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Authors: Aurora Seldon e Isla Marín

Tags: #Erótico

Efecto Mariposa (18 page)

Angel entró en ese momento llevando el estuche inconfundible de un chelo.

—¡Sorpresa!

—¡Oh, Dios mío! ¿Es lo que pienso?

—Lo es. —Angel sonrió tendiéndole el estuche—. Lo ha enviado tu tío Joseph con una nota.

Tommy cogió la nota conteniendo la emoción. No había sabido nada de su tío en varias semanas y lo tomó completamente por sorpresa.

—¡Vamos, léela! —lo apremió Angel tomando en brazos a Ariel.

—Ya voy. —Abrió el sobre y leyó en voz alta—: «Querido Tommy: Quise enviarte el chelo de Sebastian pero me fue imposible, de modo que encargué éste a Italia pensando que mi sobrino debe tener lo mejor. Te quiere, Joseph». ¡Es un Stradivarius!

—Es magnífico —dijo Angel tan emocionada como él—. ¿Querrías tocarnos algo? Nos encantará oírte.

—Estoy fuera de práctica…

—Toca, tío Tommy —pidió Ariel y no pudo negárselo.

Sonriendo a medias tomó el instrumento, acariciándolo y reconociéndolo como había hecho tantas veces con el chelo de Sebastian. Se acomodó en una silla y entrecerrando los ojos, comenzó a tocar un fragmento de la Suite Nº 1 en Sol Mayor de Bach.

El chelo era perfecto, mucho mejor que el de Sebastian. Al tocarlo comenzó a sentirlo suyo, a establecer ese vínculo entre músico e instrumento que lo hacía olvidarse del mundo cuando tocaba, evocando a su hermano. Era como si el chelo tomara al tocarlo un pedacito de su alma.

«Es mío, completamente mío», pensó. Pero el chelo de Sebastian también era suyo. Tan suyo como las lecciones estudiadas mil veces para ganarse la aprobación paterna que jamás llegó. Tan suyo como el sentimiento de que Sebastian bajaba del cielo para estar con él cada vez que tocaba. Había comenzado a amar su nuevo chelo, pero estaba convencido de que tendría que recuperar el chelo de Sebastian a como diera lugar.

2

Sasha despertó atontado. Era de día y se hallaba en una habitación desconocida, olía a alcohol y a humo de cigarrillo. Había alguien pegado a su cuerpo, sujetándolo de la cintura. Unos instantes bastaron para que recordara la noche de juerga que siguió a las carreras de regatas, y al guapo muchacho que había conocido en la discoteca.

Si es que podía llamar «conocerse» a un par de guiños, un baile que rayaba en lo obsceno y un rápido
blowjob
en el cuarto oscuro. Por lo visto había sido bueno, puesto que se hallaba ahora en la habitación de ¿Percy? ¿Peter? Maldito sea si lo recordaba.

Daba igual. No debía haberse quedado dormido con un amante ocasional. Despertar junto a alguien era un acto demasiado íntimo que no podía compartise con cualquiera.

Se deshizo como pudo del abrazo del joven y se metió en el baño, donde aprovechó el agua fría para quitarse los restos de la juerga y recriminarse.

Era mayo y podía decirse que los últimos meses había gozado de la vida universitaria de los fines de semana con una intensidad que rayaba en lo enfermizo. Hubo de todo: un par de visitas a Londres para reunirse con Tommy, algunas cenas tranquilas con Larry que luego terminaban con Sasha en la discoteca ligando con cualquiera, salidas con Derek y Guy, rápidos polvos en hoteles y habitaciones desconocidas y el retorno, en medio de la madrugada, a su habitación donde dormía solo.

Era la primera vez que se había dormido junto a alguien.

Y claro, no era ningún misterio por qué lo hacía. Seguía tratando de probarse que no necesitaba a nadie, que podía vivir con cortas raciones de Tommy y muchos polvos ocasionales. Aunque el regreso a Oxford luego de estar con él tuviera siempre un sabor amargo.

