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Authors: Gene Deweese

Tags: #Ciencia ficción

El renegado (19 page)

12

Cuando oyó a Spock anunciar que había klingons en el campo de lanzamiento, todos los recelos de McCoy regresaron al galope. Rohgan, si no estaba aliado con Delkondros y los otros klingon, como mínimo habían sido engañado por ellos. En cualquiera de los dos casos, las actividades «secretas» del grupo de Rohgan, formado por ingenieros y ex miembros del consejo, había sido un libro abierto para Delkondros, y él y Spock nunca tendrían una sola oportunidad de escapar.

—No parece que hayan sido muy buenos en mantener su secreto, después de todo, profesor Rohgan —comentó el médico con expresión ceñuda.

—Si tomamos en consideración todas las circunstancias que hemos puesto al descubierto, doctor —intervino Spock serenamente—, ese fallo no es ni sorprendente ni digno de culpa. En cualquier caso, nos resultará más provechoso dedicar nuestras energías a planificar una línea de acción futura que a recriminar las acciones pasadas.

McCoy volvió momentáneamente su rostro ceñudo hacia Spock, y luego sacudió la cabeza.

—Supongo que tiene usted razón —replicó—, pero temo que me he quedado completamente sin ideas, y casi sin inyecciones que puedan poner fuera de combate a los klingon —agregó con unos golpecitos sobre su maletín médico.

—Si pudiéramos encontrar otro vehículo, uno que no tenga ese dispositivo de llamada… —comenzó a decir Rohgan.

—¡Fue usted quien dijo que tendríamos más posibilidades de escapar en este coche! —le espetó Tylmaurek—. Si hubiéramos cogido el mío…

—Profesor Rohgan —le interrumpió Spock—, ¿está usted familiarizado con la disposición física del arca de lanzamiento?

Tras un breve silencio, Rohgan se volvió en su asiento para mirar a Spock.

—Hasta cierto punto, sí.

—En ese caso, si yo señalara con total precisión el lugar en el que se encuentran los klingon, ¿podría usted llevarnos a pie hasta la proximidad inmediata de la nave, dando un rodeo para evitarlos?

—Creo que podría hacerlo, sí.

—¿Y hay alguien, entre los que se encuentran cerca de la nave, en quien usted pueda confiar? ¿Alguien que no vaya a dar la alarma en el momento en que nos acerquemos a él?

—Varios, de eso estoy seguro, aunque probablemente sería mejor que yo dispusiera de uno o dos minutos para hablar a solas con ellos antes de aparecer ustedes.

—Por supuesto, profesor. Sin embargo, podría suceder que no pudiéramos permitirnos ese lujo. Si…

Algo destelló en el cielo nocturno, un punto brillante que eclipsó momentáneamente el pálido fulgor de la única luna, con una luz que rivalizaba con la de un sol pequeño.

—¡La nave! —exclamó Rohgan con un grito ahogado, mientras se volvía bruscamente para contemplar la luz que se apagaba—. ¡Han destruido la nave!

—No, profesor —le contestó Spock casi instantáneamente—. El combustible de antimateria de su nave continúa en tierra, intacto. La fuente de esa descarga se ha producido… —Hizo una pausa para estudiar los datos que aparecían en el sensor—, fuera del alcance de este instrumento para poder localizarla con total precisión, pero una radiación de esa naturaleza sólo puede crearla una explosión de antimateria.

—¿Torpedos de fotones? —preguntó McCoy, cuya voz se había vuelto repentinamente insegura.

—No, doctor— Ha sido mucho más pequeño que cualquiera de los artefactos que tiene la
Enterprise
.

—Pero una nave klingon podría…

—Es una posibilidad, doctor. —El vulcaniano todavía estudiaba los datos del sensor—. Una nave pequeña acaba de entrar en el radio de alcance, su trayectoria de descenso hace pensar que proviene de las inmediaciones de la liberación de energía.

—¿Klingon?

—Las lecturas indican, efectivamente, tecnología klingon. No obstante, el único ocupante de la nave es completamente humano.

McCoy meneó la cabeza.

—¿Qué rayos sucede? ¿Tylmaurek? ¿Profesor Rohgan?

—¡Si eso tiene que ver con sus klingon —le contestó Rohgan—, usted debería saberlo mucho mejor que cualquiera de nosotros dos!

—Si continúa con su presente trayectoria —anunció Spock, que levantó la mirada del sensor—, descenderá a muy poca distancia de aquí.

—¿Aterrizará? —preguntó McCoy al vulcaniano—. ¿O se estrellará?

—No es posible determinarlo en este preciso instante. Aparentemente, el piloto tiene un cierto control sobre la lanzadera, pero desconozco si posee el suficiente para aterrizar sano y salvo. En cualquier caso, sin embargo, yo sugeriría que investigásemos esa lanzadera antes de encaminarnos hacia el campo de lanzamiento.

—Spock, ¿ha perdido usted su juicio de orejas puntiagudas? ¡Lo que debemos hacer es correr hacia esa nave… ahora mismo! ¡Si esa cosa aterriza en algún lugar de las proximidades, nos proporcionará una distracción! ¡Por lo que a eso respecta, la explosión que acaba de producirse ya nos la ha proporcionado, y deberíamos aprovecharnos de ello!

