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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

El Consuelo (56 page)

—No. Nada... Vives con una mujer estooo... súper... despampanante...
—Lo siento —rectificó Claire—. Perdóname. Ha sido una tontería.
—Me he marchado, Claire...
—Te has marchado ¿adónde?
—De casa.
—¿En serio? ¡Anda ya! —dijo riéndose.
—Síiiii... —contestó él con aire lúgubre.
—¡Más champán!
Y, al ver que no reaccionaba, dijo:
—¿Estás triste?
—Todavía no.
—¿Y Mathilde?
—No sé... Dice que quiere venirse conmigo...
—¿Dónde vives ahora?
—Cerca de la calle de Les Carmes...
—No me extraña...
—¿Que me haya marchado?
—No. Que Mathilde quiera irse contigo...
—¿Por qué?
—Porque a los adolescentes les gusta la gente generosa. Después uno se pone una coraza, pero a esa edad todavía se necesita algo de benevolencia... Oye, ¿y cómo vas a hacer con el trabajo?
—No lo sé... Tendré que organizarme de otra manera, me imagino...
—Vas a tener que cambiar de vida...
—Mejor. Estaba cansado de la otra... Creía que eran los desfases horarios, pero para nada, era... lo que acabas de decir... Un problema de benevolencia...
—No doy crédito... ¿Y cuánto hace que te marchaste?
—Un mes.
—O sea, ¿desde que volviste a ver a Alexis, entonces?
Sonrió. Pero qué lista era Claire...
—Eso es...

 

Claire esperó a esconderse detrás de la carta de vinos para soltar un pequeño:
—¡Gracias, Anouk!
Él no contestó. Seguía sonriendo.
—Oye, tú... —le dijo ella, mirándolo por debajo de la carta—, tú has conocido a alguien...
—No...
—Mentiroso. Te has puesto colorado.
—Serán las burbujas del champán...
—¿Ah, sí? ¿Y cómo son esas burbujas? ¿Rubias?
—Color ámbar...
—Caray... Espera... Vamos a elegir si no queremos que el cromañón de la cocina nos eche la bronca, y luego tengo... —consultó su reloj— tres horas para sonsacarte... ¿Qué vas a tomar? ¿Corazones de alcachofa? ¿Besugo?
Charles buscaba sus gafas.
—A ver, ¿dónde ves eso?
—Justo delante de mí —contestó su hermana riéndose.
—¿Claire?
—¿Mmm?
—¿Cómo hacen los hombres que están en el otro bando en un tribunal?
—Lloran a su mamá... Bueno, yo ya he elegido. ¿Y bien? ¿Quién es?
—No lo sé.
—Joooder, no... no me vengas con ésas...
—Mira, te lo voy a contar todo, y luego, tú que eres tan lista, me dirás si pillas lo que es...
—¿Es una mutante?
Asintió con la cabeza.
—¿Qué tiene de especial?
—Una llama.
—¡¿!?
—Una llama, tres mil metros cuadrados de techumbre, un río, cinco hijos, diez gatos, seis perros, tres caballos, un burro, gallinas, patos, una cabra, bandadas de golondrinas, un montón de cicatrices, un anillo con una piedra engastada, látigos, un cementerio de bolsillo, cuatro hornos, una sierra mecánica, una trituradora, una cuadra del siglo XVIII, una armadura de tejado impresionante, dos idiomas, centenares de rosas y unas vistas maravillosas.
—Pero ¿qué es eso? —preguntó Claire, abriendo unos ojos como platos.
—¡Ah! Estás tan perdida como yo, por lo que veo...
—¿Cómo se llama?
—Kate.
Cogió la hoja de la libreta donde habían apuntado sus consumiciones y fue a dejarla ante la madriguera de la bestia.
—Y... —añadió Claire— ¿es guapa?
—Te lo acabo de decir...

 

* * *
Entonces volvió a sentarse a la mesa.
El cementerio junto al vertedero, las letras que había pintado con espray sobre la lápida, Sylvie, el nudo en la garganta, la paloma, su accidente en el bulevar Port-Royal, la mirada vacía de Alexis, su vidita sin sueños y sin música como terapia de substitución, las siluetas alrededor de la hoguera, el legado de Anouk, la caseta de puntería, el color del cielo, la voz al teléfono del policía, los inviernos en Les Vesperies, la nuca de Kate, su rostro, sus manos, su risa, esos labios que no había dejado de mordisquearse, sus sombras, Nueva York, la última frase de la novela corta de Thomas Hardy, su cama llena de astillas y las galletas que contaba todas las noches.

 

Claire no había probado bocado.
—Se va a enfriar —le advirtió él, señalando su plato. —Pues sí. Si te quedas ahí
parao
como un idiota jugueteando con tus galletitas, se va a enfriar, puedes estar seguro...
—¿Qué otra cosa quieres que haga?
—Que tomes las riendas del proyecto.
—No has visto el obrón que es esto...

