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Authors: Michel Houellebecq

Tags: #Ensayo, Filosofía

El mundo como supermercado (8 page)

Entrevista con Sabine Audrerie

Entrevista aparecida en el número 5 (abril de 1997) de
Encore.

Después de
Le sens du combat [El sentido de la lucha]
, ha emprendido la tarea de modificar
La poursuite du bonheur [La búsqueda de la felicidad]
, su primer libro de poemas. ¿Le concede cada vez más importancia al género poético?

No, en realidad estoy escribiendo una novela. Tengo la impresión de estar siguiendo dos caminos contradictorios: cada vez más implacable y sórdido en prosa, cada vez más luminoso y extraño en poesía. Cuando llego demasiado lejos por un camino, enseguida me siento tentado de tomar el otro. Es un equilibro dinámico, probablemente inferior a una síntesis; pero es lo mejor que puedo hacer por el momento.

¿No está la poesía más directamente destinada a suscitar la emoción, a expresar una vida interior?

Sobre todo, es una visión del mundo más misteriosa. La poesía despierta cosas ocultas, inexpresables por otros medios…, y siempre me sorprende el resultado. A veces va unido a la musicalidad, a veces no; a veces es simplemente una percepción extraña, sin ninguna conexión. Es curioso encontrar en uno mismo cosas inexplicables; estoy cada vez más convencido de que la belleza, separada del deseo, es forzosamente extraña. Se puede encontrar en una novela, pero es mucho más raro; uno se ve arrastrado por la mecánica de los acontecimientos y de los personajes. No quiero hacer un juego de palabras, pero probablemente podemos decir que, en una novela, la parte activa pertenece al orden poético.

¿Podríamos calificar de «maldito» al poeta actual?

Es mucho peor. La poesía es una actividad completamente desesperada. Mucha gente siente necesidad de escribir poemas en el curso de su vida; pero ya nadie los lee. La idea de que la poesía es algo forzosamente aburrido ha echado raíces; y la canción sólo colma en parte la necesidad poética.

¿No se siente demasiado afín a los poetas contemporáneos?

He leído a muchos poetas del siglo pasado, pero no a tantos de mi propio siglo. Mi época favorita —tanto en poesía como en música— sigue siendo la primera época del romanticismo alemán. Sería difícil encontrar algo así en la actualidad, los tiempos se prestan mal al lirismo y a lo patético. No estoy ni a favor ni en contra de ninguna vanguardia, pero me doy cuenta de que me distingo por el simple hecho de que me interesa más el mundo que el lenguaje. Me fascinan los fenómenos inéditos del mundo en el que vivimos, y no entiendo cómo los demás poetas consiguen mantenerse al margen: ¿es que todos viven en el campo? Todo el mundo va al supermercado, lee revistas, tiene un televisor, un contestador automático… No consigo superar este aspecto de las cosas, escapar a esta realidad; soy terriblemente permeable al mundo que me rodea.

Ha modificado muy poco el texto de «su método», Rester vivant
[Seguir vivo].

Es un texto de esos que surgen «de un tirón», muy difícil de modificar. Y es cierro que define un método al que he seguido siendo fiel hasta ahora. Sé que
Ampliación del campo de batalla
, mi primera novela, sorprendió a mucha gente. Es probable que los que habían leído
Rester vivant
(muy pocos) se sorprendieran menos que los demás.

¿Cual podría ser el papel de la literatura en el mundo que describe, vacío de sentido moral?

Un papel penoso, en cualquier caso. Cuando uno pone el dedo en la llaga, se condena a un papel antipático. Dado el discurso casi de cuento de hadas de los medios de comunicación, es fácil hacer gala de cualidades literarias desarrollando la ironía, la negatividad, el cinismo. Pero cuando uno quiere superar el cinismo, las cosas se ponen muy difíciles. Si alguien consigue desarrollar en la actualidad un discurso que sea a la vez honesto y positivo, modificará la historia del mundo.

Entrevista con Valère Staraselski

Entrevista publicada el 5 de julio de 1996 en
L’Humanité.

Los títulos de sus obras suenan como llamadas a la resistencia en un mundo visto a través de lo cotidiano más insignificante en apariencia, y sobre todo a través de la vida empresarial, cosa rara en literatura; un mundo construido sobre un engaño cada vez más flagrante. ¿Puede explicarse el impacto de sus libros gracias al hecho de que expresan directamente algo social y políticamente no-dicho?

Mis personajes no son ni ricos ni famosos; tampoco son marginados, delincuentes o excluidos. Hay secretarias, técnicos, oficinistas, directivos. Personas que a veces pierden su empleo, que a veces sufren una depresión. Gente completamente corriente, poco atractiva a priori desde un punto de vista novelesco. No hay duda de que la presencia en mis libros —sobre todo en mi novela— de ese universo banal, pocas veces descrito (puesto que, además, los escritores no lo conocen bien), ha causado sorpresa. Puede que además haya conseguido, sí, describir ciertas mentiras habituales, patéticas, que la gente se cuenta a sí misma para soportar lo desgraciada que es su vida.

