—Controla el consejo real —respondió Vanion—, lo que prácticamente lo convierte en el gobernante del reino.
—¿Acaso quiere apoderarse del trono?
—No, no lo creo. Prefiere manipular los acontecimientos entre bambalinas. Su objetivo es que Lycheas ascienda al trono.
—Lycheas es bastardo, ¿verdad?
Vanion asintió nuevamente.
—¿Cómo puede proclamarse rey a un bastardo? Nadie conoce la identidad de su padre.
—Probablemente Annias piensa que podrá solventar este problema. Hasta que intervino el padre de Sparhawk, nuestro buen primado casi había convencido al rey Aldreas de que resultaba perfectamente legítimo que tomara por esposa a su propia hermana.
—Es repugnante —afirmó Komier con un estremecimiento.
—Tengo entendido que Annias abriga ciertas ambiciones con respecto al trono del archiprelado de Chyrellos —comentó Abriel, el preceptor de los caballeros cirínicos, al patriarca Dolmant.
—Yo también he oído rumores que apuntan a esa pretensión —repuso afablemente Dolmant.
—Esta humillación le acarreará un retroceso, ¿no os parece? Seguramente la jerarquía contemplará con poco agrado a un hombre capaz de caer en un ridículo tan espantoso públicamente.
—Ya lo había pensado.
—Supongo que vuestro informe abundará sobradamente en detalles.
—Es mi obligación, lord Abriel —replicó piadosamente Dolmant—. Puesto que yo mismo formo parte de los miembros de la jerarquía, difícilmente podría ocultar ninguno de los hechos. Tendré que exponer toda la verdad al consejo superior de la Iglesia.
—No podría ser de otro modo, Su Ilustrísima.
—Tenemos que hablar, Vanion —aseguró seriamente Darellon, responsable de la orden de los caballeros alciones—. Esta vez el ardid iba dirigido contra vos y vuestra orden, pero nos afecta a todos. Quizás alguno de nosotros constituyamos las siguientes víctimas. ¿Existe algún lugar seguro donde podamos conversar?
—Nuestro castillo se encuentra casi en las afueras de la ciudad —replicó Vanion—. Puedo garantizaros que sus muros no cobijan ningún espía del primado.
Mientras salían de palacio, Sparhawk recordó algo y aminoró la marcha para reunirse con Kurik en la retaguardia de la comitiva.
—¿Qué ocurre? —preguntó el escudero.
—Retrasemos un poco nuestros pasos. Quiero hablar con ese niño que pide limosna.
—Vuestra conducta evidencia una falta de modales grave, Sparhawk —comentó Kurik—. Un encuentro de los preceptores de las órdenes sólo se presencia una vez en la vida. Además, querrán haceros algunas preguntas.
—Podemos alcanzarlos antes de que lleguen al castillo.
—¿Para qué deseáis encontraros con un mendigo? —inquirió Kurik con tono irritado.
—Trabaja para mí. —Sparhawk miró atentamente a su amigo—. ¿Qué te preocupa, Kurik? —preguntó—. Tu semblante es más sombrío que un día lluvioso.
—No importa —replicó lacónicamente el escudero.
Talen seguía agazapado en el ángulo que formaban dos paredes, tiritando arrebujado en su harapienta capa. Sparhawk desmontó a unos pasos del chiquillo y disimuló su propósito al comprobar la cincha de su silla.
—¿Qué querías decirme? —musitó.
—Se trata del hombre a quien me encargasteis vigilar —explicó Talen—. Se llamaba Krager, ¿verdad? Abandonó Cimmura poco después que vos, pero volvió hace aproximadamente una semana. Lo acompañaba otro hombre, un tipo que, pese a no parecer tan viejo, llama la atención por su pelo blanco. Ambos fueron a la casa de ese barón a quien le gustan tanto los muchachos y permanecieron allí durante varias horas. Luego volvieron a salir de la ciudad. Me acerqué a ellos en la Puerta del Este y pude oír su conversación con los guardias. Afirmaron que se dirigían a Cammoria.
—Buen chico —lo felicitó Sparhawk, al tiempo que depositaba una corona de oro en la escudilla.
—Ha sido juego de chiquillos —declaró Talen con un encogimiento de hombros. Entonces mordió la moneda y la introdujo entre los pliegues de su túnica—. Gracias, Sparhawk —añadió.
—¿Por qué no informaste al portero de la posada de la calle de la Rosa?
—Está vigilada. Preferí tomar precauciones. —En ese momento Talen miró por encima del hombro del fornido caballero—. Hola, Kurik —saludó—. Hacía mucho tiempo que no os veía.
—¿Os conocéis? —preguntó Sparhawk, un tanto sorprendido.
Kurik se ruborizó y adoptó un aire de circunstancias.
—No me creeríais si os confesara hasta dónde se remonta nuestra amistad, Sparhawk —afirmó Talen mientras sonreía maliciosamente a Kurik.
