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Authors: Lois Lowry

Tags: #Cienica ficción , Juvenil

El mensajero (7 page)

No había ido a la casa del maestro desde el Mercado de Canje de la semana anterior. El jardín, como siempre, estaba espléndido y bien cuidado, con las últimas rosas en flor y los ásteres de otoño plagados de capullos. Encontró a Jean arrodillada en un lecho de flores, cavando con una pala. Le sonrió, pero no era la sonrisa descarada de costumbre, la sonrisa coqueta que volvía medio loco a Mati. Esta mañana Jean parecía preocupada.

—Está encerrado en el cobertizo —le dijo a Mati, refiriéndose al cachorro—. ¿Has traído una cuerda para llevarlo a casa?

—No necesito correa. Me seguirá. Se me dan muy bien los perros.

Jean suspiró, dejó la pala a un lado y se enjugó la frente, dejando una mancha de tierra que Mati encontró muy atractiva.

—Ojalá me pasara lo mismo a mí —dijo—. No puedo controlarlo de ninguna manera. Está creciendo muy deprisa, y es fuerte y decidido. Mi padre está fuera de sí, no quiere más que deshacerse de esa cosita salvaje.

Mati sonrió.

—Mentor ha tenido que vérselas con muchas cositas salvajes en la casa. Yo mismo fui una hace tiempo, y él fue quien me domó.

Jean sonrió.

—Me acuerdo. Qué cosa más rebelde y sinvergüenza eras, Mati, cuando llegaste a Pueblo.

—Me llamaba a mí mismo «el más feroz de los feroces».

—Y lo eras —asintió Jean, soltando una carcajada—. Y ahora lo es tu perrito.

—¿Está tu padre en casa?

—No, ha ido a ver a la viuda de Suministrador, para variar —explicó Jean con un suspiro.

—Es una buena mujer.

Jean asintió.

—Lo es. Me gusta. Pero, Mati…

Mati, que había permanecido en pie, se sentó en la hierba del borde del jardín.

—¿Qué?

—¿Puedo contarte algo que me preocupa?

Sintió que el cariño que sentía por Jean se desbordaba. Hacía mucho que le atraía su afectación de niña, sus encantos y artimañas pueriles. Pero ahora, por primera vez, sintió algo nuevo. Percibió la joven oculta bajo esas cosas superficiales. Con los cabellos cayéndole sobre la frente manchada de tierra, era la persona más bella que había visto en su vida. Y ahora no se dirigía a él de forma tonta, ñoña o afectada, pensada para embelesar, sino humana, apenada y adulta. Supo de repente que la amaba; era un sentimiento que jamás había conocido antes.

—Es algo sobre mi padre —dijo en voz baja.

—¿Ha cambiado, verdad? —replicó Mati, sorprendiéndose a sí mismo, porque ni siquiera lo había admitido en su interior y mucho menos lo había expresado en voz alta, y allí estaba, y se lo estaba diciendo a Jean. Experimentó una extraña sensación de alivio.

Jean se echó a llorar bajito.

—Sí —dijo—. Ha canjeado su yo más profundo.

«¿Canjeado?». Eso dejó a Mati de piedra, porque no se le había ocurrido tal posibilidad.

—¿Canjeado por qué? —preguntó horrorizado, advirtiendo que repetía la frase del Mercado de Canje.

—Por la viuda de Suministrador —dijo ella sollozando—. Quería que ella le amara, así que hizo un canje. Se está volviendo más alto y más derecho. La calva de su coronilla se ha cubierto de pelo, Mati. Su marca de nacimiento ha desaparecido.

Por supuesto. Eso era.

—Lo vi —le dijo Mati—, pero no lo entendí.

Puso su brazo sobre los hombros de la chica.

Ella, por fin, recuperó el aliento.

—Yo no sabía que se sintiera tan solo, Mati. Si lo hubiera sabido…

—Así que por eso… —Mati trataba de poner en orden sus ideas.

