Read El hombre unidimensional Online
Authors: Herbert Marcuse
Una vez más, la enajenación de la totalidad absorbe las enajenaciones particulares y convierte los crímenes contra la humanidad en una empresa racional. Cuando las personas, debidamente estimuladas por las autoridades públicas y privadas, se preparan para una vida de movilización total, son sensibles a ella no sólo debido al enemigo presente, sino también por las posibilidades de inversión y empleo en la industria y la diversión. Incluso los cálculos más insensatos son racionales: la aniquilación de cinco millones de hombres es preferible a la de diez millones, veinte millones y así por el estilo. Es inútil alegar que una civilización que justifica su defensa mediante tales cálculos proclama su propio final.
Bajo estas circunstancias, incluso las libertades y escapes existentes encuentran lugar dentro de la totalidad organizada. En esta etapa del mercado reglamentado, la competencia, ¿alivia o intensifica la carrera hacia cada vez mayores y más rápidos cambios y superaciones? Los partidos políticos, ¿están compitiendo por la pacificación o por una industria del armamento cada vez más fuerte y más cara? La producción de «opulencia», ¿promueve o retarda la satisfacción de necesidades vitales no cubiertas todavía? Si las primeras alternativas son ciertas, la forma contemporánea del pluralismo fortalecerá el potencial de contención del cambio cualitativo y así impedirá antes que impulsará la «catástrofe» de la autodeterminación. La democracia aparecerá como el sistema más eficaz de dominación.
La imagen del Estado de bienestar esbozada en los párrafos precedentes es la de una deformidad histórica situada entre el capitalismo organizado y el socialismo, la servidumbre y la libertad, el totalitarismo y la felicidad. Su posibilidad está claramente indicada por las tendencias prevalecientes del progreso técnico y claramente amenazada por fuerzas explosivas. La más poderosa, por supuesto, es el peligro de que la preparación para la guerra nuclear total pueda convertirse en su realización: la disuasión también sirve para disuadir los esfuerzos por eliminar la
necesidad
de la disuasión. Otros elementos que están en juego pueden impedir la placentera unión del totalitarismo y la felicidad, la manipulación y la democracia, la heteronomía y la autonomía, en una palabra: la perpetuación de la armonía preestablecida entre conducta organizada y espontánea, pensamiento precondicionado y libre, conveniencia y convicción.
Incluso el capitalismo más altamente organizado conserva la necesidad social de la apropiación y distribución privada de los beneficios como la forma de regulación de la economía. Esto es, la realización del interés general sigue ligada a la de los intereses particulares. Al hacerlo, sigue enfrentándose con el conflicto entre la creciente potencialidad para pacificar la lucha por la existencia y la necesidad de intensificar esta lucha; entre la «abolición del trabajo» progresiva y la necesidad de preservar el trabajo como la fuente de ganancia. El conflicto perpetúa la existencia inhumana de aquellos que forman la base humana de la pirámide social: los seres marginales y los pobres, los sin empleo y los inempleables, las razas de color perseguidas, los internados en prisiones e instituciones para enfermos mentales.
En las sociedades comunistas contemporáneas, el enemigo exterior, el retraso y la herencia de terror perpetúan las características opresivas en el camino que lleva a «alcanzar y superara los logros del capitalismo. La prioridad de los medios sobre el fin se agrava de este modo —prioridad que sólo puede romperse si se logra la pacificación—, y el capitalismo y el comunismo siguen compitiendo sin fuerza militar, en una escala global y mediante instituciones globales. La pacificación significaría la aparición de una auténtica economía mundial: el fin del Estado nacional, del interés nacional, de los negocios nacionales junto con sus alianzas internacionales. Y ésta es precisamente la posibilidad contra la cual el mundo actual está movilizado:
La ignorancia y la inconsciencia son tales que los nacionalismos continúan floreciendo. Ni el armamento ni la industria del siglo xx permiten a las
patrias
afirmar su seguridad y su vida sino como conjuntos organizados de peso mundial, en el orden militar y económico. Pero ni en el Oeste ni en el Este, las creencias colectivas asimilan los cambios reales. Los grandes forman sus imperios, o reparan las arquitecturas de éstos, sin aceptar los cambios de régimen económico y político que darían eficacia y sentido tanto a una como a la otra coalición.
Y
Engañadas por la nación y engañadas por la clase, las masas sufrientes son por doquier comprometidas en las asperezas de conflictos en que sus únicos enemigos son los amos que emplean conscientemente las mistificaciones de la industria y del poder.
La colusión de la industria moderna y del poder territorializado es un vicio cuya realidad es más profunda que las instituciones y las estructuras capitalistas y comunistas y que ninguna dialéctica necesaria debe necesariamente extirpar.
