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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (57 page)

Tragué saliva y apreté los puños conforme la sensación de traición fluctuaba. Había estado utilizándolo, no siguiendo sus instrucciones.

—¿Sabe que fuiste tú quien asesinó a esos brujos? —susurré sintiéndome angustiada al pensar que quizá lo sabía y no me lo había dicho.

—No —dijo Piscary—. Estoy seguro de que sospecha, pero mi interés por ti radica en un motivo más antiguo. No tiene nada que ver con la cruzada que ha emprendido Kalamack en busca de un brujo de líneas luminosas.

Aparté la vista de mis manos aferradas sobre la apertura de mi bolso en mi regazo. No podía coger el vial. Si no era por eso, ¿por qué quería Piscary verme muerta?

—Debió ser un duro golpe para su orgullo tener que venir a suplicarme clemencia cuando sobreviviste al ataque del demonio. Estaba tan afligida. Es duro ser joven. Entiendo más de lo que ella se cree qué es querer un compañero y estuve dispuesto a mimarla aun más cuando entendí que me había estado usando sin que me diese cuenta. Así que te dejé vivir, a condición de que Ivy rompiese su ayuno y te tomase por completo. Que te convirtieses en su sombra era un giro irónico que me gustaba. Me prometió que lo haría, pero sabía que mentía. Aun así, no me importó, siempre que os mantuviese a Kalamack y a ti separados.

—Pero yo no soy una bruja de líneas luminosas —dije con voz baja para que no me temblase. Podría haber susurrado las palabras y él las habría oído igualmente—. ¿Por qué?

No había respirado desde que dejó de hablar. Tenía la puntera de los pies apoyada contra el suelo y las pantorrillas tensas. Casi, pensé acercando mis dedos a la apertura de mi bolso. Estaba casi listo. ¿A qué estaba esperando?

—Porque eres como tu padre —dijo tensando la piel alrededor de sus ojos—. Y Trent es como su padre. Por separado sois un incordio… juntos tenéis el potencial para convertiros en un problema.

Me quedé con la mirada perdida y luego la fijé cuando nuestras miradas se cruzaron, sabiendo que había puesto una expresión horrorizada. La foto de mi padre y el de Trent delante del autobús amarillo del campamento. Piscary los había matado. Había sido Piscary. La sangre me golpeó con fuerza en las sienes. El cuerpo me pedía que hiciese algo, pero me quedé sentada, sabiendo que si me movía, él también lo haría.

Piscary se encogió de hombros con un movimiento calculado que atrajo mi vista hacia un destello de piel ámbar bajo su bata.

—Se estaban acercando demasiado a la resolución del enigma de los elfos —dijo observando mi reacción.

Mantuve la expresión impasible mientras desvelaba el secreto más preciado de Trent, indicándole así que yo también lo sabía. Aparentemente fue la reacción correcta.

—No pienso dejar que sigas donde ellos lo dejaron —añadió con tono desafiante.

No contesté nada. Tenía el estómago revuelto. Piscary los había matado. El padre de Trent y el mío eran amigos. Estaban trabajando juntos. Trabajaron juntos contra Piscary.

El vampiro maestro se quedó inmóvil.

—¿Ya te ha enviado a siempre jamás?

Mis ojos se clavaron en los suyos con el miedo en las entrañas. Ahí estaba, esa era la respuesta que quería obtener. La ocultaba entre las demás para que no lo advirtiese. En cuanto la respondiese, estaría muerta.

—No tengo por costumbre romper la confidencialidad de mis clientes —dije con la boca seca.

Su fría templanza se quebró al inspirar. Fue sutil, pero real.

—Lo ha hecho. ¿Has encontrado alguno? —me preguntó conteniéndose antes de saltar sobre mí por encima de la mesa—. ¿Estaba en condiciones para leerlo?

