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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (2 page)

—Maldita sea.

Elena se frotó el talón de la mano sobre el corazón tratando de ahuyentar la súbita punzada de miedo.

Me intrigas.

Eso fue lo que le dijo al principio. Así que tal vez había cierto componente de fascinación. Sé honesta, Elena, susurró acariciando las majestuosas alas que él le había concedido. Eres tú quien se sintió fascinada.

Pero Elena no estaba dispuesta a convertirse en esclava.

—Amo... ¡Una mierda! —Contempló el cielo desconocido que se veía a través de las puertas de la terraza y notó que su resolución se intensificaba. No esperaría más. El coma no había debilitado sus músculos, como habría ocurrido si hubiera seguido siendo humana. Sin embargo, esos músculos habían sufrido una transformación que apenas lograba entender. Todo le parecía nuevo, débil. Así que, si bien no necesitaba rehabilitación, estaba claro que necesitaba ejercicio. Sobre todo en las alas—. Ahora o nunca. —Se incorporó para sentarse bien, respiró hondo para relajarse... y extendió las alas—. ¡Joder, cómo duele! —Apretó los dientes mientras las lágrimas se agolpaban en las comisuras de sus ojos, pero siguió forzando esos músculos desconocidos, plegando sus nuevas alas antes de volver a extenderlas muy despacio. Tres repeticiones más tarde, tenía el sabor salado de las lágrimas en los labios y la piel cubierta de sudor, que resplandecía bajo la luz del sol que penetraba a través de los cristales.

Fue entonces cuando Rafael volvió a la habitación. Elena esperaba un estallido, pero él se limitó a sentarse en una silla que había frente a la cama y a mirarla fijamente. Mientras Elena lo contemplaba, agotada, el arcángel apoyó el tobillo sobre la rodilla de la pierna contraria y empezó a darse golpecitos sobre la punta de la bota con un gran sobre blanco de bordes dorados.

Elena lo miró a los ojos y extendió las alas dos veces más. Tenía la espalda hecha puré, y el estómago tan tenso que le dolía.

—¿Qué hay... —Una pausa para respirar—... en ese sobre?

Las alas se cerraron de golpe a su espalda y, de repente, se encontró apoyada contra el cabecero de la cama. Tardó varios segundos en darse cuenta de lo que había hecho el arcángel. Algo frío empezó a invadir las profundidades de su alma cuando él se levantó para dejar una toalla sobre la cama y luego volvió a su asiento.

No estaba dispuesta a dejar que siguiera haciéndole eso.

No obstante, a pesar de la furia violenta que la invadía, se limpió el sudor de la cara y mantuvo la boca cerrada. Porque él tenía razón: no era su igual... ni de lejos. Y el coma la había dejado muy débil. Por el momento, tendría que trabajar con esos escudos mentales que había empezado a desarrollar antes de Convertirse en ángel. Existía la posibilidad de que los cambios que había experimentado la ayudaran a mantenerlos durante más tiempo.

Se obligó a relajar los músculos tensos, cogió un cuchillo que había dejado sobre la mesilla situada junto a la cama y comenzó a limpiar la prístina hoja de acero con la toalla.

—¿Mejor así?

—No. —Los labios masculinos estaban apretados en una fina línea—. Tienes que escucharme, Elena. No quiero hacerte daño, pero no puedo permitir que tu comportamiento cuestione mi control sobre ti.

¿¿Qué??

—Dime una cosa: ¿qué clase de relaciones mantienen los arcángeles? —inquirió ella, que sentía auténtica curiosidad.

Eso lo dejó callado unos segundos.

—Solo conozco una relación estable, ahora que la de Michaela y Uram ya no existe.

—Y Su Alteza la Zorra Real también es un arcángel, así que era una pareja de iguales.

Un gesto de asentimiento que había sido casi más una intención que un movimiento. Rafael era tan increíblemente apuesto que resultaba difícil pensar, aunque Elena sabía que poseía una vena de crueldad adherida al mismísimo tejido de su alma. Esa crueldad se traducía en una especie de riguroso control en la cama, el tipo de control que hacía que las mujeres gritaran mientras su cuerpo se consumía por la necesidad.

—¿Quiénes son los otros dos? —preguntó mientras intentaba controlar el deseo que ardía en sus venas. Desde el momento en que despertó del coma, los abrazos de Rafael habían sido fuertes, poderosos y, en ocasiones, muy tiernos. Sin embargo, ese día su cuerpo ansiaba caricias más... intensas.

—Elijah y Hannah. —Los ojos del arcángel brillaban. Habían adquirido un tono que ella solo había visto una vez, en el estudio de un artista. Azul prusiano. Así se llamaba ese color: azul prusiano. Rico. Exótico. Terrenal de un modo que ella habría creído imposible en un ángel... hasta que conoció al arcángel de Nueva York.

—Te curarás, Elena. Y entonces te enseñaré cómo bailan los ángeles.

A Elena se le secó la boca al notar la pasión latente que encerraba ese sereno comentario.