—El perrito. En otro tiempo, a él le hubiera encantado un cachorro revoltoso, Mati, igual que le gustabas tú cuando eras un chico harapiento. Lo supe ayer, cuando le dio una patada. Hasta ese momento, sólo lo había sospechado —Jean se enjugó los ojos con el dorso de la mano, dejando en su rostro otra irresistible mancha de tierra.

—¡Y la petición! —añadió Mati, cayendo en la cuenta de pronto.

—Sí. Padre siempre daba la bienvenida a los nuevos. Era lo mejor de padre, cómo se preocupaba por todos y cómo les ayudaba a aprender. Pero ahora…

Oyeron un estridente quejido que salía del cobertizo, y cómo rascaba la puerta.

—Déjalo salir, Jean; me lo llevaré a casa antes de que vuelva tu padre.

Ella se acercó a la puerta del cobertizo, la abrió y, con la cara aún cubierta de lágrimas, sonrió al impaciente y desgarbado animalito que se lanzó hacia delante, aterrizó en los brazos de Mati y le lamió las mejillas. El rabito blanco era un molinete.

—Necesito tiempo para pensar —dijo Mati, mientras subyugaba al cachorro rascándole rítmicamente bajo la barbilla.

—¿Pensar en qué? No se puede hacer nada. Los canjes no pueden deshacerse. Incluso si una cosa estúpida como una Máquina de Juegos se rompe o tú te cansas de ella… no puedes dar marcha atrás.

Mati se preguntó si debía decírselo. Ella había visto el efecto de su poder sobre el cachorro y su madre, pero no lo había entendido. Ahora, si se decidía, quizá pudiera explicárselo; pero no sabía qué hacer. Ignoraba el alcance de su poder y no quería prometerle a esa chica que amaba algo que tal vez no pudiera cumplir. Reparar el alma de un hombre y lo más profundo de su corazón —deshacer un cambio irreversible— era quizá mucho, mucho más de lo que Mati podía acometer.

Por eso guardó silencio y se llevó su vivaz cachorrito.

* * *

—¡Mira! Ya se sienta si se lo digo —entonces Mati gimió y agregó—: ¡Ay, lo siento!

¿Aprendería alguna vez a no decirle «mira» a un hombre ciego?

Pero el ciego se rió.

—No necesito mirar. Puedo escuchar que se sienta. El sonido de sus patas cesa y no noto sus dientes en mis zapatos.

—Creo que es inteligente —dijo Mati optimista.

—Sí, creo que tienes razón. Es un buen cachorrito, Mati. Aprenderá deprisa. No debes preocuparte por sus travesuras.

El ciego extendió la mano y el cachorro correteó hacia ella y le lamió los dedos.

—Y es bastante bonito —en realidad Mati trataba de convencerse a sí mismo. El cachorro era una mezcla de varios colores, grandes patas, un molinillo por rabo y unas orejas asimétricas.

—Seguro que lo es.

—Necesita un nombre. Todavía no se me ha ocurrido ninguno.

—Ya darás con su nombre verdadero.

—Espero tener pronto el mío —dijo Mati.

—Lo tendrás cuando llegue el momento.

Mati asintió y se volvió a mirar al perro.

—Primero pensé en Superviviente, porque fue el único de los cachorros que sobrevivió. Pero es demasiado largo. No parece el adecuado —Mati agarró el cachorro, lo colocó en su regazo y le rascó la tripa.

—Después… —Mati empezó a reírse—. Como fue el único que vivió, pensé en Vividor.

—¿Vividor? —el ciego también se rió.

—Ya sé, ya sé. No es buena idea. Vividor sin escrúpulos —Mati hizo una mueca.

Dejó el cachorro en el suelo y él salió disparado, meneando el rabo, a gruñir a los troncos apilados junto a la cocina y a mordisquear sus extremos, donde se curvaban ramitas verdes.

—Puedes preguntarle a Líder —sugirió el ciego—. Él es quien da los nombres verdaderos a la gente. Quizá pueda darte uno para el cachorro.

—Es buena idea. Tengo que verle de todos modos. Ha llegado la hora de repartir los mensajes para la reunión. Me llevaré el cachorro conmigo.

