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Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

Darth Maul. El cazador en las tinieblas (11 page)

—Así que la transferencia falsa salió bien, ¿no? —preguntó al androide.

—Por séptima vez, sí, ha salido bien. Tenemos una hora y veintiséis minutos antes de que los auditores androides lo descubran y lo rectifiquen. Puede que cuatro minutos más antes de que puedan localizar el paradero del visor de crédito y, dependiendo de los ocupada que esté la policía local, entre seis y catorce minutos antes de que lleguen para llevarse al calabozo al portador de la tarjeta por intento de robo y uso ilegal de los protocolos de comunicación THX-uno-uno-tres…

—Ahórrame los detalles. Tenemos menos de una hora y cuarenta y cinco minutos para cerrar este trato y salir de aquí. ¿Está mucho más lejos ese sitio?

—A nuestra actual velocidad llegaremos en dos coma seis minutos. Tiempo sobrado para llevar a cabo el trabajo, y venderle el holocrón al hutt.

—Suponiendo que el neimoidiano no quiera beber algo y hablar de la política de la República o de los últimos resultados de pelota hilo.

—Dado que vas a ir tú solo a negociar esto, confío en que encontrarás el modo de saltarte esos preliminares. El tiempo corre y la identidad falsa que utilicé para la transferencia no detendrá a las autoridades más allá de unos cuantos minutos una vez consigan el visor de crédito. Y eso suponiendo que Hath Monchar no le dé tu nombre a los oficiales que lo arresten. Una suposición bastante peligrosa, ya que yo en su lugar lo daría al instante, tal y como supongo que también harías tú si alguien te timase de este modo. En cuyo caso estaremos metidos en excremento de bantha hasta los globos oculares y los fotorreceptores, respectivamente hablando. Así que declina cualquier oferta de refrigerio líquido y de charla banal, y cierra ese trato; ése es mi considerado consejo.

— o O o —

Encontrar al neimoidiano era un juego de niños para Darth Maul. Las paredes no podían detener los oscuros dedos escrutadores de la Fuerza. Cuando llegó al domicilio correcto, sintió que al otro lado de la puerta había cuatro seres. Monchar, por supuesto, y el guardaespaldas que había visto acompañándolo. Las embotadas ondas de los otros dos resonaron con violencia contenida. Más guardias, sin duda.

No importaba. Hubiera tres guardias o treinta, el resultado seguiría siendo el mismo. Ya era hora de que Hath Monchar pagara por intentar traicionar a Lord Sidious.

Sacó del cinturón su sable láser doble y presionó con el pulgar el botón de ignición. Respiró hondo y se centró en los remolinos y mareas del Lado Oscuro. Entonces, con su poder y concentración así aumentados, empujó el aire con su mano libre como si lanzara una pelota invisible.

La puerta se rompió hacia adentro.

— o O o —

Mahwi Lihnn se movió con sumo cuidado por los pasillos poco iluminados del edificio, dispuesta a disparar contra cualquier cosa que se moviera. Se abrió una puerta y una vieja humana empezó a salir, vio a Lihnn con el dedo tenso en el gatillo, y volvió a su cuarto, cerrando detrás de ella la puerta de bisagras.

Lihnn se las arregló para no dispararle, pero por muy poco.

Esto podría ser un problema, reflexionó. Había cientos de cuartos en esa colmena, y de ninguna manera podría registrarlos todos. Había contado con seguir al encapuchado hasta su destino común, pero los breves instantes de sorpresa al descubrir la manera en que el otro había forzado la entrada habían bastado para que su presa se desvaneciera en esa conejera. Podía pasarse allí varios días buscando sin encontrar nunca al neimoidiano. Igual debería salir fuera y establecer vigilancia en la puerta del edificio.

Lo malo es que no estaba segura de lo que pretendía el encapuchado al seguir a Monchar. Las órdenes de Lihnn eran claras: traer de vuelta a Hath Monchar vivo. Si no lo encontraba pronto, acabaría con un cadáver en las manos, cosa que no haría nada feliz a su cliente.

No parecía tener más opción que la de continuar la búsqueda.

— o O o —

Maul conectó su sable láser apenas entró por la puerta. Los brillantes rayos se extendieron en toda su longitud.

Examinó el cuarto: el neimoidiano estaba sentado en una silla contra la pared del fondo. Un par de quarren o cabezas de calamar buscaban las pistolas de sus cartucheras. El guardaespaldas trandoshano ya había sacado la suya, empezando a dispararla.

El Sith giró el sable láser y lo inclinó ligeramente. Detener el disparo era sencillo. Redirigirlo apropiadamente resultaba algo más difícil, aunque no imposible. El rayo chocó contra la potente lanza de energía y rebotó hasta el cabeza de calamar más cercano, golpeándolo en el tórax. El quarren se derrumbó.

Maul se permitió un ligero fruncimiento de ceño. El disparo deflectado había dado dos centímetros por debajo de donde había apuntado. Poco control por su parte.

