Sus pensamientos volvieron a la mujer. Dajeil Gelian, quien en cierto sentido había sido la causa, la semilla de todo aquello, y la persona a la que había buscado, la única alma –dormida o despierta– a la que había estado decidida a ofrecer asilo cuando había renunciado a la normalidad de la Cultura. Ahora el asilo estaba en peligro y también la mujer tendría que desembarcar junto con el resto de descarriados y vagabundos y muertos vivientes. Una promesa cumplida daba paso a una promesa rota, como si durante toda su vida no hubiera experimentado ya bastante de eso. No obstante, la nave enmendaría la situación y por esa razón estaba haciendo y –hasta el momento, al menos– cumpliendo otras muchas promesas. Tendría que bastar con eso.
Movimiento en la inmóvil escena: Amorphia dirigió su atención al lugar y vio que el pájaro negro, Gravious, cruzaba el campo batiendo las alas. Más movimiento. Amorphia se encaminó allí, sorteando la carga de la caballería y los cuerpos de los caídos, entre un par de surtidores de tierra de aspecto convincente, levantados por dos balas de cañón al hacer blanco y sobre un pequeño arroyo que bajaba crecido de sangre, hasta llegar a otra zona del campo de batalla, donde un equipo de tres drones estaba reviviendo a un humano.
Eso no era lo habitual. Normalmente la gente prefería despertar en su casa, y en presencia de sus amigos, pero durante las dos últimas décadas –a medida que el cuadro iba volviéndose más impresionante– cada vez más gente había pedido que la devolvieran a la vida allí, en mitad de todo.
Amorphia se sentó en cuclillas junto a la mujer que, con la camisa perforada por agujeros de bala y teñida de rojo, estaba tendida en el suelo como un soldado moribundo. Estaba de espaldas, parpadeando bajo la luz del sol, atendida por máquinas. Le habían quitado la parte del traje que cubría la cabeza, una máscara de goma que se encontraba en la hierba, junto a ella. Tenía el rostro muy pálido y lleno de manchas. Era una anciana pero su cabeza rasurada le proporcionaba una curiosa semejanza con la desnudez de la infancia.
–¿Hola? –dijo Amorphia, mientras le cogía una de las manos y empezaba a quitarle con delicadeza esa parte del traje, dándole la vuelta como si fuera un guante ajustado.
–Uoa –dijo la mujer, tragando saliva y con los ojos acuosos.
Sikleyr-Najasa Croepise Ince Stahal da Mapin, Almacenada treinta y un años antes a la edad de trescientos ochenta y seis. Criterios de resurrección: tras la aclamación del siguiente Mesías electo en el planeta Ischeis. Había sido una erudita de la religión principal del planeta y quería estar presente en la Ascensión del siguiente Salvador, un acontecimiento que no se esperaba antes de otros doscientos años.
Encogió el gesto y tosió.
–¿Cómo...? –empezó a decir, y volvió a toser.
–Solo han sido treinta y un años estándar –le dijo Amorphia.
Los ojos de la mujer se abrieron como platos y a continuación se dibujó una sonrisa en su rostro.
–Qué rápido –dijo.
Se recobró rápidamente para la edad que tenía. En pocos minutos estuvo en condiciones de ponerse en pie, con ayuda, y –cogiendo a Amorphia del brazo y seguida por los tres drones– cruzó el campo de batalla en dirección al extremo más próximo de la meseta.
Se detuvieron en la pequeña loma, la Colina 4, en la que Amorphia había estado antes. De una manera distante pero imposible de ignorar, Amorphia era consciente del hueco que el despertar de la mujer había dejado en la escena. Normalmente lo hubieran llenado en menos de un día con otro Almacenado en la misma posición, pero ya no les quedaba ninguno. El hueco causado por la mujer permanecería allí a menos que la nave sacara a alguien de alguno de los otros cuadros para llenarlo. La mujer pasó algún tiempo mirando a su alrededor y entonces sacudió la cabeza.
Amorphia podía imaginar lo que estaba pensando.
–Es una visión terrible –dijo–. Pero fue la última gran batalla terrestre que se libró en Slephier Primero. En realidad, el que la última batalla significativa de una civilización tenga lugar a tan bajo nivel tecnológico es un gran logro para una especie humanoide.
La mujer se volvió hacia Amorphia.
–Lo sé –dijo–. Solo estaba pensando lo impresionante que es. Deben de sentirse orgullosos.
La nave exploradora
La paz trae plenitud,
navío del Clan de los Observadores de Estrellas, de la Quinta Flota del Elenco Zetético, había estado investigando una zona mal explorada del Remolino Foliar Superior siguiendo un patrón aleatorio de búsqueda. Había salido del hábitat de Grada en n4.28.725.500, junto con otras siete naves de los Observadores de Estrellas. Se habían dispersado como semillas por las profundidades del Remolino y al despedirse habían sido muy conscientes de que tal vez no volvieran a verse nunca.
