»Cuando murió su padre, regresó a su pueblo natal para recoger a su madre, y se la llevó consigo a Serena. Encontraron una casa, y ahora Tash ya no vive con Rodak y su familia; pero siguen siendo muy buenos amigos.
—¿Sigue vistiendo como un chico?
—Si te refieres a si ha empezado a usar vestidos, la respuesta es que no; y no creo que lo haga jamás. Está demasiado acostumbrada a la ropa masculina. Pero ya no parece un chico, o, al menos, no tanto como antes. Tendrías que haberla visto cuando la conocí. Había desarrollado la habilidad de llevar la ropa de manera que ocultara su figura femenina. Ahora ya no se molesta en hacerlo. Así que, sí, lleva ropa de chico, pero se nota que es una chica, y además se ha dejado crecer un poco el pelo. Aunque la última vez que la vi decía que era un incordio y que pensaba cortárselo en cuanto pudiera.
—¿Y qué le pasó a esa chica a la que golpearon? —siguió preguntando Yania—. ¿Se curó?
—¿Relia? Sí, afortunadamente. Tardó en despertar pero, cuando lo hizo, no le quedaron secuelas, y acabó por recuperarse por completo. Terminó los estudios; ahora es maesa, pero no se quedó en la Academia. Sigue ayudando a su padre en Esmira y pinta portales de vez en cuando. Y en cuanto a Unven… él sí colgó el hábito, por así decirlo. Después de lo que le pasó a Relia, ya no quiso regresar a la Academia. Volvió a Rodia y su padre le encomendó una de sus propiedades para que la administrara. Pero se fue a vivir a Esmira para estar con Relia en cuanto ella terminó su proyecto final. Y allí siguen los dos —concluyó Tabit con una sonrisa—, juntos y felices, por lo que yo sé. Tienen una niña preciosa que se parece mucho a Relia. Aunque me temo que ha heredado el carácter de Unven.
Yania asintió, encantada de tener noticias de los protagonistas de aquel relato que tanto la había impresionado. Por momentos había llegado a pensar que eran solo los personajes de alguna historia emocionante, pero ficticia. El hecho de saber de ellos, la certeza de que se cruzaría con maesa Caliandra por los pasillos de la Academia, o que podría ver a Rodak junto al portal de los pescadores, y conocer a Tash en la lonja de Serena… era mucho más de lo que se habría atrevido a soñar.
—Gracias, maese Tabit —dijo entonces, muy seria.
Él sonrió.
—¿Por qué? Solo estoy haciendo mi trabajo.
—Una vez, alguien a quien quise mucho dijo: «Hay muchas maneras de hacer un trabajo». Gracias a vos, una pobre chica campesina como yo tiene al alcance de su mano… —señaló el portal, con los ojos brillantes, como si aún no pudiese creer que fuera real—, el mundo entero. Ahora comprendo por qué mi hermano luchó tanto por conseguir este portal. Pero… —se interrumpió, y una sombra de preocupación nubló sus ojos castaños.
—¿Hay algún problema? —preguntó Tabit, con suavidad.
Ella contempló el portal de nuevo, esta vez con respeto y algo de temor.
—Esto significa… que de verdad estudiaré en la Academia de los Portales.
—Sí. Si es eso lo que quieres, naturalmente.
—¡Sí! Sí, por supuesto. Llevo soñando con este día desde que… bueno, ni soy capaz de recordarlo. Es solo que… no sé si estoy a la altura.
—Has estado yendo a la escuela, como te dijo Cali, ¿verdad?
—Sí. Y sé leer y escribir, y hacer cuentas…
—Con eso basta —rió Tabit—. Me consta que algunos estudiantes que entran en primero no saben mucho más.
Yania lo miró con asombro, convencida de que tenía que estar bromeando.
—Pero, una vez en la Academia —prosiguió él, poniéndose serio—, tendrás que trabajar mucho. Eres inteligente, pero no es suficiente. La buena noticia es que estudiar o no estudiar solo depende de ti —añadió, con una sonrisa tranquilizadora—, así que, si te esfuerzas, no tendrás problemas.