Al describir un mundo al que el liberalismo ha despojado de humanidad, afirma que «esta progresiva desaparición de las relaciones humanas plantea ciertos problemas a la novela […] Estamos lejos de Cumbres borrascosas, es lo menos que puede decirse. La forma novelesca no está concebida para retratar la indiferencia, ni la nada; habría que inventar una articulación más anodina, más concisa, mas taciturna». ¿No ocurre lo mismo con la poesía?

Siempre hay momentos extraños, muy densos, que la poesía traduce de un modo natural e inmediato. Lo que sí es típicamente moderno es que cuesta mucho encajar esos momentos en una continuidad con sentido. Mucha gente siente que vive durante breves instantes; pero sus vidas, vistas en conjunto, carecen de dirección y de sentido. Por eso se ha vuelto difícil escribir una novela honesta, sin tópicos, en la que exista una progresión narrativa. No estoy muy seguro de haber encontrado una solución; tengo la impresión de que se puede proceder por inyección brutal de teoría y de historia en el material narrativo.

Los cambios en las relaciones y la condición de hombres y mujeres repercute en sus textos. A menudo, de forma dolorosa. ¿Qué le sugiere el verso de Aragón «el futuro del hombre es la mujer»?

Lo que se dio en llamar «la liberación de la mujer» les convenía más a los hombres, que veían en ella la posibilidad de multiplicar los encuentros sexuales. Después vinieron la disolución de la pareja y de la familia, es decir, de las últimas comunidades que separaban al hombre del mercado. Creo que, en general, es una catástrofe humana; pero vuelven a ser las mujeres las que salen perdiendo. En la situación tradicional, el hombre se movía en un mundo más libre y más abierto que la mujer; o sea, en un mundo más duro, competitivo, egoísta y violento. Los valores femeninos clásicos estaban impregnados de altruismo, amor, compasión, fidelidad y dulzura. Aunque ahora nos reímos de esos valores, hay que decir claramente que son valores civilizados superiores, y que su desaparición total sería una tragedia.

En este contexto, el verso de Aragón que usted cita me parece de un optimismo inverosímil; pero los viejos poetas tienen derecho a convertirse en visionarios, a proyectarse en un futuro cuyos primeros trazos no se perciben todavía. Es posible que la masculinidad sea un paréntesis en la historia de la humanidad; un desgraciado paréntesis.

A los partidos políticos, incluido el PCF,
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se les ha reprochado transmitir un conformismo a la larga mortífero, actuar según practicas que ya no corresponden a las necesidades vitales de la sociedad y moverse demasiado a menudo en un circuito cerrado. ¿Qué opina sobre esto? Y, en un momento en el que algunos artistas, sobre todo en el cine, tratan temas cruciales para la civilización y no dudan en hacerse cargo del mundo en sus obras, ¿cómo ve las relaciones entre el arte y la política en la sociedad actual?

Desde septiembre de 1992, cuando cometimos el error de votar a favor de Maastricht, una nueva sensación se extendió por todo el país: la sensación de que los políticos no pueden hacer nada, de que no tienen ningún control real sobre los acontecimientos y de que ese control será cada vez menor. A causa de una fatalidad económica inexorable, Francia se inclina lentamente hacia la zona de los países de rentas medias y pobres. En estas condiciones, obviamente, lo que el público siente por los políticos es desprecio. Los políticos lo notan, y se desprecian a sí mismos. Asistimos a un juego amañado, malsano, funesto. Es difícil tener una conciencia clara de todo esto. Para contestar a la segunda parte de su pregunta: si el arte consiguiera reflejar con cierta honestidad el caos actual, va sería un gran logro; y en realidad no se le podría pedir más. Si uno se siente capaz de expresar una idea coherente, bien está; si tiene dudas, debe comunicarlas también. Personalmente, creo que el único camino es seguir expresando, sin compromisos, las contradicciones que me desgarran; y a la vez sabiendo que lo más probable es que esas contradicciones resulten ser representativas de mi época.

Ha evocado en sus textos más de una vez la figura de Robespierre, y en una entrevista se declaraba partidario de una sociedad comunista, aunque reconocía que no funcionaría demasiado bien con individuos como usted. Por otra parte, en su poema
Dernier rempart contre le libéralisme [Último baluarte contra el liberalismo]
, se refiere a la encíclica de León XIII sobre la misión social del Evangelio. En su opinión, ¿qué hay que hacer, políticamente, para que el hombre siga siendo hombre?

