—Mira, te lo explico. Aquí pone que en la capital de su ciudad, el gran guerrero, con su mirada y su mente, vigila lo que nadie debe encontrar. ¿Lo entiendes ahora?
—No Thomas, explícamelo de una vez.
—Está muy claro. Estas palabras son claves, capital, guerrero. La excavación estaba situada en la Venta, que era la antigua capital olmeca, y la losa que daba paso a la sala estaba bajo una cabeza de piedra de un antiguo guerrero. ¿Entiendes ahora?
Natalie comenzó a comprender lo que Thomas le decía. Tenía razón, o al menos se parecía mucho a lo que estaba escrito en el papiro.
—Mira Natalie —le decía nervioso—, en el sueño aparecía la cabeza del guerrero mirándome, como si estuviera vigilando o guardando alguna cosa, como a lo que hace referencia el papiro, y luego aparecía Pancho con ese fragmento de piedra que llevaba el símbolo y que se dividía en dos.
Thomas cogió la hoja y siguió leyendo:
—Lo que fue uno, se convirtió en dos, y nadie debe volver a unirlo. ¿Ves a lo que me refiero? Este colgante debe ser la mitad de otro, no está estropeado como creí al principio, sino que está fragmentado a caso hecho.
—Pero pone que no debe volver a unirse.
—Eso debe ser simplemente para alejar a los saqueadores.
Natalie no salía de su asombro, con aquel sueño Thomas había encontrado la solución. Habían tenido un golpe de suerte que no se esperaban, ¿o no?
—Este sueño ha sido una visión, no creo que haya sido sólo una casualidad. Hace tiempo tuve otro parecido, pero no le hice caso. Es como si Pancho, desde el más allá, me estuviera ayudando para conseguir llegar a algún sitio. Verdaderamente el que ideó este acertijo era muy inteligente, pues es casi imposible descifrarlo. Lo hizo de tal manera que señalaba un enclave directamente, pero al leerlo, parecía cualquier otra cosa.
—Entonces, si es así… —Natalie se detuvo, miró el papel y leyó—: «Desde sus tronos de piedra, el hombre dios se encuentra sentado junto a los dioses, contemplando la eternidad». ¿Qué señalará con éste?
—No lo sé, pero debemos hacer igual que con la otra parte, debemos encontrar las palabras clave.
—Podemos tardar una eternidad, piensa que lo has descifrado gracias a tu sueño —le dijo Natalie mientras miraba el papel y se rascaba la cabeza con un lápiz.
Thomas cogió el papel de las manos de Natalie, se levantó y dando vueltas por el salón comenzó a leerlo en voz alta. Tras varias veces, Natalie exclamó:
—¡Para, para!
—¿Qué pasa? ¿Has encontrado alguna similitud? —le preguntó emocionado.
—Qué fácil se ve todo ahora —se detuvo un instante—. El hombre-Dios, ¿no te suena de algo?
—¿El hombre-Dios? —le preguntó pensativo.
—Claro que sí. ¡Qué fácil! ¿Cómo se hacían llamar los faraones?
Thomas pensó durante un instante y exclamó:
—¡Es verdad! Muy bien, Natalie. En el Antiguo Egipto los faraones eran tratados como dioses, se creían sus descendientes.
Natalie rápidamente se levantó de la silla, se acercó a la estantería y comenzó a buscar algún libro que hiciera referencia a Egipto. Tras encontrar varios, se sentó y comenzó a buscar en ellos algo que se pareciera a lo que ponía en el texto.
Thomas la miraba fascinado, pues aquella muchacha no dejaba de impresionarle, sin ella no hubiera llegado tan lejos y, posiblemente, en estos momentos estaría muerto bajo las aguas. Tras pensar esto, decidió sentarse junto a ella y buscar entre los dos la solución a aquellas frases.
