—No lo sé —contestó Evans—. Debe de existir otro factor. O podría ser una anomalía. Se producen anomalías dentro de las tendencias seculares amplias. Basta con echar un vistazo a las cotizaciones en bolsa.
—¿Presenta la bolsa anomalías que se prolonguen durante treinta años?
Evans se encogió de hombros.
—Podría haber sido hollín. O partículas en suspensión. Por entonces, antes de que empezasen a aplicarse leyes para la protección del medio ambiente, había muchas partículas en el aire. O tal vez algún otro factor.
—Estos gráficos demuestran que el dióxido de carbono creció de manera continua, pero la temperatura no. Subió, descendió y más tarde volvió a subir. Aun así, supongo que sigue usted convencido de que el dióxido de carbono ha sido la causa del más reciente aumento de temperatura.
—Sí. Todo el mundo sabe que esa es la causa.
—¿Le inquieta de algún modo este gráfico?
—No —contestó Evans—. Admito que plantea algunas dudas, pero no se sabe todo acerca del clima. Así que no, el gráfico no me inquieta.
—Bien, de acuerdo. Me alegra oírlo. Sigamos adelante. Ha dicho que este gráfico representaba la media de las estaciones meteorológicas de todo el mundo. En su opinión, ¿en qué medida son fiables esos datos meteorológicos?
—No tengo la menor idea.
—Bueno, por ejemplo, a finales del siglo XIX los datos se generaban con la ayuda de personas que iban hasta una pequeña caja y anotaban las temperaturas dos veces al día. Quizá se olvidaban durante algunos días, quizá enfermaba alguien de su familia y tenían que anotados más tarde.
—Eso era por aquel entonces.
—En efecto. Pero ¿hasta qué punto, en su opinión, son precisos los registros meteorológicos de Polonia en la década de los treinta? ¿O de las provincias rusas a partir de 1990?
—No demasiado precisos, supongo.
—Y estoy de acuerdo. Así pues, en los últimos cien años, es posible que buen número de estaciones de todo el mundo no haya proporcionado datos fiables y de gran calidad.
—Podría ser… —admitió Evans.
—A lo largo de los años ¿qué país piensa que ha tenido la red de estaciones meteorológicas mejor mantenida en una amplia área?
—¿Estado. Unidos?
—Exacto. Creo que oso es incuestionable. He aquí otro gráfico.
Fuente:
giss.nasa.gov
»¿Se parece este gráfico al primero que hemos visto de las temperaturas mundiales?
—No exactamente.
—¿Cuál es el cambio en las temperaturas desde 1880?
—Parece… esto… un tercio de grado.
—Un tercio de grado Celsius en ciento veinte años. Nada espectacular. —Señaló el gráfico—. ¿Y cuál fue el año más caluroso del siglo pasado?
—Parece que 1934.
—A su juicio, ¿indica este gráfico que se produce calentamiento del planeta?
—Bueno, las temperaturas suben.
—Durante los últimos treinta años, sí. Pero durante los treinta años anteriores bajaron. Y en Estados Unidos las actuales temperaturas son poco más o menos las mismas que en la década de los treinta. Así pues, ¿es este gráfico un argumento en favor del calentamiento del planeta?
—Sí —dijo Evans—. Simplemente no es tan notable en Estados Unidos como en el resto del mundo, pero ocurre.
—¿No le da que pensar el hecho de que el registro de temperaturas más preciso muestre un calentamiento menor?
—No. Porque el calentamiento del planeta es un fenómeno global. No solo se produce en Estados Unidos.
—Si tuviese que defender estos gráficos ante un tribunal, ¿cree que conseguiría convencer a un jurado de su postura? ¿O un jurado miraría el gráfico y diría que todo eso del calentamiento del planeta no es para tanto?
—Está influyendo en el testigo —dijo él, y se echó a reír.
En realidad, Evans se sentía un poco incómodo. Pero solo un poco. Había oído antes tales afirmaciones en congresos sobre el medio ambiente. Los científicos al servicio de la industria podían reunir datos manipulados y tergiversados y ofrecer un discurso convincente y bien preparado, y Evans, casi sin darse cuenta, empezaría a dudar de lo que sabía.
Como si le leyera el pensamiento, Jennifer afirmó:
—Estos gráficos muestran datos sólidos, Peter. Registros del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la Universidad de Columbia. Los niveles de dióxido de carbono de Mauna Loa y los núcleos de hielo de Law Dome en la Antártida.
[3]
Todos generados por investigadores que creen firmemente en el calentamiento del planeta.