Puede que la anécdota que voy a contarle sea apócrifa, pero me gusta mucho: dicen que fue Robespierre quien insistió para que se añadiera la palabra «fraternidad» a la divisa de la República. Como si se hubiera dado cuenta, en una intuición fulgurante, de que la libertad y la igualdad eran dos términos antinómicos; de que era absolutamente indispensable un tercer término. La misma intuición que en los últimos tiempos le llevó a intentar luchar contra el ateísmo, a promover el culto al Ser Supremo (y eso en medio de tantos peligros, de la escasez, de la guerra civil y exterior); ahí podemos ver una prefiguración del concepto comtiano de Gran Ser.
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En general, me parece poco verosímil que una civilización pueda subsistir mucho tiempo sin ninguna religión (precisando que una religión puede ser atea, como el budismo). La conciliación razonada de los egoísmos, error del Siglo de las Luces al que los liberales, en su incurable necedad (a menos que se trate de cinismo, que al fin y al cabo vendría a ser lo mismo), siguen haciendo referencia, me parece una base de una fragilidad ridícula. En la entrevista que usted mencionaba, yo decía ser «comunista, pero no marxista»; el error del marxismo fue pensar que bastaba con cambiar las estructuras económicas, y que el resto vendría por sí mismo. Como hemos visto, el resto no ha venido. Por ejemplo, si los jóvenes rusos se han adaptado con tanta rapidez al ambiente repugnante del capitalismo mafioso es porque el régimen precedente fue incapaz de promover el altruismo. Y no lo consiguió porque el materialismo dialéctico, basado en las mismas premisas filosóficas erróneas que el liberalismo, es por principio incapaz de conducir a una moral altruista.

Dicho esto, y aunque soy dolorosamente consciente de la necesidad de una dimensión religiosa, me declaro fundamentalmente no religioso. El problema es que ninguna religión actual es compatible con el estado general del conocimiento; está claro que lo que nos hace falta es una nueva ontología. Tal vez estos problemas parezcan exageradamente intelectuales; no obstante creo que tienen, poco a poco, enormes consecuencias concretas. En mi opinión, si no ocurre algo en este terreno, la civilización occidental no tiene ninguna posibilidad.

Tiempos muertos

Estas crónicas aparecieron en los números 90 a 97 de
Les Inrockuptibles
(febrero-marzo 1997). Los títulos son de Sylvain Bourmeau.

¿QUÉ BUSCAS AQUÍ?

«Tras el éxito masivo de la primera edición», se celebra en el recinto de exposiciones de la puerta Champerret el segundo salón del vídeo
hot
. Apenas pongo el pie en la explanada, una joven que ya no recuerdo me da una octavilla. Intento hablar con ella, pero ya ha vuelto junto a un grupito de militantes, cada cual con un paquete de octavillas en la mano, que dan patadas en el suelo para calentarse. Una pregunta cruza la hoja que me han dado: «Qué buscas aquí?» Me acerco a la entrada; el recinto de exposiciones está en el sótano. Dos ascensores ronronean débilmente en medio de un espacio inmenso. Entran hombres, solos o en pequeños grupos. Más que a un templo subterráneo de la lujuria, el lugar recuerda a un Darty.
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Bajo unos escalones, y luego recojo un catálogo abandonado. Es de Cargo VPC, una compañía de venta por correo especializada en vídeos X. Pues sí, ¿qué hago yo aquí?

Al volver al metro, empiezo a leer la octavilla. Bajo el título «La pornografía te pudre la cabeza», desarrolla la siguiente argumentación: en casa de todos los delincuentes sexuales, violadores, pedófilos, etc., se encuentran siempre numerosas cintas pornográficas. «Según todos los estudios», el visionado repetido de cintas pornográficas provoca una confusión de las fronteras entre la fantasía y la realidad, facilitando el paso a la acción, a la vez que despoja a las «prácticas sexuales convencionales» de cualquier atractivo.

«¿Usted que cree?» Oigo la pregunta antes de ver a mi interlocutor, que se ha parado delante de mí. Joven, con el pelo corto, cara inteligente y un poco ansiosa. Llega el metro, y así me da tiempo a recuperarme de la sorpresa. Durante años he andado por las calles preguntándome si llegaría un día en que alguien me dirigiese la palabra… para otra cosa que no fuera pedirme dinero. Y resulta que ese día ha llegado. Gracias al segundo salón del vídeo
hot
.

Al contrario de lo que pensaba, no se trata de un militante antipornografía. De hecho, viene del salón. Ha entrado. Y lo que ha visto le ha hecho sentirse incómodo. «Sólo hombres… con algo violento en la mirada.» Contesto que el deseo suele imponer a los rasgos una máscara tensa, violenta, sí. Pero no, ya lo sabe, no habla de la violencia del deseo, sino de una
violencia realmente violenta
. «Me he visto entre grupos de hombres…», el recuerdo parece angustiarle un poco, «muchas cintas de violaciones, de sesiones de tortura… estaban excitados, sus ojos, la atmósfera… Era…» Yo escucho y espero. «Tengo la impresión de que las cosas van a acabar mal», concluye bruscamente antes de bajarse en la estación de Opéra.

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