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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

El Consuelo (58 page)

Su perfil, para Anouk, y el de Kate, para él
.
Esbozo rápido. No se atrevía a dibujarla demasiado tiempo
.
Pasaba olímpicamente de los discursos de las trabajadoras sociales
.

 

Vino el propio Alexis a recoger a sus niños
.

¿¡Charles!? Pero ¿qué haces aquí?

Ingeniería
offshore...

Pero... ¿hasta cuándo te quedas?

Depende... Si encontramos petróleo en el fondo del río, entonces me imagino que todavía me quedaré un tiempecito más...

¡Pues ven a cenar a casa algún día!

 

Y Charles, el amable Charles, contestó que no
.
Que no le apetecía
.

 

Mientras Alexis se alejaba pagando con sus hijos la humillación recibida, pero ¿qué son todas esas marcas que tenéis en los muslos? ¿Qué va a decir mamá?, y mira tu traje de baño, tiene un
agujero,
y
¿dónde
has
puesto los
calcetines?, y que si esto no está
bien y que lo de más allá
tampoco, Charles se volvió y se dio cuenta de que Kate lo había oído. Todavía no me ha contado su historia..., decía su mirada
.

Tengo una botella de Port Ellen en mi maletín

le contestó él
.

¿En serio?
—Yes.
Kate se volvió a poner las gafas sonriendo
.

 

Nunca se había bañado, y mucho menos se había puesto en bañador
.
Los había engañado bien...
Llevaba largas camisas de algodón, con aberturas en los faldones hasta las caderas y a las que siempre les faltaban varios botones... No la dibujaba a ella, pero sí lo que había detrás de ella para poder mirarla tranquilamente. Muchos dibujos de esas páginas se apoyan, pues, sobre su piel. Mirad bien el primer plano, siempre se ve un trozo de rodilla, un pedazo de hombro o su mano apoyada en la barandilla...
¿Y ese chico guapo de ahí?
No, no es Ken. Es su
boy-friend
de mil novecientos años
.

 

Las dos páginas siguientes están arrancadas
.
Eran los mismos dibujos del embarcadero y la tirolina, pero pasados a limpio y rigurosamente acotados
.
Para Yacine, que los había mandado a la redacción de la revista
Ciencias y Vida júnior
para la sección «Concurso de innovaciones
».

Mira...

le dijo una noche, trepando hasta su regazo
.

Oh, no

gimió Samuel
—,
otra vez con eso, qué pesado... Hace dos años que nos da la vara con esa historia...
Y como Charles, como de costumbre, no entendía nada, intervino Kate
.

Todos los meses se precipita sobre esa página para saber qué pequeño genio a la fuerza menos listo que él se ha llevado los mil euros...

Mil euros...

repitió el eco

y siempre es una birria lo que inventan... Mira, Charles, hay que enviar

le cogió la revista de las manos
— «
el prototipo de un invento original, útil, ingenioso o incluso divertido. Remitir un dossier con los esquemas y una descripción precisa...». Es exactamente lo que tú has hecho, ¿no crees? ¿Entonces? ¿Qué me dices? ¿Quieres mandarlo?
Habían mandado, pues, las páginas, y ya desde el día siguiente y hasta el final de las vacaciones, Yacine y
Hideous
se precipitarían corriendo cada vez que vieran llegar al cartero
.
El resto del tiempo, se preguntaban lo que harían con tanto dinero...

¡Pues págale una operación de cirugía estética a tu chucho!

se burlaban los celosos
.

 

Unas pocas líneas-Tesoro
, corazón, mi niña mayor, mi pirateadora preferida...
¿Dónde estás? ¿Qué haces? ¿Surfear o ligarte a los surfistas?
Pienso a menudo en...
El borrador termina ahí. Sonó la campana, y, todavía groggy de haber estado pensando en ella, se reunió con los demás dando un rodeo por la colina. El único lugar en el que se podía pillar un poco de satélite a condición de ponerse a la pata coja, con el brazo levantado y contorsionarse hacia el oeste
.
Oyó su voz, su risa, ecos de olas y de piña colada
.
Mathilde le preguntó cuándo se venía él también, pero no escuchó los balbuceos de su padrastro hasta el final. Tenía que irse, la estaban esperando
.
Le mandó un beso y añadió
:

¿Quieres que te pase con mamá?
Dejó de contorsionarse hacia el oeste
.

