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Authors: James Becker

Tags: #Thriller, Religión, Historia

El primer apóstol (40 page)

BOOK: El primer apóstol
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Se hizo el silencio en la biblioteca durante aproximadamente un minuto, mientras Ángela, Bronson y Puente digerían lo que acababan de oír.

—Seamos claros —dijo Bronson al fin—. Lo que estamos tratando aquí va mucho más allá de un mero asunto de reliquias perdidas. Esas tres reliquias que hay sobre aquella mesa pueden tirar por tierra los cimientos de la Iglesia Apostólica Romana. En caso de que sean auténticas, los cristianos de todo el mundo se despertarán un día para descubrir que su fe ha sido cruelmente traicionada por el Vaticano durante casi mil quinientos años. Incluso si se pudiera demostrar que se trata de falsificaciones, siempre quedaría la duda y teorías conspiratorias en torno a ellas, al igual que ocurre con la Sábana Santa, por lo que la cuestión es: ¿qué debemos hacer con ellas?

—Mis instrucciones están bastante claras —contestó Mandino—. Soy ateo, pero incluso yo soy capaz de ver el daño incalculable que podría sufrir la Iglesia católica y toda religión cristiana, si se filtrara información sobre su contenido. Por el bien de innumerables millones de creyentes de todo el mundo, estas reliquias son demasiado peligrosas como para permitir que sobrevivan. Deben ser destruidas.

Bronson miró alrededor de la habitación. Sorprendentemente, Puente asintió con la cabeza en señal de acuerdo, e incluso Ángela parecía no tenerlo muy claro.

De manera repentina, Perini recorrió la habitación y agarró a Ángela del brazo, haciéndole darse la vuelta, de forma que su cuerpo quedara entre él y Bronson y, con un ágil movimiento, sacó su Glock y le presionó con ella el cuello, imitando prácticamente la posición de Bronson por detrás de Mandino.

Puente dio unos pasos adelante y levantó los brazos para relajar la situación.

—Por favor, todo el mundo, por favor —dijo él—. No hay necesidad de derramamiento de sangre. Ningún pergamino ni díptico, independientemente de lo antiguo que sea o del texto que contenga, merece una sola vida humana. —Retrocedió en dirección a la mesa, cogió el pergamino y los dípticos y los sujetó por encima de su cabeza.

—Todos sabemos lo que estos documentos afirman, y el poder destructor de la información que contienen —continuó—. Sé que las circunstancias distan mucho de ser las normales, pero, por favor, ¿podríamos llevar a cabo una votación? ¿Qué debemos hacer con ellas? ¿Qué opinas, Ángela?

Perini la presionaba con la pistola.

—Deberíamos conservarlas. Ya sean documentos auténticos o falsificaciones encargadas por Nerón, son reliquias de una inmensa importancia —contestó, sin sonar del todo convencida.

Puente asintió con la cabeza.

—¿Qué opinas, Chris?

Bronson pensó en Jackie, tumbada muerta en el vestíbulo de piedra, en Mark, asesinado en su piso, y en Jeremy Goldman muriendo a causa de unas horribles heridas en alguna calle de Londres. Todos habían muerto para que se preservaran estas reliquias.

—Está claro —dijo él— que deberíamos conservarlas.

Puente dirigió su mirada a Mandino.

—Ya conocemos su opinión —dijo él, y se giró en dirección a Rogan—. ¿Qué opina?

—Que las destruyamos —dijo Rogan.

—¿Verrochio?

El hombre que se encontraba junto a él asintió con la cabeza.

—Quemémoslas.

—Tres votos a favor de destruirlas y dos a favor de conservarlas —dijo Puente—. Usted, señor —se giró en dirección a Perini, quien continuaba utilizando a Ángela como escudo humano—. ¿Cuál es su decisión?

—Destruirlas.

—Me temo —dijo Puente— que estamos de acuerdo por mayoría. Debemos pensar en el bien del mayor número de personas posible. —Miró alrededor de la sala—. Incluso a mí me entristece ver como se destruyen objetos de tal antigüedad e importancia, pero dadas las circunstancias, sinceramente, no veo otra opción. Señor Mandino, si estas reliquias dejan de existir, ¿se acabaría con el asunto?

—Sí. Mis instrucciones eran asegurarme de que eran destruidas.

—Y en caso de hacerlo, ¿qué nos ocurrirá a los que hemos visto las reliquias, y sabemos lo que contienen?

—Nada, le doy mi palabra. Sin los objetos, no hay prueba alguna de sus contenidos —dijo Mandino.

Puente asintió con la cabeza. A Bronson le parecía que se había hecho con el control de la situación.

Puente se acercó al escritorio y extrajo la tarjeta de memoria de la cámara que había utilizado.

—Todas las fotografías de esta tarjeta son de estos objetos —dijo él, y tras coger unas enormes tijeras, la cortó en cuatro pedazos—. Ahora voy a destruir las reliquias. Lo haré ahora mismo, con todos ustedes como testigos, les guste o no.

Puente señaló hacia la pared lateral que se encontraba junto a la puerta de entrada, y todos siguieron con la mirada su gesto.

