Cogió el primer objeto, una caja de madera de unos quince centímetros de larga, diez de ancha y cinco de fondo. Mostraba unos coloridos jeroglíficos en la parte superior y en los lados. Levantó la tapa y viouna estatuilla con forma de momia.
—¿Sabéis qué es esto? —preguntó enseñando la caja al equipo de televisión.
—Un
ushabti
—dijo Leslie.
—Muy bien. ¿Sabes lo que es un
ushabti
?
—Un objeto portador de buena suerte que se dejaba en las tumbas egipcias.
—No exactamente —la corrigió tocando la estatuilla—. Se suponía que representaba al mayordomo del difunto, alguien que trabajaría para él en la otra vida.
—Una cosa es saber qué es y otra poder leer lo que hay escrito —intervino Neil.
—Es parte del capítulo sexto del
Libro de los muertos
—le informó al tiempo que estudiaba las inscripciones, pues no quería dar por sentado nada, en caso de que alguien hubiese alterado las palabras. Pero todo parecía estar en su sitio. Leyó el jeroglífico con facilidad—: «¡Oh,
ushabti
de N! Si soy llamado, si soy designado para hacer todos los trabajos que se hacen ha-bitualmente en el más allá, la carga te será impuesta a ti. Al igual que alguien está obligado a desempeñar un trabajo que le es propio, tú tomarás mi lugar en todo momento para cultivar los campos, irrigar las riberas y para transportar las arenas de Oriente a Occidente. "Heme aquí", dirás tú, figurilla».
Leslie comprobó su libreta y se la entregó a Neil.
—Ha acertado una —aceptó Neil devolviéndosela—. También podía saberse ese pasaje de memoria.
Lourds pasó al siguiente objeto, una réplica de un papiro escrito en copto, que le resultó muy familiar.
—Pertenece al documento codificado que traduje.
—Así es —corroboró Leslie—. Y como no existe versión en audiolibro, he pensado que estaría bien oír una presentación oral.
—¿Es esa historia de pervertidos de la que me hablaste? —preguntó Neil.
—Sí —contestó Leslie sin apartar la vista de Lourds.
«¿Así que me está retando?», pensó Lourds, que empezaba a divertirse y quería saber hasta dónde le dejaría llegar. Había tenido que presentar su trabajo unas cuantas veces ante diferentes comités, incluido uno en la casa del decano, para celebrar la aprobación de su traducción. Su lectura, efectuada con una habilidad de orador adquirida durante sus años como enseñante, había sido un éxito y había dejado a los académicos cotilleando. Si Leslie creía que unas simples palabras podían hacerle pasar vergüenza o amedrentarlo, estaba muy equivocada.
Leyó la primera sección del documento y después la tradujo. Leslie le hizo callar antes de que la primera sesión de juegos de estimulación erótica empezara a ponerse seria.
—Vale, conoces el texto. Pasa al siguiente —le pidió sonrojándose.
—¿Estás segura? Es algo que conozco muy bien. —No especificó si se refería al texto o a la técnica que explicaba. En su tono de voz había tanto desafío como en el de ella.
—Estoy segura. No quiero que los peces gordos de la cadena se pongan nerviosos.
—¡Jo, tío! —exclamó Neil sonriendo de oreja a oreja—. ¡Es guay! No sabía que el porno pudiera sonar tan… guarro.
Lourds no se preocupó por corregir su tergiversación del texto. No estaba pensado para ser porno, no exactamente. Era más como el diario de las experiencias de un escritor, un recuerdo de su pasado. Pero leído en voz alta, cambiaba. Cuando los oyentes escuchaban ciertas palabras, esas palabras y su significado se volvían subjetivos; para la persona que lo escribió eran simplemente la vida y el momento. Para Neil, seguramente, era porno.
El tercer objeto era etíope, estaba escrito en ge'ez, escritura abugida. Eran grafemas transcritos en signos, que mostraban consonantes con vocales insertadas arriba y abajo. Además de en Etiopía, también los utilizaban algunas tribus de indios canadienses, como los algonquinos, los athabascas y los inuits, y la familia de lenguas brahmánicas del sur y sureste de Asia, del Tíbet y de Mongolia. Se había extendido por Oriente hasta Corea. El objeto era un trozo de colmillo de elefante, utilizado por un comerciante para relatar su viaje a lo que entonces se conocía como el Cuerno de África. Por lo que pudo ver, era un regalo para el hijo mayor, un indicador y un desafío para que llegara más lejos y se atreviera más de lo que había hecho su padre.
Evidentemente, su traducción se correspondía con lo que Leslie tenía apuntado, porque no dejó de asentir mientras leía.
El cuarto objeto atrajo su atención. Era una campana de cerámica, seguramente utilizada en tiempos por un sacerdote o chamán para llamar a la oración o anunciar algo. Estaba dividida en dos secciones: en la parte de arriba había un badajo; en la inferior, un receptáculo para guardar hierbas. Olía ligeramente a jengibre, lo que quería decir que lo habían utilizado recientemente. El aro de la parte superior hacía pensar que podía llevarse colgado del cayado de algún pastor o de alguna vara de forma similar. Tenía el aspecto bruñido de un objeto que se había utilizado y cuidado durante siglos, quizás un milenio. El receptáculo podría haber servido para llevar aceite y servir de linterna.