¿
Alguno
? ¿
Leer el qué
? No dije nada e intenté desesperadamente ocultar mis palpitaciones en el cuello, pero, aunque sus ojos estaban negros, no parecía estar interesado en mi sangre. Era casi demasiado aterrador para creerlo. No sabía qué contestar. ¿Una respuesta afirmativa me salvaría la vida o me condenaría?

Piscary frunció el ceño y me estudió durante un largo instante mientras yo me limitaba a escuchar los latidos de mi corazón y notaba que me echaba a sudar.

—No puedo interpretar tu silencio —dijo aparentemente irritado. Respiré.

Piscary se movió.

La adrenalina me hacía daño. Me aparté de la mesa en un ataque de pánico ciego. La silla se volcó conmigo aún sentada en ella.

Piscary levantó la mesa por los aires y la estrelló a un lado. Mi café, intacto, dejó un dibujo de fantasía sobre la moqueta blanca.

Me arrastré hacia atrás. Mis pies chirriaban sobre el suelo de baldosas. Toqué la moqueta con los dedos y me aferré a ella para rodar por el suelo y levantarme. Se me escapó un chillido cuando tiró de mí por la muñeca.

Aterrorizada le clavé las uñas. No se inmutó. Con la expresión imperturbable, dibujó con su uña el recorrido de una vena azul en mi brazo derecho. El fuego siguió su trazo, abriendo mi piel, y luego no sentí nada. En silencio y salvajemente luché para soltarme mientras él seguía sujetándome por la muñeca, inmóvil como un árbol. Mi sangre manaba y noté una burbuja de locura creciendo dentro de mí. Otra vez no, ¡no podía ser atacada por un vampiro otra vez!

Miró mi sangre y luego me miró a los ojos. Con su mano libre me golpeó en el brazo.

—¡No! —grité.

Me soltó la muñeca y caí a la moqueta. Mi respiración era un áspero jadeo y retrocedí arrastrándome. Me puse en pie y me dirigí hacia el ascensor bombeando grandes cantidades de adrenalina.

Piscary tiró de mí hacia atrás.

—¡Hijo de puta! —grité—. ¡Déjame en paz!

Me soltó un manotazo en la cara que me hizo ver las estrellas.

Caí hecha un ovillo a sus pies. Sobre mí, Piscary sostenía un amuleto en la mano. Lo manchó con mi sangre y se encendió en rojo. Toda su mano lucía roja cuando empujó mi silla, sacándola del círculo de baldosas azules y empujándola hacia la moqueta. Levanté la cabeza y miré a través del pelo para comprobar que las baldosas formaban un círculo perfecto alrededor de una piedra blanca de mármol. Piscary estaba invocando un círculo.

—Que Dios me ayude —susurré sabiendo qué iba a pasar cuando Piscary arrojase el amuleto al centro del círculo. Observé la bola de energía de siempre jamás expandirse hasta formar una burbuja protectora. La piel me hormigueaba por la energía de otro brujo, traído a la vida con mi sangre. Piscary se preparaba para invocar a su demonio.

28.

Piscary se llevó la mano a la boca para lamer el resto de mi sangre y apartó la cara con asco.

—¿Agua bendita? —dijo con expresión desapasionada mostrando su desagrado. Se limpió mi sangre con el borde de la bata, dejando en su palma solo un velo rojo—. Necesitas más que eso para lograr algo más que molestarme. Y no te hagas ilusiones. No pensaba morderte. Ni siquiera me gustas, pero seguro que tú lo disfrutarías. En lugar de eso vas a morir lenta y dolorosamente.

—Adelante… —dije sin aliento, hundida a sus pies cuando mis ojos recordaron cómo fijar la vista.

Se alejó esos odiados dos metros y medio y se colocó entre el ascensor y yo. Empezó a pronunciar cuidadosamente en latín. Reconocí algunas de las palabras de la invocación de Nick. Se me aceleró el pulso y miré frenéticamente a mi alrededor por la espaciosa habitación blanca, en busca de cualquier cosa que me ayudase. Estábamos a demasiada profundidad como para conectar con una línea luminosa. Algaliarept estaba llegando. Piscary iba a entregarme a él.