Pasaban las horas y los libros se agotaban. No lograban encontrar nada, hasta que Natalie se detuvo en uno de ellos y exclamó:
—¡Sí! ¡Aquí está, Thomas! Escucha, escucha —le dijo muy excitada por su hallazgo, y señalando unas líneas del libro comenzó a leer—: «La fachada del templo tiene treinta y tres metros de altura por dieciocho metros de anchura, y está custodiado por cuatro estatuas sedentes, cada una de las cuales mide unos veinte metros de altura, esculpidas directamente sobre la roca. Todas las estatuas representan a Ramsés II, sentado en un trono con la doble corona del Alto y Bajo Egipto. El santuario contiene tres estatuas de los dioses Ra, Ptah y Amón, y una de Ramsés II, todas en posición sedente».
Al acabar, se miraron los dos, sonrieron y dijeron al unísono: «¡Abu Simbel!».
—Qué casualidad, tiene que ver hasta con el nombre que tenía en el foro y con el que me conociste,
Nefertari
—dijo Natalie mientras sonreía—, pero… ¡espera un momento! Yo he estado cientos de veces y al igual que yo, miles de arqueólogos han visitado y estudiado aquel lugar, y nadie ha visto nunca nada que sugiriera que otra civilización tuviera algo que ver con aquel monumento.
—Es cierto, pero… aquí lo dice bien claro. «El hombre-Dios se encuentra sentado junto a los dioses» hace referencia claramente al santuario donde están Ramsés II y los dioses Ra, Ptah y Amón, y luego dice desde sus tronos de piedra contemplando la eternidad, como puedes ver, la fachada del monumento está custodiada por cuatro estatuas sedentes que representan a Ramsés II. No hay duda Natalie, se refiere a este sitio.
—Yo lo veo igual que tú, pero nadie ha descubierto nada fuera de lo normal. ¿No será otro sitio?
—No lo creo, son demasiadas coincidencias. Debemos ir allí e investigar por nosotros mismos.
—Pero no sabemos con seguridad que sea ese lugar, es una locura.
—Lo sé, ¿pero no lo es todo lo que nos está pasando?
Medio ilusionados, medio desconcertados y tras varios minutos de indecisión, Thomas convenció a Natalie de que debían personarse en aquel lugar e investigar, y así despejar la duda de si era o no era el sitio que estaban buscando.
Aeropuerto de Asuán, Egipto. Dos días después.
C
omo dos turistas más, Thomas y Natalie salían del aeropuerto cargados de maletas y observando con curiosidad el lugar.
Al llegar al hotel, uno de los más baratos y menos lujosos del lugar, se registraron como señor y señora Lestriel, para así pasar desapercibidos por si aquellos hombres, los Itnicos, aún los vigilaban.
Le preguntaron a la recepcionista cuándo iba a ser la visita a Abu Simbel, y les dijo que si estaban interesados podrían apuntarse al autobús que salía desde allí a las tres de la madrugada, a lo que ellos rápidamente contestaron que sí. Tras intentar convencerles de que hicieran otras visitas, llamó a un botones, con aspecto poco agraciado, que se acercó a ellos, cogió el equipaje y con un gesto de su mano les indicó que le siguieran hasta la habitación. Al llegar a la puerta, dejó las maletas junto a ella, la abrió y alzó su mano con la palma hacia arriba esperando una generosa propina. Thomas, que lo miraba, introdujo su mano en uno de los bolsillos de su inseparable chaleco, sacó cinco piastras y se las entregó. No muy contento con la propina, el botones le dedicó unas palabras a Thomas en su idioma, se dio media vuelta y se fue refunfuñando por el estrecho pasillo. Thomas miró a Natalie, que se reía a carcajadas, y le preguntó:
—¿Qué tiene de gracioso?
—Nada, nada, simplemente que te ha llamado tacaño —continuó riéndose.
—¿Y tú cómo lo has entendido?
—Ya te dije que vengo muy a menudo por aquí, y además tú nunca me lo preguntaste.