* * *

El cachorro, torpón a consecuencia de sus patas regordetas y desproporcionadas, era incapaz de arreglárselas con las escaleras de la casa de Líder. Mati lo levantó y lo llevó en brazos; después lo depositó en el suelo de la sala de la planta alta, donde Líder esperaba sentado a su escritorio. Las pilas de mensajes estaban preparadas. Mati podría haber cargado con ellas y haber iniciado su tarea sin demora, pero se entretuvo. Le gustaba la compañía de Líder. Había cosas que quería contarle. Empezó a ordenarlas en su cabeza.

—¿Quieres un papel para ponérselo en el suelo? —preguntó Líder, mirando divertido la cosita que correteaba por la sala.

—No, está bien. Nunca tiene accidentes. Fue lo primero que aprendió.

Líder se apoyó en el respaldo de la silla y se estiró.

—Será un buen compañero, Mati, como lo fue Palito. Sabes —continuó—, donde yo me crié no había perros. No había ningún tipo de animal.

—¿Ni gallinas? ¿O cabras?

—Nada de nada.

—¿Entonces qué comías? —preguntó Mati.

—Teníamos pescado. Montones de pescado, de un criadero. Y muchas verduras. Pero carne animal no. Ni mascotas. Nunca supe lo que era tener una mascota. Ni siquiera lo que era amar y ser amado.

Al oír esas palabras, Mati recordó a Jean. Sintió que su cara enrojecía un poco.

—¿Has querido a una chica alguna vez? —preguntó.

Pensó que Líder iba a reírse, pero en lugar de ello la cara del joven se volvió meditabunda.

—Tengo una hermana —dijo Líder, al cabo de un instante—. Todavía me acuerdo de ella y espero que sea feliz.

Levantó un lápiz del escritorio, lo giró entre sus dedos y miró por la ventana. Sus claros ojos azules parecían capaces de ver muy lejos, incluso el pasado, o quizá el futuro.

Mati dudó. Después se explicó:

—Me refería a una chica, no a una hermana sino, bueno… a una chica.

Líder dejó el lápiz y sonrió.

—Entiendo lo que quieres decir. Una vez hubo una chica, hace mucho tiempo. Yo era más joven que tú, Mati, pero tenía la edad en que empiezan a ocurrir esas cosas.

—¿Qué fue de ella?

—Cambió. Y yo también.

—A veces pienso que me gustaría que no cambiara nada, jamás —dijo Mati suspirando. Entonces recordó lo que quería decirle—: Líder, he ido al Mercado de Canje. No había ido nunca.

Líder se encogió de hombros.

—Desearía que votaran para acabar con eso. Yo ya no voy, aunque lo hice en el pasado. Era una insensatez y una pérdida de tiempo, pero ahora es peor.

—Es el único modo de conseguir una Máquina de Juegos.

Líder hizo una mueca.

—Una Máquina de Juegos —repitió con desdén.

—Pues yo quería una —rezongó Mati—, pero Veedor dijo que no.

El cachorro deambuló hasta una esquina de la sala, olisqueó, se hizo una bola, se desplomó y se quedó dormido.

—No se trata sólo de Máquinas de Juegos y cosas así —Mati se había preguntado cómo explicarlo, cómo describirlo. Ahora, en el silencio, mientras miraba al cachorro dormido, se encontró soltando todo de golpe:

—En el Mercado de Canje está pasando algo más. La gente está cambiando, Líder. A Mentor le ha ocurrido.

—Ya he notado los cambios de Mentor —reconoció Líder—. ¿Qué tratas de decirme, Mati?

—Mentor ha canjeado su yo más profundo —dijo Mati—, y creo que otros también lo han hecho.

Líder se inclinó hacia delante y escuchó atentamente mientras Mati hacía una descripción de lo que había visto, de lo que sospechaba y de lo que sabía.

* * *

—Líder me ha dado un nombre para él, pero no sé si me gusta.

