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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (33 page)

—Muy bien, así está bien. Comenzad a hacer el molde de hielo alrededor del espejo. Hacedlo tan sólido como podáis, sin espacios de aire. No olvidéis colocar el tubo pequeño para permitir que más tarde salga el aire de la cámara matriz.

—¿Qué espesor debe tener? —preguntó Pramod, mientras miraba la manguera y observaba con fascinación cómo se iba formando el hielo.

—Por lo menos un metro. Como mínimo, la masa de hielo debe ser igual a la masa de metal. Como solamente tenemos una oportunidad, haremos lo posible para que sea, por lo menos, dos veces más espesa que la masa de metal. Desgraciadamente no podremos recuperar el agua. Quiero verificar las reservas de agua, porque, si contamos con el agua necesaria, dos metros de espesor sería mucho mejor.

—¿Cómo se te ocurrió esto? —preguntó Pramod, en un tono de admiración.

Leo rió entre dientes, cuando se dio cuenta de que Pramod tenía la impresión de que estaba elaborando todo este proceso de ingeniería sobre la marcha, según lo exigieran los acontecimientos.

—Yo no lo he inventado. Lo estudié. Es un antiguo método que utilizaban en los diseños de comprobación preliminares, antes de que se perfeccionara la teoría fractal y se mejoraran las simulaciones por ordenador en los niveles de hoy en día

—Oh. —Pramod parecía bastante desilusionado.

Leo sonrió.

—Si alguna vez tienes que optar entre lo que aprendiste y la inspiración, muchacho, elige lo que aprendiste. Funciona la mayoría de las veces.

Eso «espero»
. Con un espíritu crítico, Leo se retiró hacia atrás y observó cómo trabajaban los chicos. Pramod tenía dos mangueras, una en cada par de manos, y las alternaba rápidamente entre ellas. Un chorro de agua tras otro caía sobre las bobinas y sobre el espejo. Ya se podía ver cómo el hielo comenzaba a espesarse. Hasta el momento, no se había desperdiciado una gota. Leo suspiró con alivio. Aparentemente, podía delegar con seguridad su parte de la tarea. Hizo una seña a Pramod y dejó el dique para continuar con esa parte del trabajo que no se atrevía a delegar.

Leo se perdió dos veces, mientras intentaba encontrar el camino por el Hábitat hacia Almacén de Tóxicos. Y eso que él mismo había diseñado la remodelación. No le sorprendía haber pasado junto a tantos cuadrúmanos con expresión de asombro por el camino. Todo el mundo parecía estar completamente ocupado.

Almacén de Tóxicos era un módulo frío que no tenía ninguna conexión de ningún tipo con el resto del Hábitat, salvo una compuerta de tres cámaras de acero espeso, que estaba siempre cerrada. Entró y se encontró con uno de los cuadrúmanos de su grupo, de soldadura y ensamble, todavía asignado a la remodelación del Hábitat, que salía en ese mismo momento.

—¿Qué tal, Agba? —preguntó Leo.

—Muy bien. —Agba parecía cansado… Tenía el rostro y la piel bronceados marcados con líneas rojas, pruebas de un uso prolongado y de su traje de trabajo— Esas malditas abrazaderas nos han retrasado bastante, pero estamos a punto de terminar con ellas. ¿Cómo va todo?

—Muy bien, hasta el momento. He venido a preparar el explosivo. Parece mentira, pero ya llegamos a esa etapa. ¿Recuerdas dónde diablos guardamos el explosivo? —Las paredes del módulo estaban abarrotadas de provisiones.

—Estaban por ahí —señaló Agba.

—Bien… —A Leo se le contrajo el estómago repentinamente—. ¿Qué quieres decir con que estaba?
Seguramente había querido decir que lo habían cambiado de lugar
, Leo se dijo a sí mismo para tranquilizarse.

—Bueno, lo hemos estado utilizando bastante para hacer volar las abrazaderas.