 

Claire apuró su copa, le recordó que invitaba ella, consultó la pizarra y dejó el dinero en la mesa.
—Tenemos que ir yendo...
—¿Ya?
—Es que no tengo billete...

 

—¿Por qué pasas por aquí? —le preguntó.
—Te estoy llevando a tu casa.
—¿Y el coche?
—Te dejaré cuando hayas metido en el maletero una bolsa de viaje y tus cuadernos de dibujo...
—¿Qué?
—Eres demasiado viejo, Charles. Ahora ya tienes que espabilarte. No vas a ponerte con ella otra vez como con Anouk... Ya eres... demasiado viejo. ¿Lo entiendes?
—...
—No te digo que vaya a funcionar, ¿sabes?, pero... ¿Te acuerdas de cuando me obligaste a ir a Grecia contigo?
—Sí.
—Pues nada... Ahora me toca a mí...

 

Le llevó la maleta y la acompañó hasta su compartimento.
—¿Y tú, Claire?
—¿Yo?
—No me has contado nada de tus amores... Claire esbozó una muequita de horror para no tener que contestarle.

 

—Está demasiado lejos —dijo.
—¿El qué?
—Todo...
—Es verdad. Tienes razón. Vuelve con Laurence, sigue encendiéndole velas a Anouk, sigue dejando que Philippe se aproveche de tu talento y sigue arropando a Mathilde en su camita hasta que se largue de casa. Así todo será menos difícil y menos cansado.
Le plantó un beso antes de añadir:
—Y ya que estás, pon miguitas de pan en el balcón para los pajaritos...
Y desapareció sin darse la vuelta.

 

Pasó por una tienda de artículos de acampada, después por el estudio, llenó el maletero de libros y de expedientes de proyectos, apagó el ordenador y la lámpara, y le dejó una larga nota a Marc explicándole lo que tenía que hacer. No sabía cuándo volvería, no sería fácil localizarlo en el móvil, ya lo llamaría él y le deseaba mucho ánimo.
Después dio un rodeo por la calle de Anjou. Había ahí una tienda donde seguro que tenían...

 

9

 

Se montó toda una película. Quinientos kilómetros de tráiler y casi otro tanto de versiones distintas de la primera escena.
Tan bonito como la mejor película de amor. Él aparecía, ella se daba la vuelta. Él sonreía, ella se quedaba de piedra al verlo. Él abría los brazos, ella corría a abrazarlo. Él hundía la cabeza en su pelo, ella, en su cuello. Él decía no puedo vivir sin usted, ella estaba demasiado emocionada para contestar. Él la levantaba en volandas, ella reía. Él se la llevaba hacia... estooo...
Bueno, ésa era ya la segunda escena, y seguro que el plato estaba lleno de extras...

 

Quinientos kilómetros era película por un tubo... Se lo había imaginado todo, todito, todo, y, por supuesto, nada ocurrió como él había previsto.
Eran cerca de las diez de la noche cuando cruzó el puente. La casa estaba vacía. Oyó risas y ruidos de cubiertos en el jardín, siguió la luz de las velas y, como en el fondo del prado la otra vez, vio volverse muchos rostros antes de que ellos vieran el suyo.
Rostros y siluetas de adultos desconocidos. Mierda... Ya podía rebobinar toda la película...
Yacine se precipitó a su encuentro. Al agacharse para darle un beso vio que ella se levantaba a su vez.
Ya no se acordaba de que era igual de guapa que como él la recordaba.
—Qué buena sorpresa —dijo ella. —¿La molesto?
(¡Ah! ¡Qué diálogos! ¡Qué emoción! ¡Qué intensidad!) —No, claro que no... Han venido unos amigos míos americanos a pasar unos días... Venga... Se los voy a presentar...

 

¡Corten!, pensó, ¡fuera todo esto de aquí! ¡Estos pesados no pintan nada en este plano!
—Con mucho gusto...
—¿Qué lleva ahí? —preguntó ella al ver el bulto que tenía bajo el brazo.
—Un saco de dormir...
Y, como en una película de Charles Balanda, se dio la vuelta, le sonrió en la penumbra bajando la cabeza, desvelándole así la nuca, y apoyó la mano en su espalda para indicarle el camino.
Instintivamente, nuestro joven protagonista aflojó el paso.

 

Desde donde está, el espectador probablemente no se haya dado cuenta, pero la sensación de esa palma, esos cinco largos dedos ligeramente separados unos de otros y lastrados con un sacrificio campestre con un trasero perfecto, presionando suavemente sobre el algodón tibio de su camisa fue... algo especial...

