Read Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones Online
Authors: Charles Bukowski
Tags: #Erótico, Humor, Relato
—¡vuelva usted al TRABAJO! —dijo el cigarro puro.
—no, no puedo —dijo Dan—. no puedo levantar una pieza más de goma.
—¿
y
cómo vamos a sacarnos todo este material de encima? —preguntó el cigarro—. tenemos que hacer sitio para el suministro que llega mañana.
—alquile otro edificio, contrate más gente, están matando al personal, destrozándoles el cerebro, ni siquiera saben dónde están, ¡MÍRELOS! ¡mire a esos pobres idiotas!
y era verdad, los obreros apenas parecían humanos, tenían los ojos vidriosos, tenían un aire abatido y demente, se reían por cualquier cosa y se burlaban unos de otros continuamente, los habían vaciado por dentro, habían sido asesinados.
—son sus compañeros, son buena gente —dijo el cigarro.
—claro que lo son. la mitad de su salario va al Estado en impuestos, la otra mitad se va en coches nuevos, televisión en color, esposas estúpidas y cuatro o cinco tipos distintos de seguros.
—si no trabaja usted las horas extras como los demás, se queda sin trabajo, Skorski.
—entonces me quedo sin trabajo, Blackstone.
—soy un hombre honrado y quiero pagarle.
—en la oficina de trabajo del Estado.
—allí le enviaremos su cheque por correo.
—muy bien, y háganlo rápido.
al abandonar el edificio, tuvo la misma sensación de libertad y maravilla que experimentaba siempre que le despedían o que dejaba un trabajo, al dejar aquel edificio, al dejarles allí dentro... «¡has encontrado un hogar, Skorski! ¡nunca habías tenido una cosa tan buena!» por muy mierda que fuese el trabajo, los obreros siempre le decían eso.
Skorski paró en la bodega, compró una botella de Grandad y empezó a darle, era una tarde agradable y terminó la botella y se fue a la cama y durmió en una cómoda gloria que no había sentido en muchos años, ningún despertador le arrojaría a las seis y media hacia una falsa y bestial humanidad.
durmió hasta el mediodía, se levantó, tomó dos alka-seltzers y bajó hasta el buzón, había una carta:
Querido señor Skorski:
Soy desde hace mucho tiempo admirador de sus poemas y relatos cortos, y pude apreciar también la gran calidad de los cuadros que expuso usted recientemente en la Universidad de
N.
Tenemos un puesto libre aquí en el departamento editorial de World-Way Books, Incs. Estoy seguro de que habrá oído hablar de nosotros. Nuestras publicaciones se distribuyen en Europa, África, Australia y, sí, incluso en Oriente. Hemos estado siguiendo su trabajo durante varios años y hemos visto que fue usted editor de la pequeña revista LAMEBIRD, los años 1962-63, y nos gusta mucho su criterio en la selección de poesía y prosa. Creemos que es usted el hombre que necesitamos aquí, en nuestro departamento editorial. Creo que podríamos llegar a un acuerdo, la proposición inicial sería de doscientos dólares por semana y nos honraría mucho tenerle con nosotros. Si le atrae nuestra proposición, telefonéenos, por favor a..., y le enviaremos por giro telegráfico el precio del billete del avión y una suma que consideramos generosa para los gastos de traslado.Humildemente suyo,
D. R. Signo,
Redactor Jefe
WorldWay Books, Inc.»
Dan tomó una cerveza, puso un par de huevos a hervir y telefoneó a Signo. Signo parecía hablar a través de un trozo de acero enrollado, pero Signo había publicado a algunos de los mejores escritores del mundo, y Signo parecía muy distante, muy distinto a la carta.
—¿quieren de verdad que trabaje ahí? —le preguntó Dan.
—desde luego —dijo Signo—. tal como le indicamos.
—de acuerdo, envíenme el dinero y me pondré en camino.