—Ya basta, Talen —atajó Kurik; después suavizó su expresión—. ¿Cómo está tu madre? —inquirió, con un extraño y melancólico tono en la voz.
—Bastante bien. Si añadimos lo que yo gano a lo que vos le dais en ciertas ocasiones, puede asegurarse que apenas padece apuros económicos.
—¿Hay algún asunto que yo desconozco? —preguntó Sparhawk.
—Es una cuestión de índole personal, Sparhawk —explicó Kurik—. ¿Qué haces en la calle con este tiempo, Talen? —añadió en dirección al chiquillo.
—Pido limosna, Kurik. ¿Veis? —dijo Talen a la vez que alargaba la escudilla—. Este recipiente sirve para ese fin. ¿Queréis poner algo aquí dentro, en recuerdo de los viejos tiempos?
—Te puse en una buena escuela, muchacho.
—Oh, en efecto, era muy buena. El director solía alabarla tres veces al día, durante las comidas. Él y los profesores comían carne asada, y los alumnos, gachas de avena. Como no me gustan las gachas, decidí apuntarme en otra. —Gesticuló extravagantemente en dirección a las calles—. Ahora ésta es mi escuela. ¿Os gusta? Lo que aprendo aquí resulta mucho más útil que la retórica, la filosofía o la insoportable teología. Si me lo propongo, puedo conseguir lo bastante para comprarme un suculento plato de carne o cualquier otra cosa que me plazca.
—Debería darte una paliza, Talen —amenazó Kurik.
—¡Vaya, padre! —replicó el muchacho—. ¡Qué sugerencia tan oportuna! Además —prosiguió riendo—, primero tendríais que atraparme. Ésa es la primera lección que me enseñaron las calles. ¿Queréis comprobar lo bien que la practico? —preguntó, y recogió la escudilla y la muleta antes de echar a correr calle abajo.
Kurik comenzó a proferir juramentos.
—¿Padre? —inquirió Sparhawk.
—Ya os he avisado de que esto no es de vuestra incumbencia, Sparhawk.
—Entre nosotros no existe ningún secreto, Kurik.
—Vais a continuar presionándome, ¿no es cierto?
—¿Yo? Simplemente me mueve la curiosidad. Se trata de un nuevo atributo que ignoraba.
—Cometí una indiscreción hace algunos años.
—En verdad, lo expresáis de una manera delicada.
—Podéis guardaros los comentarios jocosos.
—¿Sabe Aslade algo de ese «incidente»?
—Por supuesto que no. De habérselo contado le hubiera dado un gran disgusto, así que preferí no herir sus sentimientos. La obligación de un esposo consiste en evitarlo en lo posible.
—Te comprendo perfectamente, Kurik —le aseguró Sparhawk—. ¿Era bella la madre de Talen?
Kurik lanzó un suspiro y su cara mostró una inusitada ternura.
—Tenía dieciocho años y su hermosura recordaba a una mañana de primavera. No pude apartarme, Sparhawk. Amo a Aslade, pero…
—Eso nos ocurre a todos alguna vez, Kurik —lo consoló Sparhawk, al tiempo que ponía la mano sobre el hombro de su amigo—. No os mortifiquéis más con esta cuestión. —Entonces se enderezó—. ¿Por qué no intentamos dar alcance al resto? —sugirió mientras montaba.
Chyrellos
Lord Abriel, preceptor de los caballeros cirínicos de Arcium, permanecía junto a la ventana de verdes cortinajes del estudio de Vanion, situado en la torre sur del castillo de la orden pandion, contemplando la ciudad de Cimmura. Abriel poseía una complexión corpulenta y el pelo cano. Debía de tener unos sesenta años; su rostro arrugado mostraba una expresión seria y sus ojos se hallaban profundamente hundidos en las cuencas. A su llegada al recinto, se había desprendido del yelmo y la espada, pero aún llevaba el resto de la armadura y la sobreveste de color azul pálido. Dado que su edad aventajaba a la de los otros tres preceptores, le cedieron la palabra.
—Estoy convencido de que todos somos en gran medida conscientes de lo que sucede en Elenia desde hace algún tiempo —comenzó su exposición—. No obstante, algunos puntos requieren una clarificación más detallada. ¿Seríais tan amable de respondernos a algunas preguntas, Vanion?
—Desde luego —repuso éste—. Intentaremos en lo posible aclarar vuestras dudas.
—Bien. En otros tiempos hemos mantenido posiciones alejadas, mi señor, pero en la presente coyuntura debemos olvidar rencillas. —Como todos los cirínicos, Abriel hablaba en tono cortés, incluso demasiado rígido—. Creo que precisamos obtener más información sobre el mencionado Martel.
—Era un antiguo miembro de la orden —respondió Vanion mientras se inclinaba sobre el respaldo de la silla—. Me vi obligado a expulsarlo.