Yania asintió, emocionada. Y no pudo reprimirse más. Se lanzó a los brazos de Tabit y lo estrechó con fuerza.
—Muchas gracias, maese Tabit. Jamás podré encontrar la forma de expresaros cuánto significa para nosotras, y especialmente para mí, todo lo que estáis haciendo vos y maesa Caliandra.
Tabit la abrazó y le acarició el pelo con cariño.
—Y ojalá pudiésemos hacer más —murmuró—. Sabes, en su momento nos enfadamos con Yunek por lo que hizo, pero… creo que en el fondo nunca dejamos de ser amigos. Y lamentamos mucho lo que le pasó. Todo lo que vivimos aquellos días… nos unió para siempre a todos. Aunque procediésemos de ambientes tan distintos, aunque cada uno de nosotros viva su vida en un lugar diferente… Cali, Tash, Rodak, yo… y, por supuesto, Yunek… siempre estaremos unidos, de alguna manera. Por eso para Cali y para mí es una gran alegría y un orgullo poder abrirte las puertas de la Academia. Por supuesto, sabemos que no es perfecta; pero es nuestro hogar.
Yania asentía, demasiado emocionada para hablar.
—Y ahora, a dormir, jovencita —ordenó Tabit, separándose de ella—. Mañana será un gran día.
Se levantaron con las primeras luces del alba. Lo que quedaba por hacer era un mero trámite, y Tabit lo realizó con rapidez y diligencia. Escribió sobre el portal la contraseña «Yunek» en lenguaje alfabético y clavó la tablilla en la pared, donde dibujó la misma palabra en lenguaje simbólico con polvo de bodarita, uniendo el trazo al propio diseño del portal. Después hizo la medición para asegurarse de que obtenía el mismo resultado que el estudiante al que había enviado a la granja unas semanas atrás, y escribió las coordenadas en la circunferencia interior del portal. Por último, sacó su cuaderno de notas y copió en la circunferencia exterior la lista de variables correspondiente al destino del portal: el Muro de los Portales de Maradia.
Cuando acabó, dio un paso atrás y contempló su obra.
—¿Ya está? —preguntó Bekia con recelo—. ¿Por aquí podremos llegar hasta la ciudad?
—Falta escribir la contraseña —respondió él—. Ven, Yania, voy a enseñártela.
Escribió el símbolo en un papel e hizo que la chica lo repitiera hasta estar seguro de que lo había aprendido de memoria. Después, echaron al fuego los papeles que habían utilizado para que no cayeran en las manos equivocadas.
—Haz los honores —la invitó Tabit, con una sonrisa.
Tras un breve titubeo, Yania introdujo el dedo en la bolsa de polvo de bodarita que le tendía Tabit y después escribió con él en la tablilla el símbolo que acababa de aprender.
Y el portal se activó.
Bekia lanzó una exclamación de miedo y retrocedió, arrastrando a su hija con ella. Pero Yania se separó de ella con suavidad.
—Es lo que Yunek quería, madre —le recordó—. Y es lo que quiero yo también.
Ella vaciló, pero finalmente asintió y la dejó ir.
—Probaré yo primero —se ofreció Tabit, y atravesó el portal.
Apenas unos instantes después estaba de regreso.
—Todo correcto —les aseguró—. La conexión se ha establecido y el portal conduce al lugar adecuado.
Cargó con sus bártulos y le ofreció la mano a Yania. Ella respiró hondo, se echó su macuto al hombro, abrazó a su madre y tomó la mano del pintor de portales.
Los dos dieron un paso al frente y cruzaron el portal.
Yania gritó al sentir aquel extraño retortijón en el estómago. Pero apenas había empezado cuando acabó de pronto, y la luz roja se apagó.
La muchacha parpadeó y miró a su alrededor, asombrada.
Se encontraba al aire libre, en una plaza circular abarrotada de gente que entraba y salía de diversos portales, o que hacía cola para atravesar alguno de ellos. Tuvo miedo, pero enseguida sintió la tranquilizadora mano de Tabit sobre su hombro.
—Todo está bien —le dijo con suavidad.