—el dinero está en camino —dijo Signo—. lo adivinamos.
colgó. Signo, claro. Dan sacó los huevos, se fue a la cama y durmió otras dos horas...
en el avión de Nueva York, las cosas podrían haber ido mejor. Dan no podía determinar si la causa había sido el que fuese la primera vez que volaba o el extraño tono de la voz de Signo hablando a través de acero enrollado, de la goma al acero, bueno, quizá Signo estuviese muy ocupado, podría ser. había hombres que estaban muy ocupados, siempre, de todos modos, cuando Skorski subió en el avión, estaba ya bastante colocado, y llevaba además con él un poco de Grandad. Sin embargo, se le acabó a mitad de camino y empezó a acosar a la azafata pidiéndole bebida, no tenía la menor idea de lo que le servía la azafata: era una cosa dulce, de color purpúreo, y no parecía ligar muy bien con el Grandad, pronto estaba hablando a todos los pasajeros, diciéndoles que él era Rocky Graziano, ex boxeador, al principio se reían, pero luego se quedaron callados, al ver que él seguía insistiendo:
—soy Rock, sí, soy Rock, ¡vaya puños que tenía! ¡coraje y pegada! ¡cómo
aullaba
la gente!
luego se puso malo y se fue al cagadero, al vomitar, parte del vómito se le quedó en los zapatos y los calcetines y se sacó zapatos y calcetines y salió descalzo, puso los calcetines a secar en algún sitio y luego los zapatos en otro y luego se olvidó de dónde había puesto ambas cosas.
caminaba pasillo arriba y pasillo abajo, descalzo.
—señor Skorski —le dijo la azafata—, quédese en su asiento, por favor.
—Graziano. Rocky. ¿
y
quién demonios me robó mis zapatos y mis calcetines? ¿voy a atizarles un puñetazo en la barriga a cada uno de ustedes.
vomitó allí en el pasillo y una vieja lanzó un bufido realmente como de una culebra.
—señor Skorski —dijo la azafata—. ¡insisto en que vuelva a su asiento!
Dan la agarró por la cintura.
—me gustas, creo que te violaré aquí mismo en el pasillo, ¡piénsalo! ¡violación en el cielo! ¡te encantará! ¡ex boxeador, Rocky Graziano, viola a azafata en el cielo de Illinois! ¡ven
p'acá
!
Dan la tenía cogida por la cintura, ella de cara pálida e insulsa. joven, mezquina y fea. con el coeficiente de inteligencia de una rata tetuda pero sin tetas, pero fuerte, se soltó y corrió al compartimiento del piloto. Dan vomitó un poco más y luego se sentó.
salió el copiloto. un hombre de gran trasero y mandíbula alargada, casa de tres plantas, cuatro hijos y una esposa loca.
—¿qué pasa, amigo? —dijo el copiloto.
—¿qué pasa, gilipollas?
—compórtese, tengo entendido que está usted organizando un escándalo.
—¿un escándalo? ¿qué es eso? ¿es que eres marica, niño volador?
—¡le repito que se comporte!
—¡cierra el pico, comemierda! ¡yo pago mi pasaje!
Trasero Inmenso agarró el cinturón de seguridad y ató a Dan a su asiento con despreocupado desdén y gran aparato y amenaza de fuerza, como un elefante que arrancase un mango del suelo con la trompa.
—¡ahora QUÉDESE ahí!
—soy Rocky Graziano —dijo Dan al copiloto. el copiloto estaba ya en su compartimiento, cuando pasó la azafata y vio a Skorski atado a su asiento, rió entre dientes.
