A la
Enterprise
se le ha encomendado la misión de mediar entre Chyrellka y su colonia Vancania, que ha iniciado una lucha de liberación justo antes de que le fuera concedida la independencia. Y si extraño le parece a Kirk el comportamiento del primer ministro de Chyrellka cuando éste sube a bordo de la nave de la Federación, más extraño les parece a Spock y McCoy, enviados al planeta rebelde, el comportamiento de Delkondros, el dirigente independentista. Porque en realidad, los problemas son más amenazadores, y en ellos tienen mucho que ver los klingon… y un fantasma del pasado, un renegado terrestre.
Gene Deweese
El renegado
Star Trek - 12
ePUB v.1.0
Huygens20.04.12
Prólogo
Hargemon —había utilizado el nombre durante tanto tiempo que ya no pensaba en sí mismo con otro— levantó los ojos hacia su comandante y se echó a reír; el sonido reverberó en la atestada y espartana sala de la computadora.
—¡Así que después de todo, será la
Enterprise
, con el gran capitán James Tiberius Kirk sentado sobre el volcán! —El adjetivo aplicado al capitán destilaba sarcasmo.
El comandante sonrió.
—Cosas del azar. Supuse que le agradaría saberlo.
—No podríamos haber deseado un capitán de nave estelar mejor que él. ¡Le gusta tanto ser puesto de ejemplo para los demás!
—Usted necesitará cambiar de aspecto, naturalmente, aunque sólo sea como precaución.
—Eso habría sido necesario fuera la nave que fuese. Todos los oficiales de la flota estelar se enorgullecen de su buena memoria… entre otros rasgos inútiles. Pero, dadas las circunstancias, necesitaré muy poco más de lo que la naturaleza ya me ha proporcionado. —Sonrió mientras se pasaba los dedos por la tupida pero cuidadosamente recortada barba gris rojizo.
—Seré yo quien decida lo que va a necesitar y lo que no —replicó el comandante mientras la sonrisa desaparecía abruptamente de su rostro—. No permitiré que se tomen medidas a medias, al menos en este caso. Hay demasiadas cosas en juego. Un número excesivo de personas han trabajado con un ahínco sin límites para que pueda permitir que una sola ponga en peligro ese trabajo por simple descuido; o —agregó mientras entrecerraba los ojos a modo de advertencia— a causa de su ego o cualquier objetivo personal que ese hombre pueda considerar digno de conseguir.
—¡No se preocupe —le espetó Hargemon—, que yo soy tan consciente como usted de la importancia de nuestros objetivos comunes! —Abarcó con un movimiento de una mano los equipos que atestaban el diminuto laboratorio—. ¡No olvide que soy yo quien ha invertido miles de horas en estos primitivos aparatos que ustedes llaman computadoras! También sé perfectamente que sin mí…
—Sin usted, mis objetivos no podrán ser alcanzados. Sí, soy plenamente consciente de lo importante que es su talento para esta empresa. Después de todo, fui yo quien le encontró y le reclutó. Pero, si fracasa, me veré obligado a reconsiderar mi primera valoración. Simplemente, recuerde esto: yo tendré una segunda oportunidad. Usted no la tendrá. Ahora, vaya a prepararse. Inspeccionaré los resultados cuando esté listo.
—No necesito…
—Inspeccionaré los resultados cuando esté listo —repitió el comandante con voz glacial mientras se volvía de espaldas a Hargemon y traspasaba la lisa puerta metálica que era la única salida de la sala.
«¡Maldito bastardo santurrón! —pensó Hargemon echando humo—. ¡Se vuelve tan tirano como Kirk!» Pero no dijo nada en voz alta. Se limitó a mirar con ferocidad hacia la puerta, hasta que ésta acabó de cerrarse con un chasquido. Mientras se volvía nuevamente hacia la terminal, respiró profundamente para calmarse. Una vez que se hubiera ocupado de Kirk, habría tiempo más que de sobras para el «comandante» y el resto… enormes cantidades de tiempo y múltiples oportunidades.
