Read En caída libre Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (28 page)

—¿Qué diablos está pasando? —preguntó Chalopin sin ningún preámbulo—. ¿Un accidente? ¿Por qué no han solicitado ayuda? Nos comunicaron que interrumpiéramos todos los vuelos… Tenemos una producción importante detenida a mitad de camino hacia la refinería.

—Manténganla allí, entonces. O llamen a la Estación de Transferencia. El traslado de su carga no es responsabilidad de mi departamento.

—¡Oh, claro que lo es! El traslado orbital de cargamentos ha estado bajo jurisdicción del Proyecto Cay durante un año.

—En forma experimental. —Van Atta frunció el ceño. Se sentía molesto—. Puede ser de mi departamento, pero, en este momento, no es lo que más me preocupa. Mire, señora. Tengo ante mí una crisis a gran escala. —Se dirigió hacia uno de los operadores de comunicaciones—. ¿Puede ponerme con el Hábitat Cay?

—No responden a nuestras llamadas —dijo el operador, preocupado—. Casi toda la telemetría regular ha sido interrumpida.

—Cualquier cosa. Una visión telescópica. Cualquier cosa.

—Podría obtener una visión panorámica del Hábitat —dijo el operador. Se dirigió a su panel, mientras murmuraba algo entre dientes. En unos minutos, la pantalla mostró una visión plana del Hábitat Cay, vista desde la órbita sincrónica. Hizo una ampliación.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Chalopin, mientras observaba.

Van Atta también observaba la pantalla. ¿Qué significaba aquel vandalismo demente? El Hábitat parecía un complejo rompecabezas tridimensional desarmado por un niño. Había módulos desparramados en un completo desorden que volaban por todo el espacio. Entre ellos se desplazaban pequeñas figuras plateadas. Los paneles de energía solar se habían reducido misteriosamente a un cuarto de su área habitual. ¿No estaría Graf embarcándose en un plan de fortificación del Hábitat ante un posible contraataque? Bueno, lo necesitaría, juró Van Atta en silencio.

—¿Se están… preparando para un sitio o algo así? —preguntó la doctora Yei en voz alta. Indudablemente seguía la misma línea de pensamiento que Van Atta—. Seguramente se darán cuenta de lo inútil que sería…

—¿Quién sabe lo que piensa ese maldito loco de Graf? —protestó Van Atta—. Se ha vuelto loco. Hay mil formas de situarnos a distancia y volar en pedazos todas esas instalaciones, sin tener que recurrir a una ayuda militar. O, si no, esperar y dejar que se mueran de hambre. Han caído en su propia, trampa. Graf no está sólo loco, sino que también es estúpido.

—Puede ser —dijo, con ciertas dudas, Yei—. Tienen intenciones de seguir viviendo allí arriba, en órbita. ¿Por qué no?

—¿Qué diablos está diciendo? Los voy a hacer salir de ahí, y pronto. Esté segura. De un modo u otro… Ningún grupo de miserables mutantes va a lograr llevar a cabo un sabotaje a esta escala. Sabotaje… robo… terrorismo…

—No son mutantes —comenzó a decir Yei—, son chicos creados por la ingeniería genética…

—¿Es usted el señor Van Atta? —dijo otro operador de comunicaciones—. Tengo un mensaje urgente para usted. ¿Lo puede coger aquí?

Yei se sintió ignorada y extendió las manos con frustración.

—¿Ahora qué? —murmuró Van Atta, que se había sentado frente a la unidad del comunicador.

—Es un mensaje grabado del director de la estación de traslado de cargamentos en el Punto de Salto. Lo paso —dijo el técnico.

El rostro vagamente familiar del director de la estación apareció ante los ojos de Van Atta. Lo había visto en una ocasión, al poco de su traslado. La pequeña Estación de Salto estaba controlada desde Orient IV y dependía de la división de operaciones de Orient IV, no de Rodeo. Sus empleados eran trabajadores terrestres, afiliados al sindicato y, normalmente, no tenían ningún contacto con Rodeo, ni con los cuadrúmanos que tendrían que reemplazarlos.