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Esta inevitable interdependencia de los dos únicos sistemas sociales «soberanos» en el mundo contemporáneo expresa el hecho de que el conflicto entre el progreso y la política, entre el hombre y sus dominadores se ha hecho total. Cuando el capitalismo se enfrenta con el reto del comunismo, se enfrenta con sus propias capacidades: un espectacular desarrollo de todas sus fuerzas productivas tras la subordinación de todos los intereses privados de lucro que detienen tal desarrollo. Cuando el comunismo se enfrenta con el reto del capitalismo, también se enfrenta con sus propias capacidades: comodidades espectaculares, libertades y una vida menos penosa. Ambos sistemas tienen estas capacidades deformadas más allá del reconocimiento y, en ambos casos, la razón en último término es la misma: la lucha contra una forma de vida que disolvería la base de la dominación.
Una vez discutida la integración política de la sociedad industrial avanzada, un logro hecho posible por la creciente productividad tecnológica y la cada vez más amplia conquista del hombre y la naturaleza, nos ocuparemos de la integración correspondiente en el campo de la cultura. En este capítulo, algunas nociones e imágenes claves de la literatura y su destino ilustrarán cómo el progreso de la racionalidad tecnológica está anulando los elementos de oposición y los trascendentes en «alta cultura». Éstos sucumben de hecho al proceso de
desublimación
que prevalece en las regiones avanzadas de la sociedad contemporánea.
Los logros y los fracasos de esta sociedad invalidan su alta cultura. La celebración de la personalidad autónoma, del humanismo, del amor trágico y romántico parecen ser el ideal de una etapa anterior del desarrollo. Lo que se presenta ahora no es el deterioro de la alta cultura que se transforma en cultura de masas, sino la refutación de esta cultura por la realidad. La realidad sobrepasa su cultura. El hombre puede hacer hoy
más
que los héroes y semidioses de la cultura; ha resuelto muchos problemas insolubles. Pero también ha traicionado la esperanza y destruido la verdad que se preservaban en las sublimaciones de la alta cultura. Desde luego, la alta cultura estuvo siempre en contradicción con la realidad social, y sólo una minoría privilegiada gozaba de sus bienes y representaba sus ideales. Las dos esferas antagónicas de la sociedad han coexistido siempre; la alta cultura ha sido siempre acomodaticia, mientras que la realidad se veía raramente perturbada por sus ideales y verdades.
El nuevo aspecto actual es la disminución del antagonismo entre la cultura y la realidad social, mediante la extinción de los elementos de oposición, ajenos y trascendentes de la alta cultura, por medio de los cuales constituía
otra dimensión
de la realidad. Esta liquidación de la cultura
bidimensional
no tiene lugar a través de la negación y el rechazo de los «valores culturales», sino a través de su incorporación total al orden establecido, mediante su reproducción y distribución en una escala masiva.
De hecho, estos «valores culturales» sirven como instrumentos de unión social. La grandeza de un arte y una literatura libres, los ideales del humanismo, las penas y alegrías del individuo, la realización de la personalidad, son aspectos importantes en la lucha competitiva entre el Este y el Oeste. Estos aspectos hablan gravemente contra las formas actuales del comunismo y son diariamente administrados y vendidos. El hecho de que contradigan a la sociedad que los vende no cuenta. Del mismo modo que la gente sabe o siente que los anuncios y los programas políticos no tienen que ser necesariamente verdaderos o justos y sin embargo los escuchan y leen e incluso se dejan guiar por ellos, aceptan los valores tradicionales y los hacen parte de su formación mental. Si las comunicaciones de masas reúnen armoniosamente y a menudo inadvertidamente el arte, la política, la religión y la filosofía con los anuncios comerciales, al hacerlo conducen estos aspectos de la cultura a su común denominador: la forma de mercancía. La música del espíritu es también la música del vendedor. Cuenta el valor de cambio, no el valor de verdad. En él se centra la racionalidad del
statu quo
y toda racionalidad ajena se inclina ante él.
Conforme las grandes palabras de libertad y realización son pronunciadas por los líderes de las campañas y los políticos, en las pantallas de la televisión, las radios y los escenarios, se convierten en sonidos sin sentido que lo adquieren sólo dentro del contexto de la propaganda y los negocios, la disciplina y el descanso. Esta asimilación de lo ideal con la realidad prueba hasta qué punto ha sido sobrepasado el ideal. Ha sido rebajado desde el sublimado campo del alma, el espíritu o el hombre interior, hasta los problemas y términos operacionales. Estos son los elementos progresivos de la cultura de masas. La perversión señala el hecho de que la sociedad industrial avanzada se enfrenta a la posibilidad de una materialización de los ideales. Las capacidades de esta sociedad están reduciendo progresivamente el campo sublimado en el que la condición del hombre era representada, idealizada y denunciada. La alta cultura se hace parte de la cultura material. En esta transformación, pierde gran parte de su verdad.
