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Authors: Jorge Magano

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Fabuland (22 page)

Con la mitad de los cañones inservibles, a los hombres de Steamboat les costaba cada vez más afinar sus disparos y las balas pasaban sin rozar el barco. Finalmente, Hawkins se encargó de dar la inevitable noticia.

—Capitán, nos hemos quedado sin munición —en sus ojos se veía la angustia de la derrota, pero aun así se mantenía firme ante su superior.

—Pues echaos al suelo… y rezad.

La maniobra de los tuétanos no se hizo esperar. De forma lenta, el barco giró noventa grados hasta dejar expuesta toda la batería de cañones del lado de estribor.

—¡Atentos! —gritó el capitán Sapo con una sádica sonrisa.

Los cinco hombres a bordo del Eyeon habían dado lo mejor de sí mismos y ahora se enfrentaban a un sangriento fracaso. Todos ellos sabían con agónica certeza que era imposible sobrevivir a un ataque de la magnitud del que se avecinaba. Todos estaban más o menos ilesos, excepto Jimbo Hueso que sangraba por la frente en el lugar donde se le había clavado una astilla y Pepín Slade, que se había roto una muñeca al resbalar en un charco de nata. Minucias. Lo peor estaba por llegar y lo sabían. Sin tiempo para subir y regresar al muelle, Steamboat dio a sus hombres la desesperada orden de abandonar el barco por la vía rápida. Acababa de hacerlo cuando diez destellos aparecieron en el flanco del barco tuétano seguidos de sendas nubes de humo y un enjambre de mortíferos proyectiles que volaron directamente hacia ellos. Hueso y Hawkins lograron tirarse al agua a tiempo, pero los impactos sorprendieron a Slade y a Jenkins en pleno salto, provocando que los fragmentos de casco que volaban por los aires les causaran diversos cortes y heridas. El último en abandonar el barco fue Julius Steamboat, que echaba chispas por los ojos ante la tragedia de perder un navío como aquél. Hizo un gesto de desafío con el puño, gritó una maldición que quedó enmudecida bajo el estruendo de las explosiones y saltó. Un segundo después, el barco se hacía pedazos bajo el fuego de los cañones.

El gobernador de Port Varese fue testigo de la derrota de Steamboat y el hundimiento del ilustre galeón Eyeon que con tanto orgullo habían exhibido en sus muelles desde el fin de la guerra. Desde la momentánea seguridad de su dormitorio vio cómo el barco desaparecía en un remolino de burbujas mientras sus sufridos hombres nadaban a tierra firme.

—Me las pagarás, Kreesor —murmuró con los dientes apretados—. Me las pagarás aunque tenga que ir a buscarte yo mismo a Isla Neblina.

Bajó el catalejo y se volvió hacia la puerta cuando notó que alguien entraba en la habitación. Era uno de sus guardias.

—Señor, buenas noticias. Hemos traído a Jean du Guillaumes.

—Ponedlo a salvo en el sótano —respondió el gobernador sin pizca de alegría. Otro de los guardias entró corriendo en la habitación empujando al primero, que cayó al suelo de boca.

—¡Señor, señor! El capitán del barco tuétano exige hablar con vos y amenaza con destruir la ciudad si no aceptáis.

El gobernador volvió a mirar por el catalejo, como para asegurarse de que la horrible escena que había contemplado hacía sólo un minuto no hubiera sido una alucinación, lo que quedó confirmado cuando vio que en el lugar que antes había ocupado el Eyeon no había más que agua y maderos flotantes, y que la tripulación de los tuétanos reía y saltaba en la cubierta. Antes de bajar el catalejo y enfrentarse con su odioso destino, pudo distinguir también que en el lado más meridional del puerto, justo por detrás del barco tuétano, una barca de remos se adentraba en el mar. Desertores, pensó, pero no pudo darle más importancia. Tenía una desagradable cita en el muelle.

