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Authors: Esther Sanz

Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica

El jardín de las hadas sin sueño (2 page)

La segunda, un mes atrás, en Notting Hill, segundos antes de esquivar por los pelos el desplome de la marquesina de un edificio.

La tercera fue ese jueves.

—Hoy es mi cumpleaños… —dijo Emma tras un silencio—. ¡Lo habías olvidado!

—¡Claro que no!

Pero lo cierto era que sí. Ni siquiera había comprado un regalo para ella.

Emma puso los ojos en blanco y tiró de mí para que me levantara del banco.

—No importa. Me conformo con que esta noche seas amable y me dejes la habitación para mí.

—¿Y dónde se supone que voy a meterme? —pregunté alarmada.

—Puedes montártelo con James —respondió con total naturalidad.

—Estás loca.

Emma hizo una mueca de fastidio.

—Pues está buenísimo. De hecho, si yo no estuviera con Miles… O si Miles fuera algo más abierto en cuanto a relaciones… —Entornó los párpados imaginando quién sabe qué escena.

—No sabía que te iba el rollo gentleman inglés, chica gótica —bromeé al pensar en el amigo elegante y algo estirado de Miles.

Aunque su novio era un chico formal de traje y corbata durante el día —trabajaba como becario en Lloyd’s, una importante compañía de seguros— por las noches solía adoptar un look siniestro, de riguroso negro, con botas altas y gabardina larga.

—¿Por qué no? ¿Tú no tienes fantasías? ¿No has pensado nunca en liarte con un chico totalmente distinto a ti?

Pensé en Bosco y tuve que admitir que sí. Mi ermitaño centenario entraba en la categoría de «chico distinto a mí».

—No pienso liarme con James.

—¡No seas cría, Alice! Vamos, ¿qué te pasa? Esto es Londres. Somos jóvenes. Y James…

—Está muy bueno, sí. Eso ya lo has dicho.

Emma se detuvo repentinamente en mitad de la calle.

—Iba a decir que está loco por ti.

Tras sostenerme la mirada durante un largo rato, tiró de mi brazo y aceleró el paso.

La visión del imponente edificio donde nos alojábamos me hizo recordar el día que aterricé allí. Lakehouse fue la única residencia donde encontré plaza en plenas Navidades.

Mucho más difícil fue que admitieran mi solicitud en un centro de estudios. Por un lado, hacía tres meses que el curso había empezado y era imposible conseguir la documentación académica que requerían. Por otro, Alicia tenía dieciocho años —uno más que Clara—, y se suponía que había dejado atrás el instituto.

Finalmente, me matriculé en una carísima academia internacional en la que impartían clases de acceso a la universidad, y en la que el dinero era el único requisito para obtener plaza. Era algo así como un curso puente para extranjeros sin el bachillerato inglés hijos de diplomáticos y de prósperos empresarios en su mayoría.

Yo pertenecía a ese último grupo. Había inventado una historia tan creíble que, cuatro meses después de mi llegada, y a fuerza de repetirla, casi había logrado creérmela. Tras la muerte de su único pariente, un acaudalado directivo catalán, Alicia había heredado toda su fortuna.

Su traslado a Londres estaba motivado por un intento de huir de su desgracia, licenciarse en biología y empezar una nueva vida.

Emma conocía esa historia y supongo que me tenía cariño por eso… Sabía que estaba sola en el mundo. Ella, en cambio, a pesar de su pose excéntrica y solitaria, pertenecía a una tradicional y numerosa familia escocesa.

Mientras el agua bullía en el hervidor y Emma repasaba sus ojos con nuevas capas de maquillaje oscuro, conecté el reproductor de CD.

La voz ronca del cantante de 69 Eyes hizo que mi amiga saliera del baño, bailando hipnotizada cual rata negra de Hamelín, al ritmo de «Gothic Girl»:

Just like a gothic girl

Lost in the darken world

My Ur gothic girl

Darkerside jewel are your razorcuts for real, baby

You can see

Shé´s on her road to ruin

Stigmata from crucifiction

On her palé white skin

Tribal pagan art

She loves her tattooed Egyptian mark

And every single day her love will tear us apart

She´s out to look so macabre and alone

She´s close to hook on her dying
[1]

—Háblame de él.

—¿De quién?

—De tu chico. Si no quieres nada con James, solo puede ser por un motivo: hay otro… ¿O es otra?

—No te hagas ilusiones. No eres mi tipo —bromeé.

Hablar de Bosco con Emma era lo último que me apetecía. No solo porque debía proteger su secreto, sino porque pensar en él me deprimía profundamente. El recuerdo de su sonrisa, sus besos, sus caricias… y de todo lo que había vivido a su lado en la cabaña del diablo y en la cueva de la inmortalidad me provocaban un nudo en la garganta tan tenso que tardaba varios días en aflojarse.

Aspiré el aroma intenso a naranja, bergamota y rosas del Lady Gray, mi té inglés favorito. Quería fundirme en ese agradable olor y borrar la mirada azul borrosa de Bosco en el momento de nuestra despedida.

