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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

Error humano (12 page)

—Salimos de Logan, fuimos a Jackson, a Targee, a Sun Valley y hasta Big Sky en Montana, y desde allí vinimos aquí, y este sitio era el mejor con diferencia.

Ahora están aquí, en el condado de Bonner (Idaho), en lo alto de la estación de esquí de Schweitzer Mountain.

—Se pueden hacer planes por adelantado o se puede construir sin más —dice Roger—. Depende de dónde construyas. Las distintas ubicaciones, las distintas ciudades y los distintos condados tienen requisitos diferentes para obtener el permiso. Algunos tardan hasta dos años en darte un permiso. En otras partes solo diez minutos. Esa es una de las razones por las que nos gusta Idaho. No les cuesta nada dar permisos.

Dice:

—A la gente que anda buscando terrenos para un castillo les digo que vayan primero al departamento de planificación del condado y pregunten. Mucha gente pensará: «Quiero una torre de veinticinco metros de alto...». Así que necesitan averiguar si el condado tiene restringida la altura de los edificios a once metros o si hay algún requisito arquitectónico.

Al castillo de Idaho, Roger le puso de nombre castillo Kataryna por su hija, que nació en él. Tiene una escalera de caracol en el interior, carpintería de nogal y puertas y ventanas ojivales de estilo gótico, muchas de ellas con vidrieras.

Mientras nos enseña el castillo, Roger señala los marcos de nogal para las ventanas que hizo.

—En el segundo castillo —dice—, las ventanas se pusieron después de construir las paredes. En este tercer castillo, las ventanas se instalaron justo después del refuerzo de cemento armado y el aislamiento, antes de levantar la piedra a su alrededor. Eso nos dio un aspecto y un acabado mucho más auténticos. En el segundo castillo tuvimos que intentar cortar los tablones para ajustados y luego poner masilla alrededor. En el tercer castillo, las ventanas llegaron primero, envueltas en plástico para protegerlas, luego se construyó en piedra alrededor y le pusimos marco solamente a la capa exterior de piedra, que es la que puede moverse y expandirse. La capa de piedra de dentro siempre está a veintidós grados, mientras que la de fuera puede ir de quince bajo cero a treinta y ocho, con lo cual crece y decrece. Se las ponemos a la capa de fuera porque es la que queremos aislar del clima.

Otra mejora de este último castillo es el sistema de calefacción «hidrónico», donde una caldera hierve agua que circula por tuberías debajo del suelo. Es un calor uniforme que no hace ruido y la masa térmica de piedra del castillo permanece caliente durante tres días después de apagar la calefacción.

En una sala pequeña cerca de las cancelas del castillo, Roger me enseña la caldera y dice:

—Me gusta porque si pusiera zócalos o calderas de aire forzado me romperían el aspecto de castillo. Esto lo esconde, así que es invisible, y además, no hay que aguantar el ruido de los ventiladores.

Entre las paredes de piedra aisladas y el calor hidrónico, Roger DeClements ha desarrollado su fórmula perfecta para un castillo habitable. Bueno, casi perfecta...

—En el primer castillo —dice—, no preví el problema del moho. Que ahora es un problema candente. Hace unos años era el radón y ahora es el moho en las casas. Hacen las cosas tan herméticas que dejan un montón de humedad encerrada dentro, y tan pronto como la humedad llega a una superficie fría se condensa. Con nuestro nuevo método, que es la capa de aislamiento dentro de las paredes, la humedad nunca tiene oportunidad de acercarse. Así que mi mujer se queja de que este castillo es demasiado seco. Fuera tenemos seis metros de nieve y ella dice que esto es «demasiado seco».

Para solucionar el problema del aire seco, ha construido una piscina climatizada en la escalera. Allí va a poner una cascada cuya agua caerá desde lo alto de un poste de arranque de piedra. Habrá velas en las cornisas de piedra y la bomba y los filtros estarán escondidos en una gruta subterránea.

Igual que Jerry Bjorklund, Roger se encontró con que su mujer tenía sus propias ideas en materia de castillos. Al empezar las obras en junio de 1999, había planeado construir el tercer castillo usando una grúa para la construcción —muy parecida al trípode de enganches de remolque que construyó Jerry—, pero su mujer no le dejó cortar los árboles que necesitaba quitar para que pudiera girar el brazo de la grúa. Así pues, igual que con el segundo castillo, Roger tuvo que cargar con las piedras una a una.

Ahora, gracias a su mujer, el castillo está rodeado de alerces de Canadá, cedros, pinos y campos rocosos de matas de arándanos. Los ciervos, los alces y los osos merodean por el vecindario. La vista abarca hasta las montañas Rocosas y Canadá. Es una vista que Roger ha tenido mucho tiempo para disfrutar.