—Eso carece de lógica, doctor. En primer lugar, es posible que la explosión, más que distraer a los klingon y a los posibles aliados que tengan por las inmediaciones, les haya alertado aún más. En segundo lugar, es igualmente posible que ellos sepan qué causó esa emisión de energía, si es que no son responsables de ella, y que por lo tanto no les haya distraído en absoluto. Finalmente, hablar con el piloto o, en caso de no poder hacerlo, la simple inspección de la nave o de sus despojos, podría proporcionarnos información de vital importancia.

McCoy puso los ojos en blanco.

—La información nunca está de más, Spock, ya lo sé, ya lo sé. Pero hay momentos en los que uno debe dejar de recoger información y actuar.

—Por supuesto, doctor, y eso es lo que haremos, en cuanto hayamos aprovechado esta oportunidad aparentemente accidental. —Luego volvió su atención hacia el sensor.

—Profesor Rohgan —dijo el vulcaniano tras un instante—, diríjase usted hacia un punto que está aproximadamente a unos diez grados a la derecha del campo de lanzamiento.

—¿Es allí donde descenderá? —le preguntó Tylmaurek.

—Allí es donde el presente curso que sigue la nave, algo errático, indica que tocará el suelo. Yo le sugeriría, profesor, que no perdamos más tiempo en conversaciones.

—Por fin nos ponemos de acuerdo en algo —masculló McCoy mientras Rohgan ponía en funcionamiento el coche flotante y lo conducía en la dirección indicada por Spock.

Cinco minutos más tarde, cuando coronaban una nueva colina, una línea de pequeños destellos apareció en la capa baja del cielo, lo que en apariencia confirmaba las lecturas del sensor del vulcaniano.

—Ese aparato no tiene aspecto de ir a realizar precisamente lo que yo llamaría un aterrizaje perfecto —comentó McCoy, e hizo una mueca de dolor cuando los destellos desaparecieron tras la colina siguiente.

—Tal vez no, doctor —asintió Spock pasados algunos segundos—, pero el piloto ha sobrevivido, aunque no sin lesiones.

La nave, según vieron menos de cinco minutos después, era pequeña y utilitaria, claramente construida para llevar un solo ocupante. Se había precipitado sobre las ramas del árbol más grande de la ladera de la colina. Eso era, de hecho, lo que le había evitado sufrir daños aún mayores cuando llegó al suelo, en mitad de la ladera. La puerta había saltado hacia afuera y colgaba a un lado.

—El piloto está inconsciente —comentó Spock cuando Rohgan detuvo el vehículo flotante a una docena de metros de la nave.

McCoy echó una nerviosa mirada al campo de lanzamiento mientras salían del coche.

—¿Qué hay de esos klingon que ha detectado? ¿Vienen también a examinar esta cosa?

—No creo que tengan intención de hacerlo, doctor. Dentro del radio de alcance del sensor, ninguno se ha movido desde que los detectamos por primera vez.

Precedidos por McCoy y Spock, que estudiaba constantemente los datos del sensor para comprobar si el motor de la nave o su fuente de alimentación se desplazaban hacia la explosión, todos corrieron hacia la nave caída. McCoy, con la mano sobre el sensor médico, fue el primero en llegar y echar una mirada al interior.

—¡Spock! ¡Écheme una mano! ¡Este hombre pertenece a la Flota Estelar!

—¿A la Flota Estelar, doctor?

—¡Lleva puesto un uniforme de alférez! ¡Ahora, haga el favor de echarme una mano! Saquémosle de ahí dentro para que pueda hacer algo por él.

Mientras Spock se detenía para abrir más la puerta a viva fuerza, McCoy intentó obtener algunas lecturas más. Finalmente, la puerta quedó abierta y resultó posible entrar en el aparato. Tras hacerle a McCoy un gesto para indicarle que se apartara a un lado, Spock se inclinó en el interior y consiguió extraer al piloto del asiento, que se había inclinado hacia adelante pero no se había soltado del todo de las fijaciones que lo sujetaban al suelo. El piloto tenía la mitad de la cara cubierta de sangre, por el lado en que había chocado contra el puesto de observación.

Cuando Spock lo levantó, el piloto gimió suavemente.

—Parece un poco mayor para ser un alférez —masculló McCoy al ver el cabello gris muy corto mientras Spock depositaba al hombre sobre el suelo irregular, a unos pocos metros de la nave estrellada. Tras acuclillarse, McCoy comenzó a pasar el sensor de su escáner médico por encima del hombre.

—Eso se debe, doctor —le contestó Spock en voz baja—, a que en otra época fue un teniente comandante.

—¿Qué? —le preguntó McCoy, que levantó los ojos hacia el vulcaniano con el entrecejo arrugado—. ¿Puede saberse de qué demonios habla, Spock?

—Es una larga historia, doctor. Lo que importa ahora es su estado. ¿Tiene heridas graves?

