Read En caída libre Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (35 page)

—Cada minuto que esperen va a complicar nuestra logística, aumentar la distancia, incrementar el riesgo…

Todos tenían la misma expresión imperturbable en sus rostros. Van Atta no necesitaba ahondar demasiado. Podía reconocer la falta de cooperación concertada apenas la olía. ¡Maldición, maldición, maldición! Miró con cólera a Yei. Pero tenía las manos atadas. Su autoridad estaba socavada por el amable razonamiento de la mujer. Si Yei y todos los de su especie se salían con la suya, nunca nadie dispararía a nadie y el caos regiría el universo.

Protestó en silencio, giró sobre sus talones y se marchó.

Claire se despertó, pero no abrió los ojos de inmediato. Estaba abrigada en su saco de dormir. El cansancio que la había agotado al finalizar su último turno no desaparecía en sus extremidades. Todavía no podía sentir a Andy moverse. Bien, un respiro antes del cambio de pañales. Dentro de diez minutos lo despertaría e intercambiarían servicios. El le aliviaría el pecho absorbiendo la leche. Las mamas necesitan a los bebés, pensó en medio de su somnolencia, tanto como los bebés necesitan a sus mamas. Un diseño entrelazado, dos individuos que comparten un mismo sistema biológico… De la misma manera que los cuadrúmanos compartían el sistema tecnológico del Hábitat, siendo cada uno dependiente de los otros…

Dependiente de su trabajo, también. ¿Qué debía hacer a continuación? Las cajas de germinación, los tubos de cultivo… No, no podía trabajar con los tubos de cultivo hoy. Hoy era el Día de la Aceleración. Sus ojos se abrieron de repente. Aún más por la emoción.

—¡Tony! —exclamó—. ¿Cuánto tiempo hace que estás aquí?

—Te he estado mirando durante quince minutos. Dormías tan bien… ¿Puedo entrar? —Permaneció suspendido en el aire, vestido otra vez con la camiseta y los shorts rojos tan familiares y la observaba en la penumbra de la cámara—. Tenemos que sujetarnos de inmediato. La aceleración está a punto de comenzar.

—¿Ya? —Se apartó a un lado para hacerle sitio a Tony. Se entrelazaron los brazos, le tocó la cara y el vendaje que seguía cubriéndole el torso—. ¿Estás bien?

—Ahora sí —suspiró con felicidad—. Allí abajo, en ese hospital… Bueno, no esperaba que nadie viniera a por mí. Para vosotros era un riesgo terrible. No valía la pena.

—Lo discutimos. Hablamos del riesgo. Pero no podíamos abandonarte. Nosotros, los cuadrúmanos, tenemos que permanecer siempre unidos. —Ahora estaba despierta por completo. Disfrutaba la realidad física de Tony, sus manos musculosas, sus ojos brillantes, sus cejas rubias y tupidas—. Leo dijo que perderte nos habría disminuido, y no sólo genéticamente. Ahora tenemos que ser un pueblo, no sólo Claire y Tony y Silver y Siggy y Andy. Creo que es lo que Leo llama «sinergia». De alguna manera somos sinergísticos.

Una vibración extraña estremeció las paredes de la cámara. Extendió los brazos para desatar a Andy, que estaba junto a ella sujeto a los aparejos para dormir, y lo acurrucó con sus manos superiores, mientras que con las inferiores sostenía a Tony, debajo de la cobertura del saco de dormir. Andy protestó y volvió a quedarse dormido. Lentamente, suavemente, sus omoplatos comenzaron a presionar contra la pared.

—Estamos en camino —murmuró Claire—. Está comenzando…

—Estamos juntos —observó Tony maravillado. Se aferraban el uno al otro—. Quería estar contigo en ese momento…

Ella dejó que la aceleración la dominara. Apoyó la cabeza contra la pared y colocó a Andy sobre su pecho. Algo había sonado en el armario. Lo verificaría más tarde.

—Esta es la manera de viajar —suspiró Tony—. Los latidos viajan de polizón.