—¡tengo más de TREINTA CENTÍMETROS de polla! —le gritó Dan.
la vieja volvió a bufarle como una culebra...
en el aeropuerto, descalzo, cogió un taxi y se dirigió al nuevo Village. encontró una habitación sin problemas, y también un bar a la vuelta de la esquina, bebió en el bar hasta primera hora de la mañana y nadie hizo comentario alguno sobre sus pies descalzos, nadie se fijó en él siquiera, ni le habló, estaba en Nueva York, no había duda.
incluso cuando compró zapatos y calcetines a la mañana siguiente, al entrar descalzo en la tienda, nadie le dijo nada, era una ciudad con siglos de vejez y refinada más allá de todo significado y/o sentimiento.
un par de días después telefoneó a Signo.
—¿ha tenido buen viaje, señor Skorski?
—oh, sí.
—bueno, yo como en Griffo's. queda justo en la esquina de WorldWay. ¿podemos vernos allí dentro de media hora?
—¿dónde está Griffo's? quiero decir, ¿cuál es la dirección?
—basta que le dé el nombre al taxista: Griffo's —colgó.
—sí, claro.
le dijo al taxista lo de Griffo's. y allá se fueron, entró, se quedó en la entrada, había cuarenta y cinco personas dentro, ¿cuál era Signo?
—Skorski —dijo una voz—. ¡aquí!
estaba a una mesa. Signo, otro, estaban tomando cocktails. cuando se sentó apareció el camarero y le puso un cocktail delante.
bueno, aquello estaba mejor.
—¿cómo supo usted quién era? —preguntó a Signo.
—bueno, lo supe —digo Signo.
Signo jamás miraba a los ojos, siempre miraba por encima de uno, como si estuviese esperando un mensaje o que entrara un pájaro volando o un dardo envenenado de un ubangi.
—sí que lo es —dijo Dan.
—quiero decir que éste es el señor Extraño, uno de nuestros jefes de redacción.
—hola —dijo Extraño—. siempre he admirado su obra.
Extraño era exactamente lo contrario: siempre miraba hacia el suelo como si esperase que brotara algo de entre las tablas: aceite rezumante o un gato montés o una invasión de cucarachas enloquecidas por la cerveza, nadie decía nada. Dan terminó su combinado y les esperó, ellos bebían muy despacio, como si no importase, como si fuese agua de tiza, tomaron otra ronda y se fueron a la oficina...
le enseñaron su mesa, cada mesa estaba separada de las otras por aquellos altos acantilados de cristal blanquecino, no se podía ver a través del cristal, y detrás de la mesa había una puerta de cristal blanquecino, cerrada, y apretando un botón, se cerraba un cristal allí mismo delante de la mesa y quedabas absolutamente solo, uno podía tirarse allí mismo a una secretaria sin que nadie se enterara, una de las secretarias le había sonreído. ¡Dios mío, qué cuerpo! toda aquella carne, fluida y bamboleante y deseando ser jodida, y luego la sonrisa... qué tortura medieval.
jugueteó con una regla de cálculo que había en su mesa, era para medir cíceros o píceros o algo así. él no sabía manejar aquella regla, claro, sólo se sentaba allí a jugar con ella, pasaron cuarenta y cinco minutos, empezó a sentir sed. abrió la puerta posterior y caminó entre las hileras de mesas con aquellas paredes de cristal blanco, tras cada una de aquellas paredes de cristal había un hombre, unos hablaban por teléfono, otros jugaban con papeles, todos parecían saber qué estaban haciendo, encontró Griffo's. se sentó en la barra y echó dos tragos, luego volvió a subir, se sentó y se puso a jugar otra vez con la regla, pasaron treinta minutos, se levantó y volvió a bajar a Griffo's. tres tragos, vuelta otra vez a la regla, y así estuvo bajando a Grifo's y subiendo, perdió la cuenta, pero más tarde, ese mismo día, cuando pasaba frente a las mesas, cada redactor apretó su botón y la hoja de cristal se cerró frente a él. flip, flip, flip, flip, y así todo el camino hasta que llegó a su mesa, sólo un redactor no cerró su pared de cristal. Dan se quedó parado frente a él y le miró: era un hombre inmenso, agonizante, con un cuello grueso pero flácido, los tejidos fofos, y la cara redonda e hinchada, redonda como el balón de playa de un niño con los rasgos difusamente marcados, el hombre no le miraba, miraba al techo, por encima de la cabeza de Dan, y estaba furioso... rojo primero, pálido después, decayendo, decayendo. Dan llegó hasta su mesa, apretó el botón y se encerró, alguien llamó a su puerta, la abrió, era Signo. Signo miraba por encima de la cabeza de Dan.
