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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (32 page)

Con frecuencia Taku se encontraba cansado y tenso, carente de paciencia; el trabajo era lento y exigente. Maya deseaba cooperar, pero temía lo que pudiera sucederle. A menudo anhelaba estar de vuelta en Hagi, con su madre y sus hermanas. De vez en cuando quería ser una niña corriente, como Shigeko, sin poderes extraordinarios y sin hermana gemela. El hecho de hacerse pasar por un chico durante todo el día le resultaba agotador, pero no era nada en comparación con las nuevas demandas que ahora se le imponían. Tiempo atrás, el entrenamiento en las dotes de la Tribu le había resultado fácil: conseguía la invisibilidad y el empleo del segundo cuerpo de forma natural. Pero este nuevo camino parecía mucho más difícil y peligroso. Maya se negaba a que Taku la condujera por él, a veces con fría aspereza y otras, con rabia manifiesta. Llegó a lamentar amargamente la muerte del gato, el hecho de que la hubiera poseído, y suplicaba a Taku que la librase de él.

—No es posible —respondía Taku—. Lo único que puedo hacer es enseñarte a mantener el control y dominarlo.

—Hiciste lo que hiciste —sentenció Sada—, y tendrás que vivir con ello.

Entonces Maya se avergonzaba de su debilidad. Había pensado que le gustaría ser el gato, pero el hecho de estar poseída resultaba más siniestro y aterrador de lo que había esperado. El animal quería trasladarla a otro mundo, a un universo habitado por espectros y fantasmas.

—Te dará poder —explicó Taku—. El poder está ahí, a tu alcance; tienes que aferrarte a él y explotarlo.

Pero aunque, con la ayuda de Taku, Maya llegó a familiarizarse con el espíritu que habitaba en su interior, no era capaz de hacer lo que sabía que su maestro esperaba de ella: adoptar la forma del gato y utilizarla.

25

La luna llena del décimo mes se aproximaba, y por todas partes comenzaron los preparativos para el Festival de Otoño. Ese año, la emoción era mayor porque el mismísimo señor Otori y su hija Shigeko estarían presentes en las celebraciones. Comenzaron los bailes, y los ciudadanos se lanzaban a las calles al atardecer. Ataviados con ropas de brillantes colores y sandalias nuevas, cantaban y agitaban las manos por encima de la cabeza. Maya había sabido de antemano que su padre gozaba de popularidad entre la población, incluso de afecto; pero no llegó a darse cuenta de hasta qué punto era así hasta que lo escuchó de los labios de la gente con la que ahora se mezclaba. También se extendió la noticia de que el dominio de Maruyama se iba a entregar formalmente a Shigeko, ahora que la joven había alcanzado la mayoría de edad.

—Es cierto —respondió Taku a Maya cuando ésta le interrogó—. Hiroshi me lo ha contado. Cambiará de nombre y a partir de ahora será conocida como señora Maruyama.

—Señora Maruyama... —coreó Maya. Parecía sacado de una balada, un nombre que la niña había escuchado durante toda su vida en boca de Chiyo, de Shizuka, de los poetas que cantaban y recitaban las leyendas de los Otori en las esquinas de las calles y las márgenes de los ríos.

—Ahora mi madre dirige la Tribu, y algún día la señora Shigeko gobernará en los Tres Países; más vale que te vuelvas a convertir en una niña antes de hacerte mayor —bromeó Taku.

—No me interesan los Tres Países, pero sí me gustaría dirigir la Tribu —contestó Maya.

—¡Tendrás que esperar a que yo me muera! —repuso Taku entre risas.

—¡No digas eso! —le amonestó Sada.

Taku giró la cabeza instantáneamente y miró a la joven de aquella manera que emocionaba a Maya y, al mismo tiempo, la colmaba de celos. Los tres se encontraban solos en la pequeña alcoba situada en el extremo de la casa de la Tribu. Maya no había contado con ver a Taku tan pronto, pues había estado allí la noche anterior.

—Es que no puedo estar lejos de ti —había explicado Taku al ver la sorpresa de Sada. Entonces fue ella quien no pudo esconder su placer, quien no pudo evitar tocarle.

La noche era fría y clara; la luna, a cuatro días del plenilunio, ya mostraba un aspecto abultado y amarillento. A pesar del aire helado, las contraventanas seguían abiertas. Se sentaron juntos alrededor del pequeño brasero de carbón, con las colchas alrededor de los hombros. Taku bebía vino de arroz, pero ni a Sada ni a Maya les gustaba. Una lámpara diminuta apenas hacía mella en la oscuridad de la estancia, pero la luz de la luna inundaba el jardín y arrojaba densas sombras.

—Y luego está mi hermano —susurró Taku a Sada, ahora con voz seria—, quien se cree con el derecho de dirigir la Tribu por ser el descendiente varón de Kenji de más edad.

—Me temo que hay otros que tampoco aprueban a Shizuka como cabeza de los Muto. Nunca antes una mujer ha desarrollado esa labor; a la gente no le gusta romper con la tradición, dicen que ofende a los dioses. No es que quieran a Zenko; te preferirían a ti, sin duda, pero el nombramiento de tu madre ha causado divisiones.