El pequeño bote de remos navegaba pegado al muelle, amparado por las sombras mientras rodeaba el puerto por su lado sur y se ponía a popa del barco tuétano. Naj remaba con ahínco mientras Rob se dedicaba a contemplar el terrible destino del que había sido un formidable galeón. Cuando vio que éste se hundía y que Steamboat y sus hombres saltaban al agua, estuvo tentado de pedirle a Naj que remara hacia ellos para socorrerlos, pero aquellos valientes alcanzaron el muelle a nado y subieron a tierra firme por su propio pie, de manera que no fue necesario.

—¿No te parece raro lo de Haba? —preguntó Naj—. Ese duque la besó y no pasó nada.

—Puede que no sea un duque.

—O puede que Haba no sea quien dice ser.

—¿A qué viene eso? Haba nos ha salvado el pellejo varias veces.

—Vale, ¿pero por qué no se convirtió en la duquesa de las piernas estupendas cuando Steamboat la besó?

—No tengo ni idea. Y si te digo la verdad, ahora mismo eso no me importa —estaban situados justo detrás del barco tuétano y podían ver la horrible popa decorada con un montón de cráneos humanos—. Acércate despacio y coloca la barca en paralelo a su lado de babor.

—¿Adónde?

—A su lado izquierdo. Todos están mirando hacia el muelle, así que nos acercaremos por el lado contrario. De ese modo no nos verán.

Naj obedeció a su amigo sin cuestionar sus órdenes. Sabía que el plan que pretendían llevar a cabo era peligroso, pero por encima de la prudencia podía el deseo de vengarse de aquellos que habían atacado e incendiado Leuret Nogara. Necesitaban saber si el Sabio Silvestre y sus amigos se encontraban bien. El armadillo mensajero que había enviado Rob no había obtenido respuesta; pero en ese momento había que hacer algo mucho más urgente: un buen agujero en el casco de aquel barco.

La sombra de la siniestra embarcación ocultaba el pequeño bote de remos cuando Rob dio el primer hachazo, que apenas se oyó debido al estrépito de gritos y cañonazos que aún resonaba a bordo. La hoja del hacha que Rob había encontrado en Villa Solfa hizo un pequeño tajo en el casco, justo por encima de la línea de flotación, y Rob se apresuró a hacer la abertura más grande aprovechando la oscuridad y el estruendo. En pocos segundos el agua entraría a borbotones y los gritos de euforia de la tripulación pasarían a ser aullidos de alarma.

Concentrado en su destructora tarea, Rob no se dio cuenta de que un marinero tuétano que estaba recostado en la sección de popa había oído los hachazos y se asomaba por la borda. Pero Naj sí lo vio, y a la velocidad del rayo levantó un remo y lo puso justo encima del baktus en el preciso momento en que una flecha salía volando directamente hacia él.

—¿Qué haces? —preguntó el sobresaltado Rob antes de que Naj le mostrara el remo con la flecha clavada.

—Salvarte la vida. ¿Te importa?

El tuétano estaba cargando otra flecha en la ballesta cuando el enorme gregoch se puso de pie y le sacudió con el remo en la cabeza.

—¡Muy agradecido! —respondió Rob aumentando el ritmo de sus hachazos antes de que los demás tuétanos descubrieran el cuerpo de su compañero. En menos de un minuto el Mar de los Cenizos empezó a colarse por el agujero del barco. Era el momento de alejarse de allí. Cuando se hundiera del todo, la succión podía arrastrar el bote al fondo del mar.

Un par de minutos antes, el gobernador escoltado por parte de su guardia personal había llegado al muelle y soportaba como podía las exigencias del capitán Sapo, un personaje sumamente desagradable, con la mitad derecha de la cara cubierta de carne descompuesta y la otra mitad en absoluta calavera.

—Ésas son nuestras condiciones, gobernador —decía desde la cubierta del barco—. Entréganos al prisionero tuétano y a la cerda rastreadora o volaremos tu mansión.

