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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (7 page)

Aden pasó los seis días siguientes entre la consciencia y la pérdida de conocimiento. En varias ocasiones quiso dejar de luchar, terminar con todo y alejarse flotando de aquella masa de dolor que era su cuerpo. Pero no lo hizo. Luchó. Luchó con más tenacidad de lo que había luchado nunca por nada, con un solo pensamiento: la paz que lograba con Mary Ann.

Unas cuantas veces incluso tuvo la alucinación de que la veía sobre él, y de que su pelo largo y oscuro le hacía cosquillas en el pecho. O tal vez, la habilidad de Elijah estaba aumentando y tenía una visión de algo que no era la muerte, sino que vislumbraba el futuro. Salvo que, al contrario que en la realidad, la piel de Mary Ann era muy pálida, y no bronceada. Además, sus ojos eran de un azul brillante, y no castaños.

Había algunas explicaciones para aquellas diferencias. O sus visiones anteriores no eran de Mary Ann, y él todavía no había conocido a la verdadera chica morena o, como estaba tan enfermo, había captado mal los detalles.

Ambas cosas eran perfectamente posibles. Se dio cuenta de que, aunque había visto a la chica morena muchas veces en sueños, nunca había visto en realidad sus rasgos faciales. La cara que había visto aquella semana, sin embargo, no podría olvidarla.

—Duerme —le había dicho ella mientras le acariciaba la frente—. Cuando te pongas bien, tenemos mucho que hablar.

—¿De qué? —había preguntado él.

—Por ejemplo, de cómo llamaste a mi gente. De cómo sigo sintiendo tu zumbido. De cómo ese zumbido cesó durante una corta temporada. De por qué quieres que estemos aquí. De si permitiremos que vivas, o no. Sin embargo, hablaremos cuando tu sangre huela menos a muerto viviente.

Aquélla era una conversación que Aden no entendía.

Al contrario que durante sus encuentros con Mary Ann, Aden no quería huir de aquella aparición, ni quería abrazarla como si fuera su hermana. Tampoco había sentido la ráfaga de viento dolorosa. Quería meter las manos entre su pelo, acercársela y beberse su olor. Madreselva y rosas. Quería besarla como se besaban en las visiones.

Al final, la fiebre pasó, y las alucinaciones cesaron. Dejó de sudar, y sus músculos dejaron de contraerse, y se quedó débil y hambriento. Se levantó de la cama, vestido únicamente con un par de calzoncillos cuyo sudor se le había secado contra la piel. Había ocultado la peor parte de sus dolores, conteniendo los gemidos dentro de la cabeza. Cualquier cosa por evitar los hospitales, las preguntas y los exámenes de los médicos. Dios, las preguntas.

Lo habían excusado de acudir a las sesiones de tutoría y del trabajo en el establo durante toda la semana. Dan lo había visitado regularmente, sin embargo, con una expresión de preocupación y de desconfianza al mismo tiempo. Si habían hablado de lo que estaba sucediendo, Aden no lo recordaba. Lo único que recordaba era que Dan le había preguntado si sabía algo de la profanación del cementerio. Parecía que la televisión había dado la noticia que él temía. Aden había contestado que no.

Se comió el sándwich de mantequilla de cacahuete que le había dejado Dan durante la visita de aquella mañana. Con el estómago más calmado, se duchó rápidamente y se puso unos pantalones vaqueros y una camiseta gris. Dan iba a llevarlos de compras a Shannon y a él. Eso también lo recordaba. Era algo que Shannon no había hecho nunca, y a Aden sólo se le ocurría un motivo para hacer tal viaje: Dan iba a permitirles que asistieran al instituto Crossroads High.

Alguien llamó a su puerta, y después, Shannon asomó la cabeza. En sus ojos verdes no había ninguna emoción.

—Ya-ya-ya es ho-hora de salir.

Sin esperar la respuesta de Aden, se dio la vuelta y se alejó.