Me quedé helada cuando Piscary pronunció su nombre. El sabor a ámbar quemado me cubrió la lengua y una neblina roja de siempre jamás apareció dentro del círculo.

—Oh, mira, un demonio —susurré arrastrándome hacia la mesa tirada en el suelo y apoyándome en ella para levantarme—. Esto se pone cada vez mejor.

Tambaleándome, observé como crecía hasta convertirse en una figura de un metro ochenta. La neblina roja de siempre jamás se concentró, fusionándose en un cuerpo atlético de piel ambarina y vestido con un taparrabos decorado con piedras y cintas de colores. Algaliarept presentaba las piernas musculosas y desnudas, una delgada cintura imposible y unos pectorales magníficamente esculpidos que harían llorar a Schwarzenegger. Y sobre los hombros tenía una cabeza de chacal, con orejas puntiagudas y un alargado y salvaje hocico.

Me quedé boquiabierta mirando la representación del dios egipcio de la muerte y a Piscary, viendo los rasgos del vampiro con otros ojos. ¿Piscary era egipcio?

El vampiro se puso tenso.

—Te dije que no volvieses a aparecer ante mí así —dijo tajantemente.

La máscara de la muerte sonrió. Era fascinante ver que estaba viva y que formaba parte de su cuerpo.

—Lo olvidé —dijo lentamente con una voz increíblemente grave que pareció resonar en mis entrañas. Una fina lengua roja apareció entre los dientes del chacal para lamerse el hocico con un chasquido de dientes y labios.

El corazón me latió aun más fuerte y como si lo oyese, Algaliarept se volvió lentamente hacia mí.

—Rachel Mariana Morgan —dijo levantando las orejas—. Eres una pequeña azotacalles.

—Cállate —dijo Piscary y Algaliarept entornó los ojos dejando solo una rendija—. ¿Qué pides a cambio de obligarla a decirme lo que sabe sobre los avances de Kalamack?

—Seis segundos contigo fuera del círculo. —El ardiente deseo de matar a Piscary, patente en su voz, cayó como un hielo por mi espalda.

Piscary negó con la cabeza, sin inmutarse.

—Te doy a la bruja. No me importa lo que hagas con ella con tal de que no vuelva a este lado de las líneas luminosas nunca más. A cambio, la obligarás a decirme antes de que te la lleves cuánto ha avanzado Trent Kalamack en sus investigaciones. ¿De acuerdo?

A siempre jamás no, con Algaliarept no

El demonio sonrió con complacencia canina.

—¿Rachel Mariana Morgan como pago?
Mmm
, de acuerdo. —El dios egipcio apretó los puños y dio un paso al frente, deteniéndose en el borde del círculo. Sus orejas de chacal se levantaron y sus perrunas cejas se arquearon.

—¡No puedes hacer eso! —protesté con el corazón en la boca. Miré a Piscary—. No puedes hacerlo. Yo no estoy de acuerdo. —Me volví hacia Algaliarept—. Él no es el dueño de mi alma, ¡no puede dártela!

El demonio me dedicó una mirada.

—Tiene tu cuerpo. Si controlas el cuerpo, controlas el alma.

—¡No es justo! —grité sintiéndome ignorada.

Piscary se acercó al círculo. Se puso las manos en las caderas y adoptó una mirada agresiva.

—No intentarás matarme ni tocarme de ninguna manera —entonó—. Y cuando yo lo diga, te irás y volverás directamente a siempre jamás.

—De acuerdo —dijo la cabeza de chacal. Una gota de saliva cayó de su colmillo, silbando al caer por la lámina de siempre jamás que los separaba.

Sin dejar de mirarlo a los ojos, Piscary traspasó el círculo con el dedo gordo del pie. Algaliarept salió en estampida del círculo.