Para dar más énfasis a la amenaza, los cañones del barco apuntaron a la casa situada en lo alto del risco. El gobernador sabía que no tenía elección, pero aunque no le preocupaba lo más mínimo que esos malditos rescataran a su nauseabundo amigo y se largaran de allí, el hecho de entregarles a Oguba le hacía hervir la sangre.

—Vamos, gobernador, no nos hagas perder más tiempo —dijo una voz ronca a sus espaldas—. Entrégame a la cerda —los guardias del gobernador se dieron la vuelta y apuntaron con sus armas a quien acababa de hablar—. No seáis estúpidos y bajad esas armas. Y tú, capitán Sapo! ¡Ya ves que no necesito tu ayuda! ¡Puedo apañármelas solo!

—¡General Bígaro! —gritó el capitán del barco—. Veo que sigues tan escurridizo como siempre. ¿Dónde está la cerda?

—La tienen ellos. Pero van a entregármela ahora o lo pagarán con sus vidas. —Aunque el tuétano iba desarmado la amenaza era real, pues a bordo del barco todos los tripulantes apuntaban con ballestas a los hombres del puerto.

El gobernador miró a sus hombres. Los guardias esperaban una orden para actuar, con las armas dirigidas hacia el general Bígaro. Julius Steamboat y los cuatro valerosos hombres que habían combatido hasta la derrota, estaban ante ellos, empapados y vencidos, pero aún con brillos de desafío en sus miradas. Fue Argos Hawkins, el crítico musical de la Gaceta Varesiana, quien se dio cuenta de que algo había cambiado. Su instinto periodístico le obligaba a fijarse en todos los detalles, por pequeños que fueran, pues sabía que tras la menor anécdota podía esconderse la más fascinante de las historias. En esta ocasión, la historia era que el barco tuétano parecía más bajo que un par de minutos antes, y que la línea del casco no estaba paralela al mar, sino algo inclinada hacia la popa. Por increíble que pareciera, la historia, la gran historia, la fascinante y maravillosa historia, era que el barco tuétano se estaba hundiendo.

Poco a poco la evidencia de lo que ocurría se fue abriendo paso entre la tripulación. Primero se oyó un grito en la parte de la popa. Luego uno de los ballesteros vio a uno de sus hombres inconsciente y dio la voz de alarma, que sonó como un eco en la cubierta y provocó que el capitán Sapo se diera cuenta de la fatalidad que envolvía su nave.

—¡Nos hundimos! —gritó uno de los tuétanos soltando su ballesta, gesto que fue imitado por varios de sus compañeros. Abajo, detrás de las troneras, los hombres a cargo de los cañones abandonaron sus puestos y corrieron a cubierta.

Desde el puerto, el gobernador y sus hombres contemplaron fascinados cómo los tuétanos saltaban uno a uno por la borda mientras su capitán gritaba improperios en los que destacaba la cobardía de sus hombres y otros rasgos poco nobles. El general Bígaro, al comprender que su único medio de abandonar Port Varese se iba a pique, trató de salir corriendo hacia el muelle, pero en su huida se encontró con el negro agujero de la pistola de Julius Steamboat.

—Alto ahí, general. Quedas detenido por orden del gobernador de Port Varese.

Los tuétanos que había en el agua fueron izados al muelle y retenidos por los guardias mientras su capitán seguía insultándolos y maldiciéndolos por su cobardía y su traición. Después, el barco desapareció bajo el agua tragándose al capitán Sapo, que seguía soltando gritos e improperios.

Nadie parecía comprender el porqué de aquel inesperado milagro que había invertido la difícil situación en la que se encontraba Port Varese hacía sólo un momento. Entonces la capacidad observadora de Argos Hawkins volvió a actuar y le mostró un bote de remos que se acercaba lentamente al muelle.

—¡Mirad eso! —gritó, y todos se volvieron hacia la pequeña embarcación.

Gritos de júbilo se alzaron sobre Port Varese cuando comprendieron que el diminuto baktus y el corpulento gregoch habían sido los causantes del hundimiento del barco enemigo, y los vítores aumentaron cuando Sparkot y Larrazo aparecieron de repente y comunicaron al gobernador que el maestro Jean du Guillaumes se encontraba a salvo en la mansión.