 

«
Sólo llamadas de emergencia», parpadeaba la pantalla. ¿Qué fingía no comprender esa hija de padres divorciados? ¿Que se había alquilado un pisito de soltero para el verano?
Esa noche bebió poco y se retiró a su mansarda mucho antes del toque de queda
.
Le escribió una larga carta
.
Mathilde,
Esas canciones que no paras de escuchar todos los días...

 

Buscó otro sobre
.
No tenía esperanza alguna de ganar. No había inventado nada original y, por primera vez en su vida, fue del todo incapaz de proporcionar un esquema preciso
.

 

Cuartilla, testuz, barbada, garganta, remos, menudillo, fosas supraorbitarias, no conocía ninguno de estos términos, y, sin embargo, esos dibujos probablemente sean los más bellos de su cuaderno
.

 

Kate se llevó a los turistas de excursión, y él trabajó toda la mañana
.
Almorzó como le habían enseñado, unos cuantos tomates robados de la huerta y un pedazo de queso, y luego se fue a pasear por los lindes con ese libro que Kate le había prestado, un «fantástico tratado de arquitectura...
».
La vida de las abejas
de Maurice Maeterlinck
.

 

Buscaba una bonita perspectiva para ahuyentar su tristeza
.
En efecto, se quedaba pensando hasta cada vez más tarde por la noche, volvía a empezar diez veces sus cálculos y se daba de bruces con sus desniveles del 4 %
.

 

Era un hombre en familia sin familia. Tenía cuarenta y siete años y ya no sabía muy bien dónde situarse en la curva...
¿De modo que había recorrido ya la mitad del camino?
No
.
¿De verdad?
Dios mío...
¿Y ahora? ¿No estaba perdiendo el poco tiempo que le quedaba?
¿Debía marcharse?
¿Adónde?
¿A un apartamento vacío, frente a una chimenea condenada?
¿Cómo era posible? Después de haber trabajado tanto, ¿cómo
era
posible
encontrarse tan
desprovisto de todo a
su edad?
A ver si iba a resultar ahora que la imbécil de Corinne tenía razón...
Como una rata, la había seguido hasta el río. ¿Y ahora qué? ¡Socorro, se ahogaba!

 

Quizá hasta era posible que por las noches se estuviera tirando al señor Barbie mientras él construía sus parcelas de mierda. Y encima le picaba la entrepierna... (Los ácoros de la cosecha.)

 

Se apoyó contra el tronco de un árbol, a la sombra
.
Primera frase
:
«
No tengo intención de escribir un tratado de apicultura o de cría de abejas

Contra todo pronóstico, devoró aquel libro. Era la novela del verano. Tenía todos los ingredientes: la vida, la muerte, la necesidad de vivir, la necesidad de morir, la lealtad, matanzas, la locura, los sacrificios, la fundación de una ciudad, las jóvenes reinas, el vuelo nupcial, la matanza de los machos y el talento genial como constructoras de las hembras. Esa extraordinaria celda hexagonal que
«alcanza desde todos los puntos de vista la perfección absoluta, y [de la] que ni todos los genios reunidos podrían mejorar el más mínimo aspecto».

 

Asintió con la cabeza. Buscó con la mirada las tres colmenas de Rene y releyó uno de los últimos párrafos
:

 

«Y de la misma manera que las abejas llevan escrito en la lengua, la boca y el estómago que tienen que producir miel, también llevamos nosotros escrito en los ojos, los oídos, la médula de nuestros huesos, en todos los lóbulos de nuestro cerebro, en todos los sistemas nerviosos de nuestro cuerpo que hemos sido creados para transformar lo que absorbemos de los frutos de la tierra en una energía particular y de una cualidad única en este planeta. Ningún otro ser, que yo sepa, ha sido diseñado para producir como nosotros ese extraño fluido que llamamos pensamiento, inteligencia, entendimiento, razón, alma, espíritu, potencia cerebral, virtud, bondad, justicia, saber; pues posee mil nombres, aunque sólo tenga una esencia. Todo en nosotros le ha sido sacrificado. Nuestros músculos, nuestra salud, la agilidad de nuestros miembros, el equilibrio de nuestras funciones animales, el sosiego de nuestra vida soportan el esfuerzo cada vez más grande de su preponderancia. Es el estado más valioso y el más difícil al que se pueda elevar la materia. La llama, el calor, la luz, la propia vida y el instinto más sutil que la vida, así como la mayor parte de las fuerzas inasibles que coronaban el mundo antes de nuestra venida palidecieron en contacto con este nuevo efluvio.
»No sabemos adónde nos conduce, lo que hará de nosotros ni lo que haremos nosotros de él.»

