Read Excesión Online

Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Excesión (48 page)

Suponía que las actuales no eran las circunstancias más apropiadas. Las circunstancias apropiadas incluirían que se encontraran en un lugar extremadamente civilizado, rodeados de montones de gente, donde estuvieran pasando cosas en todo momento y hubiera muchas diversiones y oportunidades para elegir dónde y cuándo conocerse, no atrapados –Dios, y solo llevaban dos días allí, pero parecía casi un mes– en un pequeño módulo en mitad de una guerra sin saber adónde se suponía que tenían que ir y con todos sus planes frustrados. Probablemente tampoco ayudara el hecho de que, según parecía, ella también estuviera prisionera.

–¿Y quién era la primera chica? –le preguntó–. La que estaba en la puerta del templo de los Sublimadores.

–Probablemente alguien de CE –refunfuñó Ulver Seich. Fulminó al dron con la mirada. Los dos humanos volvían a estar en los mismos asientos que la primera vez. El suelo de la zona del camarote, a su espalda, podía modelarse para producir diversas combinaciones de asientos, sofás, mesas y cosas así, pero de vez en cuando preferían sentarse en los asientos delanteros y mirar la pantalla y las estrellas. El dron Churt Lyne permaneció sentado en el suelo del camarote, aparentemente sin advertir la furiosa mirada de la chica. Parecía ser inmune a sus miradas. Por alguna razón, a él se le permitía ignorarla.

Genar-Hofoen se reclinó en el asiento. En la pantalla, las estrellas parecían las mismas que hacía pocos minutos. El módulo no estaba dirigiéndose a ningún lugar concreto. Solo estaba apartándose de Grada por uno de los muchos pasillos aéreos aprobados por el control de tráfico del Orbital, libre de naves de guerra y/o alarmas o restricciones. La chica y el dron no le habían permitido ponerse en contacto con Grada ni con ningún otro sitio. Ellos estaban en contacto con alguien que hablaba como una Mente y con quien se comunicaban por medio de mensajes escritos en pantalla, que a él no se le permitía ver. En una o dos ocasiones, la chica y el dron se habían quedado en silencio e inmóviles, sin duda hablando a través del comunicador de este y la randa neural de aquella.

En teoría, a partir de un determinado momento podría haberles arrebatado por la fuerza el control del módulo, pero en la práctica habría sido perder el tiempo. El módulo tenía sus propios sistemas semi-inteligentes, que ni podía controlar ni hubiera podido persuadir aun en el caso de que la chica y el dron le hubieran permitido intentarlo, y, aparte de todo, ¿dónde iba a ir? Grada quedaba ya muy lejos, no tenía ni idea de dónde se encontraban la
Zona gris o
la
Servicio durmiente,
y sospechaba que nadie, aparte de las dos naves, lo sabía. Asumió que CE lo estaría buscando. Más valía dejarse encontrar.

Además, cuando por fin lo habían soltado de la silla en la que había estado maniatado antes de recobrar el conocimiento, el dron le había enseñado un misil cuchillo que llevaba en su interior, viejo pero todavía brillante y de aspecto peligroso, y le había provocado una fugaz pero desagradable picazón en el dedo meñique que, según le había asegurado, era la milésima parte del dolor que su efector podía causar si intentaba alguna estupidez. Él le había jurado a la máquina que no tenía alma de guerrero y que cualquier habilidad marcial que hubiese podido poseer de nacimiento se había atrofiado por completo como consecuencia de un hipertrofiado instinto de supervivencia.

Así que les había dejado seguir con sus comunicaciones silenciosas. De hecho, para él habían supuesto un cambio agradable. En cualquier caso, fuera lo que fuese lo que descubrieron con ellas, no pareció hacerles terriblemente felices. La chica, en concreto, pareció enfadarse. Daba la impresión de sentirse engañada, de haber descubierto que la habían engañado. Puede que por eso estuviera diciéndole cosas que en otras circunstancias no le habría dicho. Trató de encajar lo que acababa de revelarle sobre Circunstancias Especiales con lo que le había contado hasta el momento.

El esfuerzo hizo que le doliera la cabeza. Se había dado un golpe al caer de la trampa, en Ciudad Nocturna. Aún estaba tratando de comprender lo que había pasado allí.

–¿Pero no habéis dicho que trabajabais para CE? –preguntó. No pudo contenerse. Sabía que la haría enfadar, pero seguía confundido.

–Lo que he dicho –siseó ella con los dientes apretados– es que
creía
que estaba trabajando para CE. –Apartó la vista, suspiró pesadamente y volvió a mirarlo–. Puede que lo esté haciendo, puede que lo estuviera haciendo en aquel momento, puede que haya varias CE diferentes, puede que sea algo completamente diferente.
No lo sé.
¿Es que no lo comprendes?