DIARIO DEL CAPITÁN, SUPLEMENTO:
Vamos de camino hacia el planeta Chyrellka para hacer, según lo expresaría el doctor McCoy, de bomberos.
Establecimos el primer contacto con los chyrellkanos hace diez años. Ellos declinaron el ingreso en la Federación, pero tras aquel encuentro inicial, el capitán Brittany Méndez, de la Exeter, señaló que Chyrellka y su colonia de Vancadia nos proporcionaban un ejemplo perfecto de cómo establecer y administrar pacíficamente una colonia.
A diferencia de las civilizaciones tecnológicas emergentes, Chyrellka ya había establecido un gobierno mundial eficaz antes de abandonar su propia atmósfera; y cuando sus sondas les informaron que Vancadia tenía una biosfera casi idéntica a la de su propio planeta, excepción hecha de la total ausencia de formas de vida más avanzadas que los primates arborícolas, se dispusieron a instalar una colonia con una lógica y una determinación vulcanianas.
Al carecer de motores de tecnología de impulso, los primeros viajes a Vancadia eran sin retorno. Las lanzaderas los ponían en órbita en torno a Chyrellka, donde eran transferidos a naves interplanetarias construidas en el espacio. Luego, al llegar a Vancadia, abandonaban la órbita en naves de descenso sin posibilidad de retorno. Pasaron casi cuarenta años antes que los colonizadores estuvieran en condiciones de fabricar impulsores que les permitieran regresar a la órbita.
Desde el principio, los chyrellkanos habían planeado conceder la independencia a los colonizadores de Vancadia, una vez que hubiesen alcanzado la total autosuficiencia. Hace una década, el capitán Méndez observó que, puesto que la población de Vancadia contaba con cerca de ocho millones de miembros, la autosuficiencia parecía estar a pocos años de distancia.
Y ahora, sin embargo, la Federación ha recibido una urgente solicitud de ayuda para que haga de mediadora en lo que el mensaje de Chyrellka describía como «una creciente disputa virulenta entre Chyrellka y su colonia rebelde».
Con la pálida piel realzada por un cabello negro azabache de rizos apretados y una barba igualmente negra y primorosamente recortada, el rostro del líder de Chyrellka parecía gigantesco en la pantalla principal del puente de la
Enterprise
. Detrás de él podían verse otras caras desenfocadas.
—Bienvenidos al espacio de Chyrellka —saludó el líder—. Yo soy Kaulidren. Mi pueblo y yo apreciamos la prontitud con que su Federación ha respondido a nuestra solicitud de ayuda.
—Gracias, Kaulidren —le respondió Kirk—. Primer ministro Kaulidren, ¿no es así?
La cabeza se inclinó en un movimiento de asentimiento casi imperceptible.
—Y usted es el capitán James Kirk, comandante de la
USS Enterprise
. ¿Estoy en lo cierto?
—Así es, primer ministro. Entraremos en órbita dentro de unos minutos, y estaremos preparados para transferirles a bordo a usted y su delegación en cuanto la
Enterprise
iguale la órbita con la de su nave.
—Es usted muy amable, capitán —le contestó Kaulidren mientras levantaba una mano con la palma orientada hacia afuera—, pero no, gracias. Considérelo superstición, si le place, pero me resulta inquietante la perspectiva de que los átomos que me componen sean prácticamente separados y transmitidos sin protección alguna a través del espacio para esperar que puedan volver a encajar los unos con los otros en su sala de transporte.
—Yo no lo consideraría en lo más mínimo una cuestión de supersticiones, primer ministro —replicó Kirk mientras reprimía una sonrisa al observar que el doctor McCoy, por suerte fuera del campo visual de su interlocutor, hacía una mueca para expresar su acuerdo con Kaulidren—. Le aseguro, sin embargo, que el transportador es perfectamente seguro. Pero, si lo prefiere…
—Sí, lo prefiero, capitán, especialmente dado que, según tengo entendido, su nave es totalmente capaz de recibir en su interior a la mía. Confío en que no me hayan informado mal.
