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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (20 page)

—¿Quién hizo el pedido?

—Sospecho que ya conoce la respuesta.

—¿Cómo contactó contigo?

—A través de mi comunicador personal. Necesitaba a alguien muy habilidoso que siguiera sus instrucciones sin hacer preguntas. Los diseños que me envió no se parecían a nada que yo hubiera visto antes. El resultado final fue casi... artístico.

—¿Por qué te permitió vivir... después de la entrega?

—Nunca llegué a estar seguro de sus motivos. Supuse que yo le había resultado útil y que quizás, en el futuro, podría necesitar dispositivos adicionales, pero nunca recibí noticias de él.

—Si tienes razón sobre los motivos de tu arresto, significa que nunca ha dejado de vigilarte. Cuéntame el resto y quizá podamos mantenerte lejos de su alcance.

—¡Eso es todo!

—Estás ocultando algo —aseguró Anakin en un tono amenazante—. Puedo captarlo.

K'sar tragó saliva y se frotó el cuello nerviosamente.

—¡Construí dos de esas cosas!

—¿Quién recibió el segundo? ¿Uno de los líderes separatistas?

—¡No, fue Sienar! —respondió K'sar, tragando con dificultad. Anakin pestañeó de sorpresa.

—¿Raith Sienar?

—Sí, de Proyectos Avanzados Sienar. Me dijeron que lo habían diseñado para una especie de nave estelar experimental que estaban construyendo.

—¿Para qué querían utilizar esa nave?

—No lo sé... Se lo juro, Jedi, no lo sé —K'sar hizo una pausa y agregó—: pero conocía a la piloto que Sienar contrató para que le entregase la nave. ¿La conocías?

—No sé si sigue viva. Pero sé por dónde puede empezar a buscar.

Obi-Wan y Travale cruzaron la ataguía que unía la esclusa de aire de Escarte al anillo de abordaje situado frente a la cola del crucero en forma de abanico.

Al entrar en la sala principal, Travale lanzó un grito de alegría. —¡Qué bien sienta estar vivo!

Obi-Wan contempló a Thal K'sar, convencido de que el bith sentiría lo mismo. K'sar, en cambio, estaba hecho un tembloroso ovillo en la hamaca de aceleración. Obi-Wan se dirigió a la cabina de pilotaje y se sentó en el asiento del copiloto.

—¿Problemas para llegar hasta la nave?

—Los habituales —contestó Anakin con evasivas—. Obviamente, habéis logrado desactivar el rayo tractor.

—No es algo que me gustaría tener que repetir, pero sí. Gracias a Travale.

Anakin se concentró en el tablero de mandos, esperando la luz verde. Entonces conectó los impulsores para sacar al crucero de Escarte. Ya fuera del hangar, Obi-Wan vio dos corbetas del Gremio flotando como muertas en el espacio.

—Y yo tan seguro de que no iba a ser fácil...

Anakin se encogió de hombros.

—Es un anticlímax.

Obi-Wan lo miró fijamente un segundo.

—K'sar parecía... ausente. ¿Pudiste interrogarlo?

—Brevemente.

—¿Y?

—Tenemos una nueva pista —antes de que Obi-Wan pudiera replicar, Anakin añadió—: Programando coordenadas hiperespaciales. Dando un amplio giro, el crucero dejó atrás Escarie y su luz mortecina.

26

E
xisten ciertos lugares en Coruscant a los que nunca conseguirás convencer a un aerotaxi droide para que te lleve, ni siquiera prometiéndole un año de baños lubricantes gratis en El Autómata Industrial.

El laberinto de oscuros callejones de Corusca Circus.

El Camino Arriesgado, donde se cruza Vos Gesal con el Uscru superior. El Túnel Aéreo de Hazad, en el Manarai Elevado.

Y casi cualquier zona del sector conocido familiarmente como Los Talleres.

Situado cerca del Distrito del Senado, con sus espirales, sus domos de estilo Nueva Arquitectura y sus delgados obeliscos, que parecen enormes velas bañadas de brillante metal, Los Talleres fue una zona industrial en auge hasta que la escalada de costes hizo que la fabricación de los distintos elementos de las naves espaciales, los droides de trabajo y los materiales de construcción se trasladasen al espacio exterior.

Kilómetro tras kilómetro de fábricas tristes con techos planos y cadenas de montaje: enormes grúas y caballetes más grandes todavía; infinitos almacenes vacíos que podrían estar sembrados de maleza, si en Coruscant creciera la maleza; racimos de vacíos rascacielos corporativos con sus contrafuertes semejantes a aletas de cohetes... Durante muchos siglos estándar, aquel sector fue el destino de miles de millones de trabajadores inmigrantes del Borde Interior y las Colonias que buscaban empleo y una nueva vida en el Núcleo. Ahora, Los Talleres era el destino de fugitivos de Nar Shaddaa, necesitados de un agujero en el que esconderse. Un habitante de Coruscant podría arriesgarse a visitar Los Talleres si acababa de ser despedido del Banco de Aargau y buscaba a alguien para desintegrar a su ex jefe. O si las barras letales ya no le satisfacían y ansiaba una cápsula de Crudo...