El director de la estación parecía molesto. Lo primero que hizo fue identificarse y luego pasó abruptamente al tema que le preocupaba.

—¿Qué diablos está pasando con su gente? Una tripulación de monstruos imitantes acaba de aparecer de la nada, secuestraron a un piloto de Salto, le dispararon a otro y robaron una nave de Salto de carga de GalacTech. Pero en lugar de lanzarse al exterior, volvieron con ella hacia Rodeo. Cuando lo notificamos a Seguridad, en Rodeo, nos indicaron que los mutantes probablemente le pertenecían. ¿Hay otros mutantes por ahí? ¿Se están volviendo locos o qué? Quiero respuestas, maldita sea. Tengo un piloto en la enfermería, un ingeniero aterrorizado y una tripulación al borde del pánico. —Por la expresión de su rostro, el mismo director de la estación estaba también al borde del pánico—. Estación de Salto, corto.

—¿Cuánto hace que tiene este mensaje? —dijo Van Atta, bastante desconcertado.

—Aproximadamente —el técnico de comunicaciones verificó el monitor—, doce horas, señor.

—¿Piensa que los secuestradores son cuadrúmanos? ¿Por qué no informaron…? —La mirada de Van Atta se posó en Bannerji, que observaba la situación, escondido detrás de Chalopin—. ¿Por qué Seguridad no me informó de esto de inmediato?

—Cuando se nos comunicó el incidente, no pudimos encontrarle —dijo el capitán de Seguridad, desprovisto de toda expresión—. Desde entonces hemos estado rastreando el D-620 y continúa en dirección a Rodeo. No responde a nuestras llamadas.

—¿Qué es lo que están haciendo al respecto?

—Estamos observando su movimiento. Aún no he recibido órdenes sobre qué hacer.

—¿Por qué no? ¿Dónde está Norris? —Norris era el director de Operaciones para toda el área espacial local de Rodeo. Él debería estar al tanto de todo eso. También era cierto que el Proyecto Cay no estaba bajo su control, ya que Van Atta reportaba directamente a Operaciones de la compañía.

—El doctor Norris —dijo Chalopin— está en una conferencia sobre el desarrollo de materiales en la Tierra. En su ausencia, yo desempeño el cargo de directora de Operaciones. El capitán Bannerji y yo hemos discutido la posibilidad de que él tome a sus hombres y con la nave de Seguridad y Rescate de la Estación de Lanzaderas número Tres intente abordar la nave secuestrada. Aún no estamos seguros de quién es esta gente ni de lo que quieren, pero, aparentemente, tienen un rehén, lo cual nos obliga a tomar todas las precauciones necesarias. De manera que les hemos permitido que se pusieran fuera de alcance mientras intentamos obtener más información sobre ellos. Esto —miró a Van Atta con intensidad— nos trae a usted, señor Van Atta. ¿Este incidente está conectado, de alguna manera, con su crisis en el Hábitat Cay?

—No sé cómo… —comenzó a decir Van Atta y se detuvo, porque de repente comprendió—. Hijo de puta… —murmuró.

—Dios Krishna —dijo la doctora Yei y una vez más observó la imagen en vivo del Hábitat, casi desmantelado, que giraba en órbita encima de ellos—. No puede ser…

—Graf está loco. Está loco. Ese hombre es un maldito megalómano. No puede hacerlo… —Los parámetros de ingeniería pasaron inexorablemente por la mente de Van Atta. Masa… fuerza… distancia… Sí, un Hábitat reducido, eliminado un cierto porcentaje de componentes no esenciales, podía ser transportado al espacio por una gran nave de Salto, si se colocara en posición en un punto de Salto distante. ¡Maldición!—. ¡Están secuestrando toda esa maldita estructura! —gritó Van Atta, a viva voz.

Yei abrazó la pantalla con las manos.

—¡Nunca lo lograrán! ¡No son más que niños! ¡Los llevará a la muerte! ¡Es un acto criminal!

