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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (4 page)

Aparte de la camisa, la descripción cuadraba. Tal vez se hubiera cambiado.

Sintió una emoción que no sabía identificar. El hecho de que él pudiera estar allí…

Tenía intención de pasar a ver la tumba de su madre antes de reunirse con Penny. Después de todo, estaba de camino. Sin embargo, al ver a aquel muchacho y sentir la extraña ráfaga de viento, sólo tuvo ganas de escapar.

—Lo he visto antes —dijo ella—. ¿Crees… crees que me ha seguido?

Penny abrió unos ojos como platos, se movió en el asiento y lo miró sin disimulo.

—Seguramente. ¿Crees que es un acosador? ¡Dios santo, eso es todavía más sexy!

—¡No lo mires! —le dijo ella, dándole una palmadita en el brazo a su amiga. Penny se volvió hacia ella.

—Mira, no me importa si es un asesino en serie que tiene los corazones de sus víctimas en el congelador. Cuanto más lo miro, más me gusta. Parece un chico malo y misterioso —Penny se estremeció—. Puede que yo le ofrezca mi corazón.

Un chico malo. Sí, eso también encajaba. Mary Ann no tuvo que darse la vuelta para recordar su aspecto. Tenía su imagen grabada en la mente. Como había dicho Penny, su pelo era negro, con las raíces rubias de dos centímetros de largo. Lo que no había dicho Penny era que tenía un rostro tan perfecto como el de las estatuas griegas que ella había visto en su libro de historia, incluso con la suciedad. Durante un breve instante, cuando un rayo de sol lo había iluminado, ella habría podido jurar que tenía los ojos verdes, castaños, azules y dorados. Sin embargo, el rayo se había desvanecido y los colores se habían fundido los unos con los otros y sólo habían dejado un negro intenso.

Sin embargo, los colores no tenían importancia. Aquellos ojos eran salvajes, asilvestrados, y ella había sentido aquella impresión innegable que había terminado tan rápidamente como había empezado, como si durante un segundo hubiera estado conectada a un generador que la había sacudido, que le había puesto los nervios de punta. Incluso le había hecho daño. Entonces era cuando habían comenzado las náuseas.

¿Por qué volvía a experimentar todo aquello, aunque con menos intensidad? ¿Incluso antes de haberlo visto? ¿Por qué sentía aquello? No tenía sentido. ¿Quién era él?

—Vamos a hablar con él —dijo Penny.

—No —replicó Mary Ann—. Yo tengo novio.

—No, tienes a un idiota que está desesperado por meterse en tus braguitas aunque tú le digas que no. Lo cual, a propósito, es una garantía de que se está acostando con alguna otra cada vez que te das la vuelta.

Había algo en su tono de voz… Mary Ann se apartó de la cabeza al chico del cementerio y miró a su amiga con el ceño fruncido.

—Espera. ¿Es que has oído algo?

Hubo una pausa. Otra calada. Una risita nerviosa.

—No. No, claro que no —dijo Penny—. Y de todos modos no quiero hablar de Tucker. Quiero hablar del hecho de que tú y ese chico misterioso deberíais ligar. Le gustas, eso está claro. Y tú tienes las mejillas sonrojadas y las manos temblorosas.

—Seguramente estoy incubando una gripe —dijo Mary Ann.

—No seas remilgada. Dame permiso y lo llamaré. Podéis salir juntos, no se lo diré a Tucker, te lo juro.

—No. ¡No, no, no! En primer lugar, yo nunca engañaría a Tucker.

Penny puso los ojos en blanco.

—Pues entonces rompe con él.

—Y en segundo lugar —prosiguió Mary Ann, haciendo caso omiso del comentario de su amiga—, no tengo tiempo para salir con otro chico, ni siquiera como amigo. Es muy importante que saque buenas notas. Se acerca la Selectividad.

—Tienes todo sobresaliente, y vas a sacar otro en la Selectividad, seguro.

—Quiero seguir así, y la única manera de sacar sobresaliente en Selectividad es estudiar.

—Bueno, pero cuando te mueras de estrés y aburrimiento, te arrepentirás de no haber aceptado mi oferta. ¿Quién habría pensado que yo sería la más lista de las dos?

En aquella ocasión, fue Mary Ann la que puso los ojos en blanco.

—Si tú eres la más lista, ¿entonces qué soy yo?

—La guapa aburrida —dijo Penny con su sonrisa, aunque en aquella ocasión no fue tan brillante—. Supongo que no puedes evitarlo, con todos esos rollos psicológicos que te mete tu padre. Que si hay algo bueno en todo el mundo, bla, bla, bla… Te digo que hay gente que no merece la pena, y Tucker es un… uno de ellos —dijo con vehemencia—. ¡Vaya! No he tenido que hacer nada y se está acercando. Sí, me has oído bien. ¡Tu acosador viene para acá!

Mary Ann se volvió sin poder evitarlo. Era el chico del cementerio. Apenas pudo disimular el gesto de dolor al sentir otra sacudida y más ardor de estómago.