—Será extraño, sin GalacTech —dijo Claire después de un instante—. Sólo nosotros los cuadrúmanos… ¿Cómo será el mundo de Andy?

—Eso dependerá de nosotros, me imagino —dijo Tony—. Creo que eso me da más miedo que las armas. Libertad. —Meneó la cabeza—. No era como me la había imaginado.

La sugerencia de Yei de que se fuera a dormir era impracticable. Van Atta no regresó a su dormitorio, sino a su propia oficina en el planeta. Hacía un par de semanas que no pasaba por ahí. En ese momento era casi medianoche, según la hora de la Estación número Tres. Su secretaria había terminado su turno. Pero lo que necesitaba su espíritu en este momento era estar solo.

Después de pasar unos veinte minutos hablando consigo mismo en la penumbra, decidió ver la correspondencia electrónica acumulada. La rutina usual de su oficina se había perdido por completo en las últimas semanas y, por supuesto, los acontecimientos de los últimos dos días la habían destrozado. Tal vez una dosis de tediosa rutina le calmaría lo suficiente y podría considerar la idea de dormir.

Notificaciones obsoletas, solicitudes de instrucciones pasadas de fecha, informes sobre progresos irrelevantes… Había un anuncio de que las barracas de los cuadrúmanos en el planeta estaban listas para ser ocupadas, un quince por ciento por encima del presupuesto… Si pudiera recuperar algún cuadrúmano para ponerlo allí. Instrucciones de las oficinas centrales respecto al Proyecto Cay. Consejo no pedido sobre el salvamento y la disposición de sus varias partes…

Van Atta se detuvo abruptamente y retrocedió dos imágenes en su video. ¿Qué decía?

Ítem: Cultivos de tejidos experimentales posfetales.

Cantidad: mil. Disposición: incineración según las Reglamentaciones de Incineración del Biolaboratorio IGS.

Van Atta comprobó la fuente de la orden. No, no había llegado de la oficina de Apmad, como había supuesto en un principio. Venía de Contabilidad General y Control de Inventario y era parte de una larga lista generada por ordenador que incluía una variedad de laboratorios. La orden estaba firmada por un humano, algún gerente medio desconocido en la GAIC en la Tierra.

—¡Maldición! —protestó Van Atta con suavidad—. No creo que este tarado ni siquiera sepa qué son los cuadrúmanos. —La orden había sido firmada unas semanas antes.

Volvió a leer el párrafo de apertura.

El Jefe del Proyecto supervisará la finalización de éste cuanto antes. La rápida liberación del personal para otras asignaciones es particularmente deseable. Está autorizado para hacer cualquier pedido temporal de materiales o de personal de alguna división adyacente que usted requiera para terminar cuanto antes.

Después de otro minuto, sus labios esbozaron una sonrisa furiosa. Con cuidado, extrajo el precioso mensaje de la máquina, lo guardó en un bolsillo y partió para reunirse con Chalopin. Esperaba poder sacarla de la cama.

16

—¿Todavía no ha terminado el trabajo allí afuera? —La voz de Ti retumbó en el intercomunicador del traje de trabajo de Leo.

—Una última soldadura, Ti —respondió Leo—. Controla esa alineación de nuevo, Tony.

Tony agitó una mano, en señal de que había recibido la orden, y verificó con el láser óptico la línea que el soldador láser seguiría en unos instantes.

—Tienes vía libre, Pramod —dijo Tony y se apartó a un lado.

El soldador avanzó en sus carriles, a través de la pieza a soldar, engrampando una brida para la última abrazadera que sostendría el espejo vórtice en su lugar en el alojamiento. Una luz en la parte superior del soldador láser pasó de rojo a verde. Luego se apagó y Pramod se acercó para separarlo. Bobbi flotó inmediatamente detrás de él para verificar la soldadura con un examen sónico.

—Todo está bien, Leo. Se mantendrá adherido.

—Muy bien. Limpiad todo e introducid el espejo.

