Authors: Brandon Mull
Kendra se acercó distraídamente a un telescopio que había junto a una ventana. Observó por la mirilla, colocó el telescopio de manera que pudiese mirar a través del cristal de una ventana y se puso a ajustar los mandos de enfoque. Consiguió enfocar la imagen con más nitidez, pero no logró que se viera del todo bien.
Dejó de mover los mandos y observó la ventana. Los cristales estaban hechos de vidrio irregular, como los de la parte delantera de la casa. Las imágenes llegaban distorsionadas antes de pasar por el telescopio.
Descorrió un pestillo y empujó la ventana para abrirla. Desde allí se dominaba el bosque que quedaba al este de la casa, iluminado por las tonalidades doradas de la puesta de sol. Kendra acercó el telescopio a la ventana, se entretuvo un poco más en ajustar el enfoque y consiguió ver con toda nitidez las hojas de los árboles de allá abajo.
—Déjame ver —le pidió Seth, que se había puesto a su lado.
—Antes recoge todos esos juguetes.
Junto al baúl abierto había un revoltijo de juguetes.
—El abuelo ha dicho que aquí dentro podemos hacer lo que nos dé la gana.
—Sin convertirlo en un desastre. Ya estás poniéndolo todo patas arriba.
—Estoy jugando. Esto es un cuarto de juegos.
—¿No te acuerdas de que mamá y papá nos dijeron que teníamos que recoger nosotros solitos nuestras cosas?
—¿No te acuerdas de que mamá y papá no están aquí?
—Se lo diré.
—¿Cómo? ¿Les vas a poner una notita en una botella? Para cuando regresen, ni siquiera te acordarás.
Kendra se fijó en que había un calendario en la pared. —Lo anotaré en el calendario.
—Vale. Y mientras yo echaré un vistazo con el telescopio.
—Esto es lo único de toda la habitación que estaba usando yo. ¿Por qué no te buscas otra cosa?
—No me había fijado en el telescopio. ¿Por qué no lo compartes? ¿No nos dicen también mamá y papá que compartamos las cosas?
—De acuerdo —respondió Kendra—. Todo tuyo. Pero voy a cerrar la ventana. Están entrando bichos. —Lo que tú digas. Kendra cerró la ventana.
Seth miró por la mirilla y se puso a mover los mandos de enfoque. Kendra contempló detenidamente el calendario. Era de 1953. Cada mes iba acompañado de una ilustración de un palacio de cuento de hadas.
Pasó las hojas hasta dar con la de junio. Hoy era n de junio. Los días de la semana no coincidían con los actuales, pero igualmente pudo contar los que faltaban hasta que volviesen sus padres. Estarían de vuelta el 28 de junio.
—Este cacharro ni siquiera enfoca bien —se quejó Seth.
Kendra sonrió.
A la mañana siguiente, Kendra se sentó a la mesa del desayuno justo enfrente de su abuelo. Encima de él, el reloj de madera de la pared marcaba las 8.43. Por el rabillo del ojo percibía un reflejo de luz que se movía. Seth estaba usando el cuchillo de untar la mantequilla para reflejar los rayos del sol. Kendra se encontraba demasiado lejos de la ventana como para tomar represalias.
—A nadie le gusta que el sol le dé en los ojos, Seth —dijo el abuelo.
Seth paró.
—¿Y Dale? —preguntó.
—Dale y yo nos levantamos hace ya unas horas. Está fuera, trabajando. Yo he venido sólo para haceros un poco de compañía en vuestra primera mañana en la casa.
Lena colocó un cuenco delante de Seth y otro delante de Kendra.
—¿Qué es esto? —preguntó Seth.
—Crema de trigo —respondió Lena.
—Se adhiere a las costillas —añadió el abuelo.
Seth probó la crema de trigo con su cuchara.
—¿Qué lleva? ¿Sangre?
—Bayas del jardín y confitura casera de frambuesa —explicó Lena, al tiempo que dejaba sobre la mesa una fuente con tostadas, mantequilla, una jarra de leche, un cuenco con azúcar y otro con mermelada.
Kendra probó la crema de trigo. Estaba deliciosa. Las bayas y la confitura de frambuesa le daban el toque perfecto de dulzor.
—¡Pero qué bueno! —exclamó Seth—. Y pensar que papá está comiendo caracoles...
—Chicos, recordad las normas relativas al bosque —insistió el abuelo.
—Y no meternos en el granero —observó Kendra.
—Buena chica. Detrás hay una piscina, que hemos preparado para vosotros: con su adecuado equilibrio químico y todo lo demás. Podéis explorar los jardines. Y siempre podéis subir a jugar a vuestra habitación. No tenéis más que respetar las normas y nos llevaremos bien.
—¿Cuándo vuelve la abuela? —preguntó Kendra.
El abuelo bajó la vista a sus manos.
—Eso dependerá de tía Edna. Podría ser la semana próxima. Podría ser dentro de un par de meses.
—Me alegro de que la abuela se recuperara de su enfermedad —comentó Kendra.
—¿Qué enfermedad?
—La que le impidió ir al funeral.
