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Authors: Jorge Magano

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Fabuland (5 page)

Fabuland

Un mmorpg de Darius Grunion

Al entusiasmo expectante de Kevin, Martha correspondió con un gesto de desencanto.

—¿Un videojuego?

—¡No es un videojuego! Te permite encarnar a cualquier personaje de Fabuland; controlarlo, pensar por él, actuar como si fueras él… ¡Vivir su vida! Viajar por todo el mapa de Fabuland y enfrentarte a peligros, interactuar con otros seres y otras razas, hacer amigos, luchar contra enemigos, resolver problemas y participar en batallas. Y todo eso desde tu casa.

—Un videojuego —resumió Martha con una lógica adulta que molestó a Kevin—. ¿Y los libros qué tienen que ver con esto?

—Es el universo expandido.

—¿El qué?

—La historia oficial de Fabuland está recogida no sólo en el juego, sino también en los libros, los cómics, una serie de dibujos de televisión…

—¿Y paquetes de cereales? —preguntó Martha señalando un cartón vacío de arroz inflado desde el que Griswuf, el gran guerrero norman, posaba sobre un caballo blanco.

—¡No! Eso es… Bueno, en serio, es genial. Es como los libros, pero sin las limitaciones de una historia cerrada. En todo momento eres tú quien decide lo que hace tu personaje.

—¿Morir también?

—No, claro, eso lo suelen decidir otros. ¿Tienes Internet en casa?

Martha asintió.

—Mi padre es delineante. Utiliza Internet para enviar sus diseños a la agencia.

—Entonces te aconsejo probarlo. No tienes que comprarlo si no quieres. Desde su página oficial te puedes bajar una versión de prueba y jugar durante quince días. Si te gusta, compras el juego completo y sólo pagas esa vez. Nada de cuotas —Kevin apartó el montón de cosas que cubrían su escritorio y encendió el ordenador. Sus manos temblaban. Ni en el pueblo ni en el instituto había nadie que compartiera su afición por Fabuland. Todos sus amigos jugadores pertenecían a ciudades, países e incluso continentes distintos. Si pudiera conseguir que Martha se enganchara…

—Ese monitor es más grande que nuestra tele —comentó ella asombrada.

—Tenía uno de tubo, pero se quemó. Con éste se ven mejor los detalles.

Tecleó unas instrucciones, metió una contraseña y la pantalla plana de veintidós pulgadas mostró la imagen de un enano de tez bronceada, cabello rojizo y revuelto y una especie de pelusa trenzada a modo de barba. Su uniforme se reducía a unas calzas verdes con coraza y sombrero a juego y unas botas negras. En su mano llevaba un hacha, y una bolsa de tela colgaba del cinturón.

ROB McBRIDE

Raza: Baktus.

Características especiales: Saltos de más de un metro.

Descripción psicológica: Inteligente e intrépido. Es cauteloso y se le dan bien las negociaciones. Influye mentalmente en seres más grandes que él en tamaño, pero inferiores en voluntad.

Lugar de origen: Yacimiento fosilífero de Esnas, al norte de la provincia de Dirdam.

Cuando terminó de leer, Martha preguntó:

—¿Quién es?

—¡Soy yo!

—¿Tú?

—Bueno, mi avatar. El personaje con el que juego en Fabuland. Rob McBride, el guerrero baktus.

—Un poco bajito, ¿no?

—Pero muy ágil y muy inteligente… —Kevin vaciló. Acababa de darse cuenta de que era la primera vez que hablaba con orgullo de Rob—. De todas formas estoy trabajando para cambiar eso y convertirlo en un guerrero norman.

—¿Cómo tu amigo de los cereales?

