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Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

Drácula (42 page)

Mientras el profesor hablaba, Jonathan me había tomado de la mano. Temía que la naturaleza terrible del peligro lo estuviera abrumando, cuando vi que me tendía la mano; pero el sentir su contacto me infundió vida…, tan fuerte, tan segura, con tanta resolución… La mano de un hombre valiente puede hablar por sí misma; no necesita ni siquiera que sea una mujer enamorada quien escuche su música.

Cuando el profesor cesó de hablar, mi esposo me miró a los ojos y yo lo miré a él; no necesitábamos hablar para comprendemos.

—Respondo por Mina y por mí —dijo.

—Cuente conmigo, profesor —dijo Quincey Morris, lacónicamente, como de costumbre.

—Estoy con ustedes —dijo lord Godalming—, por el amor de Lucy, y no por ninguna otra razón.

El doctor Seward se limitó a asentir. El profesor se puso en pie y después de dejar su crucifijo de oro sobre la mesa, extendió las manos a ambos lados. Yo le tomé la mano derecha y lord Godalming la izquierda; Jonathan me cogió la mano derecha con su izquierda y tendió su derecha al señor Morris. Así, cuando todos nos tomamos de la mano, nuestra promesa solemne estaba hecha. Sentí una frialdad mortal en el corazón, pero ni por un momento se me ocurrió retractarme. Volvimos a tomar asiento en nuestros sitios correspondientes y el doctor van Helsing siguió hablando, con una complacencia que mostraba claramente que había comenzado el trabajo en serio. Era preciso tomarlo con la misma gravedad y seriedad que cualquier otro asunto importante de la vida.

—Bueno, ya saben a qué tendremos que enfrentarnos; pero tampoco nosotros carecemos de fuerza. Tenemos, por nuestra parte, el poder de asociarnos… Un poder que les es negado a los vampiros; tenemos fuentes científicas; somos libres para actuar y pensar, y nos pertenecen tanto las horas diurnas como las nocturnas. En efecto, por cuanto nuestros poderes son extensos, son también abrumadores, y estamos en libertad para utilizarlos. Tenemos una verdadera devoción a una causa y un fin que alcanzar que no tiene nada de egoísta. Eso es mucho ya.

Ahora, veamos hasta dónde están limitados los poderes a que vamos a enfrentarnos y cómo está limitado el individuo. En efecto, vamos a examinar las limitaciones de los vampiros en general y de éste en particular.

Todo cuanto tenemos como puntos de referencia son las tradiciones y las supersticiones. Esos fundamentos no parecen, al principio, ser muy importantes, cuando se ponen en juego la vida y la muerte. No tenemos modo de controlar otros medios, y, en segundo lugar porque, después de todo, esas cosas, la tradición y las supersticiones, son algo. ¿No es cierto que otros conservan la creencia en los vampiros, aunque nosotros no? Hace un año, ¿quién de nosotros hubiera aceptado una posibilidad semejante, en medio de nuestro siglo diecinueve, científico, escéptico y realista? Incluso nos negábamos a aceptar una creencia que parecía justificada ante nuestros propios ojos. Aceptemos entonces que el vampiro y la creencia en sus limitaciones y en el remedio contra él reposan por el momento sobre la misma base. Puesto que déjenme decirles que ha sido conocido en todos los lugares que han sido habitados por los hombres. En la antigua Grecia, en la antigua Roma; existió en Alemania, en Francia, en la India, incluso en el Chernoseso; y en China, que se encuentra tan lejos de nosotros, por todos conceptos, existe todavía, y los pueblos los temen incluso en nuestros días. Ha seguido la estela de los islandeses navegantes, de los malditos hunos, de los eslavos, los sajones y los magiares. Hasta aquí, tenemos todo lo que podríamos necesitar para actuar; y permítanme decirles que muchas de las creencias han sido justificadas por lo que hemos visto en nuestra propia y desgraciada experiencia. El vampiro sigue viviendo y no puede morir simplemente a causa del paso del tiempo; puede fortalecerse, cuando tiene oportunidad de alimentarse de la sangre de los seres vivos. Todavía más: hemos visto entre nos otros que puede incluso rejuvenecerse; que sus facultades vitales se hacen más poderosas y que parecen refrescarse cuando tiene suficiente provisión de sangre humana. Pero no puede prosperar sin ese régimen; no come como los demás. Ni siquiera el amigo Jonathan, que vivió con él durante varias semanas, lo vio comer nunca. No proyecta sombra, ni se refleja en los espejos, como observó también Jonathan. Tiene la fuerza de muchos en sus manos, testimonio también de Jonathan, cuando cerró la puerta contra los lobos y cuando lo ayudó a bajar de la diligencia. Puede transformarse en lobo, como lo sabemos por su llegada a Whitby y por el amigo John, que lo vio salir volando de la casa contigua, y por mi amigo Quincey que lo vio en la ventana de la señorita Lucy. Puede aparecer en medio de una niebla que él mismo produce, como lo atestigua el noble capitán del barco, que lo puso a prueba; pero, por cuanto sabemos, la distancia a que puede hacer llegar esa niebla es limitada y solamente puede encontrarse en torno a él. Llega en los rayos de luz de la luna como el polvo cósmico… Como nuevamente Jonathan vio a esas hermanas en el castillo de Drácula. Se hace tan pequeño… Nosotros mismos vimos a la señorita Lucy, antes de que recuperara la paz, entrar por una rendija del tamaño de un cabello en la puerta de su tumba. Puede, una vez que ha encontrado el camino, salir o entrar de o a cualquier sitio, por muy herméticamente cerrado que esté, o incluso unido por el fuego…, soldado, podríamos decir. Puede ver en la oscuridad…, lo cual no es un pequeño poder en un mundo que esta siempre sumido a medias en la oscuridad. Pero, escúchenme bien: puede hacer todas esas cosas, aunque no está libre. No, es todavía más prisionero que el esclavo en las galeras o el loco en su celda. No puede ir a donde quiera. Aunque no pertenece a la naturaleza debe, no obstante, obedecer a algunas de las leyes naturales… No sabemos por qué. No puede entrar en cualquier lugar al principio, a menos que haya algún habitante de la casa que lo haga entrar; aunque después pueda entrar cuándo y cómo quiera. Sus poderes cesan, como los de todas las cosas malignas, al llegar el día.