—¿Elijah? —inquirió ella con una voz ronca que sonó a invitación.

Rafael la miró a los ojos. Sus labios mostraban una expresión implacable y sensual a un tiempo.

—Hannah y él llevan siglos juntos. Aunque ella ha adquirido poder con el paso del tiempo, se dice que está satisfecha con ser su consorte.

Elena pensó unos instantes en ese término anticuado.

—¿Quieres decir que se contenta con mantenerse en un segundo plano?

—Si prefieres decirlo así... —Su rostro se convirtió de repente en un compendio de líneas duras y ángulos marcados: la belleza masculina en su forma más pura e implacable—. No te vas a desvanecer.

Elena no sabía si era una acusación o una orden.

—No, no lo haré. —Incluso mientras hablaba, era muy consciente de que tendría que echar mano de toda su fuerza de voluntad para mantener intacta su personalidad bajo la fuerza aplastante de la de Rafael.

El arcángel volvió a darle golpecitos al sobre con movimientos precisos y deliberados.

—A partir de hoy empieza tu cuenta atrás. Tendrás que ponerte en forma y aprender a volar en menos de dos meses.

—¿Por qué? —preguntó ella, aunque el deleite burbujeaba en sus venas.

El azul prusiano se convirtió en hielo negro.

—Lijuan va a ofrecer un baile en tu honor.

—¿Hablamos de Zhou Lijuan, la más antigua de los arcángeles? —Las burbujas explotaron—. Ella es... diferente.

—Sí. Ha evolucionado. —Un matiz de medianoche se coló en su voz, unas sombras tan densas que casi eran palpables—. Ya no pertenece del todo a este mundo.

Elena notó que se le erizaba la piel, porque si un inmortal decía eso...

—¿Por qué va a ofrecer un baile en mi honor? No me conoce de nada.

—Te equivocas, Elena. Todos los miembros de la Cátedra de Diez saben quién eres. Después de todo, fuimos nosotros quienes te contratamos.

La idea de que la organización más poderosa del mundo estuviera interesada en ella le provocó un estallido de sudor frío. Y no ayudaba en nada que Rafael formara parte de esa organización. Sabía muy bien de lo que era capaz ese arcángel, el poder que ostentaba, lo fácil que sería para él atravesar el límite que lo llevaría hasta la maldad más absoluta.

—Ahora sois solo nueve —le dijo—, porque Uram está muerto. ¿O habéis encontrado un sustituto mientras yo estaba en coma?

—No. El tiempo humano carece de significado para nosotros —aseguró con la indiferencia propia de un inmortal—. Para Lijuan, lo único importante es el poder: quiere ver a mi pequeña mascota, conocer a mi talón de Aquiles.

2

S
u mascota. Su talón de Aquiles.

—¿Son sus palabras o las tuyas?

—¿Acaso importa? —Un despreocupado encogimiento de hombros—. Es la verdad.

Elena lanzó el cuchillo con precisión letal. Rafael lo atrapó en el aire... por la hoja. La sangre escarlata resaltaba sobre el tono dorado de su piel.

—¿No fuiste tú quien sangró la última vez? —inquirió con indiferencia mientras arrojaba la daga sobre la que un momento antes había sido una alfombra de un blanco inmaculado. Apretó la mano hasta convertirla en un puño, y el flujo de sangre se detuvo al instante.

—Me obligaste a cerrar la mano sobre la hoja de un cuchillo. —Elena aún sentía los latidos acelerados de su corazón después de presenciar la increíble velocidad a la que podía moverse Rafael. Madre de Dios... Y se había llevado a ese ser a la cama. Lo deseaba incluso en esos momentos.

—Mmm... —Rafael se puso en pie para acercarse a ella.

En ese instante, aunque el arcángel había asegurado que nunca le haría daño, Elena no las tenía todas consigo. Apretó las sábanas entre los dedos cuando Rafael se sentó en la cama delante de ella y apoyó una de las alas sobre sus piernas. La cazadora se sorprendió al notar su calidez y lo mucho que pesaba. Las alas de los ángeles no eran un simple adorno... Comenzaba a descubrir que eran unos apéndices llenos de músculos, tendones y huesos y que, como ocurría con los demás músculos, había que fortalecerlos antes de usarlos. Cuando era humana, solo había tenido que preocuparse por la posibilidad de tropezar en los momentos de agotamiento extremo. Ahora debía preocuparse por la posibilidad de caer desde el cielo.

Sin embargo, no era ese el peligro que bailoteaba ante sus ojos en esos momentos.

No, lo único que veía era el azul.

Antes de conocer a Rafael, nunca había considerado el azul como el color del pecado, de la seducción. Del dolor.

El arcángel se inclinó hacia delante, le apartó el pelo del cuello con esos dedos capaces de proporcionar un placer tan increíble que rayaba en el dolor..., y la besó donde el pulso era más evidente. Elena se estremeció y enterró los dedos en el cabello masculino. Rafael la besó de nuevo, logrando que el lánguido calor de su vientre se extendiera hacia el resto de su cuerpo en oleadas lentas y apremiantes.