Salió del baño y se vistió. Sin mirar a la figura que dormía en la cama, abandonó el lugar.

Cuando llegó a la calle, decidió caminar un poco para que el aire frío de la mañana le hiciera efecto.

«Viernes cuatro de mayo, un día más lejos de Tommy, despertando en brazos equivocados.»

Mientras avanzaba por la calle, sus ojos se posaron en un pequeño quiosco de periódicos y se detuvo en seco. Luego se acercó, y conteniendo el nerviosismo, compró un ejemplar de
The Sun
, devorando con el alma en un hilo la noticia de que Freddie Mercury tenía SIDA.

No era el primer rumor que se oía al respecto, pero esta vez había un par de fotos que mostraban al cantante muy demacrado y citas a sus propias declaraciones anunciando su enfermedad. Varias imágenes pasaron por su mente: conciertos, entrevistas, los discos que Tommy coleccionaba, el inolvidable concierto de Wembley y el trío que siguió, con Rock Vulcano, que según los rumores, era amante de Freddie.

Y Tommy, coleccionando cada foto y recorte de periódico del cantante. Adoraba a Freddie. Antes había tomado muy mal esos rumores, primero negándolos categóricamente y después angustiándose durante días. Se llevaría un disgusto enorme al enterarse de la noticia y luego se deprimiría, eso era seguro.

Entonces echó a correr hacia la cabina telefónica más cercana. ¡Tenía que hablar con Tommy!

3

Varios golpes en la puerta sobresaltaron a Tommy y levantó la cabeza del libro que le había servido de almohada. El lunes siguiente tenía un examen sobre poetas ingleses del siglo XIX y realmente odiaba la poesía pero quería sacar buena nota y llevaba varios días estudiando hasta el agotamiento.

Más golpes sonaron y una voz se oyó tras la puerta:

—¡Stoker, espabila! Te llaman por teléfono. —Bostezando Tommy se levantó de la silla y abrió la puerta—. Venga, tío —lo riñó el compañero—. Llevo cinco minutos aporreando la puerta. Vaya cara de sobado que tienes.

Tommy se colocó las gafas de sol que llevaba en el bolsillo y fue hacia el teléfono común que había en la planta baja.

—¿Diga? —masculló adormilado—. Stoker al aparato.

—¿Tommy? Has tardado una eternidad —dijo Sasha al otro lado de la línea.

—Me había quedado dormido estudiando. —Bostezó nuevamente—. ¿Se acaba el mundo y por eso has llamado? —preguntó sacudiendo la cabeza, tratando de despejarse. Había notado que Sasha estaba nervioso, pero su cerebro no lograba asimilarlo aún.

—Eh, bueno… —Sasha titubeó. Si Tommy había estado durmiendo no habría podido enterarse de la noticia y de pronto no supo cómo dársela. Tomó aire—. Cielo, a veces pasan cosas desagradables y la prensa es la primera en enterarse. Aunque no siempre es cierto, pero…

—¿De qué estás hablando? —preguntó confundido.

—¿Te acuerdas de ese rumor sobre Freddie? Apenas me levanté, esta mañana, vi una noticia en
The Sun.

—¿La prensa sigue molestando? ¿Qué han dicho esta vez? —Tommy se espabiló completamente, con la tensión a flor de piel. La prensa últimamente la había tomado con Freddie y no hacían más que esparcir rumores, a cual más ridículo o escandaloso.

—Huh… que está enfermo. Hay declaraciones de Freddie diciendo que tiene SIDA.

—¿Declaraciones suyas? ¿De él mismo? —¿Cómo podía ser posible? Freddie no podía estar enfermo. Freddie no podía morir, no podía abandonarlo. Tommy se deslizó por la pared y se quedó sentado en el suelo—. No lo puedo creer. Es cierto que en las últimas imágenes que se han hecho públicas Freddie no tenía muy buena cara, pero puede ser un resfriado, ¿verdad?