—Esa caja roja controla los detectores de humo y la alarma de incendios —dijo él—. Antes de que pueda quemarlas, alguien tiene que desconectar el sistema, de no ser así, los aspersores comenzarán a funcionar.

—Yo lo haré —dijo Rogan, se dirigió a la caja y pulsó un par de interruptores.

—Los papiros arden muy bien —dijo Puente, con un tono de voz que mostraba su pesar—, así que no llevará mucho tiempo.

Colocó una plancha de acero cuadrada en su escritorio, luego cogió el pergamino, sacó un mechero y le prendió fuego a uno de los extremos. En cuestión de segundos, el papiro ardió como la yesca, y muy pronto, lo único que quedó fue un montón de cenizas. Puente abrió el primero de los dípticos y mantuvo la llama del mechero en contacto con la cera, hasta que comenzó a gotear y se fundió sobre el acero. La madera no prendió, así que cogió un pequeño martillo y, con unos cuantos golpes, quedó reducida a polvo y astillas. Luego repitió el proceso con el segundo díptico.

—Ya está —dijo él, con un intento poco entusiasta por sonreír—. El mundo de la religión organizada estará a salvo por toda la eternidad.

Durante un momento, nadie se movió, como si la atrocidad de las acciones de Puente los hubieran dejado de piedra y, de repente, Perini empujó a Ángela hacia un lado, levantó la pistola y le disparó a Rogan en el corazón. Luego movió el arma y efectuó un segundo disparo que le atravesó el pecho a Mandino.

CAPÍTULO 28
I

— ¡No! —gritó Ángela, cuando Bronson de manera instintiva se echó a un lado.

Mandino se tambaleó hacia atrás y cayó al suelo sin vida. Cuando Bronson alzó la mirada, Perini y Verrochio lo apuntaban con sus pistolas, y no le quedó otra alternativa que dejar caer la Browning.

Perini dio unos pasos adelante, recogió el arma del suelo y, más tarde, él y Verrochio metieron las Glocks en sus fundas.

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Bronson.

—Nos dijeron que lleváramos a cabo una operación de limpieza —dijo Perini—. Por si no lo saben, Rogan —señaló el cuerpo que yacía en el suelo— fue el encargado de asesinar a sus amigos, y el capo —señaló el otro cadáver— dio las órdenes.

—Pero el pergamino y los dípticos se han destruido. ¿Por qué ha tenido que asesinarlos? —preguntó Ángela.

—Tenemos órdenes de Roma de atar todos los cabos sueltos. Pueden estar contentos de seguir con vida. A pesar de lo que les ha dicho, la intención de Mandino era asesinarlos a los tres y, probablemente, al puñado de personas de la tienda.

—¿Qué va a hacer con nosotros? —preguntó Ángela—. Hemos leído lo que había escrito en el pergamino y en los dípticos.

—No importa lo que hayan leído, ni lo que sepan —dijo Perini con desdén—. Sin las reliquias, nadie les creerá, y la única prueba que ha quedado es eso. —Señaló el escritorio y el triste montón de astillas de madera y ceniza que era todo lo que había quedado del pergamino y los dípticos—. No nos volverán a ver —dijo, luego él y Verrochio se dieron la vuelta y se marcharon.

Durante varios segundos, nadie dijo una palabra, luego Josep Puente avanzó unos pasos y abrazó a Ángela.

—Quizá sea lo mejor—dijo él—. Lo siento tanto, pero si no hubiera destruido las reliquias, estaríamos todos muertos. Venga, vayamos arriba para que pueda llamar a la Guardia Civil.

Mientras Puente utilizaba el teléfono de la recepción, Bronson se dirigió a la tienda del museo y liberó al personal y a los dos visitantes, y les explicó que debían permanecer en el edificio hasta que la Guardia Civil los interrogara.

Cuatro horas más tarde, y bien pasada la medianoche, Ángela y Bronson pudieron marcharse. El testimonio de Puente y el del resto del personal del museo los libraba de cualquier tipo de participación en los asesinatos, situándolos como meros testigos. Bronson necesitaba aún presentarse ante la policía británica y demostrar su inocencia con respecto a la muerte de Mark Hampton, pero el oficial superior de la Guardia Civil pudo confirmarle que solo lo requerían para ser interrogado por la Policía Metropolitana, y que ya no lo consideraban sospechoso.

—¿Crees que atraparán a esos dos hombres? —preguntó Ángela, mientras se dirigían al aparcamiento.

—Imposible —contestó Bronson—. Seguro que tenían una forma de escapar planeada por adelantado, porque está claro que esos dos asesinatos fueron premeditados.

—Todos esos hombres pertenecían a la mafia, así que tenemos suerte de continuar con vida. Ya oíste lo que dijeron Mandino y ese sicario.

—No necesariamente. Una de las cosas buenas en torno a la mafia es que la organización tiene unos estándares determinados y, por lo general, no matan a personas inocentes. Si te cruzas en su camino, es otra cosa. Creo que esos dos hombres tenían órdenes específicas de garantizar que las reliquias fueran encontradas y destruidas, y ese tal Mandino y, supuestamente, su número dos, tenían que morir. De hecho, creo que lo que hemos presenciado esta noche ha sido un golpe de Estado en la Cosa Nostra de Roma. Si Mandino era el capo, ha habido un cambio de poder, y otro mafioso ha ocupado el lugar del antiguo jefe.