Los cuadrúmanos se movían con velocidad. En pocos minutos, el espejo vórtice estaba colocado en sus abrazaderas aisladas y la alineación verificada.

—Muy bien, muchachos. Apartémonos y dejemos que Ti haga la prueba del humo.

—¿La prueba del humo? —la voz de Ti irrumpió en el intercomunicador—. ¿Qué es eso? Pensé que queríais una aceleración del diez por ciento.

—Es un término antiguo y honorable para el paso final en cualquier proyecto de ingeniería —le explicó Leo—. Enciéndelo y fíjate si suelta humo.

—Tendría que haberlo imaginado —dijo Ti—. ¡Qué científico!

—El uso siempre constituye la prueba definitiva. Pero acelera lentamente, ¿de acuerdo? Hazlo con tranquilidad. Tenemos una muchacha delicada aquí con nosotros.

—Ya lo has dicho unas ocho o diez veces, Leo. ¿El succionador funciona o no?

—Sí. Pero en la superficie. La estructura interna del titanio… Bueno, no está tan controlado como si se hubiera realizado en una fabricación normal.

—¿Funciona o no? No voy a acoplar una nave que lleva mil personas a la muerte. Y mucho menos si yo estoy incluido entre ellas.

—Funciona, funciona —repitió Leo entre dientes—. Pero no… no la sacudas, ¿de acuerdo? Hazlo por mi presión sanguínea, si no lo haces por otra cosa.

Ti murmuró algo. Podría haber sido
Al diablo con tu presión sanguínea
, pero Leo no estaba seguro. No se atrevió a pedirle que lo repitiera.

Leo y el grupo de cuadrúmanos recogieron los equipos y se colocaron a una distancia considerable del brazo Necklin. Estaban suspendidos a unos cien metros sobre su hogar. La luz del sol de Rodeo era pálida e intensa en ese punto. Más que una estrella brillante, pero mucho menos que el horno nuclear que había calentado el Hábitat en la Órbita de Rodeo.

Leo aprovechó el momento para observar la nave colonia ensamblada desde ese ventajoso ángulo exterior. Más de cien módulos habían sido acoplados al eje de la nave. Todos ellos llevaban a cabo, más o menos, sus funciones anteriores. No le importaba si el diseño no era excelente. Le recordaba aquellas primeras pruebas espaciales de los siglos veinte y veintiuno. No era justamente la belleza del diseño lo que destacaba.

Milagrosamente, se había mantenido unida bajo el efecto de la aceleración y desaceleración constantes durante dos días. Como era de esperar, tendrían que revisarse diferentes detalles en el interior. Los cuadrúmanos más jóvenes habían hecho un trabajo de limpieza elogiable. Nutrición había dado de comer a todos, si bien el menú no era nada elaborado. Gracias al esfuerzo denodado del joven supervisor de mantenimiento de sistemas de aire que se había quedado y a su equipo de trabajo, ya no tenían que interrumpir la aceleración periódicamente para que funcionaran las instalaciones sanitarias. Por un momento, Leo había estado convencido de que esas paradas iban a representar la muerte de todos ellos. Aunque él, por su parte, había aprovechado la oportunidad para darle el retoque final al espejo vórtice.

—¿Veis algo de humo? —inquirió la voz de Ti en su oído.

—No.

—Bueno, esto es todo por ahora. Es mejor que vayáis al interior. Y tan pronto como tenga todo terminado, Leo, apreciaría, que te dirigieras a Navegación y Comunicaciones.

Algo en el timbre de voz de Ti estremeció a Leo.

—¿Qué sucede?

—Hay una lanzadera de Seguridad que se está acercando a nosotros desde Rodeo. Tu viejo amigo Van Atta está a bordo y nos conmina a detenernos y desistir. No creo que nos quede mucho tiempo.

—Me imagino que seguirás manteniendo el silencio en las comunicaciones, ¿verdad?

—Sí, por supuesto. Pero eso no me impide que escuche. Se están diciendo muchas cosas en la Estación de Salto, pero eso no me preocupa tanto como lo que viene detrás. Yo… pienso que Van Atta no es de las personas que saben resistir la frustración.

