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Authors: David Zurdo y Ángel Gutiérrez Tápia

Tags: #Intriga, Terror

El Sótano (15 page)

—¡No, por favor! ¡Yo no he hecho nada!

Sin embargo, sólo la voz de Dios se hacía escuchar dentro de la cabeza del mendigo. Sus oídos parecían cerrados a cualquier sonido externo. Una placentera sensación iba embargándolo a medida que apuñalaba al muchacho. A cada golpe de la navaja, más placer se liberaba, como un torrente, en su cerebro.

Pero, de repente, el mendigo recobró la conciencia. El chico había gritado que no le matase.

Matar. Eso era lo que estaba haciendo. Lo que había hecho ya con dos de ellos. Y éste era el tercero. Pero ¿por qué? ¿Por qué el Señor le ordenaba hacer eso? No había ningún motivo. No estaba bien.

Interrumpió su ataque.

—Señor, ¿estás seguro de que debo matarle?

Esa pregunta y esa pausa fueron una ofensa contra el dueño de la voz. En un segundo, el placer se transformó en dolor. Un dolor agudo e insoportable.

«Haz lo que te he pedido —dijo la voz—. Acaba con él.»

—No puedo hacerlo. Él es inocente… —dijo el mendigo con las manos cubriendo su rostro por el dolor.

Herido y debilitado, Germán escuchó esas palabras que el mendigo lanzaba a su interlocutor invisible. Entonces lo comprendió. Aquel viejo estaba completamente loco. Debía de ser esquizofrénico y creía que era Dios quien le hablaba.

—Dios es bueno. No quiere que me mates… —logró decir Germán en un último acto de desesperación.

«Vamos, acaba de una vez.»

—Debo… hacerlo… El Señor lo quiere.

—¡No, no…! Dios es bueno —insistió Germán con voz trémula.

El mendigo miró hacia él en la oscuridad.

—Te equivocas. Dios no es bueno.

Y volvió a descargar su mano, con la navaja firmemente agarrada, sobre el joven. Lo hizo hasta que dejó de escuchar sus lamentos. Hasta que la vida escapó de su envoltorio, repleto de bocas mudas por las que brotaba la sangre.

—He cumplido tu voluntad —dijo entonces el mendigo.

«Asegúrate de que está muerto.»

—Ya lo he hecho.

«Asegúrate, te digo. Córtale el cuello.»

El viejo dudó un instante, pero enseguida se agachó sobre el cuerpo del muchacho y lanzó una vez más su navaja. Dios se mostró satisfecho y liberó un chorro de placer en el cerebro del viejo.

«¿Lo ves? Esto es lo que significa cumplir mi voluntad.»

Pero el mendigo no había cumplido totalmente la voluntad de Dios. No cortó el cuello del chico. Sólo le hirió en un hombro. Justo al acercarse a su cuerpo había notado el hálito que aún salía de su boca. Todavía estaba vivo. Y fue incapaz de rematarle.

«Ahora regresa al último piso y espera allí.»

El mendigo creyó que Dios se daría cuenta de su ardid. «Dios lo ve todo, lo oye todo y lo sabe todo», pensó. Pero hasta allí no parecía llegar su omnisciencia. Aquel hueco quedaba fuera de la mirada de Dios.

Clara se despertó y vio a Víctor delante de ella. Feo estaba de vuelta. Se revolvía nervioso, sin motivo aparente. La joven se sobresaltó al ver el rostro de Víctor, pero enseguida recobró la calma cuando se dio cuenta de quién era y el perro se lanzó hacia ella buscando su abrazo.