Retrocedí con un grito ahogado. Una poderosa mano se abalanzó sobre mí y me agarró por la garganta.

—¡Para! —gritó Piscary.

Me ahogaba y me aferré a sus dorados dedos. Tenía tres anillos con piedras azules, todos ellos clavados en mi piel. Me revolví para darle una patada y Algaliarept me subió más alto para evitar el golpe. Emití un sonido húmedo.

—¡Suéltala! —exigió Piscary—. ¡No puedes matarla hasta que consigas lo que quiero!

—Conseguiré la información de otra forma —dijo el chacal y el rugido de sus palabras se unió al rumor del sonido de mi sangre. Sentía la cabeza a punto de explotar.

—Te he invocado para obtener la información de ella —dijo Piscary—. Si la matas ahora, violarás tu invocación. Quiero saberlo ahora, no la semana que viene ni el año que viene.

Los dedos alrededor de mi cuello se evaporaron. Caí a la moqueta, boqueando. Sus sandalias estaban hechas de cuero y gruesas cintas. Lentamente levanté la cabeza, palpándome la garganta.

—Es solo un aplazamiento, Rachel Mariana Morgan —dijo la cabeza de chacal, moviendo la lengua sorprendentemente mientras hablaba—. Esta noche me calentarás la cama.

Me puse de rodillas frente a él, tragando aire mientras intentaba no imaginarme cómo iba a calentarle la cama si estaba muerta.

—¿Sabes? —dije resollando—, la verdad es que me estoy cansando de esto. —Con el corazón latiéndome con fuerza, me puse en pie. El demonio había aceptado una tarea, pero era susceptible de ser invocado de nuevo—. Algaliarept —dije con voz clara—, te invoco, a ti, cara de chacal, hijo de perra asesino.

La expresión de Piscary se quedó desencajada por la sorpresa y juro que Algaliarept me guiñó un ojo.

—Oh, ¿me dejas que sea el que va vestido de cuero? —dijo la cabeza de chacal—. Ten miedo de él. Me gusta ser él.

—Claro, lo que tú digas —dije con las rodillas temblorosas.

Unos guantes de cuero de motero aparecieron de la nada sobre sus manos de piel ambarina y la figura del dios egipcio con cabeza de chacal pasó de estar tan rígido como un palo a una postura encorvada, seguro de sí mismo. Kisten tomó forma, vestido de pies a cabeza de cuero y con botas negras de gruesos tacones. Sonó el tintineo de una cadena y olía a gasolina.

—Esto me gusta —dijo el demonio enseñando la punta de un colmillo mientras se pasaba la mano por su pelo rubio, dejándolo mojado y con olor a champú.

A mí también me gustaba, desgraciadamente.

La imagen de Kist exhaló lentamente, se mordió el labio inferior para enrojecerlo y se pasó la lengua por los labios, dejando un brillo húmedo en su boca. Me recorrió un escalofrío al recordar lo suaves que eran los labios de Kist.

Como si leyese mi mente, el demonio suspiró. Sus fuertes dedos se deslizaron por sus pantalones de cuero para atraer mi atención hacia él. Apareció un arañazo bajo su ojo, imitando la nueva herida de Kist.

—Malditas feromonas de vampiro —susurré apartando de mi mente el recuerdo del ascensor.

—Ahora no —dijo Algaliarept con una sonrisita.

Piscary, confuso, lo miraba fijamente.

—Te he invocado yo. ¡Harás lo que yo te diga!

La imagen de Kisten se volvió hacia Piscary, y agresivamente le sacó el dedo.

—Y Rachel Mariana Morgan también me ha invocado. La bruja y yo tenemos una deuda preexistente que saldar. Y si demuestra la suficiente astucia como para invocarme sin círculo, tengo que mantenerla.

Piscary hizo rechinar los dientes y se abalanzó contra nosotros.

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