El humo espeso y tóxico que todavía emanaba de las chimeneas de esos cientos de fábricas abandonadas desde hacía generaciones hacía que los atardeceres de Coruscant fueran esplendorosamente carmesíes y dorados cuando eran contemplados con la boca abierta por los asiduos clientes del restaurante Skysitter, en el Distrito del Senado.

De saber con certeza quiénes eran los propietarios de aquellos edificios, todo el sector habría sido demolido. Los rumores insistían en que los asesinos a sueldo y los sindicatos del crimen habían enterrado tantos cuerpos en Los Talleres que el barrio debería ser considerado un cementerio. Aun así, Dooku adoraba aquellos lugares.

Antítesis de su nativo Serenno, Los Talleres eran lo más parecido a un hogar lejos del hogar para el humano que se había ganado el título de Darth Tyranus.

En el oscuro centro de Los Talleres, como una estaca clavada en su corazón, se erguía una estructura concreta, llena de columnas y con su techo redondo sostenido por contrafuertes angulares. Gracias a Darth Sidious, el edificio resonaba con la malevolencia del Lado Oscuro, y sus muros no sólo habían sido testigos del aprendizaje de Dooku, sino que antes sirvieron también como centro de entrenamiento para Darth Maul y para quién sabe cuántos otros discípulos Sith antes de Maul.

El Conde Dooku de Serenno había pasado largos periodos de tiempo en Los Talleres durante los diez años que precedieron al estallido de la guerra, cuando intentaba convencer a los abandonados mundos de los Bordes Medio y Exterior de la ventaja de unirse los separatistas, yendo y viniendo a voluntad o a petición de Darth Sidious. Incluso en los tres años transcurridos desde entonces, podía visitar Coruscant sin miedo a ser descubierto, gracias a las excepcionales contramedidas para evitar ser detectado que los geonosianos habían instalado en su balandro interestelar.

La nave clase Punworcca 116 modificada se encontraba en el inmenso aparcamiento del edificio, descansando sobre su ligero tren de aterrizaje. El balandro, con su proa en forma de aguja y su esférica cabina de pilotaje, era de diseño típicamente geonosiano, pero, gracias a la ayuda de Sidious, sus motores procedían de un marchante de antigüedades prerrepublicanas del Enclave Cree. Embutidos ahora en la sección ventral, raramente utilizada ya, fueron construidos por una antigua raza espacial que se llevó a la tumba sus secretos de propulsión interestelar.

Dooku había pedido al piloto droide del FA-4 que permaneciera en la cabina, y ahora caminaba para estirar las piernas y librarse del entumecimiento de un viaje tan largo. Vestía pantalones negros, enfundados en botas igualmente negras, y llevaba su también negra túnica ceñida por un ancho cinturón de carísimo cuero. La típica capa de Sereno, echada hacia atrás por encima de los hombros, brillaba débilmente tras él. En sus viajes a Coruscant no hacía ningún esfuerzo por disfrazarse. El pelo plateado, el bigote, la barba y las pobladas cejas que le daban el aspecto de un mago circense estaban tan meticulosamente cuidados como tenía por costumbre.

Normalmente comedido, el paso de Dooku era ahora apresurado y algo errático..., indicio, para cualquiera que lo conociera, de que el Conde estaba preocupado. Incluso lo habría admitido, de preguntárselo alguien. Pese a ello, y al margen de los motivos de su visita, exploraba el hangar con cierta nostalgia, evocando los años que pasó allí bajo la tutela de Sidious, aprendiendo el camino de los Sith, practicando las artes oscuras y perfeccionándose a sí mismo.

"El mal aprendiendo a manipular", habría dicho Yoda.

El problema era en parte semántico, porque la Orden Jedi veía el Lado Oscuro de la Fuerza como una encarnación del mal. Pero, ¿eran las sombras más malignas que la cruda luz del sol? Si los Jedi reconocían que el Lado Oscuro estaba en alza y eran consecuentes con su servicio a la Fuerza, deberían abrazarlo, aliarse a él. Al fin y al cabo, todo era cuestión de equilibrio; y si preservar ese equilibrio exigía que el Lado Oscuro alcanzara su cumbre, que así fuera.

Sidious no tuvo que malgastar horas preciosas con Dooku. enseñándole la técnica de lucha con el sable láser o liberándolo de costumbres perniciosas adquiridas en toda una vida en el Templo Jedi, pues ya hacía mucho tiempo que el Conde se había librado de ellas. En lugar de eso. Sidious pudo concentrarse en la enseñanza del camino que lo llevaría inevitablemente a colisionar contra el poder del Lado Oscuro... y una simple muestra de aquel poder le había resultado embriagadora. Lo bastante como para convencer a Dooku de que no le quedaba otra solución que abandonar la Orden, y de que toda su vida sólo había sido una preparación para ser el aprendiz de Sidious.

Por fin había encontrado un verdadero mentor.