—No sé. No lo sé, Tommy. Apenas lo leí, sólo pensé en llamarte. ¿Estás bien?

—Sí… No… ¡No lo sé! No puede estar enfermo… No se va a morir, ¿verdad? —Hacía apenas cuatro años que el caso del actor Rock Hudson había saltado a la prensa, la lucha que había llevado contra la enfermedad. Lucha que había perdido. El SIDA mataba de una forma terrible.

—No sé —susurró Sasha. Habría dado cualquier cosa por confortarlo, pero no se sentía capaz de mentir—. No sé mucho sobre esa enfermedad. —No era cierto. Siempre metódico, con los primeros rumores sobre el SIDA, se había informado bien con un médico que trabajaba en el laboratorio—. ¿Quieres que vaya a verte? Podré estar allí a mediodía —ofreció en un impulso.

—Me gustaría, aunque tengo un examen el lunes así que no podré salir mucho, pero…

—Te haré estudiar, como antes. Cuídate, llegaré pronto.

Sasha colgó el teléfono y caminó a rápidas zancadas hacia el
college
. Al entrar a su habitación cayó en la cuenta de que su gran debilidad por Tommy se había puesto en manifiesto. Sabía lo mucho que le importaba Freddie, el propio Sasha también se sentía afectado, pero en el fondo reconoció que era egoísta: sabía que Tommy querría revisar noticias y declaraciones y convencerse de que el rumor era falso, que se lo tomaría muy a pecho y que se deprimiría con toda seguridad. Y quería ser él quien estuviese a su lado.

Su sentido práctico se impuso en algo que no había considerado con detenimiento. Ellos tuvieron sexo con Rock Vulcano, y aunque habían usado protección, y Sasha se hacía un examen cada seis meses, no estaba de más aprovechar el viaje a Londres y hacerse los análisis. Aprovecharía de llevar también a Tommy.

Luego pasó a pensar en sus responsabilidades inmediatas. Avisó a Larry que tenía una urgencia y puso unas cuantas cosas en un maletín. Luego tendría tiempo de psicoanalizarse en el tren. Lo importante era que estaría con Tommy.

4

Tommy había tratado de estudiar, pero no lograba concentrarse. Lo de Freddie lo tenía sobre ascuas. Sobre su cama había una colección de recortes de periódico y declaraciones de Freddie negando cualquier enfermedad. Los releyó varias veces.

«Freddie no mentiría a su público —se decía una y otra vez—. Pero, ¿y si lo hacía para que no se preocupasen por él? Eso también sería muy de Freddie, mostrar siempre lo mejor a sus admiradores.»

No desayunó y se quedó en su habitación, esperando la llegada de Sasha. Miraba el reloj, incapaz de quedarse quieto, hasta que decidió que si no hacía algo, se volvería loco. Cogió un libro, se levantó y comenzó a golpearse la cabeza con él mientras paseaba por la habitación, murmurando a la vez palabras de ánimo.

Se dejó caer en la cama. No, por hoy no podría estudiar, estaba demasiado nervioso. Miró el libro que había tomado.
Poemas de Lord Byron
. Eran románticos y trágicos. Comenzó a leerlos en voz alta mientras paseaba por la habitación, tratando de relajarse.

5

Apenas llegó a la estación, Sasha tomó un taxi y se hizo llevar al Leithold College. La residencia estaba llena de gente a la que no conocía y sintió que habían pasado siglos desde que recorría los pasillos, con pasos apresurados, decidido a no perder un instante de tiempo. Se preguntó si Tommy seguiría ocupando la misma habitación y se dirigió allí, Cuando llegó a la puerta, se detuvo, dudando. Alguien hablaba con voz solemne y temió haberse equivocado, pero luego sonrió. Era su voz.