La inscripción diferenciaba por completo aquella campana del resto de los objetos que tenía delante. De hecho, lo más fascinante de ella era lo que había escrito a su alrededor.
No pudo leerlo. No sólo eso, no había visto nada parecido en toda su vida.
Gallardo bajó del coche en el callejón que había detrás del edificio en el que los miembros del equipo de televisión habían alquilado unas habitaciones. Fue rápidamente hacia la parte trasera del vehículo, seguido de Faruk y DiBenedetto.
Pietro abrió el maletero desde dentro. La tapa se elevó lentamente y dejó ver unas bolsas de lona. Gallardo abrió la de arriba y sacó una Heckler amp; Koch MP5. Le puso un silenciador especialmente adaptado para esa arma, al tiempo que Cimino se unía a ellos.
Aquel tipo era un hombre grueso y rechoncho que pasaba mucho tiempo en el gimnasio. Su droga favorita eran los esferoides; su adicción, dolorosamente cercana al abuso, lo mantenía en un precario estado de salud y cordura. Llevaba afeitada la cabeza y unas gafas de sol de piloto le dividían la cara.
—¿Están dentro? —preguntó Gallardo.
—Sí —contestó Cimino cogiendo un arma.
—¿Seguridad?
—Sólo la del edificio, no mucha —aseguró Cimino poniendo un silenciador con consumada habilidad.
—Me parece bien. —Faruk cogió una pistola automática y la metió en una bolsa que llevaba colgada al hombro.
—¡En marcha! —exclamó Gallardo sintiendo un excitante cosquilleo en el estómago al anticipar el éxito que estaba seguro iban a tener. Dio un golpecito a la bolsa antes de entrar en el edificio.
Con la sensación de que le estaban jugando una mala pasada, Lourds examinó con mayor detenimiento aquella escritura, pensando que quizá la habían grabado hacía poco para engañarle, lo que habría sido una locura, pues habría mermado su enorme valor. Si se trataba de una falsificación, era una obra maestra. La inscripción era suave al tacto. En algunas partes estaba tan desgastada que incluso se había borrado.
Sí, si era falsa, era muy buena.
Siguiendo su instinto, Lourds buscó en la mochila y sacó un lápiz de mina blanda y un bloc de hojas de papel cebolla para calcar. Puso una hoja sobre la campana y pasó el lápiz por encima para obtener una imagen en negativo de la inscripción.
—¿Qué haces? —preguntó Neil.
Lourds no hizo caso de la pregunta, absorto en el acertijo que tenía delante. Sacó una pequeña cámara digital de la mochila e hizo fotos desde todos los ángulos. El
flash
, cuando se fotografiaba cerámica lisa, no siempre captaba las marcas poco profundas. Por eso había utilizado el lápiz primero.
Estaba abstraído y no se dio cuenta de que Leslie se había acercado y estaba al otro lado del escritorio.
—¿Qué sucede? —le preguntó.
—¿De dónde has sacado esto? —respondió dando vueltas a la campana entre las manos. El badajo golpeó suavemente el lateral.
—De una tienda.
—¿Qué tienda?
—Una tienda de antigüedades. La de su padre —explicó indicando con la cabeza hacia el hombre que estaba apoyado contra la pared y que parecía preocupado.
Lourds lo miró fijamente, no le gustaba que jugasen con él, si eso era lo que estaban haciendo, claro está. Aunque estaba casi convencido de que no se trataba de una broma. Era demasiado rebuscado. La campana parecía real.
—¿De dónde procede? —preguntó Lourds en árabe.
—Era de mi padre —aclaró amablemente—. La señorita pidió que pusiéramos algo muy antiguo con el resto de los objetos. Para probarlo mejor, dijo. Mi padre y yo le dijimos que tampoco podíamos leer lo que había escrito en la campana, así que no sabíamos lo que decía. —Vaciló—. La señorita dijo que estaba bien.
—¿Dónde consiguió su padre la campana?
El hombre meneó la cabeza.
—No lo sé. Lleva muchos años en la tienda. Me dijo que nadie había sido capaz de explicarle qué era.
Lourds se volvió hacia Leslie y cambió de idioma.
—Me gustaría hablar con ese hombre y ver la tienda de donde procede la campana.
—Bueno, supongo que podremos arreglarlo. ¿Qué sucede? —preguntó sorprendida.
—No puedo leerlo —aseguró, y volvió a mirar la campana sin creer aún lo que sabía que era verdad.
—No pasa nada —lo tranquilizó Leslie—. No creo que nadie piense realmente que eres capaz de leer todas esas lenguas. Sabes muchas otras. La gente que ve nuestro programa se quedará igualmente impresionada. Yo lo estoy.