Alejandro y Bárbara estaban dándose una ducha. Víctor los había visto juntos, pero sólo había tenido ojos para la joven. Era realmente preciosa; quizá más aún en medio de la penumbra, que despierta la imaginación sobre lo que no se distingue bien. Su pecho lucía abundante y erguido, y sus piernas parecían torneadas como columnas griegas, culminadas por un vientre de curvatura perfecta. Ella se puso de espaldas al darse cuenta de que estaba mirándola, y dejó a la vista una espalda de cintura estrecha y hombros esbeltos. Aquella chica le había gustado desde el primer momento en el que la había visto. Ella fue la primera a quien contó su historia. Antes incluso que a Germán, que era la persona a la que realmente buscaba. Porque lo había buscado precisamente a él.

Todo lo que les había dicho de sí mismo era una gran mentira. Pero no formaba parte de ella que sintiera algo especial por Bárbara. Aunque en ese momento resultara imposible pensar en enamorarse o en dar rienda suelta a sus sentimientos. Ahora no.

Tuvo que obligarse a mostrarse frío y distante con aquella hermosa e inteligente joven. Comprometerse emocionalmente le estaba vetado. Era lo peor que podía ocurrirle.

Alejandro fue el primero en regresar a la habitación. Su gesto era de satisfacción. Se acercó a Clara y le acarició la cabeza. Ella sonrió levemente, sin dejar de mirar a Feo, que con sus movimientos parecía pedirle que lo siguiera.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Alejandro.

—No tengo ni idea —dijo Víctor—. Antes he preguntado a Germán por Mar, pero no la había visto.

—Seguramente estarán juntos por ahí.

—¿Quiénes están juntos? —preguntó Bárbara, que había llegado empezada la conversación.

—Mar y Germán —contestó Alejandro. Se incorporó y fue a darle un beso.

Bárbara se fijó en la actitud intranquila de Feo.

—¿Qué le pasa al perro?

Víctor se encogió de hombros. Bárbara le devolvió el gesto y fue junto a Clara.

—Bueno… Tú también necesitas una ducha, hermanita.

Clara abrió mucho los ojos y negó con la cabeza.

—Ya sé que hace mucho frío, pero sólo será un momento y luego te sentirás mejor. Anda, ven…

Las dos chicas salieron de la habitación, seguidas por el perro. Alejandro y Víctor se quedaron solos. En sus ojos había una rivalidad masculina imposible de disimular por completo. Antes, cuando Víctor había aparecido mientras se estaba duchando con Bárbara, Alejandro se dio cuenta perfectamente de cómo devoraba con la mirada el cuerpo desnudo de la joven. Ella le había dicho que Germán la atraía. Le preguntó también por Víctor. Germán no le preocupaba, porque estaba seguro de que era gay. Pero Víctor…

«Víctor es fuerte —le había dicho Bárbara mientras ya cían aún desnudos en el interior de su saco de dormir—. Y a mí me gustan los hombres fuertes.» Alejandro no supo si lo hacía sólo para picarle. Las mujeres son así. Pero se sintió triste y decepcionado. Al notarlo, ella se había erguido sobre él, dejando su pecho muy cerca de su rostro, y había añadido: «Víctor es un tío atractivo y misterioso, pero yo estoy contigo, Álex, ¿de acuerdo? Así que disfrutémoslo mientras dure y no saques conclusiones idiotas».

Pero él sí sacó conclusiones. Sabía que Bárbara podía estar hoy en sus brazos, pero mañana cambiar a los de Víctor. Y eso le produjo unos irracionales y anticipados celos que su oscura alma de escritor tuvo deseos de plasmar cuanto antes en el papel. Notas sobre aquellos compañeros de ocupación y sus vivencias que, algún día, formarían parte de una novela.

—¿Estás pensando en alguna historia? —le preguntó Víctor para evitar una conversación espinosa, sin saber que había metido el dedo en la llaga.

—¿Qué?

A Alejandro le descolocó la pregunta. Creía que Víctor abordaría la cuestión de Bárbara directamente. Aunque esa seguridad era igual de absurda que sus celos.

—Que si tienes algo en mente sobre lo que escribir —insistió Víctor.

—Sí, bueno… Sí. Algo sobre nosotros y ese mendigo. Me gustaría hablar con él, que me cuente su historia, para un relato.

