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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

Error humano (11 page)

Desde entonces los fans del Medievo han hablado de comprar el castillo como sede permanente para sus ferias renacentistas. Otra pareja intentó comprar el castillo con la idea de alquilarlo para bodas. Tenían planeado alquilar trajes de época y ofrecer servicios de catering, pero Jerry se retiró del proyecto cuando todo empezó a acelerarse demasiado.

Una de las ironías es que una fortaleza construida para excluir a desconocidos parece atraer ahora un flujo continuo de curiosos.

Jerry se enciende otro cigarrillo Delicados y dice:

—Antes tenía muchos problemas con la gente que entraba todo el tiempo con el coche. Dios, una mañana estaba sentado en el castillo tomando una taza de café y de pronto oigo un ruido y mi mujer entra en la cocina y me dice: «¿Qué demonios pasa?». Se asomó al ventanuco de la planta baja y había un tío con una autocaravana de doce metros intentando girar en la entrada. Le costó media hora.

Me dice:

—Pusimos un montón de letreros de «PROHIBIDA LA ENTRADA», pero debía de haber mucha gente analfabeta, porque parece que no lo entendían.

Una compañía de cine independiente ha usado el castillo como escenario para una película ambientada en la Edad Media. La madre y el hermano de Jerry viven en las dos casas más cercanas. La State Farm Insurance ha pedido la dirección para venir a ver qué es lo que han asegurado, pero de momento ningún agente se ha molestado en hacer el viaje.

—Se rumorea que hay una mazmorra subterránea debajo de la torre —dice Jerry—. Y yo dejo que la gente se lo crea.

Añade:

—Es probable que en Camas me consideren un loco, pero me importa un carajo lo que piensen.

Su castillo se levanta junto a un pequeño lago bordeado de aneas y césped. Se trata de la cantera inundada de la que Jerry sacó la piedra para su construcción original. La primera de aquellas torres que tanto les costó construir era tan sólida que tardaron dos días en derribarla con un bulldozer. Ahora sus ruinas de piedra se elevan al fondo de la cantera inundada. Cerca de las ruinas, el puente levadizo del castillo se extiende sobre el lago. El puente levadizo podía levantarse y bajarse hasta que llegó el hermano de Jerry, Ken.

—Ahí arriba hay una maquinaria con un motor y una serie de enganches, e hice bajar cables —dice Jerry— y que un tipo me conectara un interruptor. Fue mi hermano el que lo rompió. Vino aquí con un par de amigotes, cuando yo no estaba, iban borrachos y se pusieron a trastear con el puñetero puente. Me jodieron el interruptor. Siempre que venían se ponían a hacerlo funcionar. Todo el mundo que venía tenía que accionar el puto puente.

Como Jerry se pasa todos los inviernos pescando en México, el castillo está un poco desmejorado. Dentro de la torre del homenaje hay partes de placas de yeso y de aislante que se han caído y dejan al descubierto manchas oscuras y daños causados por la humedad en el interior de las paredes. El aire está rancio y huele a moho.

—Usé un sistema de canalones de bajada que iban por dentro de las paredes y me funcionó bien. Hechos de plástico ABS —dice—. Cuando hice los canalones del tejado, usé un sistema parecido a un abrevadero. Luego tuve que hacer un empalme de bajada a través del metal galvanizado que conectara con los tubos de ABS. Hicimos unos cuantos y funcionaban bien. Usamos un tejado prefabricado de fibra de vidrio y aguantó muy bien, pero luego empezaron a salir goteras. De eso debe de hacer unos cuatro años. Y, mira por dónde, la salida galvanizada de los canalones se ha oxidado.

El estucado ya no es tan blanco como antes. En algunas partes está agrietado y descascarillado, y en otras se ve el listón metálico de debajo.

—Lo peor es el estucado exterior —dice Jerry—. Lo he remozado dos veces: primero le di una capa y luego otra hace unos doce años. Tendría que ponerme a limpiarlo. Uso agua y lejía y una pistola pulverizadora. Luego es cuestión de trabajar por zonas. Coges una mezcladora, una pistola de aire comprimido y todo el material y te pones a mezclar y a rociar y todo va bastante deprisa.

»Este sitio está un poco estropeado, comparado con como estaba antes —añade—. Pero se puede arreglar.

Y resulta que este es el año indicado para arreglar el castillo. Entre otros proyectos. En el garaje hay el casco de una barca de pesca StarCraft de seis metros y treinta años de antigüedad. Jerry está instalando un dragón de metal que se erguirá encabritado en la proa con un ojo rojo a un lado y uno verde al otro. El dragón estará arreglado por dentro para lanzar fuego por la boca. Va a añadir treinta centímetros para levantar la proa y así conseguir que la barca de proa plana aguante mejor cuando la mar está picada.

—La voy a usar en México, y por las tardes la mar se pica un poco —dice—. Se levanta viento y tenemos que navegar con olas de tres y cuatro metros. Y eso te preocupa cuando tienes una proa abierta.