—Bienvenida a Maradia, Yania —la saludó entonces una voz femenina.
Ella alzó la mirada, buscando a la dueña de aquella voz. Descubrió a una joven pintora sonriente, de larga trenza negra y expresión amistosa. Se quedó sin palabras.
—Maesa… maesa Caliandra —pudo decir por fin.
La sonrisa de ella se hizo más amplia. Tabit la saludó con un beso y se volvió hacia Yania.
—¿Preparada para visitar la Academia?
Yania se sentía fuera de lugar en aquella ciudad tan elegante, con su ropa de campesina y sus zapatos gastados, y se preguntó si Yunek habría experimentado la misma sensación en su primera visita. Pensar en su hermano la entristeció, pero también le recordó por qué había luchado, y lamentó que no pudiera estar allí, con ella, para ser testigo de aquel momento.
Asintió.
Tabit y Cali la guiaron por las calles de Maradia hasta que el imponente edificio de la Academia de los Portales se alzó ante ellos al final de la avenida. Yania se detuvo a contemplarlo, boquiabierta.
Cali entrelazó la mano de Tabit con la suya y susurró:
—¿Qué le has contado?
—Casi todo —respondió él en el mismo tono—. En realidad, me he guardado para mí un último secreto, pero tengo intención de entregárselo cuando esté preparada.
Su mano fue automáticamente a su zurrón. Cali comprendió.
—¿Crees que lo estará algún día?
—Sin duda —respondió Tabit—. Pero aún tiene mucho camino que recorrer.
Ella asintió.
Sabía perfectamente lo que guardaba Tabit con tanto celo en su morral. De hecho, ellos dos eran los únicos que estaban al tanto de que maese Belban había dejado tras de sí algo más que una carta de despedida al marcharse con Yiekele a través del portal.
Había sido Cali, de hecho, quien había hallado sobre la mesa ambas cosas, la carta y el voluminoso diario de investigación de maese Belban. Le costó comprender que el profesor había cruzado el portal, porque él raras veces se separaba de aquel libro. Pero no resistió la tentación de echarle un vistazo, y allí, en las primeras páginas, encontró una nota para Tabit que decía así:
Estudiante Tabit:
Sé que mi ayudante es extraordinariamente inteligente e intuitiva. Pero me consta que solo tú serías capaz de apreciar en profundidad todo lo que hay escrito en estas páginas. No solo eso: sé que le darás el mejor uso posible. Cuida bien de mis secretos, estudiante Tabit, y recuerda siempre que no existen las fronteras para aquellos que se atreven a mirar más allá.
Hasta que volvamos a encontrarnos.
Ni Tabit ni Cali habían hablado nunca a nadie de la existencia del
Libro de los Portales
de maese Belban. Pero el joven había empezado a estudiarlo con entusiasmo, y soñaba con el día en que pudiera continuar escribiendo en sus páginas y aportar algo más a las futuras generaciones. Sus manos acariciaron su viejo morral con cariño. Pese a que, como maese, ya disponía de ciertos ingresos, aún no se había desprendido de él; algunas costumbres eran difíciles de abandonar.
Cali lo hizo volver a la realidad. Unos pasos por delante de ellos, Yania los esperaba frente a las puertas del edificio. Parecía muy pequeña ante la enorme y vetusta Academia, y temblaba de emoción, como una hoja a punto de desprenderse de un árbol, que no supiera si permanecer unida a la rama o dejarse llevar hasta donde al viento se le antojara arrastrarla.
Tabit y Caliandra cruzaron una mirada cómplice, llena de ternura. Tal vez evocaban aquel día lejano en que ellos también habían franqueado aquel umbral, ignorantes de todo lo que estaba por venir, con la cabeza rebosante de sueños y el corazón repleto de esperanza.
Y, aún con las manos entrelazadas, acompañaron a la muchacha uskiana en los primeros pasos de su nueva vida como estudiante de la Academia, con ilusiones renovadas y el anhelo de un futuro mejor para todos, un futuro en el que los portales tendieran vínculos entre las personas… dondequiera que se encontrasen.