—Todo se lo debemos a estos dos héroes —musitó el gobernador embargado por la emoción mientras Rob y Naj caminaban hacia él con una expresión de satisfacción en sus rostros demacrados—. ¡Guardias! ¡Llevaos a esos tuétanos a la prisión! No me importa lo que el fuego haya podido hacer. Sólo aseguraos de que estén bien vigilados. Los demás, seguidme. Hay que preparar la actuación del maestro. Va a ser un buen fin de festival después de todo.

Kevin estaba entusiasmado. Pocas veces había vivido momentos tan eufóricos en Fabuland. Abandonó por un momento la acción para escribir a Chema.

Kevin
dice:

Jajajajajajá. ¡Menuda paliza les hemos dado!

Poder_de_Gregoch
dice:

Para paliza la mía. Aquí son las nueve de la mañana. Verás cuando mis padres se levanten y vean que llevo toda la noche conectado.

Kevin
dice:

No te quejes. Tú puedes dormir en la playa.

Poder_de_Gregoch
dice:

Y tú en tu casa. Venga, ponte el pijama, que yo voy por el bañador. Esta noche más.

Kevin apagó el ordenador y se tumbó sobre la cama. Sí. Esa noche, con un poco de suerte, sería la definitiva.

Capítulo 18

Como acontecimiento excepcional en toda su historia, el Festival de Música Dramática de Port Varese se prolongó durante un día más. Un día en el que se cantó, se bailó, se bebió y los camperos de lemmings de El bogavante silbador se agotaron. El concierto de Jean du Guillaumes fue apoteósico: despertó ovaciones, aplausos y algunas lágrimas. Todos disfrutaron de aquel día de fiesta como nunca antes se recordaba… Todos excepto los tuétanos prisioneros, el capitán Sapo (que había perecido ahogado al negarse a abandonar su nave hundida) y la pequeña Virginia Solfa, que recibió un castigo ejemplar a manos de su padre y fue expulsada de la Escuela de Música.

En cuanto a Rob y Naj, fueron agasajados como los héroes que salvaron Port Varese del desastre. Sin embargo, aunque los dos amigos agradecieron los honores e intentaron participar en los festejos, deseaban que aquello terminara para poder embarcarse cuanto antes rumbo a Isla Neblina. Nada más finalizar el concierto de Jean du Guillaumes, Rob recibió no uno, sino dos armadillos mensajeros. El primero era del Sabio Silvestre, quien le comunicaba que estaba vivo y a salvo, pero que la ciudad había sido pasto de las llamas y que los tuétanos habían raptado a Imi, el perrito lingüista. Esto enfureció a Rob. Ahora más que nunca estaba decidido a ir hasta Isla Neblina para dar a Kreesor y su corrupta Hermandad de Magos Hirsutos una lección que nunca olvidarían. Sin embargo toda su rabia se disipó cuando abrió el tubo del segundo armadillo y leyó el mensaje.

Remitente
: Princesa Sidior Bam

Destinatario
: Rob McBride

Asunto
: No sé si…

Hola, Rob McBride. Me dirijo a ti de nuevo pues eres el único contacto vivo que tengo con el exterior aparte de mi padre y mis guardianes. No me andaré con rodeos. Estoy desesperada. Sé que es cuestión de tiempo que mis ansias de libertad ganen la partida a mis ganas de vivir y ponga fin a este sufrimiento. Saber que en este mundo existen héroes como tú me hace albergar la esperanza de que también los haya en el otro, y es eso, y nada más, lo que me mantiene aferrada a la vida. Tal vez esté loca. No sé por qué hago esto, pero es la desesperación lo que me empuja a enviarte este mensaje.

»Mi padre llega. Debo dejarte. Pido disculpas por mi torpeza y espero no haberte importunado, pero el simple hecho de poder comunicarme con alguien me proporciona cierto alivio. Que tus aventuras sean propicias.

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