Maya escuchaba atentamente, sin mencionar palabra, sintiendo el calor del fuego en una de sus mejillas y el aire frío en la otra. Desde la ciudad llegaba el sonido de la música y los cantos; los tambores resonaban con insistente cadencia y se escuchaban repentinos alaridos disonantes.

—Hoy mismo he escuchado un rumor —prosiguió Sada—. Han visto a Kikuta Akio en Akashi. Partió hacia Hofu hace dos semanas.

—Pues tenemos que mandar a alguien a Hofu de inmediato —repuso Taku—, y averiguar adonde se dirige y cuáles son sus intenciones. ¿Viaja solo?

—Imai Kazuo le acompaña, y su hijo también.

—¿Qué hijo? —Taku se incorporó—. ¿No será el de Akio?

—Sí. Por lo visto, tiene unos dieciséis años. ¿Por qué te sorprendes?

—¿Acaso no sabes quién es ese chico?

—Es el nieto de Muto Kenji, todo el mundo lo sabe —respondió Sada.

—¿Nada más?

La joven negó con la cabeza.

—Supongo que es un secreto de los Kikuta —masculló Taku. Entonces, se percató de la presencia de Maya.

—Envía a la niña a la cama —le dijo a Sada.

—Maya, vete a dormir al cuarto de las criadas —ordenó la muchacha.

Un mes atrás, la gemela habría protestado; pero había aprendido a obedecer a Taku y a Sada en toda ocasión.

—Buenas noches —murmuró, y se puso de pie.

—Cierra las contraventanas antes de marcharte —añadió Taku—. Nos vamos a quedar helados.

Sada se levantó para ayudarla. Maya sintió frío al apartarse del fuego, y cuando llegó a la habitación de las criadas la temperatura era aún más baja. Daba la impresión de que todas ellas dormían. La gemela encontró un espacio entre dos de las muchachas y se acomodó allí. En la casa de la Tribu todos conocían su condición femenina; era fuera de allí donde tenía que mantener su disfraz de varón. Notaba escalofríos. Quería enterarse de lo que decía Taku, quería estar con él y con Sada. Le vino a la mente el pelaje espeso y suave del gato, notó que poco a poco la iba abrigando; entonces los escalofríos se convirtieron en algo diferente: en una oleada de energía que le recorría el cuerpo a medida que el gato flexionaba los músculos y cobraba vida.

Se deslizó entre las colchas y se alejó suavemente de la habitación, consciente de sus enormes pupilas y la extraordinaria agudeza de su visión. Recordó el aspecto que tenía el mundo, lleno de pequeños movimientos que antes le pasaban inadmitidos, y aguzó el oído no sin cierto temor en busca de las voces huecas de los muertos. Se encontraba a medio camino del pasillo cuando cayó en la cuenta de que se movía sin tocar el suelo, y soltó un grito ahogado.

Los hombres y las mujeres acostados se removieron en los colchones, estremeciéndose como si estuvieran teniendo un mal sueño.

"No puedo abrir las puertas", pensó; pero el espíritu del gato no dudó un momento y de un salto atravesó las contraventanas cerradas, siguió flotando a través de la veranda y penetró en la alcoba en la que Taku y Sada yacían entrelazados. Pensó que se haría visible ante ellos, que Taku quedaría encantado y la alabaría. Se tumbaría entre ambos y se abrigaría al calor de sus cuerpos.

Con voz somnolienta, Sada retomó la conversación anterior. Sus palabras supusieron para Maya la mayor conmoción que había experimentado en toda su vida, y resonaron con fuerza en el espíritu del gato.

—¿Entonces, el muchacho es hijo de Takeo?

—Sí, y según la profecía es la única persona capaz de causarle la muerte.

De ese modo Maya se enteró de la existencia de su hermano y de la amenaza que éste suponía para su padre. Trató de mantenerse en silencio, pero no pudo evitar el aullido de horror y desesperación que le brotó de la garganta. Oyó que Taku preguntaba:

—¿Quién está ahí?

Y escuchó un grito de asombro por parte de Sada. Acto seguido saltó a través de la ventana cerrada hacia el jardín como si nunca fuera a parar de correr, alejándose de todo cuanto la rodeaba. Pero no consiguió huir de las voces de los espíritus que penetraban por sus orejas puntiagudas y le llegaban a los huesos, frágiles y vaporosos.

"¿Dónde está nuestro maestro?"

26

Otori Takeo y Arai Zenko llegaron a Maruyama con unas horas de diferencia, el día anterior a la luna llena. Takeo venía de Yamagata y traía consigo a la mayor parte de la corte de los Otori. Le acompañaban Miyoshi Kahei y su hermano Gemba, un convoy de caballos de carga que acarreaban los archivos administrativos de los que tendría que ocuparse durante su estancia en el Oeste, un gran número de lacayos y su hija mayor, la señora Shigeko. Zenko iba escoltado por un grupo de lacayos igual de abundante; llevaba consigo numerosos caballos que transportaban cestas con lujosos regalos y ropas suntuosas, los halcones y el perrito faldero de la señora Arai, y a la propia señora Arai, que viajaba en un palanquín exquisitamente tallado y engalanado.