Visualicé a James un instante, como puro ejercicio de concentración, para pensar en otra cosa distinta a mi ermitaño y sacármelo de la cabeza antes de que su recuerdo invadiera cada célula de mi ser.

Emma tenía razón. James era un tipo atractivo, con una elegancia británica muy fresca. Yo nunca había conocido a ningún chico de su edad capaz de llevar un traje oscuro con la misma gracia y naturalidad que unos vaqueros o una sudadera. Su cuerpo era esbelto y su mente ágil e irónica. Estudiaba bellas artes en el Royal College of Arts. Tenía un aire a Orlando Bloom, con los ojos almendrados y oscuros, enmarcados por unas pestañas tan abundantes que parecían postizas.

—Recházame a mí si quieres, Alice —Emma hizo un mohín melodramático—, pero hazte un favor, ¡y échale un buen vistazo a James!

—Está bien, chica gótica —me rendí entre risas—. Pero solo si prometes no ser tan pesada.

—Prometido.

—Por cierto, Emma… ¡Felicidades! —Me abalancé a su cuello y la abracé antes de plantarle un sonoro beso en la mejilla—. Hoy cumples diecinueve y aún no te había felicitado.

A pesar de mi falsa identidad, el cariño que sentía por Emma era auténtico. Ella era la única persona que había rozado mi corazón dormido en aquella ciudad. Su compañía lograba despertarlo un poquito y crear la breve ilusión de que yo era una chica normal que estudiaba y se divertía en un país extranjero.

Alguien llamó a la puerta con los nudillos, rompiendo ese momento mágico entre las dos.

Antes de abrirla, Emma me estrujó un instante y me devolvió el beso. Sentí un ligero estremecimiento que nada tenía que ver con el momento emotivo o con la temperatura de la habitación. Y, a continuación, un suave cosquilleo en la nuca precedido de una débil corriente en la espalda…

Al soltarme, Emma me miró a los ojos y me dijo algo inquietante:

—¿Sabes?, a veces tengo la sensación de que esta vida tan perfecta no puede durar mucho, —Los últimos acordes de «Gothic Girl» acompañaron sus palabras—. Siento muy cerca ese «mundo oscuro» del que habla la canción. Como si el cielo fuera a desplomarse sobre nosotras en cualquier momento.

Predicciones

A
quel jueves, James y Miles trajeron unas galletas de miel para el té. Nada más probarlas tuve un mal presentimiento, pero decidí no darle importancia.

Me sentía tan bien con mis nuevos amigos que a veces me olvidaba de los motivos reales que me habían empujado a mi exilio en Londres. Entre esas cuatro paredes, forradas con pósteres de bandas góticas de las que jamás había oído hablar, como los O.Children, me sentía extrañamente protegida.

Aquella estancia era la habitación individual más grande de la residencia. Pero a falta de más plazas donde acomodarme, y dada mi insistencia, la dueña había decidido convertirla en una doble, aunque con ello fastidiara a la huésped más problemática del edificio.

Mientras Emma servía el té, recordé el día en que por fin nos hicimos amigas. Al principio, mi compañera de cuarto se había esforzado en ponérmelo difícil. Volvía de pasar las Navidades en Escocia cuando se encontró con la sorpresa de mi presencia. Tuve que acostumbrarme a su indiferencia, al silencio de su voz y al volumen infernal de su música.

Durante esas primeras semanas había echado mucho de menos a mis amigas. Imaginaba a Paula de nuevo en California, pero no me atreví a llamarla. Por un lado, no quería ponerla en peligro, y por otro… ¿qué iba a explicarle? ¿Que me escondía en Londres porque unos hombres de negro querían matarme? ¿Que me había enamorado de un chico de más de cien años?

Berta era la única persona con la que podía hablar de esos temas… Pero ni siquiera sabía en qué lugar del mundo se escondía. Tras intercambiar varios e-mails con ella, habíamos dejado de escribirnos por seguridad.

En el fondo, agradecía tener una compañera con la que no tenía que esforzarme en caerle simpática.

Cada una ocupaba su minúsculo espacio e ignoraba a la otra. En los pocos metros que me pertenecían, yo disponía de una cama que cubría con una manta de patchwork y varios cojines, además de un escritorio. Se suponía que la mitad de su armario era para mí, pero nunca me atreví a reclamarlo, así que guardaba mis pocas prendas en un arcón antiguo que había rescatado de la calle y que me recordaba al baúl que Bosco tenía en su cueva.

Sobre el cabezal había colgado una acuarela. Era un bosque brumoso con la imagen de un ciervo corriendo entre los árboles. La había comprado en una tienda de antigüedades no solo por el paisaje, que me recordaba a Colmenar, sino también porque me reconocía en los ojos asustados de aquel animal.