—¿Para hacer volar las abrazaderas? Pensé que las cortabais.

—Sí, pero un día Tabbi pensó en cómo colocar una pequeña carga que las partiera en dos, sobre la línea de fundición. En la mitad de los casos, se pueden reutilizar. El resto no quedan más estropeadas que si las cortáramos. —Agba parecía estar bastante orgulloso de sí mismo.

—¡No habréis utilizado todo el explosivo para eso, me imagino!

—Bueno, gastamos bastante. En el exterior, por supuesto —agregó Agba confundido en respuesta a la expresión horrorizada de Leo. Le mostró un frasco cerrado herméticamente de medio litro para que Leo lo viera—. Éste es el último. Supongo que apenas va a alcanzar para finalizar el trabajo.

—¡Maldición! —Leo agarró la botella entre las manos y la apretó contra el estomago, como un hombre que quiere desactivar una granada—. ¡Lo necesito! ¡Tengo que llevármelo!
Necesito diez veces más
, dijo su mente en silencio.

—Oh —dijo Agba—. Lo siento. —Su mirada traslucía una clara inocencia—. ¿Tenemos que volver a cortar las abrazaderas?

—Sí —contestó Leo—. Anda —agregó. Sí, antes de que él mismo explotara.

Agba salió por la esclusa, con una sonrisa incierta. La puerta se cerró y Leo quedó solo por un momento para despejarse en paz.

Piensa, hombre, piensa
, se dijo a sí mismo.
No te desesperes
. Había algo, algún factor esquivo, algún factor en el fondo de su mente, que insistía en decirle que éste no era el fin. Pero, en ese momento, no podía recordar… Desgraciadamente, un repaso mental minucioso de sus estimaciones, llevando un registro con los dedos (oh, ¡quién pudiera ser un cuadrúmano!) no hacía más que confirmar su miedo inicial.

La transformación explosiva de la masa de titanio en la forma compleja del espejo vórtice requería, además de una serie de separadores, anillos y abrazaderas, tres elementos principales: una matriz de hielo, la masa de metal y el explosivo para unirlos. Lo que se llamaba soldadura por disparo. ¿Y cuál es el miembro más importante de este taburete de tres patas? El que faltaba, por supuesto. Y él había pensado que el explosivo sería la parte más fácil…

Desesperanzado, comenzó a recorrer sistemáticamente el módulo de Almacén de Tóxicos, revisando su contenido. Tal vez alguien hubiera puesto otra botella de explosivo en alguna parte. En esta ocasión era una lástima que los cuadrúmanos fueran tan concienzudos en su control de inventario. Cada frasco contenía solamente lo que decía su etiqueta, ni más ni menos. Inclusive Agba había actualizado la etiqueta unos momentos antes.
«Contenido: Explosivo Tipo B-2, frascos de medio litro. Cantidad: Cero».

Justo en ese instante, Leo tropezó, literalmente, con un barril de gasolina. No, eran unos seis barriles de ese maldito combustible, que de alguna manera habían ido a parar aquí y que ahora estaban asegurados con firmeza contra la pared. Vaya a saber Dios dónde había ido a parar el resto de las cien toneladas. Leo pensó una y otra vez dónde podrían haber tenido un uso concebible. Con todo gusto intercambiaría las cien toneladas por cuatro aspirinas. Cien toneladas de gasolina, de las cuales…

Leo pestañeó y emitió un ¡Ah! de júbilo.

… De las cuales, un litro aproximadamente, mezclado con tetranitrometano, haría un explosivo aún más poderoso.