Solamente en algunas ocasiones puede gozar de cierto margen de libertad. Si no se encuentra exactamente en el lugar debido, solamente puede cambiarse al mediodía o en el preciso momento de la puesta del sol o del amanecer. Son cosas que hemos sabido, y que en nuestros registros hemos probado por inferencia. Así, mientras puede hacer lo que guste dentro de sus límites, cuando se encuentra en el lugar que le corresponde, en tierra, en su ataúd o en el infierno, en un lugar profano, como vimos cuando se dirigió a la tumba del suicida en Whitby; en otros lugares, solamente puede cambiarse cuando llega el momento oportuno. Se dice también que solamente puede pasar por las aguas corrientes al reflujo de la marea. Además, hay cosas que lo afectan de tal forma que pierde su poder, como los ajos, que ya conocemos, y las cosas sagradas, como este símbolo, mi crucifijo, que estaba entre nosotros incluso ahora, cuando hicimos nuestra resolución; para él todas esas cosas no es nada; pero toma su lugar a distancia y guarda silencio, con respeto. Existen otras cosas también, de las que voy a hablarles, por si en nuestra investigación las necesitamos. La rama de rosal silvestre que se coloca sobre su féretro le impide salir de él; una bala consagrada disparada al interior de su ataúd, lo mata, de tal forma que queda verdaderamente muerto; en cuanto a atravesarlo con una estaca de madera o a cortarle la cabeza, eso lo hace reposar para siempre. Lo hemos visto con nuestros propios ojos.

Así, cuando encontremos el lugar en que habita ese hombre del pasado, podemos hacer que permanezca en su féretro y destruirlo, si empleamos todos nuestros conocimientos al respecto. Pero es inteligente. Le pedí a mi amigo Arminius, de la Universidad de Budapest, que me diera informes para establecer su ficha y, por todos los medios a su disposición, me comunicó lo que sabía. En realidad, debía tratarse del Voivo de Drácula que obtuvo su nobleza luchando contra los turcos, sobre el gran río que se encuentra en la frontera misma de las tierras turcas. De ser así, no se trataba entonces de un hombre común; puesto que en esa época y durante varios siglos después se habló de él como del más inteligente y sabio, así como el más valiente de los hijos de la «tierra más allá de los bosques». Ese poderoso cerebro y esa resolución férrea lo acompañaron a la tumba y se enfrentan ahora a nosotros. Los Drácula eran, según Arminius, una familia grande y noble; aunque, de vez en cuando, había vástagos que, según sus coetáneos, habían tenido tratos con el maligno. Aprendieron sus secretos en la Escolomancia, entre las montañas sobre el lago Hermanstadt, donde el diablo reclamaba al décimo estudiante como suyo propio. En los registros hay palabras como…, brujo, y… Satán e infierno; y en un manuscrito se habla de este mismo Drácula como de un
wampyr
, que todos comprendemos perfectamente. De esa familia surgieron muchos hombres y mujeres grandes, y sus tumbas consagraron la tierra donde sólo este ser maligno puede morar. Porque no es el menor de sus horrores que ese ser maligno esté enraizado en todas las cosas buenas, sino que no puede reposar en suelo que tenga reliquias santas.