El capitán Bannerji y la administradora de la estación se miraron entre sí. Bannerji cerró los labios y extendió una mano, como si dijera
Las damas primero
.

—¿Piensa que los dos incidentes están conectados, entonces? —insistió Chalopin.

Van Atta también caminaba hacia adelante y hacia atrás, como si de esta manera pudiera encontrar un ángulo mejor de la visión plana del Hábitat.

—¡Toda la estructura!

Yei respondió por él.

—Sí, creemos que sí.

Van Atta seguía caminando.

—Cielos. Y ya lo han desarmado. No tendremos tiempo para hacer que se mueran de hambre. Les tendremos que detener por otros medios.

—Los trabajadores del Proyecto Cay estaban molestos por la terminación abrupta del Proyecto —explicaba Yei—. Se enteraron demasiado pronto. Tenían miedo de que los trasladaran abajo, porque no estaban acostumbrados a la gravedad. Nunca tuve la oportunidad de introducir la idea gradualmente. Pienso que, en realidad, deben estar intentando… escapar… de algún modo.

El capitán Bannerji abrió los ojos. Se inclinó sobre el ordenador y miró la pantalla.

—Piensen en el caracol —murmuró— que siempre lleva su casa en la espalda. En los días de lluvia, cuando sale de paseo, nunca tiene que desandar el camino…

Van Atta puso aún mas distancia entre él y el capitán Bannerji, de repente tan poético.

—Armas —dijo Van Atta—. ¿Qué tipo de armas puede utilizar Seguridad?

—Perdigones —respondió Bannerji, que se incorporó y estudió su pulgar derecho. ¿Había un dejo de burla en su voz? No, no se atrevería.

—Me refiero a la nave —dijo Van Atta, irritado—. Armas montadas en la nave. Dientes. No se puede soltar una amenaza sin mostrar los dientes.

—Hay dos unidades montadas con armas láser de media potencia. La última vez que las utilizamos fue, déjeme ver, para quemar un obstáculo de madera que interrumpía el avance de las aguas y amenazaba a todo un campamento de exploración.

—Sí, bueno. De todos modos, es más de lo que tienen ellos —dijo Van Atta, excitado—. Podemos atacar el Hábitat o la nave de Salto. En realidad, es lo mismo. Lo más importante es impedir que conecten entre sí. Sí, primero la nave de Salto. Sin ella, el Hábitat es un blanco que podremos destruir como mejor nos plazca. ¿Su nave de Seguridad tiene el combustible necesario para salir de inmediato, Bannerji?

La doctora Yei se puso pálida.

—¡Esperen un minuto! ¿Quién está hablando de atacar algo? Ni siquiera hemos establecido contacto verbal, todavía. Si los secuestradores son verdaderamente cuadrúmanos, estoy segura de que puedo persuadirles y hacerles entrar en razón…

—Es demasiado tarde para entrar en razón. Esta situación exige acción. —La humillación de Van Atta ardía en su estómago. El miedo no hacía más que acentuarla. Cuando los directivos de la compañía se enteraran de cómo había perdido el control… Bueno, era mejor que volviera a recuperarlo de nuevo.

—Sí, pero… —Yei se lamió los labios—, está bien que los amenacemos, pero el uso real de la fuerza es peligroso, tal vez destructivo. ¿No es mejor que antes consiga una especie de autorización? Si sucediera algo terrible, no tendría que cargar con toda la responsabilidad.

Van Atta hizo una pausa.

—Llevaría demasiado tiempo —objetó, finalmente—. Tal vez tardemos un día en llegar a la Sede Central del Distrito en Orient IV y volver. Y si decidieran que es algo muy peligroso y lo transfieren a Apmad en la Tierra, pasarían varios días antes de que obtuviéramos una respuesta.

—Pero van a pasar varios días, ¿no es verdad? —dijo Yei, que seguía observándolo con intensidad—. Aun en el caso de que llegaran a acoplar el Hábitat a la nave de lanzamiento no van a poder trasladarlo con rapidez. Nunca soportaría la presión. Necesitarían demasiado combustible. Todavía tenemos mucho tiempo. ¿No sería mejor conseguir una autorización, para estar más seguros? Así, si algo saliera mal… no sería solamente su culpa.