Había trascurrido un mes sin que la nave encontrara nada especial; apenas unos pocos desechos interestelares sin cartografiar, cuya presencia anotó sin demasiado interés, y nada más. En una ocasión, una señal –probablemente una resonancia en el tejido del espacio-tiempo, tras ella– les había hecho creer que podía haber una nave siguiéndola, pero no era insólito que otras civilizaciones siguieran a las naves del Elenco Zetético.
En el pasado, el Elenco había formado parte de la Cultura. Se habían separado hacía mil quinientos años, cuando los pocos hábitats y los numerosos drones, Rocas y humanos implicados habían optado por seguir una línea ligeramente diferente a la que predominaba en el seno de la Cultura. La Cultura aspiraba a permanecer más o menos inmutable y cambiar, al menos en cierta medida, a las civilizaciones menores que descubría, al mismo tiempo que ejercía como intermediario honesto entre los Implicados: las sociedades más desarrolladas que desempeñaban el papel de participantes en el gran juego de las civilizaciones galácticas.
El Elenco quería modificarse a sí mismo, no a los demás. No investigaba lo desconocido para cambiarlo sino para ser cambiado por ello. El ideal del Elenco era que un miembro de una sociedad más estable –la propia Cultura era un ejemplo perfecto– pudiera topar con el mismo elenquista –Roca, nave, dron o humano– en sucesivas ocasiones sin encontrarse dos veces con la misma entidad. Entre cada encuentro habrían cambiado porque en el ínterin se habrían encontrado con otras civilizaciones y habrían incorporado algún avance tecnológico a sus cuerpos o alguna información a sus mentes. Era una búsqueda del tipo de verdades pan-relevantes que la visión monosófica de la Cultura tenía pocas probabilidades de alcanzar. Era una vocación, una misión, una llamada.
Los resultados de esta actitud eran tan variados como cabría esperar. Flotas enteras del Elenco habían desaparecido en alguna expedición y habían permanecido perdidas o, pasado algún tiempo, habían sido encontradas, solo que sometidas, tanto las naves como sus tripulantes, completa pero voluntariamente, a otras civilizaciones.
En los casos más extremos, en los viejos tiempos, se había descubierto que algunas naves se habían convertido en lo que se conocía como Objetos de Enjambre Hegemonizante Agresivo: organismos auto-replicantes egoístamente resueltos a convertir en una copia de sí mismos a todo fragmento de materia que encontraran. Existían técnicas –aparte de la simple y llana destrucción, que siempre era una alternativa– para ocuparse de esta clase de eventualidades y normalmente implicaban que los Objetos implicados acabaran convertidos en Objetos de Enjambre Hegemonizante Evangélico en lugar de Objetos de Enjambre Hegemonizante Agresivo, pero si los Objetos implicados habían sido especialmente tercos tenía que morir gente para contribuir a su avaricioso y tosco egoísmo.
En estos tiempos, era muy raro que el Elenco topara con problemas parecidos, pero ello no era óbice para que siguieran cambiando constantemente. En cierto modo el Elenco, aún más que la Cultura, era una actitud más que una agrupación fácilmente definible de personas o naves. Como parte de él estaba en todo momento siendo subsumida o asimilada, o sencillamente en proceso de desaparición, al mismo tiempo que otros individuos y pequeños grupos se unían a él (provenientes de la Cultura y de otras sociedades, humanas o no), siempre estaba experimentando una renovación de personal e ideas secundarias que lo convertía en una de las civilizaciones que se transformaban con más rapidez. Sin embargo, a pesar de todo esto, y acaso porque era más que nada una actitud, un meme, el Elenco había desarrollado una notable capacidad, heredada presumiblemente de sus civilizaciones progenitoras: la capacidad de permanecer más o menos inalterada en medio de un cambio constante.
Tenía también el don de encontrar cosas intrigantes –reliquias ancestrales, civilizaciones nuevas, los misteriosos restos de especies Sublimadas, depositarías de conocimiento de insondable antigüedad–, que no siempre eran de interés para el propio Elenco pero que podían excitar la curiosidad, promover los objetivos y alimentar los fondos informativos o financieros de otras especies, en especial si conseguían llegar hasta ellas antes que los demás. Oportunidades como estas se presentaban solo en raras ocasiones pero habían ocurrido en el pasado con la frecuencia suficiente para que ciertas sociedades con un sesgo oportunista pensaran que merecía la pena dedicar una nave a seguir a otra del Elenco, al menos por algún tiempo, y por esta razón
La paz trae plenitud
no se había alarmado más de lo conveniente al descubrir que tal vez la estuvieran siguiendo.
Pasaron dos meses. Y siguió sin suceder nada excitante. Solo nubes de gas, nubes de polvo, enanas marrones y un par de sistemas estelares sin vida. Todo perfectamente cartografiado desde lejos y sin la menor señal que indicara que hubiera sido tocado jamás por criatura inteligente alguna.