Mirando hacia atrás, dice:

—Mi consejo sería: no lo hagáis. Es obvio, mirando el exterior, que el estucado no es apropiado para esta zona. Ahora han inventado un material nuevo para estucados exteriores que voy a usar y que es mucho mejor. Pero he vivido aquí con mujeres y no les gusta esto, y no les gusta aquello, y no les gusta subir ni bajar escaleras. —Y vuelve a reírse.

Jerry Bjorklund se ríe un montón. Desde arriba se oye el rugido apagado de un avión a reacción doblando la «curva del castillo» para entrar en el aeropuerto internacional de Portland.

Y todo se remonta a aquella lejana noche, bebiendo Black Velvet...

—El problema es que le dije a alguien que iba a hacerlo —dice Jerry—. Aquella fue probablemente mi perdición total. Porque si digo que voy a hacer algo, me importa un huevo lo que me cueste.

Pero eso no quiere decir que Jerry Bjorklund se arrepienta de nada.

—Yo creo que hay demasiada gente que hace las cosas como todo el mundo, y yo no voy a ser así. Nunca he sido así. —Y vuelve a encenderse otro cigarrillo mexicano y suelta otra risotada rasposa.

Para Roger DeClements —que ha construido tres castillos—, el primero fue más bien cuestión de rapidez y de ahorrar dinero. Nacido en Edmonds (Washington), Roger trabajó como contratista durante la década de 1970. Roger tiene mujer y tres hijos, y como a su mujer le dan miedo los médicos, todos los niños nacieron en sus castillos. Los dos primeros hijos en un castillo que construyó en Machias (Washington), a
ocho
kilómetros al norte de Snohomish, que está al este de Everett, que está al norte de Seattle. Se trata de un pueblecito que toma su nombre de un pueblo de Maine, con una pequeña iglesia blanca con campanario construida en 1902, situado en un valle del río Pilchuk.

—Para mi primer castillo —dice Roger— conseguí financiación. Era mil novecientos ochenta, cuando los tipos de interés eran del dieciocho por ciento, así que fuimos a los bancos locales y nadie estaba dando préstamos. Alguien mencionó a los de Citicorp, así que fui y me dijeron: «Claro... al dieciocho por ciento».

Con todo, Citicorp no sabía qué estaban financiando con su dinero.

—Ni siquiera sabían que iba a ser un castillo —dice Roger—. Solo querían seguridad, así que usamos otra propiedad como aval. Para el segundo castillo usamos nuestros ahorros. Para el tercer castillo usamos ahorros y cuando las obras estaban más avanzadas hicimos que vinieran del banco a echarle un vistazo y refinanciarlo.

»El primer castillo era en realidad un castillo de cemento prefabricado. Moldeamos la forma de las paredes en la arena, pusimos las barras de refuerzo del cemento armado, echamos el hormigón, las levantamos y las sacamos del molde. Fue un castillo muy barato y lo terminé en cinco semanas. Yo lo hice todo de principio a fin.

Roger dibujó sus propios planos, basándose en los castillos de Disneyland y los castillos de las películas.

—En el estado de Washington —dice— tienes que llevar tus planos a un ingeniero de estructuras y él te los sella. Después de eso ya no hay problemas.

»Soy licenciado en química y física, pero he estado haciendo un montón de arquitectura e ingeniería —explica Roger—. Y estoy especializado en castillos.

»El primero tenía una sola torre —dice—. Ochenta metros cuadrados en dos pisos. Estaba construida básicamente como un sótano, con paredes de cemento prefabricadas. Luego la aislamos recubriéndola de tablones y poniendo placas de yeso Sheetrock en el interior. Mucha gente de todo el país empieza así a construir sus castillos, pero yo he descubierto que no funciona muy bien. Además, todo el mundo venía y me preguntaba: “¿Es piedra de verdad?”. Y me cansé de que me lo preguntaran.

Añade:

—Lo construimos en un solo día, así que para todo el vecindario fue una sorpresa. Apareció así, paf, de la nada.

»A los niños les encantaba entrar en la propiedad y ver hasta dónde podían llegar antes de tener demasiado miedo. A la gente le gustaba pararse en la carretera y sacar fotos.

El primer castillo solo costó catorce mil dólares y tardaron en hacerlo un total de cinco semanas. Todavía ocupa cinco acres junto a la orilla del río Pilchuk. Tiene calefacción eléctrica, pero lo que Roger ganó en velocidad y coste, la familia DeClements lo perdió en comodidad.

—Recubrir las paredes de aislante —dice Roger— no funciona muy bien. El frío traspasa el cemento. Llega a donde está el aislante. Luego el aire caliente del interior se filtra a través del aislamiento y entra en contacto con la superficie fría del cemento o de los bloques. Entonces el agua se condensa. En cuanto una molécula de agua se condensa, llega otra para ocupar su sitio. Así que terminas con una condensación continua en la pared fría de detrás del aislante. Y eso es un problema, porque hace que salga moho y que todo huela a sótano.