Lourds se esforzó por mostrarse paciente. Leslie no entendía el problema.
—Soy una autoridad en las lenguas que se hablan aquí. La civilización que conocemos comenzó en algún lugar no muy lejano. Las lenguas que se hablaban, sigan vivas o hayan desaparecido, me son tan familiares como la palma de mi mano. Con lo cual, esta escritura debería pertenecer a alguna de las lenguas altaicas: turco, mongol o tungúsico. —Se tiró de la perilla, tal como hacía cuando estaba nervioso o desconcertado, se percató de que lo estaba haciendo y se frenó.
—Me temo que no sé de lo que me estás hablando.
—Es una familia de lenguas que abarcaba toda esta zona —le explicó—. Es de donde nacieron el resto. A pesar de que el tema sigue provocando controversia entre los lingüistas. Algunos creen que la lengua altaica procede de una heredada genéticamente: palabras, ideas y quizás hasta símbolos que están escritos en algún lugar de nuestro código genético.
—¿La genética influye en la lengua? Es la primera vez que oigo algo parecido —confesó Leslie sorprendida arqueando una ceja.
—Ni tendrías por qué. Yo no creo que sea cierto. Hay una razón mucho más sencilla para explicar por qué las lenguas de aquel tiempo compartían tantos rasgos —aseguró más calmado—. Toda esa gente, con sus distintas lenguas, vivían muy cerca unos de otros. Comerciaban entre ellos y querían cosas muy parecidas. Necesitaban palabras comunes para hacerlo.
—Algo así como el
boom
de los ordenadores e Internet, ¿no? —intervino Leslie—. La mayoría de los términos de la informática están en inglés porque Estados Unidos desarrolló gran parte de la tecnología y otros países utilizan esas palabras porque en sus idiomas no hay vocablos para describir esos componentes y esa terminología.
Lourds sonrió, seguro que había sido muy buena estudiante.
—Exactamente. Muy buena analogía, por cierto.
—Gracias.
—Esa teoría se llama
sprachbund
.
—¿Qué es el
sprachbund
? —preguntó Leslie volviéndose hacia el catedrático.
—Es el área de convergencia de un grupo de personas que acaban compartiendo parcialmente una lengua. Cuando se hicieron las Cruzadas, durante las batallas entre cristianos y musulmanes, la lengua y las ideas iban de un lado al otro tanto como las flechas y los mandobles. Esas guerras tenían tanto que ver con la expansión del mercado como con asegurar Tierra Santa.
—¿Me estás diciendo que acabaron intercambiando las lenguas?
—Sí, en parte, la gente que guerreaba o comerciaba. Aún seguimos acarreando la historia de ese conflicto en nuestro idioma. Palabras como «asesino», «azimut», «algodón», incluso «cifrar» y «descifrar». Provienen de la palabra árabe «sifr», que es el número cero. El símbolo cero fue muy importante en muchos códigos. Pero este objeto no comparte nada con las lenguas nativas de esta zona, o con ninguna que haya oído o visto. —Levantó la campana—. En aquellos tiempos, los artesanos, sobre todo los que escribían y hacían anotaciones, formaban parte de esa
sprachbund
. Era lógico. Pero esta campana… —Meneó la cabeza—. Es muy rara. No sé de dónde proviene. No es una copia, no da esa sensación, es un objeto que proviene de algún otro lugar que no es Oriente Próximo.
—¿De dónde, pues?
Lourds suspiró.
—Ése es el problema. No lo sé. Y debería saberlo.
—¿Crees que hemos hecho un hallazgo importante? —preguntó Leslie con un brillo de entusiasmo en los ojos.
—Un hallazgo o una aberración —concedió Lourds.
—¿Qué quieres decir?
—La inscripción en esa campana podría ser… una patraña, por así decirlo. Una tontería para decorarla.
—¿No te habrías dado cuenta si ése fuera el caso? ¿No sería fácil reconocerlo?
Lourds arrugó el entrecejo. Lo había pillado. Incluso un lenguaje artificial requiere una base lógica. Y, como tal, debería de haberlo descubierto.
—¿Y bien? —le apremió.
—Sí, parece auténtica.
Leslie volvió a sonreír. Se inclinó hacia la campana y la miró fijamente.
—Si realmente está escrito en una lengua desconocida, entonces se trata de un hallazgo increíble.
Antes de que Lourds pudiera decir nada, la puerta se abrió de par en par. Unos hombres armados irrumpieron en la habitación y los apuntaron con armas.
—¡Quieto todo el mundo! —gritó uno de ellos con acento extranjero.
Todos obedecieron.
Lourds pensó que tenía acento italiano.
Los cuatro hombres armados avanzaron. Utilizaron los puños y las armas para obligar al equipo de televisión a arrojarse al suelo. Todos se encogieron de miedo y permanecieron quietos.
Uno de ellos, el portavoz, cruzó la habitación a grandes zancadas y cogió a Leslie por el brazo.