 

Tomó asiento en un extremo de la mesa, le pasaron un vaso, un plato, cubiertos, pan y una servilleta, lo recibieron con varios
Hil
, varios
Nice to meet you!
, besos de niños, hocicos de perros, una sonrisa de Nedra, un amable gesto de cabeza de Sam, en plan «bienvenido, gringo, ya puedes intentar hacer pis en mi territorio, es inmenso y nunca apuntarás lo bastante lejos», aromas de flores y de hierba segada, luciérnagas, un cuarto de luna, una conversación que iba demasiado rápida y de la que no entendía nada, una silla cuya pata trasera izquierda se iba hundiendo tranquilamente en la sala de estar de un topo, una enorme porción de tarta de pera, otra botella, un caminito de puntos hecho de migas entre su plato y los de los demás, riñas, preguntas y peticiones de opinión sobre un tema que no había seguido bien. La palabra
bush
surgía a menudo en la conversación, pero... estooo, ¿se referirían al político o a los arbustos...?, y... en resumen, una especie de momento delicioso, como suspendido en el tiempo.
Pero también los brazos de Kate, rodeando sus rodillas, sus pies descalzos, su repentina alegría, su voz que ya no era del todo la misma cuando se expresaba en su lengua y sus miradas de reojo que Charles atrapaba entre dos sorbos de vino y que parecían decir cada vez:
So...
¿No estoy soñando? Ha vuelto...
Él le devolvía la sonrisa y, tan silencioso como siempre, tuvo la impresión de no haber sido nunca tan locuaz con una mujer.

 

Después vino el café, los espectáculos, el licorcito, las imitaciones, el bourbon, más risas, más
prívate jokes
e incluso un poco de arquitectura, pues era gente bien educada...
Tom y Debbie estaban casados y enseñaban ambos en la Universidad de Cornell; el otro, Ken, alto y melenudo, era investigador. Le pareció que rondaba mucho alrededor de Kate...
Well
, era difícil de decir con estos americanos que siempre se estaban sobando con cualquier excusa. Siempre con sus
sweeties
, sus
honeys
, sus
hugs
y sus
gimme a kiss
p'arriba y p'abajo...

 

Le traía sin cuidado. Por primera vez en su vida, había decidido dejarse llevar y vivir.
Vi-vir.
Ni siquiera sabía si sería capaz de estar a la altura de tamaño desafío...

 

Estaba ahí de vacaciones; feliz y un poco borracho, construyendo con terrones de azúcar un templo para las efímeras muertas por la Luz que Nedra le iba trayendo sobre chapas de cerveza. Respondiendo
yes o sure
cuando convenía,
no
cuando era más acertado y concentrándose en la punta de su cuchillo para darle un toque más dórico a sus columnas.
Sus ZUC, sus PLU, sus POZ y sus POS no tardarían en darle alcance...

 

Espiaba a su rival entre plato y plato.
Además, llevar el pelo largo a esa edad era... pathetic.
Y lucía en la muñeca una esclava enorme, por si acaso se le olvidaba cómo se llamaba. Y hablando de su nombre, no tenía desperdicio, el novio de Barbie, nada menos...
Sólo le faltaba la caravana...
Pero, sobre todo, y eso el melenudo velludo de la camisa hawaiana lo ignoraba por completo, el modelo que había elegido era el
Himalaya Hght
.
Le había costado un ojo de la cara, sí, pero estaba forrado de plumas de pato con tratamiento de Teflón.
¿Te enteras, Sansón?
De Teflón, chaval, de Teflón.
Vamos, todo esto para decirte que puedo aguantar aquí una buena temporadita...

 

El Himalaya, pero
light
.
Su plan para el verano.

 

Cuando se alejó por el patio con la vela en la mano, Kate hizo un esfuerzo por sacar a la superficie la buena anfitriona que había en ella ofreciéndole el fosa... digo el sofá...
Pero pfff... Estaban todos demasiado pedo para jugar a los buenos modales.

 


Hey!
—le gritó—,
don't...
no se pierda camino de la cuadra, ¿eh?

 

Levantó la mano para darle a entender que no era tan
stupid
, qué se había creído.
—Eso ya está hecho,
baby
, eso ya está hecho —rió, tropezando con la gravilla.

 

Ah, sí, y tanto. Estaba de verdad perdidito...

 

Se instaló en la cuadra, le costó Dios y ayuda encontrar la manera de abrir su puto saco de dormir y se quedó roque sobre un somier de moscas muertas.
Qué maravilla...

 

10

 

Por supuesto, esta vez los cruasanes fue a comprarlos Ken... Y haciendo
footing
además...
Con sus bonitas Nike, su cola de caballo (¿?) y las mangas de la camiseta subidas hasta los hombros. (Brillantes.) (De sudor.)

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