—Está nervioso, ¿no es verdad?

—Yo diría, más que nervioso. Esas lanzaderas de Seguridad están armadas, ¿sabes? Y son mucho más veloces que este monstruo en el espacio normal. Sólo porque el láser que transportan está clasificado como «armamento liviano» no quiere decir que sea una idea juiciosa ponerse delante de ellos. Yo saltaría antes de que estemos a su alcance.

—Entiendo—. Leo hizo señas a su grupo de trabajo para que se dirigieran a la escotilla de entrada al módulo del vestuario.

De manera que el ataque se avecinaba. Leo había imaginado una docena de defensas, soldadores láser, minas explosivas, para la confrontación física tan anticipada con los empleados de GalacTech que intentaran recuperar el Hábitat. Pero todo este tiempo había sido absorbido por el espejo vórtice y, como resultado, las únicas armas con las que podían contar en forma inmediata eran los soldadores láser, que no servirían de nada si la batalla se desarrollaba en el interior si había un abordaje. No podía dejar de imaginarse que un rayo láser errara el objetivo y rajara la pared contigua a un módulo de guardería. En una pelea cuerpo a cuerpo, los cuadrúmanos podrían tener alguna ventaja en caída libre. Pero las armas cancelaban esa ventaja, al ser más peligrosas para los defensores que para los atacantes. Todo dependía de qué tipo de ataque había lanzado Van Atta. Y Leo odiaba tener que depender de Van Atta.

Van Atta maldijo por el intercomunicador una última vez antes de darle un golpe furioso a la tecla «OFF». Todos sus insultos creativos habían desaparecido hacía ya varias horas y era consciente de repetirlos. Se alejó de la consola de comunicaciones y recorrió con la mirada el compartimento de control de la lanzadera de Seguridad.

El piloto y el copiloto, en el frente, estaban ocupados con su trabajo. Bannerji, que mandaba la fuerza, y la doctora Yei —¿cómo era que la doctora se había metido en esta expedición?—estaban sujetos a sus asientos de aceleración. Yei ocupaba el lugar del ingeniero, mientras que Bannerji ocupaba la consola de armas, al otro lado del pasillo donde se encontraba Van Atta.

—Así son las cosas, al parecer —dijo Van Atta bruscamente—. ¿Ya están a nuestro alcance para utilizar el láser?

Bannerji comprobó una lectura.

—Todavía no.

—Por favor —dijo la doctora Yei—, déjeme que hable con ellos una vez más…

—Si están tan cansados de oír su voz como lo estoy yo, no van a responder —murmuró Van Atta—. Usted se pasó horas hablando con ellos. Entienda… No quieren escuchar nada más, Yei. Eso es todo para la psicología.

El sargento de Seguridad Fors asomó la cabeza desde el compartimento posterior, donde viajaba junto con otros veintiséis guardias de GalacTech.

—¿Cuáles son las ordenes, capitán Bannerji? ¿Nos vestimos ya para el abordaje?

Bannerji le hizo una seña con la ceja a Van Atta.

—¿Bueno, señor Van Atta? ¿Cuál es el plan? Aparentemente, tendremos que eliminar todas las posibilidades que comenzaban con la rendición de los cuadrúmanos.

—Entienda bien lo que le voy a decir. —Van Atta meditó ante el intercomunicador, que sólo emitía un zumbido vacío en la pantalla—. Tan pronto como los tengamos a nuestro alcance, comiencen a disparar sobre ellos. En primer lugar, dejen fuera de funcionamiento los brazos Necklin y luego los propulsadores espaciales normales, si es que pueden. Posteriormente, hagan una perforación en un costado, entren y acaben con ellos.

Other books

The Ponder Heart by Eudora Welty
The Tapestry by Wigmore, Paul
The Stars That Tremble by Kate McMurray
Blue Moon by Jill Marie Landis
The Original Curse by Sean Deveney
The Naughty Corner by Jasmine Haynes
Face the Music by Melody Carlson


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024