—Subí todas las piedras hasta aquí de una en una —dice—. El segundo castillo se construyó todo a mano, cargando con las piedras por aquel puente en carretilla. Mientras construíamos aquellas paredes dobles de piedra, fuimos poniendo troncos que sobresalían por ambos lados de las paredes. Luego fuimos poniendo planchas sobre esos troncos. Poníamos troncos atravesados en las paredes y los íbamos sacando a medida que íbamos subiendo. Así era como hacían los antiguos castillos. Hasta les pusieron nombre: los llamaban «troncos de apoyo». Si miras fotos antiguas de castillos europeos verás un montón de agujeros en las paredes. Por supuesto, algunos eran para disparar flechas por ellos, pero los más pequeños eran donde ponían aquellos troncos para no tener que construir andamios hasta lo alto de las paredes. Yo no tenía ni idea de que se hacía así.

Después de quitar los «troncos de apoyo» que hacían de andamios, Roger se dedicó a llenar la mayoría de los agujeros pequeños con piedras cuadradas. Algunos los dejó abiertos a modo de ventilación.

A fin de seguir trabajando todo el invierno, edificó alrededor de su plataforma de construcción un cobertizo de contrachapado que lo protegiera de los vientos y la nieve de la alta montaña y del hecho de estar erigiendo una pared vertical que se elevaba cinco pisos por encima de una ladera abrupta.

—Aunque estábamos a doce grados bajo cero —dice Roger—, me pasé el invierno entero poniendo piedras.

Con ayuda de otro hombre levantó las largas y mal cortadas vigas de abeto de veinte por veinte —primero de un lado y después del otro— hasta los espacios preparados para ellas. Tachonó las paredes interiores de trozos de piedras semipreciosas. Amatista. Cuarzo citrino. Cuarzo rosa. Calcita verde. Cristales claros de cuarzo. Labró a mano dibujos decorativos en los armarios de la cocina e incrustó mosaicos de cristal de colores en las paredes de mampostería. En el segundo piso me señala una estatua metálica que hay en la repisa de la chimenea.

—¿Ve el dragón? —dice Roger—. Todos los castillos deben tener un dragón.

Bajo la brillante luz de las montañas, las vidrieras despiden destellos parecidos al neón rojo, azul y amarillo. En algunas ventanas el cristal de colores está sellado en el interior de la doble hoja transparente. En otras, la vidriera es el único cristal que hay en el marco.

—En algunas ventanas —dice Roger— tuve que volver al sistema tradicional, según el cual solo tenía que tocar la vidriera. Intenté evitar la doble hoja tanto como pude. Cuando uno mira a la luna, lo que ve es más bien una doble luna. Si uno puede usar simplemente cristal macizo, se ve la luna tal como es.

Las almenas están bordeadas de afiladas agujas de basalto del río Hudson. Los techos miden tres metros y medio de altura. Todas las ventanas de las paredes de piedra tienen arcos ojivales de estilo gótico.

—Vas siguiendo el contorno de la ventana con las piedras hasta que llegas a un punto en que las piedras se caen —explica Roger—. Por encima de ese punto, las piedras se apoyan en palos. Con las ventanas más grandes, cuando llego a la parte alta, tengo que hacer un pequeño molde para la punta del arco. Se pueden aguantar unas cuantas piedras con un puñado de palos, pero es mucho más rápido usar un molde. Colocas todas las piedras en su sitio y luego quitas el molde.

Añade:

—Si quitas de golpe uno de los palos... se empiezan a caer todas las piedras.

De las ventanas a la mampostería, al sistema incorporado de limpieza por aspiración, pasando por las tejas de madera de los tejados cónicos de las torres, todo lo ha hecho Roger DeClements. En los cuchillos de armadura del interior del tejado escribió su nombre y la fecha. Y siguió la antigua tradición entre los mamposteros de sellar su cincel y su paleta dentro de las paredes después de terminar de colocar las piedras. Aunque por accidente. La verdad es que las herramientas se le cayeron entre las dos capas de piedra y las enterró con el cemento que vertió para llenar el espacio de forma permanente.

Con todo, a pesar de tanto trabajo, el castillo Kataryna no está acabado del todo. Sigue faltando por construir el puente levadizo. Una cantera de Canadá va a traer otros veinte palés de piedra, o sea, treinta y dos toneladas. Cuando le llegue el dinero, Roger planea construir una «casa solariega» colina arriba, detrás del castillo actual y luego conectar ambos edificios con paredes almenadas que encierren un patio de armas similar al plano del castillo de Jerry Bjorklund.

Además de todo esto, Roger DeClements ya está buscando terrenos para un cuarto castillo. Quiere aprender a trabajar el hierro y construir un pueblo medieval alrededor de su siguiente proyecto.

—Los tres primeros eran básicamente torres del homenaje —dice—, el sitio donde viven el rey y la reina. No he podido construir las murallas del patio ni las torres de entrada ni las cancelas para que el castillo tenga dos mil metros cuadrados. La próxima vez quiero tener un gran salón con vigas de madera como una catedral. Y murallas que rodeen el patio de armas. Tengo los planos en la cabeza y unos cuantos sobre papel.