—Eso es, sí —la actitud de Martha era provocativa. A Kevin le pareció que tenía la intención de humillarlo, pero en todo caso lo humillaba con simpatía y estilo, y eso era toda una novedad—. Lo bueno es que además puedes conocer gente de todo el mundo. Yo tengo dos amigos. Uno vive en España y el otro en Japón. Chema encarna a Naj el gregoch, una especie de ogro con cara de jabalí; Hideki es un perrito lingüista llamado Imi, experto en descifrar claves. Hacemos un equipo fantástico y ahora estamos en misión especial.

—Bonito equipo. Un enano, un ogro y un perrito. ¿Y quién es el guapo?

—¿El guapo?

—Ya sabes. El chico. Alguien con quien identificarse.

—Pues… Bueno, a nosotros nos vale así. Anoche fuimos a buscar uno de los huevos áureos. En realidad son doce y tienen propiedades mágicas. Quien los posea todos podrá pedir deseos infinitos al Amo y Señor de Fabuland.

—¿En serio? —Una chispa de curiosidad se había encendido en la mirada de Martha—. Me encanta la magia. Un tío mío era mago y cuando era pequeña siempre me enseñaba trucos. Cuéntame más cosas de esos huevos áureos.

—Haré algo mejor —Kevin se acercó a la estantería y cogió uno de los tomos de Fabuland: El Libro Negro—. Toma. Es una de las historias recurrentes en Fabuland. El brujo Gelfin y la Gran Dragona Áurea han dado para una saga propia. Llévatelo y me cuentas.

Martha hojeó el libro, que no tenía más de trescientas páginas.

—Seguramente me lo lea entre hoy y mañana. Oye, y si yo entrara en esa página web, ¿podría hacerme un perfil como ese tuyo del enano?

—Puedes hacerte el perfil que quieras. Hay cientos de posibilidades distintas.

Martha miró la pantalla, donde Rob McBride seguía posando con su hacha, y se mordió el labio inferior.

—Quizá sea divertido.

En ese momento Nathan Addison volvió a llamar y Kevin desconectó el teléfono.

Capítulo 4

En el centro de Mundomediano se encuentra su antigua capital: Leuret Nogara. Tiempo atrás había sido una próspera villa gobernada por el Consejo de Sabios, pero ahora la ciudad había perdido su antiguo esplendor y sólo la entereza del Sabio Silvestre impedía que acabara de sucumbir a la ruina y las tinieblas que amenazaban desde todas direcciones.

Hacía varias horas que Leuret Nogara había despertado, y el ajetreo de comerciantes coreando sus mercaderías tejía un telón sonoro entre las calles de piedra del centro histórico.

Rob McBride mataba el tiempo contemplando el regateo entre una robusta mujer y un vendedor de persianas, ya que Imi se había negado a contarle sus últimos descubrimientos hasta que llegara Naj. Por cierto que Naj estaba tardando más de lo habitual. Rob estaba seguro de que la puja por la persiana llegaría a su fin antes de que el gregoch se presentara. El pequeño Imi, mientras tanto, movía la cola pensativo y de vez en cuando se rascaba la oreja con la pata de atrás. Cuando lo hacía, sus gafas emitían un destello. La mirada de Imi también solía emitirlos, aunque eran destellos de inteligencia, algo muy propio en un perro, pero mucho más en un perro lingüista.

—Caray con Naj. ¡Guau! —ladró después de rascarse la oreja por decimonovena vez—. ¿Se habrá olvidado… ¡guau!… de nuestra cita?

—No lo creo. Tiene que estar al llegar.

Contemplaron en silencio el arco apuntado que daba paso a la Plaza Mayor, pero pasaron varios minutos y allí no aparecía nada remotamente parecido a un gregoch con lacito.

—Es raro —murmuró Rob—. Hace rato que le he enviado un armadillo mensajero y no he recibido respuesta.

—¡Guau! No es tan raro. Últimamente los armadillos mensajeros no funcionan como es debido. Por lo que me contaste, mi teoría de que alguien está saboteando las comunicaciones es cierta.