La llegada de estos grandes señores con sus respectivas comitivas, que atascaban las calles y llenaban las posadas, hizo las delicias de los lugareños, quienes durante el último mes habían acopiado suministros de arroz, pescado, judías y vino, además de los manjares propios de la región, y ahora esperaban obtener grandes beneficios. El verano había sido benigno y la cosecha, particularmente fructífera. El dominio de Maruyama iba a ser entregado por herencia a una mujer: había mucho que celebrar. Por todas partes se veían banderolas que, mecidas suavemente por la brisa, exhibían la colina redondeada de los Maruyama junto con la garza de los Otori, y las cocineras competían entre sí para crear ingeniosos platos con forma circular como homenaje a la luna llena.

Takeo miraba a su alrededor con inmenso placer. Sentía un gran afecto por Maruyama, pues allí había pasado los primeros meses de su matrimonio y había comenzado a poner en práctica lo que el señor Shigeru le enseñara sobre técnicas agrícolas y ejercicio de gobierno. El dominio había quedado arrasado casi en su totalidad tras el tifón y el terremoto de su primer año de regencia, pero ahora, dieciséis años después, se había convertido en una tierra próspera donde reinaba la paz. El comercio proliferaba, los artistas florecían, los niños estaban bien alimentados, las heridas de la guerra civil se habían cerrado tiempo atrás y ahora Shigeko se haría cargo de su propiedad y gobernaría por derecho propio. Takeo sabía que su hija era digna de ello.

Por otra parte, tenía que recordarse continuamente que en Maruyama iba a encontrarse con dos hombres que podrían arrebatarle a Shigeko lo que le pertenecía.

Uno de ellos, el señor Kono, se alojaba como el propio Takeo en la residencia del castillo. Zenko se había instalado en la mansión más prestigiosa y lujosa tras las murallas de la fortaleza, aquella que una vez fuera el hogar de Sugita Haruki; Haruki, lacayo principal del dominio, se había quitado la vida junto a sus hijos al negarse a claudicar ante Arai Daiichi y entregarle la ciudad. Takeo se preguntó si Zenko conocía la historia de fidelidad que aquella casa encerraba, y abrigó la esperanza de que los espíritus de los muertos pudieran servirle de influencia.

Antes de la cena, en la que iba a encontrarse con sus enemigos en potencia, envió a buscar a Hiroshi para conversar con él en privado. Parecía tranquilo y alerta, aunque también imbuido por una emoción más profunda que Takeo no acertaba a adivinar. Tras discutir el protocolo y las ceremonias del día siguiente, Takeo le dio las gracias por su dedicación.

—Has consagrado muchos años al servicio de mi familia. Debemos recompensarte. ¿Deseas, tal vez, quedarte en el Oeste? Te buscaré tierras, y una esposa. Había pensado en Kaori, la nieta del señor Terada. Es una joven excelente, muy amiga de mi hija.

—Aceptar tierras de Maruyama implicaría quitárselas a otra persona, o lo que es peor, a la propia señora Shigeko —respondió Hiroshi—. Lo he comentado con Taku. Me quedaré aquí mientras se me necesite, pero mi auténtico deseo es que se me permita retirarme a Terayama y seguir la Senda del
houou.

Takeo se quedó mirándole, sin responder. Hiroshi se encontró con sus ojos y retiró la vista.

—En cuanto al matrimonio... Os agradezco vuestra preocupación, pero la verdad es que no deseo casarme, y no tengo nada que ofrecer a una esposa.

—Cualquier familia de los Tres Países te recibiría como yerno con los brazos abiertos. No te valoras lo suficiente. Si Terada Kaori no te agrada, déjame encontrarte a otra esposa. ¿Existe acaso alguna mujer?

—No, ninguna —respondió Hiroshi.

—Conoces el gran cariño que mi familia al completo siente por ti —prosiguió Takeo—. Has sido como un hermano para mis hijas; si nuestra edad no fuera parecida, yo mismo te consideraría como un hijo.

—Señor Takeo, os ruego que no continuéis —suplicó Hiroshi. El cuello se le había teñido de rubor y trató de disimular su congoja con una sonrisa—. Sois tan feliz en vuestro matrimonio que deseáis que todos compartamos el mismo estado. Pero me siento llamado a otro camino. Lo único que pido es que me permitáis seguirlo.

—¡Jamás te lo negaría! —exclamó Takeo, y por el momento decidió abandonar el tema del matrimonio—. Ahora bien, tengo algo que pedirte: que nos acompañes cuando viajemos a la capital el año que viene. Como sabes, voy a realizar esta visita en son de paz por recomendación de los maestros de la Senda del
houou.
Quiero que formes parte de la comitiva.

—Es un gran honor —respondió Hiroshi—. Gracias.

—Shigeko irá conmigo, también por consejo de los maestros. Tendrás que cuidar de su seguridad, como siempre has hecho.

Hiroshi hizo una reverencia sin pronunciar palabra.

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