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Authors: Gene Deweese

Tags: #Ciencia ficción

El renegado (20 page)

—Ya no sé realmente qué pensar —le aseguró Rohgan mientras se pasaba nerviosamente la lengua por los labios. Sus ojos lanzaron miradas fugaces a un lado y otro, hacia los puntos por los cuales Spock había dicho que aparecerían los klingon en cualquier momento. Dejó escapar la respiración con un suspiro resoplante—. Pero tampoco veo otra alternativa.

El suave y perezoso siseo del vehículo flotante aumentó bruscamente de volumen. McCoy estabilizó al hombre inconsciente cuando el vehículo entró de golpe en su modalidad todo-terreno y se balanceó momentáneamente antes de recuperar el equilibrio y comenzar a correr colina arriba.

—Los dos vehículos klingon han variado su curso para adaptarse al nuestro, profesor —advirtió Spock un instante después—. Aparentemente pueden seguirle la pista a nuestro vehículo gracias a la señal electrónica.

—No puedo decir que eso me sorprenda, Spock —masculló McCoy, pero el vulcaniano pareció no darse cuenta de las palabras pronunciadas porque levantaba el sensor para sondear lo que había más adelante.

—¿Qué tamaño tiene su nave, profesor? —preguntó el vulcaniano un instante más tarde mientras sus cejas se alzaban imperceptiblemente—. ¿Cuántos pasajeros pueden viajar en ella?

—No lo sé con total precisión. La construyeron a partir de una de las lanzaderas originales, que tiene asientos para cuarenta personas. Pero el acolchado estaba tan deteriorado que nos vimos obligados a retirar los asientos y acolchar simplemente el suelo y las paredes. Al menos eso es lo que me contaron. También me dijeron que no podría haber más de veinte de nosotros a bordo cuando despegara.

Un momento después coronaron la colina y comenzaron a descender. Los ojos de McCoy se agrandaron ante la escena que se extendía ante ellos. Incluso a la luz tenue de la luna solitaria, podía ver la totalidad del valle de un kilómetro de anchura, con su fondo casi perfectamente liso y su largo —de unos diez kilómetros— casi perfectamente recto. En el centro había una pista de aterrizaje abandonada desde hacía mucho tiempo, no muy diferente de las que habían utilizado las primeras lanzaderas de la Tierra. A ambos lados había centenares de edificios ruinosos, todos ellos parecían prefabricados, que iban desde gigantescos hangares y fábricas hasta lo que alguna vez debían haber sido viviendas. En una colina del otro lado del valle había un complejo de docenas de antenas de acumuladores de energía, cada una de ellas medía decenas de metros de ancho. En otra época, era casi seguro que habían estado orientadas hacia el satélite solar que orbitaba el planeta a la altura del ecuador, pero en este momento sólo unas pocas de ellas apuntaban en esa dirección. La mayoría estaban combadas, todas tenían una capa de herrumbre por encima y algunas habían caído del todo.

En un extremo de la pista, casi directamente ante ellos, había una nave en todo semejante a una gigantesca versión más robusta de las antiguas lanzaderas de la Tierra, excepto porque las bocas de los cohetes habían sido reemplazadas por motores de impulso.

La puerta que había en uno de los flancos estaba abierta y una rampa improvisada conducía hasta ella. Una fila de hombres y mujeres subían por aquella escalerilla.

—¡Dios mío! —jadeó Rohgan—. ¡Hablando de oportunidad! ¡Se preparan para despegar! —Sacudió la cabeza—. Pero no deberían hacerlo, si la gente que enviamos para advertirles después de la transmisión de Delkondros…

—Registro la presencia de cincuenta formas de vida, dentro de la nave y a punto de entrar en ella —declaró Spock, que levantó los ojos de la pantalla del sensor.

—Eso significa que virtualmente todos están aquí, incluidos los que acudieron a advertir a los que habían llegado anteriormente —afirmó Rohgan—. ¿Qué demonios sucede?

