Read Darth Maul. El cazador en las tinieblas Online

Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

Darth Maul. El cazador en las tinieblas (24 page)

El trío golpeó la pared rocosa del otro lado de la caverna. El impacto fue considerable, incluso teniendo en cuenta el uso de la Fuerza por parte de Darsha. Ésta jadeó, sin aire, consiguiendo apenas no soltarse.

—Bueno, ya —terminó de decir I-Cinco.

—Gracias —consiguió decir Lorn—, por ese cálculo tan ajustado como siempre.

—No hay de qué.

Habían conseguido cruzar. Ya sólo tenían que trepar por el cable.

— o O o —

Darth Maul vio a su presa saltar del puente y cortar el cable de soporte para convertirlo en una ruta de escape, mientras movía una enguantada mano para despejar los vapores de la red desintegrada que le obstaculizaban la visión. El aprendiz Sith se quedó completamente inmóvil por un instante, dándose cuenta de la manera en que habían sido más listos que él. Desahogó su rabia lanzando un grito de frustración. La energía anuladora de la Fuerza del taozin le impidió sentir su escapada antes de que la llevaran a cabo. Resultaba asombrosa la cantidad de buena suerte que tenía su presa.

Iba a disfrutar de verdad completando su misión.

Pero, en ese momento, debía ocuparse de asuntos más acuciantes. El puente empezaba a desmoronarse debido al peso del taozin y a lo mucho que lo había desmantelado su presa. Saltó al cable de soporte restante y empezó a desplazarse hacia el otro lado de la caverna. Podía atravesar fácilmente esa distancia antes de que su presa consiguiera escalar el barranco. Su habilidad atlética y su conexión con la Fuerza hacían que la delgada cuerda de soporte le pareciera tan ancha como una avenida.

Pero el taozin tenía otras intenciones. Se enroscó al cable de soporte, bloqueándole el paso. Con la cabeza por debajo del cable, le disparó otro chorro de telaraña.

Él volvió a vaporizar la red. La criatura volvió a atacar, pero esta vez de forma diferente, usando las patas para hacer vibrar el hilo sobre el que estaba parado el Sith.

Perdió el equilibrio, pero no se asustó. Alargó el brazo, cogiéndose con la mano libre al cable, procurando mantener alejado el sable láser. Colgaba justo ante la criatura, a sólo unos metros de distancia de sus afiladas mandíbulas.

En ese momento supo que no sería en los próximos minutos cuando alcanzaría a Pavan y a los demás. Giró el sable láser en una ejecución perfecta del «wampa cortante» y seccionó el cable de soporte al que él mismo se agarraba. El taozin y él cayeron en direcciones opuestas. Chocó contra la pared situada al lado contrario de donde se hallaba su presa, mientras el taozin desaparecía en el abismo.

Desgraciadamente, al deshacerse de la criatura también se había deshecho de su único camino para cruzar la caverna. Darth Maul trepó por el cable hasta llegar a la cornisa por la que había entrado en la cueva.

Rechinó los dientes. Ni siquiera con la Fuerza de su lado podría saltar un abismo tan ancho. Tendría que rehacer su camino de vuelta a la superficie, lo cual le resultaba insoportablemente frustrante. Sabía que volvería a encontrarlos. No había lugar en la galaxia al que no pudiera seguirlos y, por mucho tiempo que necesitara para hallarlos, nunca fracasaría. Pero le enfurecía el haber estado tan cerca de su objetivo sólo para volver a fallar.

Lo pagarían caro.

Capítulo 26

O
bi-Wan Kenobi empujó con el hombro para atravesar las puertas del Oasis Tusken y por unos segundos tuvo la impresión de haber vuelto a los niveles superiores. El club estaba pródigamente decorado y cuidado. Estatuas de animales de diversas mitologías galácticas se entremezclaban en un elegante friso que cubría toda la pared y recorría la gran sala, lámparas de cristal fotónico brillaban con luces multicolores repeliendo la oscuridad generalizada. El color predominante del momento era el azul, pero mientras el padawan estaba allí, subió en el espectro hasta alcanzar el violeta. En una esquina había un cuarteto de músicos bith tocando algo alegre, agitando las grandes y bulbosas cabezas al ritmo de la melodía marcada por la omnicaja de su líder.

Sólo al fijarse detenidamente en los clientes del club vio indicios de que seguía en los niveles inferiores del Pasillo Carmesí. Guardaespaldas gamorreanos armados con pistolas se mezclaban con los clientes jugadores, habiendo muchos de éstos que llevaban armas propias al carecer de protección pagada. En la sala había suficiente potencia de fuego como para iniciar una pequeña revolución.

Dejó que sus sentidos fluyeran con las corrientes de la Fuerza y se expandieran por el club, sintiendo el pulso del lugar, notando así que algo no iba bien, que había una secuencia desincronizada. Estaba claro que no hacía mucho que allí había pasado algo. Localizó junto a la banda el lekku de un twi’lek agitándose sobre las cabezas de los clientes, y por un momento creyó haber encontrado a Anoon Bondara, pero una mirada más atenta le reveló que no era el Jedi que buscaba.

Se dirigió hacia la gran barra de bar situada al fondo de la sala y notó que lo observaban. Varios rodianos de la barra le siguieron con su mirada oscura y sin rasgos, agitando el hocico. Vestían versiones recortadas de armaduras stalker, y bien podían llevarlas estampadas con las palabras
Perteneciente al Sol Negro
. Cuando se acercó, un cubas que comía insectos todavía vivos de un cuenco, alzó la mirada, fijándose en la figura encapuchada que se aproximaba, y saltó apresuradamente de su taburete, dirigiéndose hacia una de las salidas.