—Ah, sí. Bueno, seguía aún un poco floja cuando partió hacia Misuri.
El abuelo se comportaba de una manera un tanto peculiar. Kendra se preguntó si le costaba tratar con niños.
—Me da pena no haber llegado a tiempo de verla —continuó Kendra.
—A ella también. En fin, será mejor que me marche ya. —No había probado bocado. Echó la silla hacia atrás, se levantó y se apartó de la mesa mientras se frotaba las palmas de las manos en los vaqueros—. Si vais a la piscina, no os olvidéis de poneros protección solar. Os veré más tarde, chicos.
—¿En la comida? —preguntó Seth.
—Más bien a la hora de la cena. Lena os ayudará con cualquier cosa que necesitéis. Y se marchó.
Enfundada en su bañador y con una toalla echada al hombro, Kendra salió por la puerta al porche trasero. Llevaba un espejo de mano que había encontrado en la mesilla de noche que había junto a su cama. Tenía el mango de madreperla con incrustaciones de diamantes falsos. El día estaba un tanto húmedo, pero la temperatura resultaba agradable.
Se acercó a la baranda del porche y contempló el jardín trasero, muy bien cuidado y perfectamente podado, con sus senderos de piedras blancas serpenteando entre los arriates de flores, los setos, los huertecillos, los árboles frutales y las plantas en flor. Los tallos entrelazados de las parras cubrían con sus rizos celosías colgadas. Todas las plantas parecían hallarse en plena floración. Kendra no había visto nunca flores así de radiantes.
Seth estaba bañándose ya. La piscina tenía el fondo negro y estaba rodeada de piedras para darle el aspecto de un estanque. Kendra bajó rápidamente los escalones y tomó un sendero en dirección a la piscina.
El jardín rebosaba vida. Había colibríes que pasaban como flechas entre la vegetación, con las alas casi invisibles mientras revoloteaban suspendidos en el aire. Abejorros gigantes de panzas peludas zumbaban de flor en flor. Una asombrosa variedad de mariposas aleteaba por el lugar con sus alas de papel de seda.
Kendra pasó por delante de una fuentecilla seca con forma de rana. Y se detuvo al ver que una gran mariposa se posaba en el borde de un bebedero de pájaros vacío. Tenía unas alas enormes de color azul, negro y violeta. Nunca había visto una mariposa de colores tan vivos. Por supuesto, era la primera vez que pisaba un jardín de semejante categoría. La casa no era exactamente una mansión, pero la finca era digna de un rey. No era de extrañar que el abuelo Sorenson tuviera tantas cosas que hacer.
El sendero llevó directamente a Kendra ante la piscina. La zona de la orilla estaba pavimentada con divertidas losas multicolores. Había varias tumbonas y una mesa redonda con una gran sombrilla.
Seth saltó a la piscina desde una piedra que sobresalía y se zambulló con las piernas recogidas, salpicando a lo grande. Kendra dejó la toalla y el espejo encima de la mesa y cogió un bote de protección solar. Se untó de crema blanca la cara, los brazos y las piernas, hasta que su piel la absorbió.
Mientras Seth buceaba, Kendra cogió el espejo. Inclinó la parte reflectante de modo que reflejase la luz del sol en el agua. Cuando Seth sacó la cabeza, Kendra se aseguró de que el manchón brillante de luz solar le diese de lleno en la cara.
—¡Eh! —gritó él, que se apartó a brazadas.
Pero ella mantuvo el destello del espejo en su nuca.
Seth se agarró al borde de la piscina y se volvió para mirarla de nuevo; levantó una mano y guiñó los ojos para protegerse de la luz. Tuvo que apartar la mirada.
Kendra se echó a reír.
—Corta ya —dijo Seth.
—¿No te gusta?
—Que lo dejes. No volveré a hacerlo. Ya me ha abroncado el abuelo.
Kendra dejó el espejo en la mesa.
—Este espejo es mucho más brillante que un cuchillo de untar mantequilla —dijo—. Apuesto a que ha causado ya un daño irreparable en tus retinas.
—Espero que sí, así te reclamaré ante los tribunales daños por un billón de dólares.
—Buena suerte. Debo de tener unos cien en el banco. Podría llegarte para comprar un par de parches para ojos.
Seth nadó enojado en dirección a ella y Kendra se acercó al borde de la piscina. Y cuando él empezó a encaramarse, para salir, ella le empujó al agua otra vez. Le sacaba casi una cabeza y normalmente podía con él si empezaban a pelearse, pero si acababan luchando él sabía escabullirse hábilmente.
Seth cambió de táctica y empezó a salpicarla, empujando la mano rápidamente contra la superficie del agua. El agua estaba fría y, al principio, Kendra se encogió, pero entonces se tiró a la piscina saltando por encima de la cabeza de Seth. Tras el impacto inicial, enseguida se acostumbró a la temperatura y se alejó de su hermano en dirección a la parte menos honda.