Tendría que fijarse para estar seguro. Tendría que fijarse en las proporciones exactas de todas maneras, pero estaba seguro de que las recordaba correctamente. Aprendizaje e inspiración, era la mejor combinación de todas. El tetranitrometano se utilizaba como fuente de oxígeno de emergencia en varios sistemas de habitáis y naves remolcadoras. Proporcionaba más oxígeno por centímetro cúbico que el oxígeno líquido, sin los problemas de temperatura y de presión del almacenamiento, en una versión altamente refinada de las primitivas velas de tetranitrometano que, cuando se las encendía, liberaban oxígeno. Ahora…

¡Oh, Dios! Ojalá nadie hubiera utilizado el tetranitrometano para hinchar los globos de los cuadrúmanos pequeños o para cualquier otra cosa… Habían estado perdiendo aire durante la remodelación del Hábitat…

Leo se detuvo sólo para volver a poner el frasco en su lugar y para colocar un cartel en los barriles que decía, en letras grandes y coloradas: ESTA GASOLINA PERTENECE A LEO GRAF. SI ALGUIEN MÁS LA TOCA, ÉL LES PARTIRÁ TODOS LOS BRAZOS. Luego salió a toda velocidad del módulo de Almacén de Tóxicos y se alejó en busca de la terminal de ordenador más cercana que lo conectara a una biblioteca.

15

El crepúsculo se dilataba sobre el lecho seco del lago. La luminosidad del cielo se oscurecía gradualmente, pasando de un turquesa profundo a un añil enmarcado de estrellas. Silver distraía su atención constantemente de la imagen del horizonte en él monitor y se concentraba en los colores cambiantes de la atmósfera planetaria que veía por las mirillas de observación. ¡Qué variedad tan sutil podía disfrutar la gente de los planetas! Franjas de púrpura, anaranjado, limón, verde, azul, con vetas de vapor de agua que se esfumaba en el cielo occidental. No fue sin lamentarlo que Silver cambió la pantalla a infrarrojo. Los colores del ordenador le daban claridad a la visión, pero parecían crudos y exagerados después de haber visto las coloraciones reales.

Finalmente apareció la visión que su corazón estaba esperando: un Land Rover que rebotaba en un paso montañoso distante y se deslizaba por las últimas pendientes rocosas, para derrapar en el lecho del lago a una aceleración máxima. La señora Minchenko se apresuró a salir del compartimento del piloto para bajar las escaleras de la escotilla cuando el Land Rover finalmente se detuvo junto a la nave.

Silver juntó todas las manos de felicidad cuando vio a Ti aparecer en la rampa, con Tony en sus brazos, de la misma manera que Leo la había llevado a ella en la Estación de Transferencia.
¡Lo han encontrado! ¡Lo han encontrado!
El doctor Minchenko venía inmediatamente detrás de ellos.

Hubo una corta discusión en la puerta de acceso. Se escuchaban las voces del doctor Minchenko y su esposa. Posteriormente, el doctor Minchenko bajó rápidamente las escaleras y colocó una luz de bengala en el techo del Land Rover. Tenía un reflejo verde brillante. Bien, los guardias de Seguridad no tendrían problemas para ver esa baliza, decidió Silver con cierto alivio.

Silver se volvió a acomodar en el asiento del copiloto cuando Ti entró en la cabina, colocó a Tony en el asiento del ingeniero y se instaló en el asiento de mando. Se arrancó de un tirón la máscara de oxígeno de alrededor del cuello con una mano, mientras que con la otra encendía los controles.

—¡Hey! ¿Quién ha estado toqueteando mi lanzadera?

Silver se dio la vuelta y se levantó para mirar a Tony por encima del respaldo. Tony, que también se había quitado su propia máscara de oxígeno, estaba intentando ajustarse el cinturón de seguridad del asiento.

—¡Lo lograste! —le dijo Silver con una sonrisa.

Tony le devolvió la sonrisa.

—Venían justo detrás nuestro.

Silver percibió que sus ojos azules traslucían tanto dolor como excitación. Tenía los labios hinchados.

—¿Qué ha pasado? —Silver se dirigió a Ti—. ¿Qué le ha sucedido a Tony?