Por lo menos, el mundo no se quedó parado en aquella ocasión.

Con más calma, pudo observarlo. Tenía los pantalones vaqueros rasgados, pero se había cambiado de camisa. Aquélla estaba limpia y no tenía agujeros. Su rostro era tan perfecto como pensaba, demasiado perfecto como para ser real. Tenía unas pestañas negras y espesas, los pómulos altos y bien esculpidos, la nariz perfectamente inclinada y los labios perfectamente curvados, aunque fruncidos en aquel instante.

Era más alto de lo que creía. Seguramente le sacaba una cabeza a ella. Y sus rasgos estaban tensos de determinación.

Se aproximó de manera vacilante, y cuando llegó hasta ellas, se detuvo y dejó caer la mochila a sus pies.

Mary Ann se puso rígida. Sintió que se le quedaba la boca seca. ¿Qué iba a hacer si él le pedía que salieran juntos? Tucker era su primer y único novio. En realidad, el único que le había pedido que saliera con él, así que nunca había tenido que rechazar a nadie. Aunque no sabía si aquel chico quería pedirle que saliera con él. «Por favor, no me lo pidas».

«¿No crees que eres una egocéntrica? La mayoría de los chicos quieren tus apuntes, no tu cuerpo».

—Este día no podía ser mejor —dijo Penny.

El chico saludó con timidez.

—Hola —dijo. Después frunció el ceño y se frotó el pecho, como había hecho ella misma un poco antes. Él entrecerró los ojos y miró a su alrededor.

—Hola —dijo Mary Ann, y fijó la mirada en la mesa. No sabía qué decir.

Se hizo un silencio muy incómodo.

Penny suspiró.

—Está bien. Ella se llama Mary Ann Gray, y estudia en Crossroads High School. Te daré su número de teléfono si me lo pides de una manera agradable.

—Penny —dijo Mary Ann, y le dio una palmada en el hombro.

Penny hizo caso omiso.

—¿Cómo te llamas tú? ¿Y a qué instituto vas? —le preguntó al muchacho—. ¿Al Caballo Salvaje? —inquirió con disgusto.

—Me llamo Aden. Aden Stone. Acabo de venir a vivir aquí. Y no voy a un instituto público —dijo él, e hizo una pausa—. ¿Pero qué tiene de malo el Caballo Salvaje?

Tenía una voz grave, que producía escalofríos. Ella se obligó a concentrarse en lo que estaba diciendo, en vez de en su timbre. Había dicho que no iba a un instituto público. ¿Significaba eso que iba a una escuela privada, o que se estaba educando en su casa?

—Es nuestro rival más grande y allí van los peores humanos de la tierra —dijo Penny, y le ofreció una silla—. Bueno, ya que no estudias allí, ¿quieres sentarte con nosotras, Aden Stone?

—Oh, yo… yo… si no os importa —dijo, aunque se dirigió a Mary Ann.

Antes de que ella pudiera responder, lo hizo Penny.

—Claro que no le importa. Me estaba diciendo que ojalá vinieras a saludar. Siéntate, siéntate. Háblanos un poco de ti.

Lentamente, Aden se acomodó en la silla. El sol le acariciaba el rostro como si lo adorara. Y, por un momento, sólo durante un momento, Mary Ann vio los diferentes colores de sus ojos otra vez. Verde, azul, dorado y marrón. Asombroso. Sin embargo, tan rápidamente como habían aparecido, desaparecieron, y dejaron de nuevo el color del ónice.

Olía a pino y a bebé. ¿Por qué a bebé? ¿Tal vez porque se había limpiado con una toallita humedecida? De todos modos, estando tan sucio, debería haber despedido un olor desagradable. Sin embargo, aquel olor le recordaba a Mary Ann a algo… o a alguien. No sabía a quién. Sólo sabía que sentía el repentino impulso de abrazarlo.

¿Abrazarlo?

¿De la atracción, a la curiosidad, al disgusto y al afecto? En serio, ¿qué le estaba ocurriendo? ¿Y qué iba a decir Tucker? Ella nunca había coqueteado con otros chicos, aunque en aquel momento tampoco estuviera haciéndolo, así que no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar Tucker. Tal vez fuera una piraña en el campo de fútbol, pero siempre había sido muy amable con ella.

—Me estaba preguntando… Te vi fuera del cementerio —le dijo Aden a Mary Ann—. Eh… Tú… ¿Notaste algo que te inquietara?

Tan vacilante... Era muy mono. Y muy dulce, también. El impulso de abrazarlo se intensificó. Sin embargo, Mary Ann se limitó a mirarlo fijamente, porque no sabía si lo había entendido bien. ¿Acaso él también había sentido aquel viento extraño?

—¿Como qué?

—No importa —respondió él, con una sonrisa que rivalizaba con la de Penny, y que la superaba.

No debía de haberlo sentido, pensó Mary Ann.