—Interesante.

El tono en el que Víctor había pronunciado aquella palabra demostraba que la idea de Alejandro le parecía cualquier cosa menos interesante.

—Oye, Víctor. Ahora Bárbara está conmigo. Espero que lo aceptes y no lo olvides.

—¿Por qué me dices eso? —preguntó Víctor sin mostrar ninguna sorpresa.

Alejandro sabía que estaba en desventaja. Si trataba de discutir, Víctor tendría todas las de ganar. Y él quedaría como un idiota.

—Olvídalo. No tenía que haberte dicho nada.

—Ya…

Por un instante, Alejandro estuvo al borde de explotar. Víctor parecía burlarse de él. Se calmó evocando cómo le había hecho el amor a Bárbara esa tarde. Nadie sabía qué ocurriría mañana. Pero hoy, Bárbara era suya.

—Voy a buscar a Mar y a Germán —dijo por fin Alejandro, arisco, y abandonó la estancia en dirección a la escalera.

Víctor se quedó solo. Los sentimientos no se pueden programar ni controlar. Esa pretensión dura muy poco. Luego se desbocan y, entonces, se paga haberlos reprimido. Quiso evitar que sucediera. Pero no pudo conseguirlo. Empezaba a sentir odio hacia Alejandro y ya sentía amor por Bárbara.

Salió él también de la habitación. Hacia la puerta del sótano.

Germán estaba levemente consciente. Su miedo era tan intenso como su dolor. Tenía el cuerpo repleto de pinchazos y cortes. El peor era el del hombro izquierdo. Ignoraba si sería físicamente capaz de gritar, pero, aunque pudiera no debía hacerlo. El viejo loco podía volver y terminar lo que había empezado.

Estaba tan confuso y asustado que las ideas se disipaban en su mente antes de concretarse. El miedo seguía paralizándolo, tanto como la pérdida de sangre. No podía ver nada. La oscuridad era total. Pero sí podía oír.

Una especie de leve parloteo sonó cerca de él. Algo se movía a su lado. Entonces notó que ese algo se introducía por una de las perneras de sus pantalones y subía arrastrándose por ella. Tenía una herida abierta en esa pierna. Sintió cómo el dolor redoblaba cuando notó la mordedura.

Era una rata, atraída por el olor de la sangre fresca.

Sólo entonces Germán pudo gritar, aunque no moverse ni resistirse. Así debían de morir las presas capturadas por sus depredadores. Devoradas vivas cuando ya no tenían fuerzas para luchar. Una muerte tan horrible que creyó estar en una pesadilla.

Una pesadilla hecha realidad.

—¡Germán!

La luz se hizo de pronto y la voz que lo llamaba sonó atronadora.

Era Víctor, que estaba en el sótano y había oído su grito. Como también lo había oído Dios. Al enfocarlo el haz de la linterna, Germán pensó que se trataba del túnel de luz que ven los que están a punto de morir y entregar su alma. En aquel momento, no creer en nada sobrenatural no iba deshacer la ensoñación con que deliraba.

Todo aquello se les estaba yendo de las manos, pensó Víctor. Eso no era lo que tenía que ocurrir.

—Víc—tor… —susurró Germán justo antes de perder el conocimiento.

Antes de coger al muchacho en brazos, Víctor se dirigió hacia un hueco en una de las paredes. Pronunció unas palabras atropelladamente. Si Germán hubiera podido escucharle, habría creído que estaba tan loco como el mendigo. Pero no lo estaba. No lo estaba en absoluto.

Arriba, Bárbara se sentó junto a Alejandro cuando hubo terminado de secar a su hermana Clara. El chico cerró enseguida la libreta de notas en la que había empezado a añadir nuevos apuntes y la dejó a un lado, sobre su mochila. Bárbara vio el gesto y la libreta, y sintió deseos de saber qué estaba escribiendo. Qué estaba escribiendo sobre ella.