—Eso es lo que me gustaría saber —comentó McCoy con irritación. Al mirar hacia atrás, vio que los dos coches flotantes que les perseguían, aparecían en ese momento en lo alto de la colina y comenzaban a descender la ladera del valle tras ellos—. Pero, sea lo que sea, no tiene buen aspecto.

El médico de la
Enterprise
hizo una mueca cuando Rohgan aceleró el coche flotante a su máxima velocidad ladera abajo. Independienternente de lo que supieran o planearan hacer los klingon, llegar a la nave era la única verdadera esperanza que les quedaba a él y a Spock. La señal electrónica hacía imposible una huida en el vehículo flotante. Y, si lo abandonaban, los klingon que les perseguían en los coches estarían sobre ellos en cuestión de segundos, y no tenían siquiera una pistola fásica con la que defenderse.

De pronto se hallaron entre los edificios. McCoy gimió cuando Rohgan deslizó el coche flotante entre dos hangares cuyo ruinoso estado era aún más evidente a aquella corta distancia. Delante de ellos, el último de los pasajeros había llegado a lo alto de la escalerilla. Se detuvo en la puerta y se volvió a mirar atrás, sorprendido por el ruido del vehículo que se aproximaba. Tras ellos, los dos coches flotantes de los klingon parecían haber aminorado la velocidad y se deslizaban por otra larga avenida, más ancha que la imposiblemente estrecha calle escogida por Rohgan.

El vehículo de los fugitivos se detuvo y se posó en el suelo a escasos metros del pie de la escalerilla. Rohgan y Tylmaurek salieron de él inmediatamente, el primero agitó los brazos en dirección al hombre que se hallaba en lo alto.

—¡Es Jarlok! —les dijo por encima del hombro a McCoy y los demás—. ¡Es uno de los que enviamos para que advirtiera de lo sucedido!

—¡Rohgan! —le gritó el hombre que se encontraba en lo alto de la escalerilla—. ¿Qué hace usted aquí? El último mensaje que nos envió…

—¡Era una mentira! —fue la respuesta que le gritó Rohgan—. ¡Yo no he enviado ningún mensaje desde que ustedes mismos salieron de mi apartamento!

—Entonces, ¿por qué…?

—;Se lo explicaré más tarde! ¡Por el momento, por favor, ha de confiar en mil ¡Tenemos que subir a bordo e iniciar de inmediato el lanzamiento!

—Pero la transmisión del gobernador decía que Tylmaurek… —Jarlok se interrumpió bruscamente y sus ojos se agrandaron al ver a Spock y McCoy que salían del vehículo; Spock con el hombre herido en los brazos y McCoy nuevamente con el sensor colgado del hombro—. ¿Es usted prisionero de ellos?

—¡Ni mucho menos!

Rohgan y Tylmaurek habían alcanzado ya el pie de la escalerilla y comenzaban a ascender por ella.

—¡Esa transmisión no era más que una mentira! ¡Virtualmente todo lo que ha oído esta noche, y una gran parte de lo que nos han contado en los últimos años, ha sido mentira!

Ya en lo alto, Rohgan aferró al hombre por un brazo, mientras Tylmaurek permanecía un paso más atrás con un aspecto aún más incómodo que el de Jarlok.

—¡Le aseguro que existe una explicación —le dijo Rohgan con tono de urgencia—, pero, a menos que despeguemos inmediatamente, yo no viviré lo bastante para contarla! ¡Cualquier cosa que haya oído usted esta noche acerca de la Federación, Jarlok, es probablemente una mentira! ¡Lo que importa en este momento, porque la vida y la muerte nos importa a todos nosotros, es que todos subamos a esta nave y despeguemos antes que esos… —Hizo un gesto hacia atrás, en dirección a los coches que se aproximaban— puedan detenernos!

—Pero es que solamente el procedimiento de comprobación…

—¡Puede reducirse! —le espetó Rohgan—. ¡Debe ser reducido!

