El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos y la voz que se oyó a través del manos libres del coche consiguieron que regresara a la cruda realidad.
—
Martin, my dear. Where are you
?
Luz le miró por el rabillo del ojo.
Está sonriendo
, pensó.
Sabía quién le llamaba. Y la esperaba
. No había dejado sonar el teléfono ni un segundo antes de descolgar.
Y aquel indicio le sirvió para ratificar lo que ya conocía: ni él era el hombre de su vida ni ella estaba dispuesta a esperar a que se decidiera. Ya lo había desechado una vez y ahora solo le quedaba lavar su recuerdo. Si algo tenía claro era que no iba a sufrir por un cretino que no se aclaraba.
Sabía que no le debería importar lo que Martín hablara con la rubia, pero, a pesar de no chapurrear más que dos cosas de inglés, puso todos sus sentidos para seguir la conversación.
Por el momento, la suerte la acompañaba. Menos mal que Martín no había cogido mucho acento en los años pasados en la ciudad de los rascacielos.
—
Driving towards home
.
Maldisimuló una mueca burlona.
¿Dónde va a estar a estas horas y con este frío, so tonta? Yéndose a casa
.
—
Dear, I was waiting for you at the hotel. I thought...
—
I’m sorry, Bella. I was resolving one problem
.
¿Problema? ¿Eso era lo que ella era para él?
Las siguientes frases no pudo entenderlas. La conversación se había hecho más fluida y se perdió intentando captar lo que decía la americana. Aunque le quedó muy claro que aquella rubia había salido de caza. Y Luz estaba convencida de que eran pocas las veces que perdía la presa sobre la que había puesto el ojo.
—
Yes, I’m thinking on it. Don’t worry. I’ll be at the hotel tomorrow morning to take you to the airport
.
Tomorrow morning, tomorrow morning
. Le entraron ganas de hacerse cargo del coche, pisar el freno hasta el fondo y decir a aquel... aquel... que no esperara hasta la mañana siguiente para consolar a la palomita. Que se largara en aquel mismo instante.
—
Bye, Bella
.
—Por mí no lo hagas. Sigue con tu conversación.
—La
conversación
ya se había acabado.
—¿A sí? Pues no me había dado cuenta ¡Como yo no sé inglés! —repuso con falsa ingenuidad.
Él le echó una rápida mirada y a Luz le pareció descubrir una sonrisa en su boca.
Está claro que hablar con ella le ha devuelto el buen humor
, pensó abatida en el mismo instante en el que llegaban.
Cuando el coche paró, Luz salió de él con mucha dignidad.
—¿No vas a coger la maleta? —escuchó a su espalda justo después de que la puerta del conductor se cerrara.
Ella se giró envarada, en un intento de transmitir una seguridad que no sentía.
—¿No eras tú el que tenía tanto interés en que la hiciera? Pues ahora carga con ella.
• • •
—¿Adónde vas con mis cosas? —preguntó Luz a Martín cuando entraron en la casa y le vio dirigirse hacia las escaleras.
Él se detuvo en el primero de los peldaños y se giró.
—¿No decías que me hiciera cargo de ella?
Luz se plantó a su lado en dos zancadas y le arrebató su equipaje de un tirón.
—Si piensas que voy a dormir contigo esta noche después de todo, es que eres mucho más arrogante de lo que me imaginaba.
—¡¿Después de todo?! ¿Después de qué?
—Después de... —
Después de que soplas los vientos por esa f...
—, después de que me has sacado de mi casa a empujones.
—No recuerdo haberte tocado ni una sola vez —
a pesar de lo que me apetecía quitarte aquella ridícula toalla de un tirón y tumbarte sobre la cama
.
—No lo decía en sentido literal.
—Tengo que añadir que eres una presuntuosa al dar por supuesto que tengo algún interés en acostarme contigo esta noche —añadido sarcástico.
Esta noche, y mañana, y al otro, y ayer, y anteanoche y todas las noches desde hace más de cuatro meses
.
—Pues entonces, por primera vez en mucho tiempo, estamos de acuerdo porque ni tú quieres acostarme conmigo ni yo hacerlo contigo. Así no hay malentendidos, yo dormiré...
Echó un vistazo a su alrededor. El sofá era el sitio más lógico. Pero, por otra parte, tres metros, aunque fueran en pisos distintos, no era distancia. Y ella se conocía. Agotada y atemorizada como estaba; con la fuerza de voluntad llevada hasta el límite después de las últimas veinticuatro horas; y con Martín a un paso de ella, no iba a necesitar más que despertarse un par de veces para salvar la distancia y meterse en su cama en busca de consuelo.
—¿En la calle? —preguntó Martín con ironía al ver que no se decidía.
—¿No tienes otra habitación?
—Sí. Ahí detrás, el estudio —señaló en dirección a la calle.