El fue a por ella, y acabaron enzarzándose en un combate a ver quién salpicaba más al otro. Con las manos entrelazadas, Seth dibujó amplios círculos con los brazos, rozando con fuerza la superficie del agua. Kendra empujaba el agua con ambas manos, batiéndola de tal modo que no salpicaba tanto como él, pero sí de forma más dirigida. Pronto se cansaron. No resultaba fácil ganar un combate acuático cuando ambos contrincantes estaban ya calados.
—Echemos una carrera —propuso Kendra cuando empezaron a salpicarse menos.
Echaron varias carreras en la piscina. Primero nadaron en estilo crol, luego de espaldas, luego braza y al final de costado. Después de eso se inventaron impedimentos, como nadar sin utilizar los brazos, o hacer anchos saltando a la pata coja por la parte menos honda. Solía ganar Kendra, pero Seth era más veloz en espalda y en algunas de las carreras con impedimentos.
Cuando Kendra se aburrió de jugar, salió de la piscina. Se dirigió a la mesa para coger la toalla y se frotó con ella la larga melena, disfrutando de la textura gomosa del cabello, dividido en mechones compactos por efecto de la humedad.
Seth se subió a lo alto de una roca que había cerca de la parte más profunda.
—¡Mira este abrelatas!
Saltó con una pierna estirada y la otra recogida.
—Bien hecho —dijo Kendra para apaciguarlo cuando sacó la cabeza del agua.
Entonces dirigió la vista hacia la mesa y se quedó petrificada. Colibríes, abejorros y mariposas revoloteaban en el aire por encima del espejo de mano. Otras cuantas mariposas y un par de enormes libélulas se habían posado directamente en la faz del espejo.
—¡Seth, ven a ver esto! —le llamó Kendra, susurrando con todas sus fuerzas.
—¿El qué? —Tú ven.
Seth salió de la piscina y fue hasta Kendra pisando sin hacer ruido y con los brazos cruzados. Se quedó mirando la nube palpitante que daba vueltas encima del espejo.
—¿Qué hacen?
—No lo sé —respondió ella—. ¿A los insectos les gustan los espejos?
—A éstos sí.
—Mira esa mariposa roja y blanca. Es enorme. —Igual que esa libélula —indicó Seth.
—Ojalá tuviera una cámara de fotos. Te reto a que cojas el espejo.
Seth se encogió de hombros. —Vale.
Trotó hasta la mesa, agarró el espejo por el mango, se fue corriendo hacia la piscina y se zambulló. Algunos insectos se dispersaron al momento. La mayoría voló en la dirección que había tomado Seth, pero se dispersaron también antes de alcanzar la piscina.
Seth emergió del agua.
—¿Tengo alguna abeja?
—Saca el espejo del agua. ¡Lo vas a estropear!
—Cálmate, está bien —dijo él mientras nadaba hacia el borde.
—Dámelo. —Kendra le quitó el espejo de la mano y lo secó con su toalla. Parecía intacto—. Hagamos un experimento.
Kendra colocó el espejo boca arriba en una silla de asiento reclinable y se apartó.
—¿Crees que volverán?
—Ahora lo veremos.
Kendra y Seth se sentaron a la mesa, no lejos de la silla. Pasado menos de un minuto llegó volando un colibrí y se quedó suspendido por encima del espejo. Al poco se le unieron unas cuantas mariposas. Un abejorro se posó sobre el cristal. En cuestión de minutos se había formado otro enjambre de pequeñas criaturas aladas encima del espejo.
—Ve a darle la vuelta —dijo Kendra—. Quiero ver si lo que les atrae es el espejo en sí o el reflejo.
Seth fue a cuatro patas hasta el espejo. Los animalillos no parecieron percatarse de su llegada. Alargó el brazo lentamente, dio la vuelta al espejo y a continuación se retiró a la mesa.
Las mariposas y las abejas que se habían posado en el espejo alzaron el vuelo cuando Seth le dio la vuelta, pero sólo unas pocas de aquellas criaturas aladas se marcharon volando. La mayor parte del enjambre se quedó revoloteando cerca. Un par de mariposas y una libélula se posaron en la silla misma, junto al filo del espejo. Al alzar el vuelo, volcaron el espejo y a punto estuvieron de tirarlo de la silla.
Con la superficie reflectora de nuevo visible, el enjambre se agolpó encima. Varias de las criaturas se posaron en ella.
—¿Has visto eso? —preguntó Kendra.
—Qué cosa tan rara —comentó Seth.
—¿Cómo han podido tener la fuerza suficiente para levantarlo?
—Eran varias a la vez. ¿Quieres que le dé la vuelta otra vez? —No, me da miedo que se caiga y se haga pedazos. —De acuerdo. —Se puso la toalla al cuello—. Voy a cambiarme de ropa.
—¿Te importa llevarte el espejo?
—Bueno, pero me largo pitando. No me apetece nada que me piquen.
Seth se acercó lentamente al espejo, lo cogió de la silla y echó a correr por el jardín en dirección a la casa. Parte del enjambre le persiguió perezosamente y a continuación se dispersó.
Kendra se envolvió la cintura con la toalla, cogió la crema protectora que Seth se había dejado y se encaminó en dirección a la casa.