Read Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores Online
Authors: Federico García Lorca
Tags: #Clásico, drama, teatro
SOLTERA 3ª.—Mamá, no comentes más esto. Todo Granada lo sabe.
MADRE.—Claro, ¿qué van a contestar? Y allá vamos con unas patatas y un racimo de uvas, pero con capa de mongolia o sombrilla pintada o blusa de popelinette, con todos los detalles. Porque no hay más remedio. ¡Pero a mi me cuesta la vida! Y se me llenan los ojos de lágrimas cuando las veo alternar con las que pueden.
SOLTERA 2ª.—¿No vas ahora a la Alameda, Rosita?
ROSITA.—No.
SOLTERA 3ª.—Allí nos reunimos siempre con las de Ponce de León, con las de Herrasti y con las de la baronesa de Santa Matilde de la Bendición Papal. Lo mejor de Granada.
MADRE.—¡Claro! Estuvieron juntas en el colegio de la Puerta del Cielo.
(Pausa.)
TÍA.—
(Levantándose.)
Tomarán ustedes algo.
(Se levantan todas.)
MADRE.—No hay manos como las de usted para el piñonate y el pastel de gloria.
SOLTERA 1ª.—
(A ROSITA.)
¿Tienes noticias?
ROSITA.—El último correo me prometía novedades. Veremos a ver éste.
SOLTERA 3ª.—¿Has terminado el juego de encajes valenciennes?
ROSITA.—¡Toma! Ya he hecho otro de nansú con mariposa a la aguada.
SOLTERA 2ª.—El día que te cases vas a llevar el mejor ajuar del mundo.
ROSITA.—¡Ay, yo pienso que todo es poco! Dicen que los hombres se cansan de una si la ven siempre con el mismo vestido.
AMA.—
(Entrando.)
Ahí están las de Ayola, el fotógrafo.
TÍA.—Las señoritas de Ayola, querrás decir.
AMA.—Ahí están las señoronas por todo lo alto de Ayola, fotógrafo de Su Majestad y medalla de oro en la exposición de Madrid.
(Sale.)
TÍA.—Hay que aguantarla; pero a veces me crispa los nervios.
(Las solteronas están con ROSITA viendo unos paños.)
Están imposibles.
MADRE.—Envalentonadas. Yo tengo una muchacha que nos arregla el piso por las tardes; ganaba lo que han ganado siempre: una peseta al mes y las sobras, que ya está bien en estos tiempos; pues el otro día se nos descolgó diciendo que quería un duro, ¡y yo no puedo!
TÍA.—No sé dónde vamos a parar.
(Entran las NIÑAS DE AYOLA, que saludan a ROSITA con alegría. Vienen con la moda exageradísima de la época y ricamente vestidas.)
ROSITA.—¿No se conocen ustedes?
AYOLA 1ª.—De vista.
ROSITA.—Las señoritas de Ayola, la señora y señoritas de Escarpini.
AYOLA 1ª.—Ya las vemos sentadas en sus sillas del paseo.
(Disimulan la risa.)
ROSITA.—Tomen asiento.
(Se sientan las solteronas.)
TÍA.—
(A las de Ayola.)
¿Queréis un dulcecito?
AYOLA 2ª.—No; hemos comido hace poco. Por cierto que yo tomé cuatro huevos con picadillo de tomate, y casi no me podía levantar de la silla.
AYOLA 1ª.—¡Que graciosa!
(Ríen.)
(Pausa. Las Ayola inician una risa incontenible que se comunica a ROSITA, que hace esfuerzos por contenerse. Las cursilonas y su madre están serias. Pausa.)
TÍA.—¡Qué criaturas!
MADRE.—¡La juventud!
TÍA.—Es la edad dichosa.
ROSITA.—
(Andando por la escena como arreglando cosas.)
Por favor, callarse.
(Se callan.)
TÍA.—
(A la SOLTERA 3ª.)
¿Y ese piano?
SOLTERA 3ª.—Ahora estudio poco. Tengo muchas labores que hacer.