Hasta la vaga señal de la nave que los seguía había desaparecido. Si era de verdad, debía de haber decidido que
La paz trae plenitud
no iba a tener suerte en este viaje. No obstante, todo cuanto se encontraba al alcance de los sensores de la nave del Elenco fue explorado; los sensores pasivos filtraron el espectro natural buscando señales con algún significado, se enviaron haces y pulsos al vacío y a través del tejido del espacio-tiempo, buscando y sondeando, mientras la nave consumía cualquier eco que recibiera, analizando, considerando, evaluando...
Setenta y ocho días después de salir de Grada, al aproximarse a una gigante roja llamada Esperi siguiendo una trayectoria que, según los registros, nadie había utilizando hasta la fecha,
La paz trae plenitud
descubrió un artefacto a catorce meses luz de la propia estrella.
El artefacto tenía un poco más de cincuenta kilómetros de diámetro. Era un cuerpo negro: una anomalía ambiental, imposible de distinguir de un volumen de espacio interestelar vacío a partir de cierta distancia.
La paz trae plenitud
solo reparó en ella gracias a que ocultaba parte de una galaxia lejana y la nave elenquista, consciente de que las galaxias no desaparecen y vuelven a aparecer por voluntad propia, se había dirigido a la zona para investigar.
Parecía que el artefacto carecía por completo de masa o –quizá– era una especie de proyección. No dejaba ningún rastro en el tejido, la estructura de espacio-tiempo que cualquier cantidad de materia deforma con su masa, como una roca situada sobre un trampolín. El artefacto/proyección daba la impresión de estar flotando sobre el tejido y sin embargo no dejaba la menor impresión en él. Y, lo que era todavía más intrigante, había una posible anomalía en la red de energía inferior, el campo que se extiende por debajo del tejido del espacio real. Había una región, situada justo debajo de la forma tridimensional del artefacto que, intermitentemente, parecía carecer de la siempre caótica naturaleza de la Red. Se percibía allí el más vago atisbo de orden, como si el artefacto estuviera proyectando una especie de insólita –imposible, de hecho– sombra. Y no era esto todo.
La paz trae plenitud
se le acercó, se detuvo frente a él –si es que es posible hablar de frente en este caso– y trató de analizarlo y de comunicarse.
Nada. La esfera de cuerpo negro parecía carecer de masa y ser inviolable, algo así como una ampolla en el propio tejido, como si las señales que la nave le estaba enviando no pudieran entrar en contacto con
nada
porque lo que hacían era pasar sobre la ampolla como si no estuviera allí y seguir su marcha, imperturbables, por el espacio. Algo así como tratar de recoger una piedra que hubiera aparecido sobre un trampolín y descubrir al hacerlo que la superficie del propio trampolín estaba abombada y cubría la piedra.
La nave decidió contactar con el artefacto de una manera más directa. Enviaría una sonda dron por el hiperespacio, bajo la superficie del espacio-tiempo. En la práctica haría un desgarro, una grieta en el tejido del tejido, la clase de abertura que normalmente crearía para poder acceder al HE y viajar por él. La sonda-dron trataría de salir a la superficie en el interior del artefacto. Si no era más que una proyección, lo descubriría. Si había algo allí, o le impediría la entrada o la aceptaría dentro de sí. La nave preparó su emisario.
La situación era tan insólita que
La paz trae plenitud
llegó a considerar la posibilidad de desafiar los precedentes del Elenco informando al hábitat de Grada o a una de sus hermanas de lo que estaba ocurriendo. La nave de los Observadores de las Estrellas más cercana se encontraba a un mes de viaje, pero tal vez pudiese prestar ayuda si
La paz trae plenitud
se metía en un lío. Al final, sin embargo, se decantó por la tradición. Hubo una especie de pragmatismo sigiloso en su decisión. Un encuentro como el que estaba emprendiendo la nave solo podía tener éxito si el vehículo elenquista podía asegurar en justicia que estaba actuando solo, sin haber hecho lo que a un observador suspicaz podía parecerle una petición de refuerzos.
Además, tenía su orgullo. Una nave elenquista no sería una nave elenquista si empezaba a actuar como parte de un comité. ¡Ni que fuera una nave de la Cultura!
La sonda-dron se envió, vigilada de cerca por
La paz trae plenitud.
En el momento en que la sonda penetró en el horizonte del artefacto, este...
Los registros a los que el dron Sisela Ytheleus 1/2 tenía acceso terminaban allí.
Evidentemente, había ocurrido algo.
Lo siguiente que sabía, ya por experiencia directa, es que
La paz trae plenitud
había sido atacada. El asalto había sito tan rápido y feroz que resultaba casi increíble. La sonda-dron debía de haber sucumbido casi al instante, los subsistemas de la nave pocos milisegundos más tarde y la integridad de la Mente de la nave debía de haber sido aniquilada desde dentro –cabía suponer– menos de un segundo después de que la sonda-dron hubiera violado el espacio bajo el artefacto.