El Sith, por su parte, descubrió que ya no necesitaba buscar únicamente discípulos jóvenes, aunque lo hiciera muy a menudo. A veces, el entrenamiento era más fácil con discípulos que habían vivido lo suficiente como para sentirse desilusionados, furiosos o vengativos. Los Jedi, por el contrario, se veían atados por la compasión. Su propensión a mostrar piedad, a perdonar y a tener en cuenta el dictado de la conciencia les impedía entregarse al Lado Oscuro y considerarse a sí mismos como una fuerza de la naturaleza, paranormalmente fuerte y rápida, capaz de conjurar el relámpago Sith o exteriorizar rabia sin necesidad de esos pases mágicos a los que tan aficionados eran los Jedi.

El Sith comprendía que sólo se podría acabar con el elitismo y el gansterismo de la República uniendo a las diversas razas de la galaxia bajo un mando unificado. La galaxia sólo podía ser salvada de sí misma mediante la imposición de un orden.

Qué estúpidos eran los Jedi al no darse cuenta de ello. Se habían vuelto ciegos ante su propia caída en desgracia, ante la llegada de su propio final. ¡Qué estúpidos...!

El susurro de unos pasos suaves hizo que Dooku diera media vuelta.

Una figura se aproximaba desde un lado del hangar, semioculta bajo una capa con capucha color borgoña prendida en el cuello por un broche distintivo, tan suave y voluminosa que cubría todo el cuerpo excepto la mandíbula inferior y sus manos. La capucha raramente se apartaba, lo que permitía a su portador pasar desapercibido por las plazas y las avenidas del submundo de Coruscant, como lo haría cualquier otro iniciado u religioso que llegase al Núcleo procedente de algún mundo más allá de lo imaginable.

Poco había contado Sidious de su juventud durante los últimos trece años; y menos aún de su Maestro, Darth Plagueis.

Más de una vez se le había ocurrido a Dooku que Sidious y Yoda compartían ciertas cualidades. Siendo la más notoria que ninguno de los dos era lo que parecía ser...: alguien frágil debido a la edad o a la intensidad necesaria para dominar las artes Sith o Jedi.

En Geonosis, le había sorprendido la facilidad con que Yoda bloqueó los golpes de su sable láser y, más aún, la facilidad con la que había "manejado" el rayo Sith que Dooku le lanzó. Aquello le hizo preguntarse si en el transcurso de sus ochocientos años de vida. Yoda, el Maestro Jedi, no habría profundizado en las artes oscuras, aunque sólo fuera para familiarizarse con los métodos del enemigo. Y sólo hacía unos meses que el propio Yoda le admitió algo parecido en Vjun: "Yoda con una oscuridad carga", había dicho. Probablemente, Yoda creía haber derrotado a Dooku en Geonosis, pero la verdad era que el Conde sólo huyó para salvaguardar los planos que llevaba encima. los planos técnicos de lo que algún día se convertiría en el arma definitiva...

—Bienvenido, Darth Tyranus —saludó Sidious cuando estuvo más cerca.

—Mi Señor Sidious —respondió Dooku, doblando ligeramente la cintura—. No he perdido tiempo en abandonar Kaon.

—Lo que ha sido muy arriesgado, aprendiz —de forma natural o por efecto de algún dispositivo mecánico, la voz de Sidious sonaba suave, sibilante.

—Un riesgo calculado, mi señor.

—¿Temes que la República se haya vuelto tan adepta a escuchar detrás de las puertas que hasta pueda captar nuestras transmisiones privadas?

—No, mi señor. Como os dije, la República probablemente ha descifrado el código que hemos estado usando para comunicarnos con nuestros... socios, por decirlo así. Pero estoy seguro que su Servicio de Inteligencia no sabe nada de nuestros planes para eliminar al bith en Escarte.

—Entonces, ¿mis instrucciones se han llevado a cabo?

—Sí, señor.

—Y, no obstante, has creído conveniente viajar hasta aquí —añadió Sidious.

—Hay asuntos que es mejor discutir en persona.

Sidious asintió con la cabeza.

—Entonces, discutámoslos en persona.

Caminaron en silencio hasta una balconada que dominaba el desolado paisaje de Los Talleres. En la distancia, las torres vítreas del Distrito del Senado desaparecían entre las nubes. Una de las anteriores visitas de Dooku había ocurrido poco después de la muerte de un senador traidor a manos del Caballero Jedi Quinlan Vos. Aunque Dooku lo engañó en diversas ocasiones, Vos consiguió seguir su rastro hasta Los Talleres, pero parecía que no llegó a percibir lo profundamente enraizado que estaba allí el Lado Oscuro.

—Sospecho que la planeada desaparición de Thal K'sar no ha ido según el plan —dijo Sidious finalmente.

—Lamentablemente es así, mi señor. Fue arrestado, pero los hombres de nuestro Gremio en Escarte no actuaron lo bastante deprisa. Cuando faltaban pocas horas para la ejecución, K'sar fue rescatado y sacado de la instalación por un agente de Inteligencia de la República ayudado por dos Jedi.

Dooku podía contar con una mano las veces que había visto furioso a Sidious.

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