—Sí —contestó él—. Porque existe un abrumador consenso entre los científicos de todo el mundo respecto a que el calentamiento del planeta es un hecho real y una amenaza importante a nivel mundial.
—Muy bien, de acuerdo —dijo ella con tranquilidad—. Me alegra ver que nada de esto cambia sus puntos de vista. Pasemos a otras cuestiones de interés. ¿David?
Uno de los estudiantes de posgrado se inclinó hacia delante.
—Señor Evans, me gustaría hablar con usted sobre el uso de la tierra, el efecto aislante del calor urbano y los datos de satélite sobre las temperaturas en la troposfera.
«Oh, Dios mío», pensó Evans, pero se limitó a asentir con la cabeza.
—Muy bien…
—Uno de los temas que intentamos documentar atañe a la alteración de las temperaturas en la superficie debido al uso de la tierra. ¿Conoce ese tema?
—En realidad no. —Consultó su reloj—. La verdad, están ustedes trabajando a un nivel de detalle que no está a mi alcance. Yo no hago más que escuchar lo que dicen los científicos…
—Y nosotros estamos preparando una demanda basada en lo que dicen los científicos —adujo Jennifer—. A este nivel de detalle es donde se disputará el juicio.
—¿Disputarse? —Evans se encogió de hombros—. ¿Quién va a intentar rebatirlo? Nadie con una mínima talla. No hay en el mundo ningún científico de prestigio que no crea en el calentamiento del planeta.
—En eso se equivoca —respondió ella—. La defensa llamará a declarar a profesores del MIT, Harvard, Columbia, Duke, Virginia, Colorado, Berkeley y otras prestigiosas universidades. Llamará al anterior presidente de la Academia Nacional de las Ciencias. Puede que también llame a algún premio Nobel. Traerá a profesores de Inglaterra, del Instituto Max Planck de Alemania, de la Universidad de Estocolmo. Estos profesores afirmarán, en el mejor de los casos, que el calentamiento del planeta no está demostrado y, en el peor, que es pura fantasía.
—Sus investigaciones han sido financiadas por la industria, sin duda.
—En unos cuantos casos. No en todos.
—Archiconservadores. Neoconservadores.
—El litigio se centrará en los datos —afirmó ella.
Evans los miró y vio preocupación en sus rostros. Y pensó: «Realmente creen que podrían perder».
—Pero esto es ridículo —dijo Evans—. Basta con leer los periódicos o ver la televisión.
—Los periódicos y la televisión son susceptibles de campañas mediáticas cuidadosamente orquestadas. Los juicios no.
—Pues olvidemos los medios de comunicación de masas —repuso Evans— y leamos solo las publicaciones científicas.
—Eso hacemos, y no son necesariamente de gran ayuda a nuestra causa. Señor Evans, tenemos muchos puntos que abordar. Si deja de lado sus protestas, podemos seguir adelante.
En ese momento sonó el teléfono, y Balder lo libró de aquel tormento.
—Envía a mi despacho al hombre de Hassle & Black —dijo—. Dispongo de diez minutos para él.
Balder, cómodamente instalado en un despacho de mamparas de cristal con los pies sobre una mesa de vidrio, revisaba una pila de informes y artículos de investigación. No bajó los pies cuando entró Evans.
—¿Le ha parecido interesante? —preguntó. Se refería al interrogatorio.
—En cierto modo —contestó Evans—. Pero, perdone que le diga, tengo la impresión de que les preocupa perder.
—Yo no tengo la menor duda de que ganaremos el caso —aseguró Balder—. Ni la menor duda, pero no quiero que mis colaboradores piensen eso. Los quiero muy preocupados. Quiero que mi equipo se muera de miedo ante cualquier juicio, y en especial ante este. Presentamos esta demanda contra la EPA, y la Agencia, en previsión, ha solicitado asesoría externa a Barry Beckman.
—¡Vaya! —exclamó Evans—. Artillería pesada.
Barry Beckman era el litigante más famoso de su generación. Profesor de la facultad de derecho de Stanford a los veintiocho años, dejó la universidad poco después de cumplir los treinta para incorporarse a un bufete. Había representado ya a Microsoft, Toyota, Phillips y otras muchas multinacionales. Beckman poseía una mente de una agilidad increíble, unos modales encantadores, un vivo sentido del humor y una memoria fotográfica. Todo el mundo sabía que cuando exponía sus argumentos ante el Tribunal Supremo (como había hecho ya en tres ocasiones), citaba los números de página de los documentos al contestar a las preguntas de los jueces: «Su señoría, creo que encontrará eso en la nota 17 al pie de la página 237». Cosas así.