Por su parte, Feo había desaparecido otra vez por la escalera que conducía a los pisos superiores. Seguía muy inquieto. Alejandro supuso que el olor del mendigo le producía ese efecto, o que habría ido en busca de Mar y de Germán. Estaba pensando subir también él a su encuentro, cuando Bárbara le dijo algo que le hizo olvidarse de todo lo demás.

—Me gustas mucho, Álex. Me gustas de verdad.

Eso era lo que Alejandro quería escucharle decir a la joven. Ahora sabía que la tenía rendida, sin que Bárbara sospechara ni por asomo lo que él realmente pensaba y sentía por ella.

—Ya lo sé —fue su única respuesta, y la besó.

En ese momento se escuchó un ladrido proveniente de la escalera. Clara, que estaba sentada cerca de ellos, hizo un mohín de pena. Echaba de menos a su perrillo. Bárbara comprendió perfectamente qué quería.

—¿Puedes ir a buscar a Feo? —le pidió a Álex.

Éste enarcó las cejas, pero enseguida relajó el gesto de contrariedad y se puso en pie.

—A ver si se tranquiliza un poco ese chucho —masculló.

Bárbara lo miró, sorprendida por su reacción. Pero no pensó más en ello. Estaba empezando a enamorarse de él, y no era momento de estropearlo con bobadas. Vio que desaparecía por la escalera, entre las sombras. Acarició un momento el rostro de Clara y ya no reprimió su deseo de leer la libreta de Álex. La cogió con un gesto rápido y la abrió por la primera página: NOTAS PARA FUTURA NOVELA
OKUPAS
. Pasó al azar varias hojas sin dejar de observar la escalera con el rabillo del ojo. Si Álex la sorprendía, seguro que se enfadaría. Llegó hasta las últimas notas.

Todos los habitantes del edificio son peculiares. Pero no tanto como ellos creen. Les gusta sentirse diferentes, aunque no hayan hecho nunca nada para serlo. No dicen más que estupideces. Son unos ilusos que acabarán tirados en una cuneta, en la cárcel, o sirviendo cafés y menús del día en un bar de obreros. Y las chicas, en algún burdel de carretera.

Germán no es más que un maricón con ideas de maricón. Su gran sueño es crear un espacio cultural para gente joven. Qué sabrá él lo que es la cultura, para dar lecciones y pensar en todo eso. Con él arrastra a esa especie de espantajo de Mar. Debajo de su fachada de alternativa se ve que proviene de una buena familia. También Germán. Es demasiado delicado para haber nacido en un barrio marginal. Volviendo a Mar, hace buena pareja con Germán. He visto cómo mira a las tías. Está claro que es lesbiana. O, al menos, bisexual. Ella dice que quiere ser artista. Me gustaría profundizar en su concepto de arte… Para reírme, más que nada.

Víctor se cree más listo que nadie. Noto en sus ojos que está siempre a punto de saltar. Pero se contiene. Y no sé por qué motivo. Estoy seguro de que oculta algo. Cuando habla de su pasado siempre hace el mismo gesto con la boca. Creo que miente. Tendré que descubrir por qué.

En lo que respecta a Bárbara, tengo que reconocer que ella es otra cosa. Su hermana Clara está alelada. No sé si ya era tonta o se quedó agilipollada por lo de la violación de su padre. Me habría gustado una historia menos convencional. Tendré que adornar un poco el episodio si quiero usarlo en mi futura novela.

Bárbara está realmente buena y es muy guapa. Me encanta su pelo negro y como alborotado, sus ojos verdes… Tengo que conseguir como sea follármela. No creo que sea demasiado difícil. Iré acercándome a ella con timidez fingida y buenas palabras. Descubriré qué le gusta o le interesa, y así podré atraerla hacia mí. Que vea que soy un buen chico. No es más que una putilla.

Y luego, al final, tras un pequeño espacio en blanco:

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