—¿Estabas visitando la tumba de algún ser querido?

—Eh, no. Yo… trabajo allí. Seguramente, van a dar muchas noticias sobre la profanación de varias tumbas. Yo estaba limpiando las cosas.

¿Estaba intacta la tumba de su madre? ¡Sería mejor!

—Qué morboso —dijo Penny—. ¿Nunca tienes la tentación de escarbar un poco y robar algo?

—Pues no —dijo él, y volvió la cara para ocultarla cuando un hombre rechoncho pasó junto a ellos.

¿Se estaba escondiendo? Tal vez aquél fuera su jefe, y se suponía que él no tenía que estar de descanso.

Mary Ann lo estudió, preguntándose qué… De repente, vio que tenía un moretón en el cuello y sin querer, soltó un jadeo.

—¡Ay! ¿Qué te ha ocurrido?

Tenía dos heridas, ambas una mezcla de azul y negro. Eran marcas de dientes. Mary Ann se ruborizó. Seguramente se las habría hecho una chica.

—Ah, no te preocupes. Eso es personal. No tienes por qué contestarme.

Él no lo hizo. Se cubrió las heridas con la mano y se ruborizó.

—Estupendo, dos mojigatos en la misma mesa —dijo Penny, con un suspiro de sufrimiento—. Bueno, ¿y qué aficiones tienes, Aden? ¿Dónde estudias, si no vas a un instituto público? ¿Y tienes novia? Supongo que sí, ya que te han mordido, pero espero que nos digas que estáis a punto de terminar.

Él volvió a mirar a Mary Ann.

—Tengo más curiosidad por Mary Ann. ¿Por qué no hablamos de ella?

Eso sí que era esquivar las preguntas.

—Sí, Mary Ann —dijo Penny, apoyando los codos sobre la mesa con una expresión de embeleso—. Cuéntanos tu emocionante plan de los quince años.

—Si dices otra palabra más, voy a aceptar la oferta que me has hecho antes —dijo Mary Ann—. Seguro que tu lengua quedaría muy bien clavada en la pared de mi cuarto.

Penny alzó las manos con cara de inocencia.

—Sólo estaba intentando animar el ambiente, cariño —dijo. Con una sonrisa, dejó caer el cigarrillo al suelo y lo apagó con el pie—. Tal vez el mejor modo de hacerlo es marchándome. Así podréis conoceros.

—No —dijo Mary Ann—. Quédate.

—No. Sólo causaría más problemas.

Aden estaba observándolas con una expresión de desconcierto.

—No, claro que no —dijo Mary Ann, que agarró a Penny de la muñeca y tiró de ella para que volviera a sentarse—. Tú vas a… —entonces, recordó algo y se sobresaltó—. Oh, no. ¿Qué hora es?

Dejó el café en la mesa, se sacó el teléfono móvil del bolsillo y miró la hora. Lo que se temía.

—Tengo que irme.

Si no se apresuraba, iba a llegar tarde a la floristería.

—Te acompaño a donde vayas. No me importa —dijo Aden, y se puso en pie tan rápidamente que la silla resbaló hacia atrás y golpeó a un hombre que pasaba—. Disculpe —murmuró.

—Tengo muchísima prisa, así que creo que iré sola. Lo siento.

Así sería mejor. Todavía le hervía la sangre en las venas, y tenía el estómago encogido. Le dio un beso a Penny en la mejilla y se puso en pie.

—Encantada de haberte conocido, Aden.

—Yo también —dijo él.

Ella dio un paso hacia atrás y se detuvo. Dio otro, aunque su mente le estaba gritando que se quedara, a pesar de todo.

Aden se adelantó hacia ella y le dijo:

—¿Podría llamarte? Me encantaría llamarte.

—Yo…

Mary Ann abrió la boca para decir sí. Aquel rincón oscuro de su mente quería verlo de nuevo, y averiguar por qué sentía dolor y afecto en su presencia. El resto de su cabeza, la parte racional de su naturaleza, comenzó a recitar todos los motivos por los que tenía que mantenerse apartada de él: Instituto. Notas. Tucker. Plan de los quince años. Sin embargo, tuvo que esforzarse mucho para poder decir:

—No, lo siento.

Se dio la vuelta rápidamente y se dirigió hacia la floristería, preguntándose si había cometido un enorme error. Un error que lamentaría toda su vida, tal y como había predicho Penny.

Aden miró a Mary Ann mientras se alejaba.

—Toma su número de teléfono. Si es que todavía quieres llamarla, después de su mala educación —le dijo la chica llamada Penny, mientras le tendía un trozo de papel—. El segundo número es el mío, por si acaso decides que quieres a alguien más disponible.

Después, ella también se levantó y se marchó.

—Gracias —le dijo Aden.

Sonrió mientras se metía el papel al bolsillo. Sin embargo, la sonrisa no duró mucho. No sabía mucho de chicas, pero sí sabía que Mary Ann Gray se había sentido incómoda en su presencia, y que no quería saber nada de él.

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