—Bueno… —Van Atta seguía considerándolo. Esa actitud era producto típico de la indecisión y la falta de convicciones de Yei. Casi podía oírla, en su cabeza
Ahora, sentémonos y discutamos esto como gente razonable
… Detestaba permitirle que lo presionara. Sin embargo, ella tenía un punto a su favor: taparse el trasero era una regla fundamental para la supervivencia del mejor preparado.

—Bueno… ¡No, maldición! Si hay algo que puedo garantizar por completo es que GalacTech va a querer que se mantenga todo este fiasco en secreto. Lo último que querrán es que haya una serie de rumores circulando por ahí sobre el hecho de que sus mutantes se volvieron completamente locos. Lo que más nos conviene a todos es que esto se maneje estrictamente dentro del espacio local de Rodeo. —Se dirigió a Bannerji—. Esa es la prioridad número uno. O sea, usted y sus hombres tiene que regresar con la nave de Salto, por lo menos, inutilizarla.

—Eso —comentó Bannerji— sería un acto de vandalismo. Por otra parte, como se ha señalado con anterioridad, el departamento de Seguridad de la Estación número Tres no está bajo su control, señor Van Atta. —Miró a su jefa, que escuchaba con atención y al mismo tiempo jugaba con un mechón de cabello que se escapaba de su meticuloso peinado.

—Es cierto —corroboró—. El Hábitat puede ser su problema, señor Van Atta, pero este secuestro de la nave de Salto está sin duda bajo mi jurisdicción, más allá de las implicaciones que tenga. Y todavía hay una nave de carga allí que también es mía, aunque la Estación de Transferencia notificó haber recogido a su tripulación en una cápsula de salvamento.

Van Atta echaba chispas. Estaba completamente bloqueado. Bloqueado por las malditas mujeres. De pronto comprendió que lo que Yei quería era que Chalopin ejerciera presión y así ella finalmente asestaba un tanto a su favor.

—Entonces, esto es todo —dijo entre dientes, finalmente—. Pasaremos esta cuestión a las Oficinas Centrales. Y entonces veremos quién está a cargo aquí.

La doctora Yei cerró un instante los ojos, como si se sintiera aliviada. Con sólo una orden de Chalopin, un técnico de comunicaciones comenzó a preparar un sistema para la emisión de un mensaje de emergencia al Distrito, para que fuera transmitido a la velocidad de la luz a la estación del agujero de gusano, fuera grabado y retransmitido por Salto en el próximo transporte disponible y reemitido por radio a su destino.

—Mientras tanto —dijo Van Atta a Chalopin—, ¿qué vamos a hacer con
su
… —pronunció la palabra con sarcasmo— secuestro?

—Procederemos con cautela —contestó Chalopin—. Creemos que hay un rehén allí, después de todo.

—Tampoco estamos seguros de si todo el personal de GalacTech abandonó el Hábitat —agregó la doctora Yei.

Van Atta gruñó, por no poder contradecirla. Pero si todavía hubiera terrestres a bordo, los altos directivos seguramente tomarían conciencia de la necesidad £ de una respuesta rápida y vigorosa. Debía llamar a la próxima Estación de Transferencia. Si todos estos malditos idiotas le obligaban a quedarse sentado con las manos cruzadas durante los próximos días, por lo menos podría preparar sus planes de acción para cuando le desataran las manos.

Other books

The Careful Use of Compliments by Alexander Mccall Smith
Voices of Silence by Vivien Noakes
And Then There Were Nuns by Jane Christmas
Sebastian of Mars by Al Sarrantonio
Corkscrew by Ted Wood
A Taste of Temptation by Amelia Grey
The Lemon Grove by Helen Walsh
Below the Root by Zilpha Keatley Snyder
Arthur & George by Julian Barnes


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024