—Nos ofrecéis una explicación muy concisa, Vanion —afirmó Komier.
A diferencia del resto, Komier llevaba una cota de malla en lugar de armadura. Era un hombre de estructura sólida, con amplias espaldas y manos anchas. Como la mayoría de los thalesianos, el preceptor de los caballeros genidios era rubio, y sus enmarañadas cejas le conferían un aspecto casi brutal. Al hablar, manoseaba continuamente el puño de su espada, que reposaba encima de la mesa delante de él.
—Si ese Martel se convierte en un problema, todos deberíamos tener el máximo de información sobre su persona.
—Era uno de nuestros mejores caballeros —lo describió Sephrenia en voz queda; estaba sentada al lado de la chimenea, con una taza de té en la mano—. Había adquirido una extremada destreza en el empleo de los secretos. En mi opinión, esa habilidad lo condujo a la desgracia.
—También era bueno con la lanza —admitió Kalten con pesar—. En el campo de entrenamiento solía derribarme del caballo sin hacer trampa. Probablemente sólo Sparhawk podía comparársele.
—¿En qué consistió exactamente la desgracia que habéis mencionado, Sephrenia? —inquirió lord Darellon.
El preceptor de los caballeros alciones de Deira poseía una figura delgada, y su edad se aproximaba a los sesenta años. Su pesada armadura deirana parecía una carga excesiva para su escasa corpulencia.
—Los secretos de Estiria son innumerables —replicó la mujer, con un suspiro—. Martel dominó en poco tiempo los que resultaban relativamente simples, ciertos hechizos y encantamientos sencillos y habituales. Sin embargo, más allá de este tipo de magia, se extiende un reino más profundo y peligroso. Los que nos ocupamos de instruir a los caballeros de la Iglesia en los secretos no introducimos a nuestros alumnos en ese nivel de magia. En la práctica normal no se utiliza y, además, pone en peligro las almas de los elenios.
—Muchas cosas pueden ser arriesgadas para las almas de los elenios, mi señora —intervino Komier riendo—. Yo mismo sentí ciertas tentaciones la primera vez que entré en contacto con los dioses troll. Por lo que insinuáis, el tal Martel practicó artes que debía haber evitado.
—Sí —asintió Sephrenia con un nuevo suspiro—. Acudió a mí para pedirme que lo introdujera en los secretos prohibidos. Estaba sumamente interesado en ello; en realidad, demostraba la misma pasión que dedicaba a todas sus actividades. Desde luego, me negué, pero al igual que existen renegados pandion también se hallan estirios traidores. Martel provenía de una familia muy rica y podía permitirse pagar para recibir la instrucción que deseaba.
—¿Quién lo descubrió? —preguntó Darellon.
—Yo —respondió Sparhawk—. Ocurrió poco tiempo antes de que el rey Aldreas me enviara al exilio, un día que cabalgaba de Cimmura a Demos. Anochecía cuando llegué a un bosque que se halla a tres leguas de Demos. De pronto capté una extraña luz que se filtraba entre los árboles. Al acercarme, vi a Martel. Había engendrado una especie de criatura destellante. El fulgor que despedía era tan intenso que no pude distinguirle el rostro.
—No creo que os hubiera gustado verlo, Sparhawk —le aseguró Sephrenia.
—Tal vez no —concedió—. En fin, observé que Martel se dirigía a la criatura en estirio. La instaba a que le obedeciera.
—No representa nada extraordinario —arguyó Komier—. De vez en cuando, todos invocamos espíritus o fantasmas de algún tipo.
—Aquello no se trataba precisamente de un espíritu, lord Komier —intervino Sephrenia—. Era un damork. Los dioses mayores de Estiria los crearon para utilizarlos como esclavos. Los damork tienen poderes fuera de lo común, pero carecen de alma. Un dios puede hacerlos venir desde el inimaginable lugar donde moran y mantenerlos bajo su control. No obstante, si un hombre intenta imitarlo, simplemente muestra una pura insensatez, puesto que ningún mortal puede controlar a un damork. Lo que ha hecho Martel está totalmente prohibido por todos los dioses menores.
—¿Y los dioses mayores? —inquirió Darellon.
—Los dioses mayores no se rigen por ninguna regla, mi señor, sólo se guían por caprichos y deseos.
—Sephrenia —apuntó Dolmant—, Martel es elenio. Quizá no se sintió obligado a atenerse a las restricciones impuestas por los dioses estirios.
—Mientras alguien practique las artes de Estiria, está sujeto a los dioses estirios, Dolmant —replicó.
—Me pregunto si no constituye un error instruir a los caballeros de la Iglesia en las armas convencionales y en la magia estiria juntamente —musitó Dolmant—. Seguramente nos movemos en un terreno que quizá sea preferible ignorar.