Una a una, las almas despertaron, se estiraron y suspiraron. Estupendo.

«¿Qué ocurre?», preguntó Eve.

—Vamos a hacer compras para el instituto —dijo él en voz baja, mientras salía de su habitación—. Hablaremos después, ¿de acuerdo?

Ozzie y Seth estaban frente a la puerta de su habitación, cruzados de brazos. Todo el mundo tenía compañero de habitación, salvo Aden. Nadie quería compartir cuarto con el chiflado, y a él le parecía muy bien.

—¿Hablando solo otra vez? —le preguntó Seth con una carcajada—. ¿Por qué? No es que seas tan estimulante.

Aden alzó la barbilla e intentó pasar por delante de ellos.

Ozzie lo agarró del brazo y lo detuvo.

—¿Adónde crees que vas, loco? Te has estado escondiendo últimamente, y tenemos que hablar de unas cuantas cosas.

Aden miró al chico mientras sentía un terrible impulso de atacarlo. No le gustaba que lo amenazaran así. Demasiadas veces, en demasiadas instituciones, lo habían sujetado y le habían golpeado.

«No puedes permitirte el lujo de pelearte a puñetazos con Ozzie», dijo Eve.

Si Ozzie seguía presionándolo así, Aden no iba a poder contenerse. Se le estaba acabando la paciencia. Atacaría. Y no jugaría limpio. Sus dagas estaban presionándole los tobillos, esperando.

—Suéltame —rugió.

Ozzie se quedó sorprendido, pero no lo soltó.

—Será mejor que estés hablando con uno de tus amigos invisibles, chiflado, o te juro que te voy a hacer pedazos mientras duermes.

Seth se echó a reír.

Aden apretó los dientes.

«Lo digo en serio, Aden. No te enzarces en una pelea con él», dijo Eve.

«Si sigues por este camino, tal vez no llegues al primer día de instituto», le advirtió Elijah. «Y si no llegas al primer día de instituto, no verás a la chica».

Aden tiró del brazo y se zafó de Ozzie, y se alejó sin decir una palabra más.

—Mira cómo corre el gallina —le dijo Ozzie.

A Aden le ardieron las mejillas, pero no se dio la vuelta. Era mejor que pensaran mal de él que demostrarles lo mucho que se equivocaban. Porque en la demostración alguien resultaría herido, y no sería él. Y, tal y como Elijah le había recordado, Mary Ann y el instituto público estaban en el horizonte. Aden tendría que ser bueno y evitar los problemas como si fueran un cementerio.

Fuera, Aden tuvo que entrecerrar los ojos para protegerse de la intensidad del sol. Buscó la furgoneta de Dan, y fijó la mirada en una fila de árboles que había junto a la casa principal. Entonces se quedó con la boca abierta. Allí, entre las sombras, estaba la morena. Su morena. La de sus visiones.

Pero no era Mary Ann, sin lugar a dudas.

Aquella chica era más alta, y tenía una cara de portada de revista. Sus ojos eran enormes, azules, de largas pestañas. Tenía la nariz pequeña, y la boca en forma de corazón, carnosa y roja. Su piel era blanca como la nieve. El pelo, largo hasta la cintura, ligeramente rizado, tan negro que parecía teñido de azul.

¿Era aquello una visión, o estaba allí de verdad?

Había un chico muy alto tras ella, que tenía un aspecto amenazador. Estaba bronceado y tenía muchos músculos.

Ambos iban vestidos de negro. El chico llevaba una camiseta y unos pantalones de pinzas, y la chica una especie de vestido. Se le sujetaba a un hombro como si fuera una toga, y dejaba el otro desnudo. Tenía un cinturón de eslabones plateados y le llegaba hasta los tobillos.

Lo estaban mirando fijamente. El chico con una expresión amenazante, y la chica con curiosidad.

Como no sabía qué podía hacer, saludó con la mano.

Ninguno de los dos respondió.