Durante un largo momento los ojos de Jarlok parecieron buscar la verdad en los de Rohgan. Luego, abruptamente, cuando Spock llegaba al pie de la escalerilla, el hombre retrocedió y desapareció en el interior de la nave.

Rohgan se apartó rápidamente a un lado e hizo gestos a los otros para que entraran. Spock, a pesar de la carga que llevaba en los brazos, subió los escalones de dos en dos. McCoy, a tan sólo un segundo detrás de él, se detuvo bruscamente al recordar de pronto que el klingon, la «prueba» de Spock, continuaba metido en el maletero del coche flotante. Pero ya no había tiempo de ir a buscarlo y, además, por la forma en que marchaban las cosas, iban a tener todas las pruebas que necesitasen. Tras lanzarle una última mirada al vehículo, McCoy se precipitó al interior de la nave.

El interior era una cabina desierta, anticuada y parecida a una barraca, con una especie de fino acolchado en el piso y las paredes. Muchas de las personas ya se encontraban tendidas en el suelo y estaban aferradas a unos asideros improvisados, mientras que otras se tendían en ese momento. En la parte delantera había un mamparo con una puerta abierta, tras la cual estaba el área del piloto. El hombre con el que había dialogado Rohgan se encontraba justo al otro lado y hablaba muy seriamente con el que ocupaba el asiento del piloto.

Cuando Spock depositó al hombre inconsciente sobre el suelo escasamente acolchado, Rohgan cerró la puerta exterior. La mayoría de las personas observaban a Spock y a McCoy con abierta curiosidad, y tres o cuatro con algo bastante parecido al miedo.

McCoy hizo una mueca al mirar una vez más la pantalla del sensor, antes de devolvérselo a Spock. Los klingon ya no corrían tras ellos. Habían detenido los vehículos flotantes a unos buenos cien metros de la nave y permanecían en su interior; presumiblemente observaban, informaban y pedían nuevas instrucciones.

—¡Rohgan! —gritó uno de los pasajeros mientras sus ojos saltaban nerviosamente de Tylmaurek a los tres hombres vestidos con el uniforme de la Flota Estelar y al propio Rohgan—. ¿Por qué ha traído a estos… a estos asesinos hasta aquí?

Rohgan se apartó bruscamente de la puerta, ahora sólidamente cerrada.

—La transmisión era una mentira! —declaró en voz alta—.¡Fue el propio Delkondros quien mató a esos hombres, no Tylmaurek ni ninguno de los integrantes de ese llamado escuadrón asesino!

Una docena de voces se pusieron a gritar al mismo tiempo, cada una de ellas ahogaba con sus gritos a las demás. Rohgan levantó rápidamente ambas manos por encima de la cabeza.

—Por el momento —gritó para hacerse oír por encima de todas las demás voces, hubo de repetir las palabras tres o cuatro veces hasta que los otros guardaron silencio—, por el momento van a tener que confiar en mí. Ya sé que a algunos de ustedes les va a costar creer que Delkondros sea un asesino, pero es la verdad, y aún hay cosas peores, muchísimo peores. Aunque, en este preciso instante, lo más importante es que nosotros y estos tres hombres de la Federación, de la nave estelar
Enterprise
, salgamos al espacio. Si lo conseguimos, habrá tiempo para dar todas las explicaciones del caso y…

—¡No, profesor Rohgan, eso no es suficiente! —intervino una nueva voz. El piloto, un hombre rubio casi tan delgado como un esqueleto, se había levantado de su asiento y estaba de pie en la puerta, mirando a Rohgan con el ceño fruncido—. Hemos recibido una orden diferente tras otra durante las últimas horas… de usted mismo entre otros… y ahora llega a toda prisa, en el último momento, con tres personas de las que sus mensajeros nos dijeron hace apenas unos minutos que eran asesinos a sangre fría. Yo no voy a…

—¡No son asesinos! —le interrumpió Rohgan, casi a gritos—. ¡Apenas consiguieron escapar ellos mismos con vida! ¡Las transmisiones del gobierno eran mentira! Por favor, tiene que…

La nave se estremeció y les redujo a todos a un repentino silencio. El piloto se volvió rápidamente hacia los controles.