–¿Y quién te envió? –preguntó Genar-Hofoen, cruzando los brazos. La chaqueta de propiel le rozaba el torso y la sensación no era del todo agradable, pero la bio-unidad del módulo estaba lavándole la camisa. Su ropa seguía teniendo buen aspecto, pensó. La chica no se había quitado el traje espacial enjoyado (aunque había utilizado el baño del módulo, en lugar de las unidades de higiene incorporadas del equipo). A cada hora que pasaba se parecía un poco menos a Dajeil Gelian, y su rostro se volvía más joven, fino y hermoso. Era una transformación que resultaba fascinante de contemplar y si las circunstancias hubieran sido otras, estaría muriéndose de ganas de comprobar si existía alguna especie de atracción mutua... pero las circunstancias eran las que eran y en aquel momento lo último que quería era causarle a la chica la impresión de que estaba acosándola.

–Ya te he dicho quién me envió –respondió ella con voz fría–. Una Mente. Con la ayuda... bueno, ahora parece más bien la connivencia, en realidad –dijo con una sonrisa falsa–, de la Mente de mi mundo natal. –Aspiró profundamente y a continuación apretó los labios, formando la línea más recta que su carnosidad permitía–. Si hasta tenía mi propia nave, por Dios –dijo con amargura, contemplando las estrellas en la pantalla–. ¿Te extraña que pensara que era cosa de CE?

Desvió la mirada hacia el silencioso dron y luego volvió a mirar a Genar-Hofoen.

»Ahora nos dicen que nuestra nave se ha largado y que tenemos que quedarnos donde estamos. Y los problemas que tuvimos para sacarte de Grada... –sacudió la cabeza– a mí me suenan a CE... No es que yo sepa mucho del tema, pero es lo que piensa la máquina –dijo, sacudiendo la cabeza de nuevo en dirección al dron. Lo miró de arriba abajo–. Ojalá te hubiésemos dejado allí.

–Lo mismo pienso yo –respondió Genar-Hofoen, tratando de parecer razonable.

La chica había llegado a Grada pocos días antes que él, se había puesto a buscarlo y, a pesar de contar con un cheque en blanco, no había podido encontrarlo de la manera sencilla, preguntando. De ahí el asunto del pesadosasuro. Lo que tenía sentido si no era Circunstancias Especiales quien la había enviado, pues él sabía que la sección había estado buscándolo por otros medios. ¿Y para qué iban a tratar de secuestrarlo? Y sin embargo, aparentemente, la chica tenía su propia nave, y alguien le había dado la información que le había permitido llegar a Grada antes que él. Información que, naturalmente, Circunstancias Especiales hubiera restringido a un pequeño grupo de Mentes de confianza. Desconcertante.

–Y –dijo ella–, ¿qué se suponía que tenías que hacer después de marcharte de Grada? ¿O es que solo se trataba de un intento bastante patético de reclamar tu juventud perdida tratando de seducir mujeres parecidas a un antiguo amor durante toda la misión?

Genar-Hofoen esbozó la sonrisa más tolerante que pudo.

–Lo siento –dijo–. No puedo contártelo.

Ulver entrecerró los ojos un poco más.

–¿Sabes? –dijo–. Podrían pedirnos que te arrojáramos por la borda.

Genar-Hofoen se reclinó en el asiento, con expresión sorprendida y dolida. Pero un pequeño escalofrío de miedo real se dejó sentir en sus entrañas.

–Y lo harías, ¿verdad? –preguntó.

Ella volvió a mirar las estrellas, con las cejas muy juntas y una mueca de fastidio en el rostro.

–No –admitió–. Pero me agrada pensar en ello.

Permanecieron en silencio durante un rato. Genar-Hofoen oía la respiración de la chica, pero todos sus esfuerzos por detectar alguna señal de movimiento en el pecho atractivamente esculpido de su traje estaban siendo infructuosos. De repente, lo sorprendió golpeando con la bota enjoyada la alfombra del suelo.


¿Qué
se suponía que estabas haciendo? –exigió con voz furiosa mientras se volvía hacia él–. ¿Para qué te querían? Joder, ya te he dicho por qué estaba yo allí. Vamos.
Dímelo.

–Lo siento –suspiró. La chica estaba empezando a ponerse colorada de rabia otra vez. Oh, no, ahí vamos, pensó. Es la hora del tantra.

Entonces, con un movimiento brusco, el dron se alzó en el aire tras ellos y una luz se encendió en los extremos de la pantalla del módulo.

–Ah de la casa –dijo un profundo vozarrón a su alrededor, por todas partes.

VII

[punto estrecho intermitente, M32, tra. ©4.28.883.4700]

º º GSV
Impaciencia por la llegada de un nuevo amante

ª ª VSL
Solo llamadas serias

ºº

Lamento informarte de que he cambiado de opinión sobre la mal llamada conspiración referente a la Excesión de Esperi y la Afrenta. He llegado a la conclusión de que, aunque es posible que se hayan producido irregularidades éticas y jurisdiccionales, han sido de naturaleza oportunista y no conspirativa. Además de ello, soy, como siempre he sido, de la opinión de que los límites de la moral normal deben de ser nuestras directrices, no nuestros maestros.