 

Caray... pensó, pues sí que estamos apañaos...
Se quedó traspuesto riendo. Estaba totalmente dispuesto a producir ese extraño fluido que requería que le sacrificara sus músculos, la agilidad de sus miembros y el equilibrio de sus funciones animales
.
Qué idiota
.

 

Se despertó con un estado de ánimo del todo distinto. Un caballo, bien grande, bien gordo, terrible, pastaba a menos de un metro de él. Creyó que se iba a desmayar, y lo atenazó una crisis de ansiedad como pocas veces le había ocurrido en su vida
.
No movía un solo músculo, tan sólo parpadeaba cuando una gota de sudor resbalaba sobre sus ojos
.
Al cabo de varios minutos de taquicardia, cogió discretamente su cuaderno, se secó la palma de la mano en la hierba seca y dibujó un punto
.
«
Lo que no comprendan

no dejaba de repetir Charles a sus jóvenes colaboradores
—,
lo que se les escape o los supere, dibújenlo. Aunque sea mal, aunque sea a grandes trazos. Querer dibujar algo es tener que detenerse a observarlo, y observar, ya lo verán, ya es comprender...
»

 

Cuartilla, testuz, barbada, garganta, remos, menudillo, fosa supraorbitaria, ignoraba esas palabras, y la letrita redonda que las escribía al pie de sus dibujos a la acuarela, combados aún por su sudor, era la de Harriet
.

¡Fantástico! ¡Dibujas genial! ¿Me regalas éste? Otra página arrancada más, pues
.

 

Dio un rodeo por el río para enjuagarse la coraza y, frotándose con su camisa húmeda, decidió que aprovecharía la marcha de los demás para desaparecer él también sin que nadie se diera cuenta
.
No trabajaba como es debido y, por preferir, habría preferido que lo ahogara de verdad
.
Esa vida entre dos aguas lo entontecía
.

 

Decidió preparar la cena mientras esperaba a que volvieran y fue al pueblo para hacer algunas compras
.
Aprovechó que estaba de nuevo en tierra civilizada para escuchar sus mensajes
.

 

Marc le exponía brevemente un montón de contrariedades y le pedía que le devolviera la llamada lo antes posible, su madre se quejaba de lo ingrato que era y le describía con todo detalle los problemillas del verano, Philippe quería saber lo que había avanzado en los proyectos y le contaba su reunión con el comité de investigación de Sorensen, y Claire, por fin, le echaba una buena bronca ante el monumento a los caídos por la patria
.

 

¿Recordaba que tenía su coche?
¿Cuándo tenía intención de devolvérselo?
¿Acaso había olvidado que se marchaba la semana siguiente a casa de Paule y de Jacques?
¿Y que era demasiado vieja pelleja para hacer autostop?
¿Por qué estaba ilocalizable?
¿Es que estaba demasiado ocupado follando para pensar en los demás?
¿Era feliz?
¿Eres feliz?
Cuenta
.
Se sentó en una terracita, pidió un vino blanco y pulsó cuatro veces la tecla de rellamada
.
Empezó por lo más desagradable y luego sintió una gran alegría al oír la voz de las personas a las que quería
.
Se le ocurrió una cosa fantástica
.

 

Lamió la cuchara de madera, tapó las cazuelas, puso la mesa canturreando a Jacques Brel y su
Ne me quitte pas, «on a vu souvent rejaillir le feu d'un anden volcan qu'on croyait trop vieux...»
[6]
y todas esas tonterías. Dio de comer a los perros y a las gallinas
.
Si lo viera Claire... Con su «pitas, pitas, pitas» y su gesto austero de sembrador...

 

A la vuelta, vio a Sam y a
Ramón
entrenándose en la gran pradera denominada «del castillo», haciendo slalom entre haces de paja
.
Fue a su encuentro. Apoyó los codos en la barrera saludando a todos esos adolescentes que dormían como él en las cuadras y con los que se juntaba cada vez más a menudo para echar interminables partidas de póker
.
Ya había perdido 95 euros, pero consideraba que no era un precio muy alto para dejar de darle vueltas a la cabeza en la oscuridad
.

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