La lámina solo había durado unas horas en la pared. Aprovechando mi ausencia, Emma la había sustituido por una foto del cantante de Tokio Hotel. No dije nada ante aquella provocación, pero al día siguiente, cuando ella se fue a clase, me dediqué a descolgar sus pósteres y a pintar la habitación de negro. Luego me vestí del mismo color, me maquillé como una chica emo y la esperé desafiante en mi cama.

Emma permaneció varios segundos boquiabierta al descubrir las paredes.

Después, nuestras miradas se retaron un instante antes de estallar en una carcajada compartida.

No era la reacción que esperaba. Con aquel gesto intentaba decirle que yo también podía marcar territorio y que era más dura de lo que ella imaginaba… Pero aquella demostración de locura había impresionado positivamente a Emma.

Ese mismo día, alertada por alguna compañera de pasillo, la directora del centro se personó en nuestra habitación.

—¿Quién demonios ha hecho esto? —Ninguna de las dos abrió la boca—. Más vale que mañana estas paredes luzcan más blancas que nunca, o de lo contrario… ya os podéis ir buscando otro agujero en el que meteros.

Tuve que aplicar varias capas de pintura para que las paredes recobraran su aspecto. Al cabo de unos días, cuando regresé de clase, encontré de nuevo mi acuarela sobre el cabezal de la cama. Supuse que aquello significaba que ya éramos amigas.

—¿Qué tiene de especial ese bosque para que te rebotaras de aquella manera? —me preguntó Emma semanas después.

Traté de inventarme alguna historia razonable, pero solo conseguí que mis ojos se pusieran vidriosos.

El pasado que me había inventado sobre Alicia la había conmovido hasta el punto de incluirme en algunos planes con su novio, como tomar el té juntos todos los jueves. Desde hacía algunas semanas, Miles invitaba a su amigo James con la esperanza de que nuestro trío particular se convirtiera en doble pareja.

Las risas de los dos chicos me devolvieron de nuevo al presente.

Sonreí tratando de engancharme a su conversación. Estaban sentados en mi cama y discutían sobre el mercadillo de Camden Town, donde hacía años que solo se vendía bazofia para turistas, aseguraba James recostado sobre varios cojines.

Mientras Emma servía el té, recordé las palabras que había pronunciado esa misma tarde. ¿Qué había querido decir con eso de que el cielo iba a desplomarse sobre nosotras?

—¿Le pasa algo a Alice? —Aunque Miles se dirigía a su novia, lo dijo en voz alta para que pudiera oírle—. Está muy callada esta tarde.

—Creo que la he asustado con mis predicciones apocalípticas. Estábamos escuchando «Gothíc Girl» y se me ha ido un poco la olla… —

Emma resopló—. Pero hoy cumplo diecinueve y no quiero caras largas.

—Solo estoy algo pensativa… —me excusé.

—Entonces, un penique por tus pensamientos —dijo James divertido antes de llenar de nuevo su taza y sentarse a mi lado en la cama de Emma. Nuestras rodillas se rozaron unos segundos antes de que yo apartara algo cohibida la mía.

—Pensaba en cómo será nuestra vida dentro de unos años.

Mis nuevos amigos se miraron un instante divertidos, mientras trataban de imaginar cómo afectaría a cada uno el paso del tiempo.

La primera en hablar fue Emma.

—Propongo un juego: que cada uno visualice al que tiene a su derecha dentro de diez años. Hay que decir lo primero que se nos ocurra, sin pensarlo mucho. Creo que es así como funcionan las predicciones.

—¿Quién empieza? —preguntó Miles sin dejar de mirarme a los ojos.

—Yo misma —contestó Emma sacudiéndose las migas de galleta de las manos—. Y puesto que tú, James, estás a mi derecha… Déjame ver… —Sonrió y puso los ojos en blanco.

Miles se echó a reír y dijo con tono solemne:

—Atención, chicos, la pitonisa Emma va a hablar.

—¡Tómatelo en serio! —le regañó su novia medio en broma—. Está en juego nuestro futuro.

—Vamos, Emma. Estoy esperando tu predicción —le rogó James divertido.

—Veo un fuego —comenzó ella entornando los párpados.

—¡El pobre James ardiendo en el infierno! —bromeó su novio.

—No. Es el fuego de una chimenea que calienta una acogedora casa de campo en Lake District. Hay una alfombra de lana en el suelo y obras de arte en las paredes. Tú estás sentado en un sillón y sostienes un bebé de piel blanca y ojos verdes en tu regazo. —La mirada de Emma buscó la mía.

Noté cómo mis mejillas se encendían ante aquella alusión al color de mi tez y mis pupilas.

—Me gusta. —James se recreó un instante en aquella visión sin dejar de mirarme a los ojos.

—Te toca, James —dijo Miles dándole un suave codazo—. A ver dime, cómo será mi vida.

—Fácil. En diez años, mi querido amigo, habrás ganado tanto dinero en la bolsa que te habrás retirado. Te veo viviendo en un bungalow de las Maldivas, pescando, haciendo el amor y contemplando las puestas de sol.

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