—Aden —dijo Dan—, ¿a quién estás saludando? Vamos.

—Pero…

Se volvió con intención de pedir unos minutos. Tenía que saber si aquellos dos eran reales. Sin embargo, Dan le estaba haciendo señas hacia la furgoneta, con una expresión de impaciencia bajo el sol ardiente. Shannon ya estaba dentro. Aden miró hacia los árboles otra vez, pero ellos ya habían desaparecido.

—¿Los habéis visto? —susurró.

«¿A quién?», preguntó Eve. «¿A la bruja y al forzudo?».

Entonces, eran reales. Aden tuvo que contener un grito de alegría. Ella estaba allí. Por fin había llegado. ¿Quién era? ¿Cómo se llamaba? ¿Por qué había ido? ¿Cómo lo había encontrado? ¿Por qué?

¿Cuándo iba a volver a verla?

Elijah suspiró.

«¿Te acuerdas del mal presentimiento que tuve cuando seguiste a esa chica la semana pasada? Bueno, pues tengo un presentimiento peor acerca de esos dos. Pero sí, sé que vas a seguir con esto. Ella es la muchacha de tus visiones».

«¿Hemos tenido visiones de ella? ¿Dónde estaba yo? Porque vaya, es guapa. Lo diré oficialmente», prosiguió Caleb, «estoy excitado».

Aden puso los ojos en blanco.

—Aden —dijo Dan—. Estoy sudando. Vamos.

Aden se obligó a ir hacia la furgoneta, conformándose con pensar que iban a volver. Algún día, ella y él iban a besarse. Elijah había predicho su llegada, después de todo, y había sucedido. Y el beso también sucedería. Aden sonrió.

—¿Qué pasa? —le preguntó Dan.

—Estoy emocionado —dijo, y era la verdad.

—¿Por ir de c-c-compras? Vaya una chi-c-ca —murmuró Shannon.

A Aden no le importó. No iba a permitir que nada le estropeara el buen humor.

Hicieron el trayecto de veinticinco minutos hasta Tri City en silencio. Aden utilizó todos los segundos en intentar encajar las piezas de lo que había sucedido. Como la chica, su chica, y el chico eran reales, eso significaba que ella había ido a visitarlo en sueños mientras estaba enfermo. Se había preocupado por él. Había querido hablar con él, que él le respondiera algunas preguntas.

Quería saber cómo había conseguido él… ¿Qué era lo que había dicho? ¿Cómo había conseguido llamar a su gente? Aden frunció el ceño. ¿A qué gente? Él no había llamado a nadie.

¿Y quién era el chico? ¿Era su hermano? No se parecían en nada, pero eso no tenía nada que ver. ¿Eran sólo amigos? ¿O estaban saliendo juntos? Apretó los puños. De acuerdo. Había una cosa que sí podía estropear su buen humor.

«Cariño, ya me doy cuenta de cómo trabaja tu cerebro», dijo Eve. «Me estás dando dolor de cabeza».

—Lo… —apenas tuvo tiempo de callarse antes de pedir disculpas en voz alta.

Cuando Dan se detuvo ante el centro comercial, les dijo:

—Tenéis una hora, chicos. Comprad algo de ropa y cuadernos para el instituto, pero no salgáis del edificio. Voy a confiar en vosotros. Si no estáis esperándome cuando vuelva, con las bolsas en la mano, estáis fuera del rancho. Será el final. Sin excusas. ¿Entendido?

Aden no lo miró a los ojos. No había podido hacerlo desde aquella noche en que había sabido lo de la señora Killerman.

—¿Entendido?

—Sí —murmuraron Shannon y él.

Dan les dio a cada uno un billete de cincuenta dólares.

—Es todo lo que tengo. Espero que os sirva.

—Gra-gracias —dijo Shannon, y bajó de la furgoneta.

—Aden —le dijo Dan cuando estaba intentando hacer lo mismo—. Sólo para que lo sepas, tú no vas a ir a clase el lunes.