ROSITA.—Hace mucho tiempo que no te he oído.
MADRE.—Si no fuera por mí, ya se le habrían engarabitado los dedos. Pero siempre estoy con el tole tole.
SOLTERA 2ª.—Desde que murió el pobre papá no tiene ganas. ¡Como a él le gustaba tanto!
AYOLA 2ª.—Me acuerdo que algunas veces se le caían las lágrimas.
SOLTERA 1ª.—Cuando tocaba la tarantela de Popper.
SOLTERA 2ª.—Y la plegaria de la Virgen.
MADRE.—¡Tenía mucho corazón!
(Las Ayola, que han estado conteniendo la risa, rompen a reír en grandes carcajadas. ROSITA, vuelta de espaldas a las solteronas, ríe también, pero se domina.)
TÍA.—¡Qué chiquillas!
AYOLA 1ª.—Nos reímos porque antes de entrar aquí…
AYOLA 2ª.—Tropezó ésta y estuvo a punto de dar la vuelta de campana…
AYOLA 1ª.—Y yo…
(Ríen.)
(Las solteronas inician una leve risa fingida con un matiz cansado y triste.)
MADRE.—¡Ya nos vamos!
TÍA.—De ninguna manera.
ROSITA.—
(A todas.)
¡Pues celebremos que no te hayas caído! Ama, trae los huesos de Santa Catalina.
SOLTERA 3ª.—¡Qué ricos son!
MADRE.—El año pasado nos regalaron a nosotras medio kilo.
(El AMA entra con los huesos.)
AMA.—Bocados para gente fina.
(A ROSITA.)
Ya viene el correo por los alamillos.
ROSITA.—¡Espéralo en la puerta!
AYOLA 1ª.—Yo no quiero comer. Prefiero una palomilla de anís.
AYOLA 2ª.—Y yo de agraz.
ROSITA.—¡Tú siempre tan borrachilla!
AYOLA 1ª.—Cuando yo tenía seis años venía aquí y el novio de Rosita me acostumbró a beberlas. ¿No recuerdas, Rosita?
ROSITA.—
(Sería.)
¡No!
AYOLA 2ª.—A mí, Rosita y su novio me enseñaban las letras A, B, C. ¿Cuánto tiempo hace de esto?
TÍA.—¡Quince años!
AYOLA 1ª.—A mí, casi, casi, se me ha olvidado la cara de tu novio.
AYOLA 2ª.—¿No tenía una cicatriz en el labio?
ROSITA.—¿Una cicatriz? Tía, ¿tenía una cicatriz?
TÍA.—Pero ¿no te acuerdas, hija? Era lo único que le afeaba un poco.
ROSITA.—Pero no era una cicatriz; era una quemadura, un poquito rosada. Las cicatrices son hondas.
AYOLA 1ª.—¡Tengo una gana de que Rosita se case!
ROSITA.—¡Por Dios!
AYOLA 2ª.—Nada de tonterías. ¡Yo también!
ROSITA.—¿Por qué?
AYOLA 1ª.—Para ir a una boda. En cuanto yo pueda, me caso.
TÍA.—¡Niña!
AYOLA 1ª.—Con quien sea, pero no me quiero quedar soltera.
AYOLA 2ª.—Yo pienso igual.
TÍA.—
(A la MADRE.)
¿Qué le parece a usted?
AYOLA 1ª.—¡Ay! ¡Y si soy amiga de Rosita es porque sé que tiene novio! Las mujeres sin novio están pochas, recocidas, y todas ellas…
(Al ver a las SOLTERAS.)
Bueno, todas, no; algunas de ellas… En fin, ¡todas están rabiadas!
TÍA.—¡Ea! Ya está bien.
MADRE.—Déjela.
SOLTERA 1ª.—Hay muchas que no se casan porque no quieren.
AYOLA 2ª.—Eso no lo creo yo.
SOLTERA 1ª.—
(Con intención.)
Lo sé muy cierto.