Cuando vio un destello con el rabillo del ojo, comprendió que la estaba cubriendo con polvo de ángel, esa sustancia decadente y deliciosa por la que los mortales pagaban enormes sumas de dinero. No obstante, el de Rafael era una mezcla especial creada solo para ella. Al inhalar las motitas, la pasión se intensificó hasta tal punto que solo podía pensar en el sexo; el dolor de sus alas, e incluso la furia, quedaron olvidados.

—Sí... —susurró el arcángel contra sus labios—, creo que no me cansaré de ti en toda la eternidad.

Eso debería haber roto el hechizo, pero no fue así. No cuando había una promesa tan sensual en sus ojos, en el tono de su voz. Elena quiso acercarlo más, pero la mandíbula masculina se puso tensa.

—No, Elena, te partiría en dos. —Un comentario arrogante. Pero cierto—. Lee esto. —Dejó caer el sobre encima de la cama y se puso en pie. Sus magníficas alas blancas, con todos los filamentos rematados con un luminoso tono dorado, se extendieron para cubrirla con el polvo del éxtasis.

—Para ya. —Tenía la voz ronca, ya que lo único que sentía en la boca era su sabor masculino—. ¿Cuándo podré hacer eso?

—Es una habilidad que se adquiere con el tiempo, y no todos los ángeles la poseen. —Plegó las alas—. Quizá en los próximos cuatrocientos años. Ya veremos.

Elena lo miró de hito en hito.

—¿Cuatrocientos? ¿Años?

—Ahora eres inmortal.

—¿Cómo de inmortal? —No era una pregunta estúpida. Ella misma había comprobado que los arcángeles podían morir.

—La inmortalidad necesita tiempo para desarrollarse..., para acomodarse... Y tú acabas de ser creada. Incluso un vampiro fuerte podría matarte en estos momentos. —Inclinó la cabeza hacia un lado y concentró su atención en el cielo que se veía a través del cristal.

El arcángel le había dicho que la parte exterior del cristal era como un espejo, así que Elena podía observar la ciudad sin tener que preocuparse por la posibilidad de que alguien la observara a su vez.

—Parece que el Refugio es ahora un lugar muy popular. —Tras decir eso, Rafael se acercó a las puertas de la terraza—. Debemos asistir a ese baile. No hacerlo sería una demostración letal de debilidad. —Cerró las puertas después de salir, extendió las alas y echó a volar hacia lo alto.

Elena ahogó una exclamación ante esa involuntaria demostración de fuerza. Ahora que sentía el peso de las alas en su espalda, comprendía la extraordinaria dificultad de los despegues verticales de Rafael. Mientras lo observaba, Rafael pasó a toda velocidad por delante del balcón y se alejó. Cuando bajó la vista hasta el sobre, su corazón aún seguía desbocado a causa de los besos y de esa exhibición de maestría aérea.

Se le erizó el vello de los brazos en el instante en que rozó el grueso papel blanco del sobre con la yema de los dedos. Sintió escalofríos... como si ese sobre hubiera estado en algún lugar tan gélido que no hubiera forma humana de calentarlo. Podría decirse que estaba frío como una tumba.

Se le puso la piel de gallina.

Superada esa sensación, le dio la vuelta al sobre. El sello estaba roto, pero si se unían ambas partes, aún podía verse la imagen grabada en él. Un ángel. Por supuesto, pensó, incapaz de apartar la vista. Estaba dibujado con tinta negra, pero no entendía por qué eso debía preocuparla. Frunció el ceño y se lo acercó más a los ojos.

—Ay, Dios... —El susurro escapó de sus labios cuando vio el secreto oculto en esa imagen. Era una ilusión, un truco. Si se miraba desde un lado, el sello mostraba a un ángel arrodillado con la cabeza gacha, pero si se cambiaba la perspectiva, ese ángel te miraba directamente, con las cuencas de los ojos vacías y los huesos blancos como la leche.

«Ella ya no pertenece del todo a este mundo.»

De pronto, las palabras de Rafael adquirieron un nuevo significado.

Estremecida, Elena levantó la solapa del sobre y sacó la tarjeta que había dentro. Era una cartulina muy pesada de color crema que le recordó a las tarjetas que utilizaba su padre para la correspondencia personal. La escritura tenía un color oro viejo. Frotó las letras con los dedos... aunque el gesto no tenía el menor sentido, ya que no podía percibir de esa forma si se trataba de oro auténtico o no.

—Aunque no me sorprendería en absoluto...

Lijuan era muy, muy vieja. Y un ser tan antiguo y poderoso podía acumular muchísimas riquezas a lo largo de su vida.

Era curioso, pero aunque consideraba a Rafael igual de poderoso, nunca lo había considerado viejo. Había algo en su presencia vital que negaba esa posibilidad. Una especie de... ¿humanidad? No. Rafael no era humano. Ni nada parecido.

Sin embargo, tampoco era como Lijuan.

Elena volvió a observar la tarjeta.

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