Tommy llevaba horas recitando. Al principio lo había hecho con dejadez, limitándose a leer en voz alta, pero con el tiempo empezó a emocionarse y comenzó a recitar los poemas con todo el sentimiento posible:

«Llora en silencio mi alma solitaria,

excepto cuando está mi corazón

unido al tuyo en celestial alianza

de mutuo suspirar y mutuo amor.

Es la llama de mi alma cual lumbrera,

que brilla en el recinto sepulcral:

casi extinta, invisible, pero eterna...

ni la muerte la puede aniquilar.

¡Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba

no pases, no, sin darme una oración;

para mi alma no habrá mayor tortura

que el saber que olvidaste mi dolor.

Oye mi última voz. No es un delito

rogar por los que fueron.

Yo jamás te pedí nada:

al expirar te exijo

que vengas a mi tumba a sollozar.»

Sasha estaba inmóvil, con el oído pegado a la puerta. La intensidad con la que Tommy recitaba hizo que se le contagiara el sentimiento. La poesía no solía emocionarlo, era demasiado abstracta para su gusto, pero en la voz de Tommy se transformaba en una experiencia conmovedora. Habría seguido allí, escuchando, pero un grupo de muchachos pasó junto a él y lo quedó mirando.

A su pesar, llamó a la puerta, sabiendo que rompería el encanto.

Tommy se sintió desconcertado durante un instante. Se había metido tanto en los poemas que le costó ubicarse.

—Adelante, está abierto —consiguió decir tras una honda inspiración.

Sasha abrió la puerta y entró, cerrando rápidamente. Tommy estaba en medio de la habitación con un libro en las manos.

—Hola. —Avanzó hacia él sonriendo—. Pensé que me había equivocado de cuarto.

—¿Por qué?

—Te oí recitar. Tu voz sonaba diferente —dijo Sasha.

—No pude seguir estudiando, no me podía concentrar —comentó avergonzado—. Me puse a leer en voz alta para matar los nervios.

Sasha lo abrazó sin más.

—¿Estás bien?

—Estoy preocupado. Cada vez se oyen más casos, cada vez se habla más de esa enfermedad. Si Freddie la tuviera de verdad sería horrible. Alguien como él, tan lleno de vida… No puede ser cierto.

Sasha le quitó el libro y le masajeó la espalda sin dejar de abrazarlo. Sus ojos se posaron en los recortes que había sobre la cama.

—Confiemos en que sólo sea un rumor infundado —dijo—. O que se trate de otra cosa y
The Sun
lo esté tergiversando. No sería la primera vez que ocurre.

—Sí. —Al oírlo, Tommy se sintió mejor. Se había estado autoconvenciendo todo el día, pero oírselo decir a Sasha lo hacía más sencillo.

—Y si fuera cierto, y no digo que lo sea —susurró Sasha—, ya sabes…

—Ya.

—Me estoy haciendo exámenes periódicamente, como acordamos. ¿Cuándo fue el último que te hiciste?

—No sé… No recuerdo. —Trató de esquivar la pregunta. No podía decirle que no se lo había hecho desde antes del verano, porque le preguntaría por qué y no podía decirle que en ese momento no tenía dinero para hacerlos y que le avergonzaba pedírselo a Alex. Después, simplemente se le había olvidado. Se apartó de Sasha y se puso a ordenar el escritorio.

—¿¡No recuerdas!? Dijimos que seríamos cuidadosos, Tommy. ¿Qué pasa?

—No he tenido tiempo, he estado muy ocupado con los estudios… —Trató de justificarse—. Además, tampoco es que haya tenido mucha vida social este año.

—Sí. Bien… Yo he estado tomando precauciones y eso, pero me haré un examen hoy. ¿Te parece si te lo haces también? Así me quedo tranquilo.

—Sí… de acuerdo.

—Me quedaré hasta mañana al mediodía, así podremos escuchar las noticias.

—De acuerdo.

—Entonces vamos a hacernos el examen y aprovecharemos para comer algo por allí. No he desayunado y por lo que veo, tú tampoco.

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