Rob asintió, recordando con tristeza todos aquellos armadillos muertos, y su corazón se aceleró al pensar en el mensaje de la princesa. Iba a decirle algo a Imi, pero no lo hizo. La mujer se marchaba feliz y acalorada con su persiana cuando la imponente figura de Naj apareció bajo el arco de entrada.

—Perdonad el retraso —se disculpó—. Asuntos domésticos.

—¡Guau! No importa —dijo Imi—. Ahora que estamos todos, ¿podéis decirme qué pasó en esa cueva?

—Pues más o menos lo que ya te he contado —respondió Rob—. Cuando teníamos el huevo en nuestro poder, apareció un mago hirsuto y nos lo arrebató.

—¿Era Kreesor?

—No era él. Este llevaba una capa roja, no azul. Además, todo el mundo sabe que Kreesor no abandona nunca su guarida secreta.

—Había bolas de energía por todas partes —recordó Naj—. De todos los colores. A Rob le metió en una de color morado, y a mí… Bueno, a mí en otra de… otros colores distintos.

—La Hermandad controla esa zona de la selva —aseguró Rob—. Ni siquiera los monos resinosos tienen capacidad para hacer frente a los magos hirsutos, aunque a éste en concreto le dieron una buena tunda.

—Lógicamente, ¡guau!, sabían que el huevo áureo estaba allí —Imi se ajustó las gafas con la patita delantera—. La pregunta que os hago es, ¡guau!, ¿se hizo ese mago con el huevo?

—No —respondió Rob—. Huimos dejando atrás una batalla bastante desigual. Habría al menos dos docenas de monos contra un solo mago hirsuto. La última vez que miré atrás, el huevo estaba en poder de los monos. Creo que el mago tuvo un final poco agradable en brazos de esos animales.

—Ese huevo será nuestro —dijo Naj apretando los puños.

—¿Estáis, ¡guau!, pensando en volver allí?

—Si lo hacéis llevad mejores armas —intervino una voz metálica detrás de ellos—. Y algunos plátanos.

Los tres se volvieron con disgusto hacia la Fuente de las Tres Bocas, un bloque de piedra rectangular con tres grifos de latón cuya función no era tanto proporcionar agua a la villa como servir de oráculo. En ese momento la boca central lucía una sonrisa de autosuficiencia.

—Es absurdo volver sin tener claro que el huevo siga allí —dijo la boca de la izquierda.

—Tienes razón —opinó la de la derecha—. Ahora los monos resinosos estarán alerta y estos pobres muchachos no tendrán una sola oportunidad.

Naj se acercó a la fuente con una mirada furibunda. De inmediato, los tres caños enmudecieron. El de la izquierda incluso empezó a echar agua para disimular.

—¿Os importa? Esto es una conversación privada.

Era lo malo de la Fuente de las Tres Bocas. Cuando actuaba como oráculo podía ser muy útil, pero a veces se dejaba llevar por el chisme fácil; eso si no decidía dar el parte meteorológico o lanzar cuñas publicitarias, en cuyo caso lo mejor era salir huyendo.

Imi se acercó a olisquear la fuente, advirtiendo con ese gesto que consideraría el lugar como punto de apoyo si notaba que su vejiga empezaba a protestar. Seguro de que la fuente había enmudecido de manera definitiva, volvió al grupo.

—Bien, con independencia de que Kreesor tenga o no ese huevo áureo, ¡guau!, lo mejor que podemos hacer por ahora es olvidarnos de él y concentrar nuestros esfuerzos en algo más importante.

Rob y Naj miraron a Imi como si le hubieran administrado una sobredosis de vacuna contra el moquillo que le hubiese provocado delirios.

—¿Más importante que el huevo áureo?

—Mucho más importante. ¡Guau! He estado investigando he localizado la guarida donde Kreesor guardó todos los huevos que consiguió extraerle a la Gran Dragona Áurea.