—Será perfecto.
Martín se quedó perplejo. Estaba claro que había perdido el juicio.
¿Sabía el frío que hacía en el campo en pleno febrero en un habitáculo sin calefacción?
La miró estupefacto.
Desde luego, parece decidida a estar lo más lejos de mí que pueda. Pues bien, que lo haga
.
—Te acompaño —comentó con tranquilidad, como si hiciera aquello con todos sus invitados.
Luz le siguió en la oscuridad mientras daban la vuelta a la casa. Cuando Martín abrió la puerta y entraron en el laboratorio, ella ya se había arrepentido de su incapacidad para contener el genio. Con lo a gusto que hubiera estado en su cama y entre sus brazos.
—Es perfecto —repitió cuando él abrió la puerta y encendió la luz
Martín se apartó de ella y se dirigió a una de las paredes. Comenzó a bajar un colchón que había apoyado en ella. Su madre se lo había prestado cuando se mudó a aquella casa, antes de que comprara los muebles del propio dormitorio, y todavía no había encontrado el momento de devolvérselo.
—Por lo que veo eres una chica poco exigente con su propio descanso —farfulló.
—Lo que soy es una mujer muy exigente con
quién
descanso.
Martín no acusó el disparo y mantuvo el tipo a la perfección y Luz no se dio cuenta del efecto que causaban.
—Espero que duermas bien y que no seas de esas personas que se levantan un par de veces cada noche para ir al baño, porque aquí, ya sabes —explicó con el pulgar apuntando hacia fuera con la intención de fastidiarla todo lo que pudiera—, hay mucho campo.
—No te preocupes —aseguró ella con rudeza—. No creo que lo necesite.
—Ahora te traigo la ropa de la cama —le espetó él antes de desaparecer en la oscuridad.
No tardó mucho tiempo en volver. Arrojó un par de mantas y un juego de sábanas sobre el colchón y se despidió con un hosco “
Buenas noches”
.
Luz se acostó en seguida; no tenía otra cosa que hacer, ya que tanto la cocina como la televisión estaban al otro lado del muro.
Es un grosero. Ni siquiera me ha invitado a tomar algo
, a pesar de que sabía a la perfección que estaba sin cenar.
¡Da igual! Tampoco tengo hambre
.
Le costó dormirse.
Al principio, los sonidos de la televisión acapararon su atención. Se esforzó por captar los diálogos, pero lo dejó pronto, cansada de no entender nada y se dedicó a dar vueltas a la cabeza. Para nada, para no hacer más que enfadarse todavía más con aquel energúmeno y con ella misma por haberse dejado llevar de nuevo por su tremendo carácter. Bastante tiempo después, el ruido de fondo desapareció y escuchó pasos por encima de su cabeza. Martín ya se acostaba. Se concentró en seguir los movimientos y averiguar qué estaba haciendo en cada momento. Lo oyó entrar en el baño, escuchó el agua corriendo por las cañerías. Y, por fin, silencio absoluto.
Permaneció atenta un rato más, pero la falta de sonidos consiguió que sus párpados se cerraran poco a poco. Se acurrucó bajo las mantas y se quedó dormida sin apenas darse cuenta.
Hacía ya un buen rato que había amanecido, sin embargo, el día apenas apuntaba. Martín conducía de vuelta a Artea. Isabella ya se había marchado. No había podido contener un suspiro cuando la había visto descender por la rampa, camino de la puerta de embarque.
Aunque la vería en breve, solo el hecho de pensar que por el momento había cerrado uno de los frentes abiertos que tenía, había hecho desaparecer parte de la angustia de los últimos días.
Pero, aún y todo, las cosas no iban a resultar nada fáciles. Si al final tomaba la decisión de aceptar la propuesta que le había hecho, tenía que dejar las cosas encauzadas antes de marcharse. El día anterior le había prometido que iba a pensar muy seriamente en ella. Lo cierto es que era una oferta inigualable. Más de cien mil dólares por un año de trabajo no era como para desperdiciarlos. Isabella se lo había puesto por escrito encima de la mesa mientras desayunaban en el aeropuerto. Y él había accedido a replanteárselo de nuevo.
Aunque antes de regresar a Nueva York tenía que dejar resueltos sus otros dos problemas.
Se le abrió la boca en un bostezo involuntario. Estiró los hombros hacia atrás y se masajeó el cuello. Después de pasar varias horas dando vueltas a lo que le bullía en la cabeza sin acabar de tomar la decisión, estaba molido.
Sabía que Javier le iba a poner de vuelta y media.