A fin de volver a la universidad y sacarse la licenciatura, Roger les vendió aquel castillo a unos artistas para que lo usaran como estudio.

—Antes de construir mi segundo castillo, volví a la universidad y aprendí un montón —dice—. Fui contratista desde mil novecientos setenta y cinco hasta mil novecientos ochenta y siete, construí casas y edificios comerciales, usando los métodos tradicionales. En la universidad aprendí mucho más sobre el proceso físico de cómo funciona la transferencia de calor y humedad.

Dice:

—Así que para el segundo castillo que construimos, usamos piedra de verdad.

El segundo castillo está construido sobre roca encima de una cascada en Sedro-Woolley (Washington). Está apostado sobre un precipicio de piedra, por encima de un estanque natural donde nadan en verano los chavales del lugar. En vez de calefacción eléctrica, el segundo castillo tenía una chimenea de leña.

Dice:

—El segundo lo diseñamos para que tuviera aspecto de castillo y para que la gente no supiera cuándo había sido construido. Usamos solo piedra e incorporamos también un nuevo método de construcción, empezando por fabricar una pared doble que tenía piedra por fuera, luego una capa de poliestireno rígido y extrudido, luego hormigón armado y por fin piedra otra vez, de forma que no se veían ni el cemento ni el aislamiento del interior. Lo único que se veía era la piedra.

Paso a paso, explica Roger:

—Lo primero que hay que levantar son las barras de refuerzo del hormigón armado, luego los tablones de aislamiento. Después extendemos los conductos y las tuberías, los cables de internet a alta velocidad, lo que uno quiera. Luego se construye una pared doble de piedra, en el interior y en el exterior. Cuando has levantado dos metros y medio rellenas el espacio intermedio de cemento. Luego continúas. Las dos paredes de piedra, que se aguantan con postes de acero inoxidable, forman una estructura de hormigón permanente. Es como lo hacían los romanos en la Antigüedad. Lo hacían así mismo. No usaban refuerzos de metal, sino piedras muy largas que conectaban las dos paredes de piedra.

»Intentamos encontrar una cantera de donde las piedras salieran con forma rectangular, a modo de sillares, para no tener que vernos con un montón de piedras redondas. Se pueden usar rocas de río, pero se tarda mucho más tiempo y el resultado no es tan fuerte.

En lugar de cinco acres, el segundo castillo ocupa veinte. En lugar de cinco semanas, Roger se pasó desde 1992 hasta 1995 construyéndolo.

—El segundo castillo no se podía ver desde la carretera como el primero —dice—. Estaba un poco más escondido. Conseguí el terreno a buen precio porque la única forma que había de llegar hasta allí era cruzar un desfiladero de treinta metros de profundidad. Así que construí un puente de metal y luego transportamos todos los materiales con una carretilla. A veces vuelvo allí y no me puedo creer todo lo que hice.

Con todo, Roger DeClements dice que le encanta su trabajo.

—Mucha gente viene y dice: «Oh, no me puedo creer esto. Yo nunca podría hacerlo». Para mí, todo es muy simple y sencillo. Y es un trabajo muy relajante. Resulta muy relajante y tranquilo estar al aire libre entre las colinas y los árboles... amontonando piedras.

Es interesante señalar aquí que Carl Jung empezó a explorar su subconsciente jugando a un juego de construcción con piedras. Al juntarlas, sintió que era lanzado al espacio exterior, donde tuvo visiones que guiarían el resto de su vida.

—Es como montar un rompecabezas —dice Roger DeClements—. Juntar todas estas piezas. Pero no te agobia ni hace que te salga humo de la cabeza. Y además, puedes dar rienda suelta a tu creatividad, porque puedes dedicarte a hacer curvas y torres y formas distintas.

¿Y vivir en un castillo?

—Vivir en un castillo es distinto a vivir en una casa —dice—. Es más tranquilo. No lo hace temblar el viento. No sube ni baja la temperatura cuando cambia la de afuera. La piedra la mantiene constante —añade—. Aun así, no he podido hacer la transición a caballero medieval ni nada de eso. Sigo siendo la misma persona.

Aquel castillo tenía catorce metros de altura, ventanas en arco y cuatrocientos metros cuadrados de espacio habitable repartido en tres plantas. Con todo, cuando llegó la hora de venderlo y mudarse, los dos primeros agentes inmobiliarios se mostraron reacios. Dijeron que no había ventas como aquella en la zona. Los agentes que vinieron después dijeron que no había nada de que preocuparse e inmediatamente consiguieron tres ofertas y vendieron aquel castillo en 1995 por 425.000 dólares.

Y empezó la búsqueda de nuevos «terrenos para castillos». Buscaron en Utah, pero el terreno era demasiado caro y no había agua disponible.

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