El asiento que acababa de abandonar continuaba vacío, pero la secuencia de luces en los paneles de control destellaban. Las cartas y cálculos pasaban rápidamente por la pantalla.

Sin decir una sola palabra, el piloto volvió a sentarse y se puso a tocar los controles.

Las luces continuaron su baile de encendidos y apagados y los mensajes se sucedieron en la pantalla.

La nave volvió a estremecerse… y luego comenzó a moverse.

El piloto volvió la cabeza y miró a Rohgan con expresión iracunda.

—¿Otra de sus sorpresas, profesor? —le preguntó con una especie de gruñido.

Rohgan dirigió miradas atemorizadas hacia Spock y McCoy.

—¿Qué sucede? ¿Me han mentido?

Spock se había puesto a estudiar su sensor en el preciso instante en que los motores de la nave habían despertado a la vida. En aquel momento levantó los ojos.

—Su nave está siendo controlada remotamente por señales enviadas desde algún punto del espacio que queda fuera del alcance de este instrumento.

Rohgan y el piloto contemplaron fijamente al vulcaniano. La nave aceleraba ahora bruscamente y obligaba a todos los que no estaban tendidos sobre el suelo a aferrarse a los asideros que había en las paredes.

—¡Eso es imposible! —protestó el piloto—. Esta nave no tiene incorporados receptores de control remoto.

—No obstante, caballeros, eso es lo que sucede.

—¡Esa nave de ustedes… la
Enterprise
, es la culpable! —No, caballeros, la
Enterprise
no dispone de ese tipo de capacidades.

—¿Pero no desea usted en ocasiones que los tenga, señor Spock?

Aquella nueva voz hizo que todos dieran un respingo y se pusieran a buscar con los ojos algún altavoz, hasta que alguien advirtió que procedía de algún punto próximo al panel de controles de la nave.

El piloto se volvió rápidamente y comenzó a accionar botones y palancas en un intento de acallar aquella voz. Mientras lo intentaba, la nave despegó y viró bruscamente hacia el cielo.

—¿Quién es usted? —preguntó, y se dejó caer en el asiento—. ¿Qué nos está haciendo?

Spock levantó los ojos del sensor.

—La voz procede de la misma fuente que las señales que controlan la nave —declaró.

—Muy bien, señor Spock —replicó burlonamente la voz—.¿Sería una osadía por mi parte suponer que también ha deducido usted mi identidad?

—La del personaje que representa actualmente, sí, primer ministro Kaulidren. —Un nuevo estallido de voces indignadas siguió a las palabras de Spock, pero todos guardaron silencio cuando el vulcaniano volvió a hablar—. No obstante, todavía no he podido determinar su verdadera identidad. —No me gustaría que muriese usted sin conocerla, señor Spock. Soy Carmody, Jason Carmody.

Spock guardó silencio durante un momento.

—Comienzan a aclararse ciertos aspectos de esta situación, teniente comandante Carmody. La Flota Estelar siempre había supuesto que le habían dado muerte o le habían hecho prisionero los klingon.

—Suponía que esa información estaría grabada en sus bancos de datos, señor Spock; y es correcta. Fui hecho prisionero por los klingon después de salir de Delar Siete, junto con la mayor parte de los tripulantes de la Chafee, pero, dado que yo ya era un prisionero encerrado en el calabozo de una nave estelar de la Federación, los klingon sintieron curiosidad, como es natural. Al final, llegamos a un punto de coincicencia, podría decirse. Desde entonces he progresado bastante, mucho más de lo que hubiera conseguido ascender en la Federación, ¿no le parece?

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