y de Vorochilof. En algunas casas se veía algún icono y en todas «silbaba levemente el samovar». La gente de edad madura parecía resignada, como si estuviera acostumbrada a sufrir y no le diera importancia. Los niños miraban a los «invasores» como personas llegadas de otro planeta. Todo les llamaba la atención: las cantimploras, las bicicletas y, sobre todo, los gramófonos. Escuchar un gramófono era para ellos como un milagro. Se notaba a la legua que desconocían todo lo que no fuera Rusia. «¿Por qué los alemanes son rubios y vosotros bajitos, enjutos y tan habladores?», les preguntaban a través de los intérpretes. En los Manuales de Historia de las escuelas todo aparecía deformado y apenas si en ellos se hablaba de lo acaecido antes de 1917. En los hospitales abandonados a la llegada de las tropas alemanas, los libros de medicina eran muy primitivos.

Pronto
Cacerola
aprendió el modo de llamar a la puerta de las casuchas rusas.

Llamaba con los nudillos y preguntaba:

—¿Mosna?

—Da, da… —le contestaban desde el interior.

Da, da
significaba que podía entrar y sentarse junto al fuego.
Cacerola
entraba y se pasaba el rato allí, en silencio, pensando en Gracia Andújar, en la alemana Hilda… y en la más joven aldeana rusa que hubiera en la casa.

Lo primero que hicieron los divisionarios, cerca del lago Ilmen, además de llamar a las puertas con los nudillos y preguntar:
¿Mosna?
, fue cavar trincheras… y ponerles nombres de mujer.

¡Seguro que una de dichas trincheras se llamaría Pilar!

Rusia… ¡Qué raro misterio! Parecían confirmarse las suposiciones del doctor Andújar: el pueblo era simple; los dirigentes, complejos. Tan complejos, que algunos de ellos, por los altavoces y en un español asombrosamente correcto, invitaban a los divisionarios españoles a que se pasaran a sus filas.

—¡Habráse visto, so cabrones! —rugía Salazar.

A Mateo lo preocupaba un detalle: no veía aviación propia por ningún lado.

—¿Y si vienen a bombardearnos?

—¡Ah! Ese amigo tuyo, mosén Falcó, te echará la bendición…

Capítulo LXI

El Gobernador Civil, camarada Dávila, pasó unas semanas como no se las hubiera deseado siquiera ni al hijo de Stalin, Jacobo Dzugasvili. Se dio cuenta de que sin Pablito y Cristina no podía vivir. Cuando llegaba la noche y se quedaba solo en casa, en el enorme caserón oficial, en vez de sentirse libre, como era el caso de Manolo, notaba que le faltaba el aire. A veces se pasaba un buen rato en el cuarto de Pablito, sentado en el sillón de éste, con una agobiante sensación de vacío. Luego se iba al cuarto de Cristina y seguía con la mirada los animalitos de trapo que la niña había alineado en un estante a lo largo de la pared. También la alcoba le parecía fría, pese al verano. Y cuando se decidía a llamar por teléfono a Santander, a María del Mar, lo hacía siempre desde la cama, porque le parecía más íntimo, utilizando el aparato que se había mandado instalar en la mesilla de noche.

El día 1 de septiembre decidió que la separación había durado ya bastante y emprendió viaje a su tierra, para recoger a los suyos. Pasaría antes por Madrid, para plantear en diversos Ministerios importantes asuntos que afectaban a la provincia, asuntos relacionados especialmente con Abastos y con la red de carreteras. El general le prestó un chófer del Parque Móvil, un muchacho de la provincia de Córdoba, respetuoso y callado, que había servido con los «rojos», por lo que llevaba movilizado desde el año 1936.

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