Mati volvió a casa a la hora de comer, después de entregar todos los mensajes. El ciego estaba junto al fregadero, lavando ropa.

—¿Y cuál es? —preguntó, volviéndose hacia la voz de Mati.

—Juguetón.

—Ummmm. Parece que le pega. ¿Qué crees que opina el cachorro?

Mati sacó al cachorro de su medio de transporte: su propia chaqueta. Durante gran parte de la mañana había estado siguiéndole, pegado a sus talones, pero al final sus cortas patitas se habían cansado, y Mati lo había llevado a cuestas el resto del camino.

El cachorro parpadeó (se había quedado dormido dentro de la chaqueta) y Mati lo dejó en el suelo.

—¿Juguetón? —dijo Mati, y el cachorro miró hacia arriba. Su rabo giró a velocidad de vértigo.

—¡Siéntate, Juguetón! —dijo Mati. El cachorro se sentó de inmediato. Miró a Mati de hito en hito.

—¡Lo ha hecho! —dijo Mati con deleite.

—¡Échate, Juguetón!

Después de un esbozo de pausa, el cachorro se tiró al suelo sin gran entusiasmo y tocó la alfombra con la punta de su diminuta nariz.

—¡Ya se sabe su nombre verdadero! —Mati se arrodilló junto al cachorro y le palmeó la cabecita.

—¡Buen perrito! —dijo. Los grandes ojos marrones miraron hacia arriba y el cuerpo con manchas, aún desparramado obedientemente en el suelo, tembló de cariño.

—¡Buen Juguetón!

Capítulo 9

En Pueblo se hablaba sin cesar de la inminente reunión. Mati escuchaba discusiones sobre la petición por todas partes.

De momento, el último grupo de los nuevos se mantenía al margen, sus llagas se curaban, sus ropas estaban limpias y sus cabellos peinados; el miedo desaparecía de sus caras y sus expresiones de espanto y desesperación daban paso a otras más serenas. Sus hijos correteaban por callejas y senderos con otros niños de Pueblo, jugando al correcorre que te pillo y al escondite. Al mirarlos, Mati recordaba su niñez, sus bravatas y la terrible angustia que ocultaban. Había pensado que nadie, jamás, podría quererle, hasta que llegó a Pueblo, e incluso entonces tardó mucho tiempo en confiar en la amabilidad de sus habitantes.

Con Juguetón pegado a los tobillos, Mati se encaminó al mercado a comprar pan.

—¡Buenos días! —saludó alegremente a una mujer que encontró en el sendero. Era de los nuevos, y él la recordaba de la reciente bienvenida. Aquel día sus ojos parecían enormes en el demacrado rostro. Tenía cicatrices, como de heridas mal curadas, y uno de sus brazos colgaba en una posición antinatural; debía de costarle mucho hacer las cosas.

Pero hoy parecía relajada, y paseaba tranquilamente por el sendero. Contestó al saludo de Mati con una sonrisa.

—¡Quieto, Juguetón! ¡Al suelo! —Mati regañó a su cachorro, porque había dado un salto y tiraba del bajo raído de la falda de la mujer. Juguetón le obedeció, a regañadientes.

La mujer se agachó para dar palmaditas en la cabeza de Juguetón.

—No pasa nada —dijo amablemente—. Yo tuve perro una vez. Me vi obligada a dejarlo.

Se le notaba un ligero acento. Como muchas otras personas de Pueblo, lo había traído de su lugar de origen.

—¿Cómo le va? —preguntó Mati.

—Muy bien. La gente es amable. Tienen paciencia conmigo. A causa de las heridas, tengo que aprender de nuevo a hacer algunas cosas. Eso lleva tiempo.

—La paciencia es muy importante aquí, porque hay mucha gente en Pueblo que tiene dificultades —explicó Mati—. Mi padre…

Se detuvo y se corrigió:

—Quiero decir el hombre con el que vivo. Le llaman Veedor. Es probable que se lo encuentre. Es ciego. Va a todas partes dando grandes zancadas sin problema alguno. Pero cuando llegó acababa de perder los ojos y…

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