Después de que fui yo quien le convenció de que me metiera dentro de la operación
. Martín había insistido en formar parte de todo aquello. Javier le había confesado que no había tenido más remedio que aceptar, que le habían puesto aquel asunto encima de la mesa y se había visto obligado a acceder a formar parte de la investigación. Sabía que era un regalo envenenado y que había ciertos sectores del Departamento que estaban deseando que se pegara un buen patinazo para así poder borrarlo del mapa. A Martín se le ocurrió entonces que si él, de alguna manera, estaba a su lado, se sentiría más apoyado. Y había conseguido convencerle.
Lo que no había revelado era que en realidad tenía un motivo más egoísta para acompañarle en aquello.
El miedo.
Después de instalarse en Euskadi, había tenido miedo de que su vida se convirtiera en algo rutinario. De que sus relaciones no fueran tan interesantes como para retenerle en aquella tierra. De que el trabajo no tuviera el suficiente aliciente. Al fin y al cabo, hacer fotos a paisajes y edificios no se podía comparar con el estrés de las maratonianas sesiones con las chicas. Así pues, había convencido a Javier que hacer un reportaje gráfico de todo aquel asunto le abriría futuras puertas profesionales y su hermano había conseguido autorización para que él —en calidad de fotógrafo— y otro periodista estuvieran presentes en el operativo definitivo.Y ahora le dejaba colgado. Martín tenía la esperanza de que en realidad a ninguno de los responsables de aquel asunto —quienes quiera que fueran— les hiciera ninguna gracia que un fotógrafo se entrometiera y confiaba en que la alegría por su desaparición fuera mayor que su pena. Sabía que Javier le iba a poner de vuelta y media y que él tendría que aguantar el chaparrón, pero confiaba en que le perdonara.
Al fin y al cabo soy su único hermano
.
Con Luz lo tenía mejor. A aquellas alturas no tenían nada que decirse. Lo tenían todo hablado. En sus dos últimas conversaciones, ambos se habían comportado como auténticos enemigos.
No, peor aún
. Como auténticos desconocidos. Ni siquiera habían tenido una pelea en condiciones. Había sido más una fría conversación entre rivales que entre amantes. Cuando la vio en noviembre, en el puerto de Getxo, sus ojos brillaban y las mejillas se le arrebolaban debido a la ira que sentía contra él. Tenía la fuerza de un volcán.
Después en Itziar...
, recordó mientras sentía una ligera tirantez en la entrepierna. Escuchar su risa en la Fundación había sido tan liberador como bañarse desnudo en el mar una noche de verano. Pero desde que había aparecido Isabella, lo único que le venía a la mente cuando pensaba en ella era su gélida mirada.
Y no lo soportaba.
¿Cómo demonios había sido tan imprudente como para implicarla en aquello? Tenía que explicarle por qué la había sacado de su casa de aquella manera y por qué no quería que volviera a su piso. Tenía que convencerla de que se marchara de allí y se alojara en otro lugar más seguro, hasta que toda aquella locura finalizara.
Había pasado parte de la noche dando vueltas a aquella cuestión y, al final, había llegado a la única conclusión posible. Todo era culpa suya. Porque, a pesar de los avisos de Javier, en ningún momento había creído que aquello dónde se metía no fuera otra cosa que un juego.
Iluso
.
Tenía que hablar con Javier. Tenía que hablar con Luz. Y tenía que hablar con Isabella. Pero antes tenía que tomar una decisión definitiva.
• • •
Ya se podía haber estirado un poco y haber puesto calefacción en este cuartucho
.
Luz cerró la manta que se había colocado a modo de capa mientras inspeccionaba la habitación donde había pasado la noche. Apenas había colgadas media docena de fotos. Nada que ver con las cuerdas repletas que había visto la vez anterior que había estado allí. Sin mucho esfuerzo, pudo reconocer el perfil del monte Gorbea tomado desde distintos puntos. Se paró delante de la cuarta instantánea. Inclinó la cabeza para examinarla con detalle. Era preciosa: un bosque invernal envuelto en niebla. La imagen tenía ese halo de irrealidad que obliga a mirar expectante ante la seguridad de que va a aparecer un hada detrás de cualquier rama.
Cuando consiguió despegar los ojos de aquella imagen y siguió su recorrido, se topó con las bandejas de los líquidos que descansaban vacías y apiladas en una esquina de la mesa. Detrás de ellas, descubrió un montón de fotografías que en las que no había reparado la noche anterior.
Sacó una mano entre el hueco de la manta y las cogió. Pesaban bastante. Debía de haber al menos cuarenta imágenes de gran tamaño. Pensar en que ella podía ser la protagonista de la mayoría de las fotos que tenía entre las manos le devolvió la misma erótica sensación que había tenido la vez anterior.
Si estaba esperando ver un primer plano de sus ojos o de su boca, se equivocaba de lado a lado. Sí, había unos ojos, sí, había una boca, y unas delicadas manos y el perfil de una mujer, y unas rodillas, y unos pies, y unos hombros, y... y nada de aquello era suyo.