—¿Cómo? ¿Por qué?

—No te preocupes. Vas a ir al instituto, pero tienes que hacer las pruebas de nivel antes de poder ir a una clase determinada. Te darán los resultados sólo una hora después de haberlas hecho, gracias a los ordenadores. Shannon hizo las pruebas la semana pasada, pero tú estabas demasiado enfermo. Creo que vas a aprobar, por eso te he traído de compras hoy, para que estés listo para el martes.

Aden asintió. Se despidió de Dan, bajó de la furgoneta y miró a su alrededor por la acera. Estaba llena de gente, pero no había ni rastro de Shannon.

«¿Es que se hubiera muerto si llega a esperarte?», le preguntó Caleb.

Mientras compraba y sus amigos le decían qué ropa podía quedarle bien, vio al otro chico unas cuantas veces. Shannon andaba mirando por los percheros y fingía que no lo veía.

—Como si yo quisiera estar contigo —dijo Aden.

—¿Con quién? —le preguntó alguien.

Alzó la vista y vio a una señora mayor que estaba a su lado. Tenía el pelo de un rojo brillante, y cardado, de modo que parecía una colmena. Llevaba un vestido de manga corta que le quedaba demasiado grande. Su cara, sus brazos, sus piernas... Todo le brillaba, como si se hubiera bañado en brillantina. Era muy raro.

Sin embargo, eso no era lo peor. Lo peor era que despedía una electricidad que a él le ponía el vello de punta, y eso le asustaba. ¿Cómo lo hacía?

—Con nadie —dijo, y se alejó de ella. No confiaba en los desconocidos.

—Oh, precioso. Creo que hay algo que te inquieta, y me gustaría saber lo que es. Hace años que no hablo con nadie. Francamente, estaría dispuesta a escuchar una conversación sobre los hábitos de reproducción de las hormigas.

¿Lo decía en serio?

—Señora, me da miedo.

—Pues siento que estés asustado —dijo la señora, y siguió hablando. No de hormigas, sino de su hijo, de la esposa de su hijo, de sus niños, y de que no había podido despedirse de ellos antes de que se mudaran y se alejaran de ella—. Tal vez tú pudieras, no sé, decirles adiós de mi parte.

—Ni siquiera los conozco.

—¿Es que no me has escuchado? ¡Te lo he contado todo sobre ellos! —exclamó, y volvió a empezar.

Después de un rato, Aden hizo todo lo posible por ignorarla.

«Necesitarás cuadernos, bolígrafos y carpetas», dijo Julian, al ver que la ropa costaba treinta y cinco dólares y ochenta y tres centavos. Con impuestos. Eve llevaba la cuenta del dinero. No había nadie a quien se le diera mejor.

—¿Cómo sabes lo que necesito? —le preguntó Aden a Julian.

«Supongo que es un recuerdo».

A menudo había sospechado que las almas habían tenido una vida antes de quedar encerradas en él. De vez en cuando recordaban cosas que les habían sucedido, cosas que no habían podido pasarles cuando ya estaban dentro del cuerpo de Aden.

Aden salió de la sección de caballeros con cuatro camisas y un par de pantalones, y se dirigió hacia la papelería. Por supuesto, la mujer lo siguió sin dejar de hablar. Le habría gustado comprar un par de zapatillas de deporte, pero tendría que conformarse con las botas. Era más fácil esconder las armas de ese modo.

Después de hacer las compras, salió a la calle a esperar. Por fortuna, la mujer no lo siguió en aquella ocasión.

Le sobraban veinte minutos. El sol estaba en lo alto del cielo, y hacía mucho calor. Pronto empezó a sudar. Se apoyó contra un lateral del edificio, con medio cuerpo a la sombra. Minutos después llegó Shannon, con una expresión pétrea, como siempre, y con una sola bolsa.

Aden tenía ganas de preguntarle qué había comprado, pero sabía que no iba a responderle.

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