AYOLA 2ª.—La que no se quiere casar deja de echarse polvos y ponerse postizos debajo de la pechera, y no se está día y noche en las barandillas del balcón atisbando la gente.
SOLTERA 1ª.—¡Le puede gustar tomar el aire!
ROSITA.—Pero ¡qué discusión más tonta!
(Ríen forzadamente.)
TÍA.—Bueno. ¿Por qué no tocamos un poquito?
MADRE.—¡Anda, niña!
SOLTERA 1ª.—
(Levantándose.)
Pero ¿qué toco?
AYOLA 2ª.—Toca «¡Viva Frascuelo!».
SOLTERA 2ª.—La barcarola de «La fragata Numancia».
ROSITA.—¿Y por qué no «Lo que dicen las flores»?
MADRE.—¡Ah, sí, «Lo que dicen las flores»!
(A la TÍA.)
¿No la ha oído usted? Habla y toca al mismo tiempo. ¡Una preciosidad!
SOLTERA 3ª.—También puedo decir «Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón los nidos a colgar».
AYOLA 1ª.—Eso es muy triste.
SOLTERA 1ª.—Lo triste es bonito también.
TÍA.—¡Vamos! ¡Vamos!
SOLTERA 3ª.—
(En el piano.)
Madre, llévame a los campos
con la luz de la mañana
a ver abrirse las flores
cuando se mecen las ramas.
Mil flores dicen mil cosas
para mil enamoradas,
y la fuente está contando
lo que el ruiseñor se calla.
ROSITA.—
Abierta estaba la rosa
con la luz de la mañana;
tan roja de sangre tierna,
que el rocío se alejaba;
tan caliente sobre el tallo,
que la brisa se quemaba;
¡tan alta!, ¡cómo reluce!
¡Abierta estaba!
SOLTERA 3ª.—
"Sólo en ti pongo mis ojos",
el heliotropo expresaba.
"No te querré mientras viva",
dice la flor de la albahaca.
"Soy tímida", la violeta.
"Soy fría", la rosa blanca.
Dice el jazmín: "Seré fiel";
y el clavel: "¡Apasionada!"
SOLTERA 2ª.—
El jacinto es la amargura;
el dolor, la pasionaria.
SOLTERA 1ª.—
El jaramago, el desprecio;
y los lirios, la esperanza.
TÍA.—
Dice el nardo: "Soy tu amigo".
"Creo en ti", la pasionaria.
La madreselva te mece.
la siempreviva te mata.
MADRE.—
Siempreviva de la muerte,
flor de las manos cruzadas;
¡qué bien estas cuando el aire
llora sobre tu guirnalda!
ROSITA.—
Abierta estaba la rosa,
pero la tarde llegaba,
y un rumor de nieve triste
le fue pesando las ramas;
cuando la sombra volvía,
cuando el ruiseñor cantaba,
como una muerta de pena
se puso transida y blanca;
y, cuando la noche, grande
cuerno de metal sonaba
y los vientos enlazados
dormían en la montaña,
se deshojó suspirando
por los cristales del alba.
SOLTERA 3ª.—
Sobre tu largo cabello
gimen las flores cortadas.
Unas llevan puñalitos;
otras, fuego, y otras, agua.
SOLTERA 1ª.—
Las flores tienen su lengua
para las enamoradas.
ROSITA.—
Son celos el carambuco;
desdén esquivo, la dalia;
suspiros de amor, el nardo;
risa, la gala de Francia.
Las amarillas son odio;
el furor, las encarnadas;
las blancas son casamiento,
y las azules, mortaja.
SOLTERA 3ª.—
Madre, llévame a los campos
con la luz de la mañana,
a ver abrirse las flores
cuando se mecen las ramas.
(El piano hace la última escala y se para.)
TÍA.—¡Ay, qué preciosidad!
MADRE.—Saben también el lenguaje del abanico, el lenguaje de los guantes, el lenguaje de los sellos y el lenguaje de las horas. A mí se me pone la carne de gallina cuando dicen aquello:
Las doce dan sobre el mundo
con horrísono rigor;
de la hora de tu muerte
acuérdate, pecador.