Tras la conversación entraron en la habitación, que era muy pequeña; tenía un pequeño ventilador de techo sobre la única cama que había. Al lado de ella había un pequeño armario, y enfrente una pequeña mesa con dos sillas. Al otro lado, un pequeño balcón ofrecía unas maravillosas vistas de Asuán.
Thomas comenzó a dar vueltas por la habitación, como si buscara algo o hubiera perdido alguna cosa.
—¿Pero se puede saber qué buscas? —le preguntó Natalie.
—El lavabo. ¿Dónde está?
—Está fuera, hay un lavabo común para cada planta —le decía mientras se reía.
—¿Cómo? ¿Pero dónde me has traído?
—Ya te dije que era un hotel algo peculiar. Además, me dijiste que no querías levantar sospechas, y aquí no las levantaremos.
Thomas salió por la puerta de la habitación corriendo y comenzó a buscar el lavabo por las numerosas puertas que había en el pasillo. Mientras, Natalie comenzó a guardar el equipaje en el armario. De repente, escuchó a Thomas y a una mujer gritar, pero continuó con su tarea sin inmutarse. Pero cuando escuchó que la puerta de la habitación se cerraba de golpe, se giró y vio a Thomas apoyado en ella y con cara de asustado.
—Si te cuento lo que me ha pasado, no te lo vas a creer —le dijo mientras miraba por la mirilla.
—Cuenta, cuenta, que ya me lo imagino —comenzó a reír.
—Pues que cuando logré encontrar el lavabo, abro la puerta para entrar y me encuentro a una anciana haciendo sus necesidades. Dios mío qué visión, no sabía qué hacer, si disculparme o cerrar la puerta, y entonces la mujer comenzó a gritar y a perseguirme por el pasillo. Madre mía, qué mal lo he pasado.
Natalie, que no dejaba de reír, se lo miraba pensativa, pues aquel hombre, que a veces parecía tan seguro y valiente para unas cosas, había salido corriendo asustado por una pobre anciana. En el fondo, le gustaba mucho su forma de ser.
—Anda, deja de reír ya y dime una cosa. ¿Dónde voy a dormir yo? —preguntó Thomas.
—De verdad que a veces me asombras, pues dormiremos juntos —le respondió.
—¡Qué bien!… —se le escapó—. Pero… dormiremos muy pegados, es muy estrecha la cama.
—No te preocupes por eso, no te haré nada, no muerdo. ¿Y tú? —le preguntó con tono pícaro.
—No, no, yo tampoco —respondió nervioso.
—Bueno, como ya hemos decidido cómo dormiremos, he guardado todo, y como hasta las tres de la madrugada no sale nuestro autobús, ¿qué te parece si nos damos una vuelta y te enseño el lugar?
—Me parece bien, son las once de la mañana y nos da tiempo a ver muchas cosas antes de acostarnos.
—Una cosa te pido.
—¿Qué cosa? —preguntó Thomas.
—Queda terminantemente prohibido hablar del tema para el que hemos venido. Hoy nos lo vamos a pasar bien tú y yo, ¿de acuerdo?
—Acepto.
Al acabar la conversación, Thomas cogió su mochila, se la colgó en la espalda y salió junto a Natalie de la habitación.
Estuvieron toda la mañana paseando por las calles de Asuán. Como si de unos recién casados se tratara, hablaban de cosas de las que nunca antes habían hablado. Recorrieron el mercado, entraron en numerosas tiendas y hasta jugueteaban y tenían miradas de complicidad… Parecía que algo estaba surgiendo entre ellos.