Un segundo disparo láser del trandoshano se dirigió hacia él, y otro giro rápido, guiado por el Lado Oscuro, atrapó el rayo y lo devolvió al que disparaba. El trandoshano recibió en el rostro el rayo rebotado. Se vino abajo, estremeciéndose en las fauces de la muerte, con la cara hecha una ruina ennegrecida de carne y escamas, cayendo a los pies del horrorizado neimoidiano.

Mejor.

Saltó contra el quarren restante, que ya había medio levantado la pistola. El cabeza de calamar disparó asustado, demasiado bajo para hacer otra cosa que no fuera dañar el suelo. El sable láser trazó un arco y, con una torsión de muñeca, le cortó al quarren la cabeza con tentáculos a la altura del cuello.

La pelea había empezado y terminado demasiado deprisa para que el neimoidiano pudiera siquiera pensar en huir. Se encogió en la silla, alzando inútilmente las manos para apartar el peligro. Ni siquiera tenía un arma.

Maul apagó el sable láser y se lo volvió a enganchar en el cinto. Dedicó una mirada de desdén a los tres cadáveres. Sus androides de duelo le habían proporcionado una pelea mucho mejor que esos tres. Lamentable.

Se volvió hacia el aterrado Monchar. Levantó lentamente sus enguantadas manos y se apartó la capucha, revelando su aterrador rostro. Sonrió, mostrando los dientes, para acentuar el efecto.

Un olor acre se hizo notar por encima de la peste a muerte del cuarto. La vejiga del neimoidiano había liberado sus contenidos.

—Hath Monchar —dijo Darth Maul— Tú y yo tenemos cosas que discutir.

— o O o —

—Nos quedan aproximadamente una hora y treinta y tantos minutos —dijo el androide cuando Lorn e I-Cinco llegaron al complejo cúbico—. La velocidad es esencial en este momento. Seguramente la policía empezará a buscarnos cuando vayamos camino del espaciopuerto, y eso suponiendo que no haya problemas en nuestra reunión con el Hutt.

—No te preocupes por mí, tú limítate a… Eh, ¿qué le ha pasado a la puerta?

—Parece que ha tenido una disputa con alguien. No es de sorprender en este vecindario. En cualquier caso, no es asunto nuestro, ¿verdad? ¡Ahora date prisa!

Lorn asintió y entró en el edificio. Una vez en el pequeño vestíbulo, llamó al turboascensor que le llevaría al cuarto piso, donde se suponía que residía el neimoidiano. Éste debía andar bajo de fondos para alquilar un antro así, o bien se estaba esforzando para no ser localizado. En cualquier caso, cuanto menos tardase en hacer la compra e irse, más feliz sería. Siguió agarrando la pistola láser del bolsillo e intentó parecer despreocupado mientras esperaba el ascensor. La despreocupación resultaba difícil de simular en esa coyuntura. El visor de crédito de su cartera parecía estar hecha de material fisionable. No todos los días intentaba hacer un timo de un millón de créditos.

— o O o —

Atrapado en el poder del Lado Oscuro, el neimoidiano forcejeó por respirar. La mano izquierda de Darth Maul, alzada ante él, se cerró para formar un puño, y su garganta se sintió más constreñida aún.

—¿Estás dispuesto a hablar? —preguntó Maul.

Su prisionero no podía hablar, pero se las arregló para asentir. La esclerótica carmesí de sus ojos se había oscurecido en varios tonos debido a la congestión sanguínea.

Maul relajó el puño y la concentración. Hath Monchar se derrumbó en el suelo, resoplando mientras intentaba recuperar el aliento.

—¿Quién más lo sabe?

—Na… nadie. Sólo un humano, Lorn Pavan.

Maul sintió la verdad en sus palabras. Eso estaba bien. Lo único que tendría que hacer era matar al neimoidiano, y después buscar al humano y matarlo. Y entonces acabaría con esta triste tarea.

—¿Dónde está ahora el humano?

—No lo sé.

La mano de Maul volvió a cerrarse. Monchar jadeó, volviendo a buscar aire. Maul lo soltó.


¿Dónde?

—¡Vi… viene hacia aquí a comprar el holocrón!

—¿Cuándo?

—¡En cualquier momento!

Maul sonrió. Tenía toda la información que necesitaba.

—Excelente. Has sido muy cooperador, Hath Monchar.

Monchar miró hacia arriba desde su posición supina. En sus ojos brilló la esperanza por un instante, pero murió al ver su destino en la expresión de Maul.

—Es hora de morir —dijo éste, sacando el sable láser.

—¡Espera! —la voz del neimoidiano era un gemido aterrador—. ¡Puedo pagarte! ¡Te daré todos los créditos que me dé el humano!
Por favor…

—Levántate. Enfréntate al menos a tu destino sin arrastrarte.

Pero Monchar estaba demasiado paralizado por el terror para hacer nada. Maul sintió una oleada de disgusto por esa lastimosa criatura. Con la mano libre hizo un brusco gesto hacia arriba, y su víctima se alzó como una marioneta tirada por sus hilos. Pendió allí, indefenso, en poder de la Fuerza.


Nooo.

Darth Maul encendió una hoja del sable láser y trazó un arco lateral, cortando el último grito del neimoidiano, al tiempo que su cabeza. A continuación liberó los hilos de Fuerza que sostenían el espasmódico cuerpo y contempló como se derrumbaba.