—hemos decidido que no podemos utilizarle.
—¿
y
los gastos de vuelta?
—¿cuánto necesita?
—ciento setenta y cinco bastarían.
Signo extendió un cheque por ciento setenta y cinco, lo dejó sobre la mesa y...
Skorski, en vez de coger el avión para Los Angeles, se decidió por San Diego, llevaba mucho tiempo sin ir a la pista de carreras de Caliente, y consiguió que resultase lo del 5-10. pensó que podría coger 5 X 6 sin demasiadas combinaciones, prefirió establecer una relación peso-distancia-velocidad que pareciese lo bastante segura, se mantuvo aceptablemente sobrio en el viaje de vuelta, se quedó una noche en San Diego y luego cogió un taxi para Tijuana. cambió de taxi en la frontera y el taxista mejicano le encontró un buen hotel en el centro de la ciudad, metió su bolsa de andrajos en un armario del cuarto del hotel y luego salió a ver la población, eran las seis de la tarde y el sol rosado parecía suavizar la pobreza y la cólera del pueblo, pobres mierdas, lo bastante cerca de los Estados Unidos para hablar el idioma y conocer su corrupción, pero sin poder más que rebañar un poco de la riqueza, como una rémora adosada al vientre de un tiburón.
Dan encontró un bar y tomó un tequila, la máquina tocaba música mejicana, había cuatro o cinco hombres sentados por allí bebiendo y haciendo tiempo, no había ninguna mujer, bueno, eso no era problema en Tijuana. y lo que menos deseaba en aquel momento era una mujer, asediándole, presionándole; las mujeres fastidian siempre, pueden matar a un hombre de nueve mil modos distintos, después de conseguir el 5-10, cogería sus cincuenta o sesenta de los grandes, se agenciaría una casita en la costa, entre Los Angeles y Dago, y luego compraría una máquina de escribir eléctrica y sacaría el pincel, bebería vino francés y daría largos paseos nocturnos por la orilla del mar. pasar de vivir mal a vivir bien era sólo cuestión de un poco de suerte y Dan tenía la sensación de que le llegaba aquel poco de suerte, los libros, los libros contables, se lo debían...
preguntó al tipo del bar qué día era y el del bar dijo «jueves», así que tenía un par de días, no había carreras hasta el sábado. Aleseo tenía que esperar a que las multitudes norteamericanas pasaran la frontera para sus dos días de locura tras cinco de infierno. Tijuana se cuidaba de ellos. Tijuana se cuidaba de su dinero por ellos, pero los norteamericanos nunca sabían cuánto les odiaban los mejicanos; el dinero les cegaba y no podían verlo, y andaban por Tijuana como si fuesen los amos de todo, y toda mujer era un polvo y todo poli sólo era una especie de payaso, pero los norteamericanos habían olvidado que le habían ganado a Méjico unas cuantas guerras, como norteamericanos o téjanos o lo que fuese, para los norteamericanos esto era sólo una historia en un libro, para los mejicanos era muy real, no te sentías a gusto como norteamericano en un bar mejicano un jueves por la noche, los norteamericanos habían acabado con las corridas de toros, los norteamericanos habían acabado con todo.
Dan pidió más tequila.
—¿quiere una chica guapa, señor? —dijo el del bar.
—gracias, amigo —contestó él—, pero soy escritor, estoy más interesado en la humanidad en general que en joder en concreto.