—Ese hijo de puta de Van Atta le quemó la boca con su maldita varilla, o cómo se llamara esa maldita cosa que tenía —dijo Ti, en un tono grave. No dejaba de mover las manos sobre los controles. Los motores se encendieron, las luces parpadearon y la lanzadera comenzó a deslizarse. Ti golpeó su intercomunicador—. ¿Doctor Minchenko? ¿Ya se han ajustado los cinturones de seguridad allí atrás?

—Espera un momento… —respondió el doctor Minchenko—. Ya está. Adelante.

—¿Habéis tenido algún problema? —le preguntó Silver, que volvió a acomodarse en el asiento y se ajustó el cinturón de seguridad mientras la lanzadera se desplazaba.

—Al principio, no. Llegamos al hospital perfectamente y entramos sin ningún problema. Estaba seguro de que las enfermeras iban a impedir que nos lleváramos a Tony, pero evidentemente todas allí piensan que Minchenko es un dios. Hicimos todo con rapidez y estábamos a punto de salir… Yo siempre haciendo el papel de burro, porque en definitiva eso es lo que soy. Siempre burro de carga… Estábamos saliendo cuando nos encontramos… ¿A que no sabes con quién? Con ese hijo de puta de Van Atta, que entraba justo en ese momento.

Silver estaba boquiabierta.

—Nos tropezamos con él. El doctor Minchenko quería detenerse y golpearle hasta matarlo, en nombre de la boca de Tony, pero tendría que haber dejado en mis manos gran parte de la pelea. Él es un hombre mayor, aunque no quiere admitirlo. Lo tuve que sacar arrastrando hasta el Land Rover. La última vez que oí a Van Atta corría y pedía a gritos un helicóptero de Seguridad. A esta altura ya debe haber encontrado alguno… —Ti verificó los monitores con nerviosismo—. Sí. Maldición. Ahí viene —señaló. Una luz brillaba sobre las montañas y señalaba la posición del helicóptero en el monitor—. Bueno, ya no pueden alcanzarnos.

La lanzadera se meció en un círculo amplio y luego se detuvo. El ruido de los motores comenzó siendo un ronroneo y luego se transformó en un lamento y finalmente en un rugido. Las luces blancas de aterrizaje iluminaban la oscuridad frente a ellos. Ti soltó los frenos y la lanzadera se abalanzó hacia adelante, siguiendo la luz, con un rugido aterrador que cesó abruptamente cuando giraron en el aire. La aceleración los echó hacia atrás en sus asientos.

—¿Qué diablos piensa que está haciendo ese idiota? —murmuró Ti entre dientes, cuando el helicóptero de propulsión a chorro apareció de repente en el monitor de rastreo—. ¿Piensa jugar a policías y ladrones conmigo?

Aparentemente ésa era exactamente la intención del helicóptero. Se desplazaba a toda velocidad hacia ellos. Se sumergía cuando ellos subían, evidentemente con la idea de obligarlos a bajar. La boca de Ti no era más que un línea blanca en su rostro. Los ojos le brillaban con intensidad. Aceleró aún más la lanzadera hacia arriba. Silver apretó los dientes, pero mantuvo los ojos abiertos.

Pasaron lo suficientemente cerca para ver, por las mirillas de observación, cómo el helicóptero pasaba como un latigazo frente a sus luces. En un abrir y cerrar de ojos, Silver pudo ver los rostros por la burbuja de la carlinga. Rostros blancos congelados con agujeros redondos —los ojos y la boca—, excepto un individuo, posiblemente el piloto, que se tapaba los ojos con las manos.

Después, nada se interpuso entre ellos y las estrellas plateadas.

Fuego y hielo.

Leo volvió a revisar cada una de las abrazaderas personalmente. Luego se retiró unos metros para inspeccionar por última vez el trabajo realizado. Estaban suspendidos en el espacio a una distancia segura, un kilómetro, de la remodelación del Hábitat D-620, que pendía, grande y completa sobre el arco del Rodeo. De todas maneras, parecía completa si se la miraba desde fuera, siempre y cuando uno no supiera demasiado sobre los arreglos histéricos de último momento que todavía se sucedían en el interior.

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