—Ni en lo más mínimo, primer ministro. Su nave es un poco más grande que nuestra lanzadera, pero la cubierta del hangar la alojará sin ningún problema. Nuestro rayo tractor de aterrizaje podría realizar la maniobra…
—Preferiría hacer entrar mi nave por sus propios medios, si fuera posible.
Kirk se contuvo para no fruncir el ceño.
—Es posible, sí, pero, según tengo entendido, su nave está impulsada por cohetes propulsores convencionales. Sería peligroso utilizarlos en cualquier área cerrada, aunque se tratase de una tan grande como la cubierta del hangar.
—Mi nave está equipada con reactores de maniobra… los cuales le aseguro que no entrañan peligro alguno… y son perfectamente adecuados para las maniobras de atraque en el espacio.
—En una gravedad cero, sí, primer ministro, pero en la cubierta del hangar, así como en todas las zonas de la
Enterprise
, se mantiene constantemente una gravedad de 1-g.
Kaulidren guardó silencio durante un momento.
—Gravedad artificial —comentó finalmente—. Lo había olvidado. Pero, ¿no es posible retirar temporalmente la gravedad en un área aislada?
—Sería más fácil emplear los rayos tractores de aterrizaje.
«O el sistema del transportador», pensó Kirk.
—Pero, ¿es posible hacerlo sin causar graves problemas a su nave?
—Es posible, sí.
«No tiene sentido discutir —pensó Kirk—. Ahorra las energías para cosas de importancia, como conseguir que el primer ministro y el representante de la oposición entre los colonizadores comiencen a mantener conversaciones.»
—Tomaré las medidas necesarias para ello.
—Gracias, capitán. Estoy ansioso por encontrarme personalmente con usted para tratar nuestros problemas.
Abruptamente, la pantalla se apagó.
—Han cortado la transmisión, señor —informó la teniente Uhura antes de que le preguntaran—. ¿Quiere que intente establecer contacto otra vez?
—Por el momento, no, teniente. Señor Sulu, ¿cuánto falta para el encuentro?
—Menos de cinco minutos, capitán.
Kirk pulsó uno de los botones que tenía en los brazos del asiento de mando.
—¿Señor Scott? ¿Nos ha oído?
—Sí, capitán. No puedo decir que lo apruebe, pero lo he oído.
—Estoy de su parte, Scotty, pero contentemos al primer ministro en las pequeñas cosas. A menos que haya equivocado mucho mis cálculos, tendremos más que suficientes de las grandes cuando comencemos.
—Sí, capitán, ya sé a qué se refiere. La cubierta del hangar estará a gravedad cero cuando se abran las compuertas. Confío en que advertirá usted a todo el personal implicado. Dos de mis muchachos están en el muelle de la lanzadera, comprueban…
—Le dejaré a usted ese honor, señor Scott —le interrumpió Kirk mientras se ponía de pie y se encaminaba hacia el turboascensor—. ¿Señor Spock, doctor McCoy? Por el tono del primer ministro, espera que le reciban a bordo nada menos que los oficiales de mayor graduación.
Diez minutos más tarde, los tres se hallaban en la galería de observación posterior, en lo alto de la cubierta del hangar —Scotty había conseguido mantener una gravedad normal en el tercio posterior de la cubierta—, mientras la nave de Chyrellka se deslizaba lentamente a través de las compuertas del hangar. Guiada por pequeños impulsos de los reactores de maniobras, la nave que entraba le recordó a Kirk nada menos que a una pulida versión más pequeña de las primeras lanzaderas espaciales de los Estados Unidos, que aún se conservaban limpias y brillantes en el museo de Astronáutica. Incluso la insignia, siete estrellas de siete puntas sobre un fondo a rayas diagonales rojas y verdes, no era demasiado diferente a la de aquellas históricas naves terrestres.