En el suelo, detrás del cuerpo, había una caja fuerte de duracero. Maul la abrió con un corte preciso del sable láser. Ah, ahí estaba el holocrón mencionado. Apagó el sable láser, se lo colgó del cinto y se agachó para cogerlo. Pero, antes de que sus dedos pudieran tocarlo, sintió que no estaba solo.

—¡No te muevas! —dijo una voz proveniente de la puerta—. ¡A poco que respires demasiado fuerte te dejo frito en el sitio!

Miró a la puerta. Una humana alta con una armadura de telaraña le apuntaba con dos pistolas láser.

Se dio cuenta de que era la misma que antes había sentido siguiéndolo. Sus labios se fruncieron molestos. Hizo un rápido sondeo mental, pero la cazadora de recompensas —pues seguro que era eso— era demasiado perspicaz, y estaba demasiado atenta como para ser engañada con trucos mentales.

Repasó sus opciones. Nunca alcanzaría el sable láser con la suficiente rapidez, ni siquiera con lo rápido que era. Podría esquivar un disparo, puede que hasta dos, pero confinado como estaba en este pequeño cubículo, y enfrentado a una mujer que muy bien podía realizar en medio segundo una docena de disparos con dos pistolas láser semiautomáticas, necesitaba crear una distracción.

Junto a sus pies estaba la pistola del trandoshano. Le serviría perfectamente.

Usando su dominio de la Fuerza, cogió el arma con un oscuro tentáculo energético y la lanzó con fuerza contra la cara de la cazarrecompensas.

La mujer era ágil. Esquivó la pistola, disparándole un rayo. Falló y recuperó la posición, pero la distracción había cumplido con su propósito. Antes de que el arma rebotara en la pared y cayese al suelo, Maul tenía ya el sable láser en la mano. Sacó ambas hojas en el momento en que el siguiente disparo llegaba a él, seguido de media docena más en rápida sucesión. Las manos del aprendiz Sith eran un borrón mientras permitía que el Lado Oscuro se apoderara de él por completo, dejándose llevar por su poder y concediéndole que lo controlara y manipulara.

Los disparos alcanzaban las hojas giratorias del sable láser, siendo desviados a las paredes, el techo, el suelo. Sin tiempo para apuntar, aunque uno o dos disparos sí que alcanzaron a la cazarrecompensas sin hacerle ningún efecto aparente. Su armadura parecía ser de la mejor calidad.

La cazadora de recompensas soltó sus inútiles pistolas y buscó en la muñeca donde llevaba un lanzacohetes. ¡La muy idiota!, pensó Maul. ¡Morirían los dos si allí explotaba un cohete!

No había tiempo para intentar detenerla. Maul se filtró por entre las corrientes de la Fuerza, moviéndose a una velocidad antinatural cuando se giró hacia la pared más próxima, un panel de plástico barato, girando el sable láser en una pauta cortante. El plástico cedió con facilidad ante los supercalientes filos plasmáticos de las hojas, y Maul atravesó la pared, saltando sobre una silla del cuarto contiguo que, por suerte para sus inquilinos, en ese momento estaba desierto, cortando hacia abajo con una hoja del sable láser, trazando en el suelo un óvalo desigual. Se dejó caer por el techo del cubículo inferior justo en el momento en que el cohete chocaba con la pared del cuarto del neimoidiano y explotaba.

— o O o —

Lihnn nunca había visto a nadie moverse como el hombre de los cuernos y la cabeza tatuada. No vestía como un Jedi, pero su control del sable láser de doble hoja excedía en mucho el de cualquier Jedi del que hubiera podido oír hablar. ¡Desviaba los disparos láser como quien mataba moscas! Lihnn no podría vencer a nadie que pudiera hacer eso. La partiría en dos con ese sable láser de doble hoja.

Desesperada, decidió usar el lanzacohetes de muñeca. Su única posibilidad era acertar de lleno al cornudo y esperar a que la explosión quedara lo bastante contenida por su cuerpo como para permitirla sobrevivir. Pero, apenas apretó el gatillo del lanzacohetes, el hombre tatuado pareció desaparecer en un borrón. De pronto, en la pared había un agujero, allí donde un instante antes había una superficie sólida.

Lihnn intentó impedir que el cohete se disparase, pero ya era tarde. El motor sin retroceso se conectó y el misil dejó su muñeca. Intentó saltar hacia atrás, al pasillo.

— o O o —

Quedó inconsciente sólo por un minuto o dos, y para cuando pudo volver a enfocar la mirada el humo seguía girando en el aire y los cascotes aposentándose. Tenía un zumbido en los oídos, debido a la explosión o a la docena de alarmas residenciales que se activaron por su causa, o por ambas cosas. Lorn se las arregló para ponerse en pie, sacó la pistola y avanzó torpemente. Sobresaliendo de un agujero en la pared había un cuerpo, del que sólo podía ver unas piernas inconfundiblemente femeninas. Dar por muerta a la mujer parecía una apuesta bastante segura.

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