Con expresión aún ceñuda, McCoy volvió a concentrarse en el hombre que estaba tendido en el suelo.

—No tiene nada roto —declaró después de trabajar durante unos cuantos segundos más con el sensor médico—, milagrosamente. Muchas contusiones, algunos cortes claros en la cabeza y una conmoción menor.

—¿Cuándo podrá recobrar el conocimiento, doctor?

—Dentro de muy poco, Spock, si lo tuviera en la enfermería de la
Enterprise
. Pero, aquí, sería mucho más seguro dejar que saliera de ella por sí solo. La mezcla de conmociones con medicamentos y equipos médicos muy limitados no es…

—Lo comprendo, doctor, pero sospecho que este hombre podría tener las respuestas a unas cuantas preguntas de gran importancia, respuestas que supuestamente podrían aumentar nuestras probabilidades de regresar sanos y salvos a la
Enterprise
.

McCoy guardó silencio durante un momento mientras miraba nuevamente la pantalla del sensor y volvía los ojos hacia el vulcaniano. A pesar del perpetuo desacuerdo aparente que existía entre él y Spock, McCoy nunca había conseguido, ni siquiera en las más acaloradas de las discusiones mantenidas con él, dudar de los conocimientos ni de la inteligencia del vulcaniano, ni tampoco de sus intuiciones.

—De acuerdo, Spock —respondió finalmente—. Sé que nunca se muestra usted enigmático sin una razón de peso. Concédame un minuto y veré qué puedo hacer.

Sacó del maletín médico un algodón hiperabsorbente y enjugó apresuradamente la sangre que comenzaba a secarse alrededor de las heridas de la cabeza del hombre. Cubría las áreas con una combinación germicida cicatrizante y coagulante contenida en un aplicador atomizador cuando Spock levantó los ojos del sensor y recorrió brevemente con la mirada el paisaje circundante.

—¿Podemos trasladarlo sin peligro, doctor?

—Siempre que no le demos golpes en la cabeza. Pero yo creía que usted deseaba que le despertase.

—Ha surgido un asunto más urgente, doctor. Los klingon que detecté anteriormente cerca del campo de lanzamiento vienen hacia aquí, aparentemente en un par de coches flotantes. Cada uno de ellos lleva un arma energética y va acompañado por otras tres formas de vida que registro como humanas.

McCoy hizo una mueca, pero no se sorprendió. Aquella era una prueba más de que los klingon estaban mucho mejor informados, mucho mejor coordinados de lo que había creído el profesor Rohgan. Cuando la señal del coche flotante robado había llegado finalmente a su destino y los klingon de la ciudad habían advertido que estaba cerca del campo de lanzamiento, probablemente habían contactado con los compañeros que montaban guardia en la pista y les habían enviado a detener a los ladrones.

O, más probablemente, a matarlos.

—¿De cuánto tiempo disponemos? —preguntó McCoy con voz tensa.

—A la velocidad que avanzan en este momento, aproximadamente de tres coma cinco minutos.

McCoy hizo una mueca mientras terminaba de aplicar el cicatrizante-coagulante y devolvía el aplicador a su maletín médico. Cuando el médico se puso en pie, Spock deslizó la correa del sensor del hombro y le entregó el aparato a McCoy.

—Yo lo llevaré hasta el vehículo —dijo Spock mientras se acuclillaba y deslizaba los brazos por debajo de la espalda y piernas del hombre.

Sin ningún esfuerzo aparente, Spock se irguió nuevamente y apoyó con gran cuidado la cabeza del hombre contra su hombro. Tras depositarlo sentado en el centro del asiento trasero del vehículo flotante, entró él mismo y le hizo un gesto a McCoy para indicarle que se sentara al otro lado con el fin de que entre los dos pudieran prestarle apoyo al hombre inconsciente. Rohgan y Tylmaurek ya se encontraban en el asiento delantero y observaban a Spock con aire aprensivo.

McCoy, que todavía seguía la pista de los klingon a través del sensor de Spock, entró.

—Parece que intentan atacarnos por sorpresa —comentó mientras le devolvía el aparato al vulcaniano—. Se han separado y se aproximan por ambos lados.

Spock estudió las lecturas de la pantalla del sensor durante apenas un segundo.

—Profesor Rohgan —dijo luego—, ¿cuánto tiempo hace falta para activar la nave y hacerla despegar?

—Realizar las comprobaciones de rutina requerirá…

—Limite su estimación a las comprobaciones esencialmente necesarias para un despegue de emergencia, profesor.

Los ojos de Rohgan se agrandaron en la casi total oscuridad.

—Eso llevaría tan sólo un minuto, quizá menos.

Spock volvió a mirar el sensor y luego sus ojos se dirigieron a derecha e izquierda.

—Los dos coches flotantes aparecerán por encima de aquella elevación —hizo un gesto hacia el sitio indicado y desde el otro lado de aquella arboleda aproximadamente dentro de un minuto. Le sugiero que tome la ruta más directa posible hacia la nave… si piensa que puede confiar en sus compañeros de conspiración para que acepten con rapidez lo que les diga de palabra y nos ayuden.

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