Tras la larga caminata, se detuvieron en un restaurante para comer. Natalie, como no sabía lo que le iba a gustar a Thomas, pidió de primero unos
mezze
, unos pequeños entrantes muy típicos del país. Los pequeños platos de entrantes eran el
tabbouleh
(ensalada de perejil y sémola de trigo), la
baba ghannnoush
(puré de berenjenas acompañado de ajos), la
kobeiba
(pescado, carne y nueces),
basterma
(cecina ahumada),
kiev
(albóndigas de carne de cordero frita y sémola de trigo),
hummus bi tabina
(garbanzos en puré con salsa de sésamo),
sambousek
(empanada de verdura),
betingan
(rodajas de berenjena adobadas),
wara annab
(hojas de parra rellenas de variados ingredientes). Tras degustar todo este surtido, Natalie pidió
mashi
,arroz con carne acompañado con hojas de parra, pimientos verdes, pimientos y berenjenas. Tras la copiosa comida y una larga charla, prosiguieron su paseo hasta el anochecer.
Muy cansados y muertos de sueño, llegaron hasta la puerta del hotel, donde se detuvieron. Natalie miró a Thomas y le dijo:
—Me voy a dormir ya. Dentro de pocas horas debemos levantarnos y tenemos que estar bien despiertos para que no se nos escape nada.
Thomas, que no dejaba de pensar que debía dormir junto a ella en aquella cama tan estrecha, le dijo:
—Yo aún no subo, voy a ir a tomarme algo en aquella terraza. ¿Por qué no vienes?
—No Thomas, estoy muy cansada. Venga, súbete conmigo —le insistió.
—No, no, de verdad, sube tú. Dentro de un rato iré.
Natalie, tras insistir varias veces más y viendo la negativa de Thomas, se despidió de él, le comentó que no tardara mucho en subir y se metió en el hotel. Thomas, por su parte, cruzó la carretera que lo separaba de la terraza y, mientras lo hacía, pensaba en lo tonto que estaba siendo, pues se moría de ganas de estar con ella.
Tras sentarse y llamar al camarero, vio como se encendía la luz de su habitación y aunque las cortinas estaban echadas, se podía ver la silueta de Natalie recorriéndola. Continuó mirando la ventana sin pudor alguno, pues aquella silueta comenzó a quitarse la ropa. Thomas, al ver esto, se acomodó mejor en la silla para no perder detalle, mientras que a su lado, el camarero esperaba que le dijera qué iba a tomar. Sin darse ni cuenta de la presencia de aquel hombre, Thomas continuaba mirando embelesado la silueta, que se había desnudado por completo, dejando entrever sus curvas. Después se puso una pequeña prenda mientras desaparecía de la ventana, y seguidamente se apagó la luz.
Al ver esto, Thomas decidió que la copa que se iba a pedir se la tomara otro, pues ya no aguantaba más, quería estar con ella. Rápidamente se levantó y sin mirar ni siquiera al camarero, que estaba sorprendido, cruzó la carretera corriendo hasta llegar al hotel, subió las escaleras y se detuvo frente la puerta de la habitación. Respiró hondo y mantuvo el aire en sus pulmones. El corazón le latía con rapidez y con fuerza y un cosquilleo le comenzó a recorrer el estómago. Su mano temblorosa agarró el pomo de la puerta y mientras la abría poco a poco, soltaba con suavidad el aire que mantenía retenido. Tras esto, metió la cabeza para ver si Natalie continuaba despierta, pero ya se había dormido, había desperdiciado una oportunidad que quizás no se le iba a volver a presentar.
Sigilosamente fue hasta el armario, se quitó la ropa y se puso unos pantalones de deporte como pijama. Se acercó hasta el lado de la cama que Natalie, que estaba tapada hasta el cuello y de espaldas, le había dejado. Se metió muy lentamente, evitando hacer ruido y rozarla.
Natalie, que estaba despierta, se moría de ganas de que Thomas se arrimara a ella, pero los minutos pasaban y ese momento no llegaba. Cansada de esperar, decidió darse la vuelta y dejar caer su brazo y su pierna sobre él, pero Thomas, rígido como una piedra y aun teniendo a Natalie casi encima, no hacía ningún movimiento. Harta de esperar, se levantó de la cama, encendió la luz, se puso de pie frente a él y le preguntó: