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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (62 page)

—Adiós, señora Sarong.

Hizo una leve inclinación de la cabeza a modo de despedida con la otra copa que Glenn había traído en la mano. Tres hombres jóvenes aparecieron tras ella, con gesto hosco y bien vestidos. Me alegraba de no tener su trabajo, aunque parecía que los incentivos eran fantásticos.

Los zapatos de Glenn resonaban sobre el cemento de camino a la entrada principal, ya sin la ayuda de Matt y su carrito de golf.

—¿Puedes despedirte del resto de mi parte? —le pedí refiriéndome a Nick.

—Claro —dijo fijando la vista en los enormes carteles con letras y flechas indicando las salidas. El sol seguía siendo cálido cuando salimos a la calle y por fin me relajé al llegar a la parada de autobús. Glenn se detuvo junto a mí y me devolvió la gorra.

—En cuanto a tu remuneración… —empezó a decir.

—Glenn —dije a la vez que me la volvía a colocar—, como ya le he dicho a tu padre, no te preocupes por eso. Les estoy agradecida por haber pagado mi contrato con la SI y con los dos mil que me ha dado Trent, tengo suficiente para ir tirando hasta que se me cure el brazo.

—¿Por qué no te callas? —me espetó metiéndose la mano en el bolsillo—. Hemos pensado otra cosa.

Me volví hacia él, posé la vista en la llave que tenía en la mano y luego levanté la mirada hasta cruzarme con la suya.

—No pudimos conseguir la autorización para reembolsarte las clases canceladas, pero teníamos este coche en el depósito. La aseguradora lo declaró siniestro total, así que no podíamos subastarlo.

¿Un coche? ¿Edden iba a darme un coche?

Los ojos de Glenn brillaban.

—Hemos arreglado el embrague y la transmisión. También había algo roto en el sistema eléctrico, pero los chicos del taller de la AFI lo han arreglado gratis. Te lo habríamos dado antes —dijo—, pero la oficina de tráfico no entendía lo que intentaba hacer y tuve que ir tres veces hasta lograr transferirlo a tu nombre.

—¿Me habéis comprado un coche? —dije sin poder disimular la emoción en mi voz.

Glenn sonrió y me entregó una llave con estampado de cebra con un llavero de pata de conejo morado.

—El dinero que la AFI ha puesto para arreglarlo casi iguala lo que te debíamos. Te llevo a casa. No creo que puedas cambiar de marcha con el brazo así.

De pronto el corazón me latía con fuerza en el pecho y poniéndome a su lado escudriñé el aparcamiento.

—¿Cuál es?

Glenn señaló y de repente el sonido de mis tacones sobre la acera trastabilló al reconocer el descapotable rojo.

—Ese es el coche de Francis —dije sin estar muy segura de lo que sentía.

—No te importa, ¿no? —me preguntó Glenn con tono preocupado—. Iba a ser desguazado. No eres supersticiosa, ¿no?


Mmm
… —tartamudeé sintiéndome atraída por la brillante pintura roja. La toqué y sentí su tersa suavidad. La capota estaba bajada y me giré hacia Glenn, sonriéndole. Su gesto de preocupación se tornó de alivio.

—Gracias —susurré sin creer que de verdad era mío. ¿Era mío?

Con pasos apresurados fui hacia el frontal y luego hacia la parte trasera. Tenía una nueva matrícula personalizada: «DCAZA». Era perfecto.

—¿Es mío? —dije con el corazón acelerado.

—Vamos, súbete —dijo Glenn con la cara transformada por su entusiasmo.

—Es maravilloso —dije esforzándome por no echarme a llorar. Se acabaron los bonobuses caducados y esperar pasando frío.
Se acabó disfrazarme con encantamientos para que me recojan
.

Abrí la puerta. El asiento de cuero estaba caliente por el sol y tan suave como el chocolate con leche. El alegre tintineo al abrir la puerta me sonó a campanas celestiales. Metí la llave, comprobé que estaba en punto muerto, pisé el embrague y lo arranqué. El rugido del motor sonaba a libertad. Cerré la puerta y le dediqué una sonrisa de oreja a oreja a Glenn.

—¿De verdad? —le pregunté con la voz quebrada.

Glenn asintió, sonriendo.

Estaba encantada. Con el brazo roto no podía conducir un coche de marchas, pero podía probar todos los botones. Encendí la radio y pensé que debía ser un buen augurio cuando Madonna atronó por los altavoces. Bajé el volumen de
Material Girl
y abrí la guantera para ver mi nombre en la documentación. Un grueso sobre amarillo cayó y lo recogí del suelo.

—Yo no he puesto eso ahí —dijo Glenn con un nuevo tono de preocupación en la voz.

Me lo acerqué a la nariz y se me desencajó la expresión al reconocer el limpio olor a pino.

—Es de Trent.

Glenn se irguió.

—Sal del coche —dijo remarcando cada sílaba con autoridad.

—No seas estúpido —dije—, si me quisiese ver muerta, no habría enviado a Quen a pagar mi fianza.

Con la mandíbula tensa, Glenn abrió la puerta, haciendo sonar las campanitas.

—Sal de ahí. Haré que lo comprueben y te lo traeré mañana.

—Glenn… —me quejé a la vez que abría el sobre y mi voz se apagaba—.
Umm
—tartamudeé—, no intenta matarme, me ha pagado.

Glenn se inclinó para verlo y le mostré el interior del sobre. Soltó un taco en voz baja.

—¿Cuánto crees que hay? —me preguntó cuando volví a cerrarlo y lo metí en mi bolso.

—Supongo que dieciocho mil. —Intenté parecer indiferente, aunque me delataron mis temblorosos dedos—. Es lo que me ofreció para limpiar su nombre. —Me aparté el pelo de los ojos, levanté la vista y me quedé sin respiración. En el espejo retrovisor vi reflejada la limusina
Gray Ghost
de Trent, aparcada en el carril para bomberos. No había estado ahí hacía un momento. Al menos yo no la había visto. Trent y Jonathan estaban de pie junto al vehículo. Glenn vio hacia dónde se dirigía mi atención y se giró.

—Oh —dijo y enseguida una preocupación cautelosa se reflejó en sus ojos—, Rachel, voy a acercarme a la taquilla de allí… —dijo señalando—. Voy a hablar con la taquillera de la posibilidad de comprar asientos para el
picnic
de la AFI del año que viene. —Titubeó y cerró la puerta con un golpe seco. Sus dedos oscuros destacaron sobre la pintura roja—. ¿No te importa?

—No. —Aparté la vista de Trent—. Gracias, Glenn. Si me mata, dile a tu padre que me ha encantado el coche.

Una breve sonrisa cruzó su rostro y se marchó.

Sus pasos se iban alejando y fijé la vista en el espejo retrovisor. Detrás de mí sonó el rugido de los aficionados al empezar el partido. Observé a Trent mientras mantenía una intensa conversación con Jonathan. Se apartó del alto hombre y se acercó con paso tranquilo y lento hacia mí. Tenía las manos en los bolsillos y buen aspecto. En realidad, más que bueno. Vestía unos pantalones informales, zapatos cómodos y un jersey de punto para protegerse del aire fresco bajo el que asomaba el cuello de una camisa de seda de color azul medianoche que contrastaba con su maravilloso bronceado. Una gorra de
tweed
proporcionaba sombra a sus ojos verdes y mantenía su fino pelo bajo control.

Se detuvo pausadamente junto a mí. Sus ojos no se apartaron de los míos ni un instante para mirar el coche. Arrastró los pies cuando se medio giró para mirar a Jonathan. Me sentaba como una patada en el estómago haberle ayudado a limpiar su nombre. Había asesinado al menos a dos personas en los últimos seis meses… una de ellas había sido Francis, y aquí estaba yo, sentada en el coche del brujo muerto.

No dije nada y me aferré al volante con mi mano buena, dejando el brazo roto apoyado en mi regazo, recordándome a mí misma que Trent me tenía miedo. En la radio, un locutor hablaba muy rápido y bajé el volumen al mínimo.

—He encontrado el dinero —dije a modo de saludo.

Trent entornó los ojos y se movió para colocarse junto al espejo retrovisor lateral, donde le daba sombra en la cara.

—De nada.

Lo miré fijamente.

—No te he dado las gracias.

—De nada de todas formas.

Apreté los labios. Capullo.

Trent posó la vista en mi brazo.

—¿Cuánto tiempo tardará en curarse?

Parpadeé sorprendida.

—No mucho. Fue una fractura limpia. —Me llevé la mano al amuleto contra el dolor que llevaba al cuello—. Aunque hay daños en el músculo, por eso no puedo moverlo todavía, pero me han dicho que no voy a necesitar rehabilitación. Volveré a trabajar en seis semanas.

—Bien, eso está muy bien.

Fue un breve comentario seguido de un largo silencio. Me quedé sentada en mi coche, preguntándome qué querría. Parecía nervioso. Sus cejas estaban arqueadas un poco demasiado altas. No tenía miedo y tampoco estaba preocupado. No podía adivinar qué quería.

—Piscary me dijo que nuestros padres trabajaban juntos —le dije—. ¿Me ha mentido?

El sol se reflejó en el pelo blanco de Trent al negar con la cabeza.

—No.

Un carámbano de hielo se deslizó por mi columna. Me humedecí los labios y aparté una mota de polvo del volante.

—¿Qué hacían? —pregunté sin darle importancia.

—Trabaja para mí y te lo contaré.

Lo miré a los ojos.

—Eres un ladrón, un tramposo, un asesino y un hombre muy poco agradable —le dije tranquilamente—. No me caes bien.

Se encogió de hombros con un gesto que le hizo parecer totalmente inofensivo.

—No soy un ladrón —dijo— y no me importa manipularte para obligarte a trabajar para mí cuando lo necesite. —Sonrió mostrando su perfecta dentadura—. De hecho, me divierte hacerlo.

Noté una ola de calor en la cara.

—Eres tan arrogante, Trent —dije deseando poder meter la marcha atrás y pasarle por encima del pie. Sonrió aun más abiertamente—. ¿Qué? —le exigí.

—Me has llamado por mi nombre de pila. Me gusta.

Abrí la boca y luego la cerré.

—Pues organiza una fiesta e invita al papa. Puede que mi padre trabajase para el tuyo, pero sigues siendo escoria y el único motivo por el que no te tiro el dinero a la cara es primero porque me lo he ganado y segundo porque lo necesito para vivir mientras me recupero de las lesiones que me ha ocasionado lograr que no te metan en la cárcel.

Le brillaban los ojos de regocijo y eso me puso furiosa.

—Gracias por limpiar mi nombre —dijo. Alargó la mano para tocar mi coche y se detuvo en seco cuando proferí un brusco sonido de advertencia. Cambió la dirección de su movimiento, girándose para comprobar si Jonathan se había movido. No lo había hecho. Glenn también nos vigilaba.

—Olvídalo, ¿vale? —le dije—. Fui a por Piscary para salvarle la vida a mi madre, no a ti.

—Gracias de todas formas. Si sirve de algo, ahora me arrepiento de haberte metido en aquel foso de las ratas.

Incliné la cabeza para verlo y me aparté el pelo que me rozaba en la cara por el viento.

—¿Y te crees que con eso lo arreglas todo? —dije con la tensión en la voz. Luego entorné los ojos. Estaba casi dando brincos en el sitio, ¿qué le pasaba?

—Hazme un sitio —me soltó finalmente mirando el asiento vacío junto a mí.

Me quedé mirándolo fijamente.

—¿Qué?

Echó un vistazo a Jonathan y de nuevo a mí.

—Quiero conducir tu coche. Hazme un sitio. Jon nunca me deja conducir. Dice que es indigno de mí. —Miró de reojo a Glenn, escondido tras una columna—. A menos que prefieras que un detective de la AFI te lleve a casa sin pasar de la velocidad máxima permitida.

La sorpresa mantuvo la rabia alejada de mi voz.

—¿Sabes conducir un coche de marchas?

—Mejor que tú.

Miré a Glenn y luego de nuevo a Trent. Lentamente me hundí en el asiento.

—Te propongo una cosa —le dije arqueando las cejas—, te dejo que me lleves a casa si durante el camino solo hablamos de un tema.

—¿De tu padre? —adivinó y asentí. Me estaba acostumbrando a esto de negociar con el demonio.

Trent volvió a meterse las manos en los bolsillos y se balanceó adelante y atrás sobre sus talones mientras meditaba. Bajando la vista del cielo azul asintió.

—No me puedo creer que esté haciendo esto —mascullé a la vez que arrojaba mi bolso al asiento de atrás. Torpemente pasé por encima de la palanca de cambio hasta el otro asiento. Me quité la gorra roja de los Howlers y me recogí el pelo en un moño antes de volver a ponerme la gorra contra el viento.

Glenn dio un salto hacia delante y se detuvo cuando le dije adiós con la mano. Movió la cabeza con un gesto de incredulidad y se dio la vuelta para volver a entrar en el estadio.

Me abroché el cinturón de seguridad mientras Trent abría la puerta y se sentaba en el asiento del conductor. Ajustó los espejos, aceleró el motor un par de veces antes de pisar el embrague y cambiar a primera. Puse la mano en el salpicadero, pero echó a andar tan suavemente como si se ganase la vida aparcando coches.

Mientras Jonathan apresuradamente entraba en la limusina, miré de reojo a Trent. Entorné los ojos cuando decidió toquetear la radio mientras estábamos parados en un semáforo y no volvió a ponerse en marcha aunque ya estaba en verde. Estaba a punto de soltarle un manotazo por juguetear con mi radio cuando encontró una emisora en la que sonaba Takata y subió el volumen. Molesta, apreté el botón para guardar la emisora en la memoria.

El semáforo pasó de verde a ámbar y Trent se puso en marcha bruscamente, cruzando la intersección y colándose delante de los coches que venían en dirección contraria entre chirridos de ruedas y pitos. Con los dientes apretados juré que si me destrozaba el coche antes de que yo tuviese la ocasión de hacerlo, lo demandaría.

—No volveré a trabajar para ti —le dije mientras Trent saludaba amablemente con la mano a los iracundos conductores de detrás al incorporarse a la autopista. Mi enfado vaciló al darme cuenta de que había dejado pasar el semáforo en verde intencionadamente para que Jonathan tuviese que esperar hasta que cambiase de nuevo.

Miré a Trent con incredulidad. Al ver que me había dado cuenta, dejó de disimular. Me recorrió un estremecimiento de excitación cuando me lanzó una rápida sonrisa mientras el viento empujaba su pelo sobre sus ojos verdes.

—Si eso te ayuda a conciliar el sueño, señorita Morgan, por favor, no dudes en seguir creyéndolo.

El viento me azotaba la cara y cerré los ojos por el sol, sintiendo el asfalto retumbar en mis huesos. Mañana empezaría a pensar cómo romper mi contrato con Algaliarept, cómo quitarme la marca de demonio, cómo lograr que Nick dejase de ser mi familiar y cómo vivir con una vampiresa que intentaba ocultar que había vuelto a ser practicante. Ahora mismo iba de copiloto del soltero más poderoso de Cincinnati, con dieciocho mil seis dólares y cincuenta y siete centavos en el bolsillo y nadie iba a evitar que ignorásemos los límites de velocidad.

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