Inevitablemente, hay ocasiones en que –si se me permite que las caracterice así– las consideraciones
civiles
deben aparcarse (y, en realidad, ¿no es esto lo que implica el término mismo de Circunstancias Especiales?) para facilitar aquellas acciones que, por muy desagradables y penosas que puedan resultar por sí solas, puedan conducir a un estado estratégicamente deseable o a un desenlace al que ninguna persona racional se atrevería a poner reparos.

Reside en mi interior la profunda convicción de que la situación relativa a la Afrenta es de esta naturaleza altamente especializada e infrecuente y que por tanto es merecedora de las medidas y políticas empleadas ahora mismo por las Mentes que habíamos temido estuvieran implicadas en alguna conspiración de gran calado.

Te pido que hables con nuestros amigos de la Pandilla de Tiempos Interesantes de los que –injustificadamente, pienso ahora– has desconfiado, con vistas a facilitar un acuerdo que permitirá a todas las partes implicadas trabajar juntas para alcanzar un desenlace satisfactorio tanto para este lamentable e innecesario malentendido como para el conflicto iniciado por la Afrenta.

Por mi parte, tengo la intención de desaparecer por algún tiempo, con efectos inmediatos desde el final de esta señal. Ya no estaré en posición de responder. No obstante, puedes dejar tus mensajes para mí a los Consejos Independientes de Retirada (ex-sección de la Cultura), y te garantizo que serán revisados cada cien días (más o menos).

Te deseo lo mejor y confío en que mi decisión contribuya a precipitar una reconciliación que deseo de todo corazón.

[punto estrecho intermitente, M32, tra. @n4.28.883.6723]

º º VSL
Solo llamadas serias

ª ª Excéntrica
Liquídalos más tarde

ºº

Carne. Echa un vistazo a la basura que me ha enviado
IPLLDUNA
(señal adjunta). Casi espero que haya sido invadida por alguien. Si esto es lo que piensa de verdad, me sentiré aún peor.

ªª

Oh, querida. Ahora las dos estamos realmente amenazadas. Me dirijo a la Base de la Flota Homomdana en Ara. Sugiero que también tú pidas asilo. Como precaución, voy a distribuir copias cerradas de todas las señales referentes a nuestras investigaciones entre varias Mentes de confianza, con instrucciones para que las abran solo en caso de mi fallecimiento. Te pido que hagas lo mismo. Nuestra única alternativa es hacerlo público y no estoy convencida de que tengamos pruebas suficientes de naturaleza no-circunstancial.

ºº

Qué detestable es todo esto. Tener que huir de los nuestros, de nuestras Mentes hermanas... Carne, estoy asqueado. Me dirijo aun bonito Orbital solar (DiaGlif adjunto). También he confiado todos los hechos del caso a algunos amigos, Mentes especializadas en archivística y los servicios de noticias más fiables (estoy de acuerdo en que todavía no podemos difundir nuestras sospechas; probablemente nunca haya un momento idóneo para algo como esto, pero aunque lo hubiera, la guerra ha eliminado la relevancia del caso), así como a la
Servicio durmiente
, en lo que se ha convertido en mi intento diario de comunicarme con ella. ¿Quién sabe? Puede que se presente otra oportunidad cuando se haya posado el polvo alrededor de la Excesión... si es que lo hace alguna vez. Si es que queda alguien para verlo.

Oh, bueno, ya no es asunto nuestro.

Como suele decirse, que tengas suerte.

VIII

El avatar Amorphia movió una de sus catapultas un octógono, frente a la torre principal de la mujer. El retumbar y chirriar de las ruedas de madera sólida sobre unos ejes igualmente sólidos, y el crujido de los palos y planchas de madera atados entre sí llenó la estancia. El tablero-cubo despidió un suave y curioso olor que recordaba a la madera.

Dajeil Gelian estaba sentada en su silla fabulosamente esculpida, acariciándose el vientre de forma ausente con una mano y con la otra en la boca. Se chupaba un dedo con el ceño fruncido en un gesto de concentración. Amorphia y ella se encontraban en la habitación principal de sus nuevos aposentos, a bordo de la UGC
Perspectiva amarga
, que había sido objeto de una reestructuración completa para recrear a la perfección la disposición de la torre en la que había vivido casi cuarenta años. En la gran habitación redondeada, coronada por su cúpula transparente, resonaba –entre los efectos de sonido producidos por el tablero-cubo– el ruido de la lluvia. Las pantallas circundantes mostraban grabaciones de las criaturas que Dajeil había estudiado y entre las que había nadado y flotado durante la mayor parte de aquellas cuatro décadas. A su alrededor se encontraban todas las curiosidades y recuerdos que poseía la mujer, ordenadas igual que en la torre al pie de su solitario mar. En la amplia chimenea crepitaba un fuego exuberante.

Dajeil lo pensó un momento, y entonces cogió un cabaleriano y, entre el ruido atronador de los cascos y el olor a sudor, lo desplazó por el tablero. Se detuvo junto a un tren de suministros que solo defendían unos pocos irregulares.

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