AYOLA 1ª.—
(Con la boca llena de dulce.)
¡Qué cosa más fea!
MADRE.—Y cuando dicen:
A la una nacemos,
la, ra, la, la,
y este nacer,
la, la, ran,
es como abrir los ojos,
lan,
en un vergel,
vergel, vergel.
AYOLA 2ª.—
(A su hermana.)
Me parece que la vieja ha empinado el codo.
(A la madre.)
¿Quiere otra copita?
MADRE.—Con sumo gusto y fina voluntad, como se decía en mi época.
(ROSITA ha estado espiando la llegada del correo.)
AMA.—¡El correo!
(Algazara general.)
TÍA.—Y ha llegado justo.
SOLTERA 3ª.—Ha tenido que contar los días para que llegue hoy.
MADRE.—¡Es una fineza!
AYOLA 2ª.—¡Abre la carta!
AYOLA 1ª.—Más discreto es que la leas tú sola, porque a lo mejor te dice algo verde.
MADRE.—¡Jesús!
(Sale ROSITA con la carta.)
AYOLA 1ª.—Una carta de un novio no es un devocionario.
SOLTERA 3ª.—Es un devocionario de amor.
AYOLA 2ª.—¡Ay, qué finoda!
(Ríen las Ayola.)
AYOLA 1ª.—Se conoce que no ha recibido ninguna.
MADRE.—
(Fuerte.)
¡Afortunadamente para ella!
AYOLA 1ª.—Con su pan se lo coma.
TÍA.—
(Al AMA, que va a entrar con ROSITA.)
¿Dónde vas tú?
AMA.—¿Es que no puedo dar un paso?
TÍA.—¡Déjala a ella!
ROSITA.—
(Saliendo.)
¡Tía! ¡Tía!
TÍA.—Hija, ¿qué pasa?
ROSITA.—
(Con agitación.)
¡Ay, tía!
AYOLA 1ª.—¿Qué?
SOLTERA 3ª.—¡Dinos!
AYOLA 2ª.—¿Qué?
AMA.—¡Habla!
TÍA.—¡Rompe!
MADRE.—¡Un vaso de agua!
AYOLA 2ª.—¡Venga!
AYOLA 1ª.—Pronto.
(Algazara.)
ROSITA.—
(Con voz ahogada.)
Que se casa…
(Espanto en todos.)
Que se casa conmigo, porque ya no puede más, pero que…
AYOLA 2ª.—
(Abrazándola.)
¡Olé! ¡Qué alegría!
AYOLA 1ª.—¡Un abrazo!
TÍA.—Dejadla hablar.
ROSITA.—
(Más calmada.)
Pero como le es imposible venir por ahora, la boda será por poderes y luego vendrá él.
SOLTERA 1ª.—¡Enhorabuena!
MADRE.—
(Casi llorando.)
¡Dios te haga lo feliz que mereces!
(La abraza.)
AMA.—Bueno, y "poderes", ¿qué es?
ROSITA.—Nada. Una persona representa al novio en la ceremonia.
AMA.—¿Y qué más?
ROSITA.—¡Que está una casada!
AMA.—Y por la noche, ¿qué?
ROSITA.—¡Por Dios!
AYOLA 1ª.—Muy bien dicho. Y por la noche, ¿qué?
TÍA.—¡Niñas!
AMA.—¡Que venga en persona y se case." ¡"Poderes"! No lo he oído decir nunca. La cama y sus pinturas temblando de frío, y la camisa de novia en lo más oscuro del baúl. Señora, no deje usted que los "poderes" entren en esta casa.
(Ríen todos.)
¡Señora, que yo no quiero "poderes"!
ROSITA.—Pero él vendrá pronto. ¡Esto es una prueba más de lo que me quiere!
AMA.—¡Eso! ¡Que venga y que te coja del brazo y que menee el azúcar de tu café y lo pruebe a ver si quema.
(Risas.)
(Aparece el TÍO con una rosa.)