—Barry tiene sus defectos —afirmó Balder—. Maneja tal cantidad de información que incurre fácilmente en la irrelevancia. Le gusta oírse hablar. Tiende a irse por las ramas en sus argumentaciones. Le he derrotado una vez y he perdido con él una vez. Pero una cosa es segura: cabe esperar una oposición muy bien preparada.
—¿No es un tanto insólito contratar a un abogado antes de que se haya presentado la demanda?
—Es una táctica —respondió Balder—. La actual administración no desea defenderse en este juicio. Creen que ganarán, pero no quieren la publicidad negativa que se derivará de sus alegaciones contra el calentamiento del planeta. Así que esperan intimidamos para que abandonemos el caso. Y naturalmente no vamos a hacerlo. Menos ahora que, gracias al señor Morton, contamos con la financiación necesaria.
—Eso está bien.
—Sin embargo, los desafíos son significativos. Barry aducirá que no existen pruebas suficientes del calentamiento del planeta. Aducirá que los datos científicos en los que eso se basa son poco sólidos. Aducirá que las predicciones de hace diez y quince años han resultado erróneas. Y aducirá que incluso los principales defensores de la hipótesis del calentamiento del planeta han manifestado públicamente sus dudas respecto a si puede predecirse, si es un problema grave y, de hecho, si realmente existe.
—¿Los principales defensores han dicho eso? —Balder dejó escapar un suspiro.
—En efecto. En las publicaciones especializadas.
—Yo nunca he leído nada así.
—Las declaraciones existen. Barry las sacará a la luz. —Movió la cabeza en un gesto de negación—. Algunos expertos han expresado opiniones distintas en distintos momentos. Algunos han dicho que el aumento de dióxido de carbono no es un gran problema; ahora dicen que sí lo es. Hasta el momento no contamos con un solo perito que no pueda desmentirse. O que no vaya a quedar como un estúpido durante las repreguntas.
Evans asintió en un gesto de comprensión. Conocía bien esa circunstancia. Una de las primeras cosas que se aprendían en la facultad de derecho era que la ley no trataba de la verdad. Trataba sobre la resolución de disputas. En la resolución de una disputa, la verdad podía surgir o no. A menudo no surgía. Los fiscales podían saber que un delincuente era culpable y, aun así, ser incapaces de condenarlo. Ocurría con mucha frecuencia.
—Por eso este caso dependerá de los niveles del mar registrados en el Pacífico —prosiguió Balder—. Estamos reuniendo todos los datos disponibles.
—¿Por qué depende de eso el caso?
—Porque creo que es necesario dorar la píldora. Este caso se centra en torno al calentamiento del planeta, pero no es ahí donde reside el impacto emocional de cara al jurado. A los jurados les incomoda interpretar gráficos. Y los traen sin cuidado todas esas disquisiciones sobre si una décima de grado centígrado arriba o abajo. Esos son detalles técnicos, sutilezas de expertos, y aburren a la gente normal.
»No, el jurado lo verá como un caso que atañe a personas empobrecidas, injustamente tratadas, impotentes, personas que van a verse expulsadas de sus hogares ancestrales por la subida de las aguas. Lo verá como un caso sobre el terror que supone un aumento del nivel del mar precipitado e inexplicable, sin una causa concebible a menos que se acepte que algo extraordinario y sin precedentes ha afectado a todo el mundo en los últimos años. Algo que está provocando la subida del nivel del mar y que amenaza las vidas de hombres, mujeres y niños inocentes.
—Y ese algo es el calentamiento del planeta.
Balder asintió.
—El jurado tendrá que extraer sus propias conclusiones. Si podemos mostrarles datos convincentes del aumento del nivel del mar, tendremos un argumento sólido. Cuando los jurados ven que se han producido daños, tienden a culpar a alguien.
—Muy bien. —Evans veía adónde quería ir a parar Balder—. Así pues, los datos sobre el nivel del mar son importantes.
—Sí, pero tienen que ser concluyentes, irrefutables.
—¿Son tan difíciles de obtener?
Balder enarcó una ceja.
—Señor Evans, ¿sabe algo sobre el estudio de los niveles del mar?
—No. Solo sé que el nivel del mar está aumentando en todo el mundo.
—Por desgracia, esa afirmación es más que discutible.
—Bromea.
—Es un hecho conocido que no tengo sentido del humor —replicó Balder.