—¿Te has creído lo que ha dicho ese hombre acerca de Mark y Jackie? ¿Sobre quién los mató?

—No tengo motivos para dudarlo —contestó Bronson— y habría apretado el gatillo sin dudarlo contra Rogan y Mandino yo mismo. Los últimos días han sido un infierno —añadió, con voz baja y tono de amargura— y todo para nada. Tres personas que conocíamos han muerto, y las reliquias que logramos recuperar han sido destruidas, y en consecuencia se ha perdido para siempre el secreto que contenían. Y la Iglesia católica continuará predicando sus mentiras desde los púlpitos de todo el mundo cada domingo, como si literalmente fueran la santa Palabra.

—No te lo discuto. Pero lo importante es que seguimos con vida. No creo que hubiéramos podido salir de ese sótano si Josep no hubiera hecho lo que hizo.

—Lo sé —dijo Bronson— pero todavía me duele.

Se quedó en silencio, luego con cierta indecisión la cogió de la mano, mientras bajaban por la calle.

—Todavía no me puedo creer que Mark y Jackie hayan muerto. —Su tono de voz se suavizó al volver a recordar a sus amigos.

—Sí —respondió Ángela—. Y Jeremy Goldman también, me gustó mucho trabajar con él. Sus vidas han terminado, y supongo que estarás de acuerdo en que un capítulo de nuestras vidas acaba con ellas al mismo tiempo.

II

En el Museu Egipti, Puente estaba ordenando la biblioteca del sótano. Las manchas de sangre del suelo iban a necesitar un tratamiento de limpieza industrial y, probablemente, disolventes especiales, pero no era eso lo que le preocupaba. Lo único que le preocupaban eran las reliquias que había sobre el escritorio.

Uno a uno, volvió a colocar los pergaminos que había sacado de la caja de seguridad especial. El último no encajaba correctamente en el hueco de la caja, como había supuesto: era un poco más grande de lo adecuado. Tendría que conseguir un contenedor especial fabricado a medida cuanto antes. Mientras tanto, empezó a dar vueltas hasta que encontró una caja de cartón pequeña, la rellenó con algodón y, con sumo cuidado, colocó el pergamino en su interior. Luego cogió un rotulador y escribió «Lewis» en un extremo de la caja.

Mientras cerraba la caja de seguridad, volvía a maravillarse de que ninguna de las personas que estaban en la habitación se hubiera preocupado de comprobar que el pergamino y los dípticos que había destruido eran los mismos que Ángela le había entregado. Todos estaban pendientes de las armas, y durante su deliberada maniobra con respecto a los controles del sistema de rociadores, en realidad, nadie le estaba mirando las manos.

Fue una pena que tuviera que quemar una de las posesiones más preciadas del museo, pero el texto antiguo del siglo II era completamente insignificante, comparado con el que a partir de ahora denominaría «Pergamino Lewis». También sentía haber tenido que destruir dos de los escasos dípticos que se conservaban en el museo, pero a decir verdad, eran bastante comunes, y la escritura de las superficies de cera era prácticamente ilegible.

No está mal para un viejo, pensó Puente riéndose entre dientes.

III

Bronson y Ángela se encontraban saliendo de Barcelona en el Nissan cuando el móvil de Ángela emitió un débil pitido doble, lo que indicaba que había recibido un mensaje. Hurgó en su bolso, sacó el teléfono y miró la pantalla.

—¿Quién demonios te envía un mensaje a estas horas de la noche? —preguntó Bronson.

—No reconozco el número, ah, es el de Josep. Puede que solo quiera desearnos un buen viaje. —Abrió el mensaje y miró la pantalla. El texto era breve, y en principio no le decía nada.

—¿Qué pone?

—Son solo dos palabras en latín: «Rei habeo».

—¿Qué significan? —preguntó Bronson.

—Supongo que una traducción aproximada sería «los tengo ». ¿Qué querrá decir con eso?

Entonces cayó en la cuenta, y se rió por dentro. Luego, comenzó a reírse a carcajadas.

—No sé cómo lo ha hecho —dijo ella—, pero Josep debió de cambiar las reliquias que encontramos por un pergamino y un par de dípticos de la colección del museo.

—¿Quieres decir que destruyó tres reliquias diferentes?

—Exactamente.

—Fantástico —dijo Bronson—. Absolutamente fantástico. Creo que el Papa y el Vaticano (de hecho, el mundo cristiano al completo) van a sufrir un tremendo impacto cuando el profesor publique su investigación.

Ángela volvió a reírse.

—Al final lo hemos logrado. Desciframos las pistas y encontramos las reliquias, y esos hijos de puta que trabajan para el Vaticano no las han destruido.

—Sí, esa es la verdad. —Bronson miró con atención el perfil de Ángela, ensombrecido en la oscuridad del coche—. ¿Volverías a hacerlo? —preguntó él.

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