Mientras hablaba el maestro, el señor Morris estaba mirando fijamente a la ventana y, levantándose tranquilamente, salió de la habitación. Se hizo una ligera pausa y el profesor continuó:

—Ahora debemos decidir qué vamos a hacer. Tenemos a nuestra disposición muchos datos y debemos hacer los planes necesarios para nuestra campaña. Sabemos por la investigación llevada a cabo por Jonathan que enviaron del castillo cincuenta cajas de tierra a Whitby, y que todas ellas han debido ser entregadas en Carfax; sabemos asimismo que al menos unas cuantas de esas cajas han sido retiradas. Me parece que nuestro primer paso debe ser el averiguar si el resto de esas cajas permanecen todavía en la casa que se encuentra más allá del muro que hemos observado hoy, o si han sido retiradas otras. De ser así, debemos seguirlas…

En ese punto, fuimos interrumpidos de un modo asombroso. Al exterior de la casa sonó el ruido de un disparo de pistola; el cristal de la ventana fue destrozado por una bala que, desviada sobre el borde del marco, fue a estrellarse en el lado opuesto de la habitación. Temo que soy en el fondo una cobarde, puesto que me estremecí profundamente. Todos los hombres se pusieron en pie; lord Godalming se precipitó a la ventana y la abrió. Al hacerlo, oímos al señor Morris que decía:

—¡Lo siento! Creo haberlos alarmado. Voy a subir y les explicaré todo lo relativo a mi acto.

Un minuto más tarde entró en la habitación, y dijo:

—Fue una idiotez de mi parte y le pido perdón, señora Harker, con toda sinceridad. Creo que he debido asustarla mucho. Pero el hecho es que mientras el profesor estaba hablando un gran murciélago se posó en el pretil de la ventana. Les tengo un horror tan grande a esos espantosos animales desde que se produjeron los sucesos recientes, que no puedo soportarlos y salí para pegarle un tiro, como lo he estado haciendo todas las noches, siempre que veo a alguno. Antes acostumbraba usted reírse de mí por ello, Art.

—¿Lo hirió? —preguntó el doctor van Helsing.

—No lo sé, pero creo que no, ya que se alejó volando hacia el bosque.

Sin añadir más, volvió a ocupar su asiento, y el profesor reanudó sus declaraciones:

—Debemos encontrar todas y cada una de esas cajas, y cuando estemos preparados, debemos capturar o liquidar a ese monstruo o, por así decirlo, debemos esterilizar esa tierra, para que ya no pueda buscar refugio en ella. Así, al fin, podremos hallarlo en su forma humana, entre el mediodía y la puesta del sol y atacarlo cuando más debilitado se encuentre.

Ahora, en cuanto a usted, señora Mina, esta noche es el fin, hasta que todo vaya bien. Nos es usted demasiado preciosa para correr riesgos semejantes. Cuando nos separemos esta noche, usted no deberá ya volver a hacernos preguntas. Se lo explicaremos todo a su debido tiempo. Nosotros somos hombres, y estamos en condiciones de soportarlo, pero usted debe ser nuestra estrella y esperanza, y actuaremos con mayor libertad si no se encuentra usted en peligro, como nosotros.

Todos los hombres, incluso Jonathan, parecieron sentir alivio, pero no me parecía bueno que tuvieran que enfrentarse al peligro y quizá reducir su seguridad, siendo la fuerza la mejor seguridad…, sólo por tener que cuidarme; pero estaban decididos, y aunque era una píldora difícil de tragar para mí, no podía decir nada. Me limité a aceptar aquel cuidado quijotesco de mi persona.

El señor Morris resumió la discusión:

—Como no hay tiempo que perder, propongo que le echemos una ojeada a esa casa ahora mismo. El tiempo es importante y una acción rápida nuestra puede salvar a otra víctima.

Sentí que el corazón me fallaba, cuando vi que se acercaba el momento de entrar en acción, pero no dije nada, pues tenía miedo, ya que si parecía ser un estorbo o una carga para sus trabajos, podrían dejarme incluso fuera de sus consejos. Ahora se han ido a Carfax, lo cual quiere decir que van a entrar en la casa.

De manera muy varonil, me han dicho que me acueste y que duerma, como si una mujer pudiera dormir cuando las personas a quienes ama se encuentran en peligro.

Tengo que acostarme y fingir que duermo, para que Jonathan no sienta más ansiedad por mí cuando regrese.

Del diario del doctor Seward

1 de octubre, a las cuatro de la mañana.
En el momento en que nos disponíamos a salir de la casa, me llegó un mensaje de Renfield, rogándome que fuera a verlo inmediatamente, debido a que tenía que comunicarme algo de la mayor importancia. Le dije al mensajero que le comunicara que cumpliría sus deseos por la mañana; que estaba ocupado en esos momentos. El enfermero añadió:

—Parece muy intranquilo, señor. Nunca lo había visto tan ansioso. Creo que si no va usted a verlo pronto, es posible que tenga uno de sus ataques de violencia.

Sabía que el enfermero no me diría eso sin tener una causa justificada para ello y, por consiguiente, le dije:

—Muy bien, iré a verlo ahora mismo.

Y les pedí a los otros que me esperaran unos minutos, puesto que tenía que ir a visitar a mi «paciente».

—Lléveme con usted, amigo John —dijo el profesor—. Su caso, que se encuentra en el diario de usted, me interesa mucho y ha tenido relación también, de vez en cuando, con nuestro caso. Me gustaría mucho verlo, sobre todo cuando su mente se encuentra en mal estado.

—¿Puedo acompañarlos también? —preguntó lord Godalming.

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