La alta cultura de Occidente —cuyos valores morales, estéticos e intelectuales todavía profesa la sociedad industrial— era una cultura pretecnológica en un sentido tanto funcional como cronológico. Su validez se derivaba de la experiencia de un mundo que ya no existe, que ya no puede ser recuperado, porque es invalidado en un sentido estricto por la sociedad tecnológica. Más aún, en un alto grado permanecía como una cultura feudal, incluso cuando el período burgués le dio algunas de sus formulaciones más duraderas. Era feudal, no sólo porque estaba confinada a las minorías privilegiadas, no sólo por sus elementos románticos inherentes (que serán discutidos en seguida), sino también porque sus obras auténticas expresaban una alienación consciente y metódica de toda la esfera de los negocios y la industria y de su orden previsible y provechoso.
Mientras este orden burgués encontró su rica —e incluso afirmativa— representación en el arte y la literatura (como en los pintores holandeses del siglo XVII, en el
Wilhelm Meister
de Goethe, en la novela inglesa del siglo XIX, en Thomas Mann), permaneció como un orden que era sobrepasado, roto, refutado por otra dimensión que era irreconciliablemente antagonista del orden de los negocios, atacándolo y negándolo. Y en la literatura, esta otra dimensión
no
es representada por los héroes religiosos, espirituales, morales (que a menudo sostienen el orden establecido), sino más bien por los caracteres perturbadores como el artista, la prostituta, la adúltera, el gran criminal, el proscrito, el guerrero, el poeta rebelde, el demonio, el loco —por aquellos que no se ganan la vida, o al menos no lo hacen de un modo ordenado y normal.
Desde luego estos personajes no han desaparecido en la literatura de la sociedad industrial avanzada, pero sobreviven transformados esencialmente. La vampiresa, el héroe nacional, el
beatnik
, la esposa neurótica, el
gangster
, la estrella, el magnate carismático representan una función muy diferente e incluso contraria a la de sus predecesores culturales. Ya no son imágenes de otra forma de vida, sino más bien rarezas o tipos de la misma vida, que sirven como una afirmación antes que como una negación del orden establecido.
Ciertamente, el mundo de sus predecesores era un mundo anterior, pretecnológico, un mundo con la buena conciencia de la desigualdad y el esfuerzo, en el que el trabajo era todavía una desgracia del destino; pero un mundo en el que el hombre y la naturaleza todavía no estaban organizados como cosas e instrumentos. Con su código de formas y costumbres, con el estilo y el vocabulario de su literatura y su filosofía, esta cultura pasada expresaba el ritmo y el contenido de un universo en el que valles y bosques, pueblos y posadas, nobles y villanos, salones y cortes eran parte de la realidad experimentada. En el verso y la prosa de esta cultura pretecnológica está el ritmo de aquellos que peregrinan o pasean en carruajes, que tienen el tiempo y el placer de pensar, de contemplar, de sentir y narrar.
Es una cultura retrasada y superada, y sólo los sueños y las regresiones infantiles pueden recuperarla. Pero esta cultura es también, en alguno de sus elementos decisivos, una cultura
postecnológica
. Sus imágenes y posiciones más avanzadas parecen sobrevivir a su absorción dentro de las comodidades y los estímulos administrados; siguen seduciendo a la conciencia con la posibilidad de su renacimiento en la consumación del progreso técnico. Son expresión de esa libre y consciente alienación de las formas establecidas de vida con las que la literatura y el arte se oponían a esas formas, incluso cuando las adornaban.
En contraste con el concepto marxiano, que denota la relación del hombre consigo mismo y su trabajo en la sociedad capitalista, la alienación
artística
es la trascendencia consciente de la existencia alienada: un «nivel más alto» o una alienación mediatizada. El conflicto con el mundo del progreso, la negación del orden de los negocios, los elementos antiburgueses en la literatura y el arte burgués no se deben ni al bajo nivel estético de este orden ni a una reacción romántica: la consagración nostálgica de una etapa desaparecida de la civilización. «Romántico» es un término de difamación condescendiente que se aplica fácilmente a las difamadas posiciones de vanguardia, del mismo modo que el término «decadente» muchas veces denuncia los elementos genuinamente progresivos de una cultura moribunda, en lugar de los factores reales de la decadencia. Las imágenes tradicionales de la alienación artística son en verdad románticas en tanto que están en incompatibilidad estética con la sociedad en desarrollo. Esta incompatibilidad es la clave de su verdad. Lo que ellos recogen y preservan en la memoria pertenece al futuro: imágenes de una gratificación que disolvería la sociedad que la suprime. La gran literatura y el arte surrealista de los años veinte y treinta han recapturado todavía estas imágenes en su función subversiva y liberadora. Ejemplos tomados al azar del vocabulario literario básico pueden indicar el rango y el valor de estas imágenes y la dimensión que revelan: Alma, Espíritu y Corazón;
la re-cherche de l'absolu, Les Fleurs du mal, la femme-en-fant
; el Reino del Mar,
Le Bateau ivre
y la
Long-leg-ged Bait; Ferne
y
Heimat
; pero también el demonio del ron, el demonio de la máquina y el demonio del dinero; Don Juan y Romeo; el Maestro Constructor y Cuando los muertos despertemos.