Añade:

—Miramos en la costa de Oregón, pero se nos salía del presupuesto.

Y Roger DeClements no es la única persona que está deseando construir el castillo de sus sueños. Desde que colgó en internet la página web del castillo Kataryna se ha convertido en el gurú nacional de los proyectos de castillos privados. Se ha puesto en contacto con él gente de todos los estados en busca de consejo sobre cómo construir los proyectos de sus fantasías.

—Gracias a internet —dice— se pone en contacto conmigo un montón de gente. Yo no me había dado cuenta de que había tanta gente apasionada con los castillos. Les encantan. Mucha gente dice: «Llevo años soñando con construir un castillo». Y no son solo hombres los que tienen este sueño, también mujeres.

En calidad de cabeza visible del nuevo movimiento americano de construcción de castillos, dice:

—El atractivo es el amor por la época romántica de los castillos que la gente tiene en mente. La vida mejor que se imaginan que se vivía entonces. Hay un grupo llamado Sociedad para el Anacronismo Creativo, a cuyos miembros les gusta recrear la Edad Media tal como debería haber sido. No como fue, sino como ellos se la imaginan, como sus fantasías. Además, las películas y los castillos de Disney también han inspirado a la gente a desear tener castillos.

Como contratista pragmático, dice:

—Además, la vida de muchas casas se está haciendo cada vez más corta por culpa de los nuevos materiales que inventan.

Ahora hay gente de Alaska hasta Florida que está aprendiendo de sus errores.

—Cuando puse este castillo por primera vez en internet, cuando colgué la página web, me llovieron encargos para construir castillos por todo el país. Hay muy poca gente que tenga paciencia y tiempo para amontonar tanta piedra. Y que tenga los conocimientos para hacerlo bien.

—Hay mucha gente que se está construyendo castillos para vivir en ellos, tal como hice yo al principio. Compras un bloque o una estructura de hormigón, lo enyesas por fuera y lo aíslas. Pero yo no recomiendo eso. No es más que un sótano que acaba oliendo a humedad.

En cuanto a las respuestas, Roger hace lo que puede.

—La gente me llama a menudo para hacerme preguntas y contarme sus proyectos —dice—. Y yo intento enseñarles, pero la mayoría vuelven al viejo sistema porque tienen que recortar costes. A largo plazo salen perjudicados, porque tienen que aprender por las malas.

Añade:

—Así que termino siendo una consultoría de problemas con los castillos.

A pesar de que el castillo vale un millón de dólares, la familia DeClements no es rica. Roger trabaja como agente inmobiliario en la agencia Windemere, en la cercana estación de esquí, y durante la mayor parte del período de construcción de este último castillo, la familia de seis miembros —sus hijos tienen tres, seis y diez años, y también están su mujer y una hija de su anterior matrimonio— ha vivido en la segunda planta, compartiendo unos cien metros cuadrados de espacio vital.

Roger dice:

—Mis hijos se están cansando un poco de que los demás niños se burlen de ellos o de que quieran venir a ver su castillo. Quieren vivir en una casa normal para llamar menos la atención —añade—. Y a mi mujer le fastidia que siempre haya visitas. Porque esto atrae a la gente. Pero a mí me encanta hablar con ellos. Lo que me sorprende es que muchos dicen: «Acabamos de venir de Europa, donde hemos estado mirando castillos...». No sé si es simple coincidencia o si soy yo, que atraigo a ese tipo de gente.

Resulta extraño, pero para ser tres hombres con pasiones tan parecidas y que viven relativamente cerca, Jerry Bjorklund, Roger DeClements y Bob Nippolt no se conocen. Ninguno ha visto los castillos de los otros dos. Se tarda pocas horas en coche de un castillo al otro, pero nunca han oído hablar de los demás.

Cuando trabajaba en un hospital mental, Carl Jung se dio cuenta de que todos los dementes sacaban sus delirios de una reserva limitada de imágenes e ideas. Las llamó «arquetipos», y afirmó que aquellas imágenes eran hereditarias y compartidas por la gente de todas las épocas. Mediante su escritura y su pintura, y después su construcción de castillos —sus «confesiones de piedra»—. Jung fue capaz de examinar y registrar su propia vida inconsciente.

Ninguno de estos tres constructores de castillos ha oído hablar nunca de Carl Jung.

Cerca de Columbia Gorge, en la frontera entre los estados de Washington y Oregón, a unos once kilómetros de la desembocadura del río White Salmon, otro castillo se levanta entre las montañas. A diferencia del de DeClements, este se erige en un lugar rocoso al fondo de un valle, en un recodo de los rápidos del río. Alcanza los veinte metros de altura y tiene cuatro plantas sobre un sótano excavado en la roca. Un laberinto vertical de escaleras y balcones con una sala secreta.

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