Una revelación de tal magnitud pilló desprevenidos al baktus y al gregoch, y hasta a la Fuente de las Tres Bocas, que permaneció muda a pesar de las infinitas posibilidades conversacionales que aquello ofrecía.

Porque la historia de la Gran Dragona Áurea y los doce huevos era una de esas historias que todo el mundo conocía, contaba a sus hijos y utilizaba en las escuelas como texto para hacer dictados.

Tiempo atrás, en los Siglos Remotos de Mundomediano, existió un brujo oscuro cuyo nombre era Gelfin. Aunque llevaba muerto mucho tiempo, su sola mención podía provocar meses de insomnio a quien hubiera oído hablar de él alguna vez. Se decía que para llevar a cabo sus macabros experimentos había utilizado criaturas vivas de todo Fabuland, e incluso había raptado algunos niños para extraerles pelo, piel y algunos órganos vitales. Los resultados de todas esas pruebas habían sido cuidadosamente anotados en un legendario volumen, el Libro Negro, un objeto durante siglos codiciado y perseguido por todos los amantes de lo oculto y las artes malévolas. El libro desapareció cuando los vecinos de la cercana aldea de Port Varese, hartos de tanto hechizo y tanta mutilación, capturaron a Gelfin y lo redujeron a cenizas.

Un día, no hacía mucho tiempo, el libro fue encontrado por el alquimista Kreesor en el sótano de la tenebrosa biblioteca de Efatel, donde Gelfin había fundado una escuela de magia negra. A través de este tratado que contenía más de dos mil conjuros y fórmulas mágicas, Kreesor consiguió el poder necesario para enfrentarse a la apacible y venerable Academia de Magia Blanca a la que hasta ese momento él había pertenecido, desterrando a sus miembros a la colina de Spirnak, más allá del monte Temblor.

Entre las páginas del Libro Negro, Kreesor encontró la profecía que hablaba de la Gran Dragona Áurea, cuyos huevos harían todopoderoso a aquel que lograra poseerlos. Mediante un complicadísimo conjuro que hacía confluir tiempos y espacios diferentes, Kreesor invocó a la Dragona y la encerró en una gigantesca burbuja de energía hipnótica a la espera de que pusiera los doce huevos para poder arrebatárselos. Encerrado con el monstruo en la profunda caverna de Efatel, Kreesor pasó casi dos semanas hasta que los huevos empezaron a salir, amontonándose en la burbuja junto a la Dragona durmiente. Sin embargo, cuando estaba a punto de recibir el duodécimo huevo, su discípulo, el aprendiz Melquíades, entró en la caverna y, al ver a su maestro tan cerca de la enorme natura, creyó que estaba siendo atacado y lanzó un haz de energía que liberó a la Dragona. Ésta, furiosa y con el instinto maternal a flor de escama, emitió una feroz llamarada que destruyó el Libro Negro y desfiguró el rostro de Kreesor. Mientras Melquíades se acercaba a su maestro para auxiliarle, la Gran Dragona Áurea huyó de la caverna llevándose en su interior el duodécimo huevo áureo y todas las esperanzas de Kreesor de convertirse en el nuevo Amo y Señor de Fabuland. Desde entonces, todos los magos hirsutos se dejaban crecer el pelo en señal de respeto hacia la chamuscada cara de su maestro.

—Creía que Kreesor tenía todos los huevos áureos en su cueva de Efatel —comentó Rob tras rememorar tan espeluznante historia.

—Ya no. ¡Guau! Desde que el Libro Negro desapareció para siempre, aquel lugar es mucho más frágil. Según mis últimas informaciones, la Liga de los Cuatro Reinos se ha unido para atacar la fortaleza de Efatel y devolver a los magos blancos su antigua posesión. ¡Guau, guau! Por eso Kreesor ha abandonado su guarida y se ha llevado los huevos a un lugar mucho más seguro e inexpugnable.

—Esto cada vez se pone más divertido —opinó el caño central de la Fuente antes de ser acallado por la feroz mirada de Naj.

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