El barman pertenecía a una especie que Obi-Wan no consiguió reconocer. Su cabeza azul oscuro carecía de cuello y asomaba suavemente de unos anchos hombros de los que brotaban seis musculosos brazos semejantes a serpientes. Cada brazo acababa en dos dedos. Tenía dos brazos mezclando una bebida mientras otra tecleaba información en una libreta de datos. El padawan se acercó a él, dándose cuenta de que los tres brazos restantes desaparecían bajo el nivel de la barra.

No se necesitaba tener la habilidad de alguien como Yoda para adivinar que allí tenía un arma escondida. Parecía que quien le señaló el establecimiento del hutt lo había hecho con razón. Se detuvo ante el barman y alzó lentamente las manos para echarse atrás la capucha que le cubría el rostro. El barman le miró con una expresión que, en un rostro humano, podría definirse como desdén.

—¿Qué quieres? —croó en un básico con fuerte acento.

—Busco algo de información.

—No tenemos —rugió el barman, deslizando furtivamente el cuarto brazo bajo la barra para unirse a los otros tres. Obi-Wan notó cómo aumentaba la tensión.

Vive el momento; sé consciente sólo del presente.

Había oído tantas veces esa amonestación del Maestro Qui-Gon que casi le parecía tenerlo a su lado. El padawan sabía que su tendencia a mirar al futuro a veces le cegaba al presente. En su situación, sintió que lo más prudente era aceptar el consejo de su Maestro.

Obi-Wan buscó con la mente y sintió lo que no podía ver. El barman estaba a punto de activar bajo la barra una pistola láser que apuntaba directamente al abdomen del padawan. Los dos rodianos se habían separado, poniéndose a su lado, fuera del alcance de un sable láser. También pudo sentir cómo aprestaban sus armas.

¿A qué estarían esperando?

Entonces notó que los cuatro ojos del barman miraban a un par de pequeños cristales insertados en la superficie de la barra, situados junto al cuaderno de datos y que parecían ser parte del diseño del mueble. Uno estaba encendido con una luz roja. El otro era un cristal verde, apagado. Mientras miraba, el cristal rojo parpadeó y se apagó, encendiéndose el verde.

Obi-Wan Kenobi buscó simultáneamente la Fuerza y su sable láser y los acontecimientos se ralentizaron al tiempo que aumentaba su percepción de las cosas. Se arrojó al suelo en el instante en que el barman disparaba su arma, haciendo estallar la hermosa barra de madera tallada y lanzando una lluvia de astillas sobre el aprendiz. Conectó el sable láser y trazó un amplio arco con él. Su hoja ultracaliente cortó sin resistencia el mostrador del bar y la pistola que se ocultaba detrás, sin tocar de paso los prensiles miembros del barman. Se puso rápidamente en pie, casi levitando con la ayuda de la Fuerza, continuando el arco de su arma, retorciéndose en el aire para enfrentarse a los rodianos que ya habían sacado sus pistolas. Hizo un gesto y una de las armas saltó de las manos de su sorprendido dueño para perderse al otro lado de la sala. Su compañero disparó, y el rayo de partículas brotó de su cañón para ser desviado por la hoja de energía color cobalto y perderse en alguna parte del techo. Obi-Wan volvió a gesticular, y el arma del otro rodiano voló para aterrizar a sus pies.

A su alrededor, los habituales del club interrumpieron su juego para mirarle, muchos de ellos asumiendo instintivamente una posición defensiva, aprestando las armas o escondiéndose tras sus guardaespaldas. Al sentir que ya había pasado el peligro inmediato, volvieron a concentrarse en sus partidas de sabbac, dejarik y demás juegos.

Obi-Wan se dio media vuelta para volver a mirar al barman, con el sable láser ya desactivado.

—Como ya dije, sólo quiero algo de información. No problemas.

Aunque no podía leer el rostro de ese ser, Obi-Wan notó que el color de su cabeza se había alterado para adquirir un tono azul claro y que parecía tener problemas con su respiración. Sintió movimiento detrás: los rodianos volvían al ataque. Dio media vuelta para enfrentarse a ellos.

—Basta ya, chicos —dijo alguien—. Nuestro invitado Jedi no ha venido a causarnos problemas. ¿Verdad, amigo…?

—Kenobi. Obi-Wan Kenobi. Y, como ya le dije a tu barman, sólo busco información —dijo el padawan, volviéndose para mirar al recién llegado, que era un humano bajo y musculoso, que arrastraba una larga trenza de pelo. Lo rodeaba un aire de fortaleza. No estaba relacionada con la Fuerza; era pura prepotencia animal.

—Yo también busco información, Jedi Kenobi —dijo el hombre—. Igual podemos ayudarnos mutuamente. Me llamo Darl Perhi.

— o O o —

Perhi guió a Obi-Wan por un corto tramo de escaleras y a lo largo de un pasillo, disculpándose mientras caminaban.

—Siento la trifulca, pero teníamos que asegurarnos de que eras de verdad un Jedi. El hecho de que no hayas querido dañar a nuestros muchachos habla por sí solo. Después de todo, los Jedi son conocidos por valorar la vida.

En su voz había algo más que un toque de sarcasmo. El padawan sonrió con tirantez.

—No es el caso del Sol Negro. Se dará cuenta de que a estas horas ya estaría muerto de no haber sido un Jedi.

—Como he dicho, era una simple precaución —asintió el gángster—. Dentro de un momento verás por qué. Sólo es parte del negocio, Jedi Kenobi.

—¿Me lleva a ver a Yanth el hutt?

—Buena conjetura —repuso el gángster, mirando al muchacho.

Llegaron al final del pasillo y cruzaron unas puertas gemelas que parecían fundidas en su centro. Al entrar en la sala, Obi-Wan notó enseguida que había varios guardias gamorreanos en el suelo. No era un especialista forense, pero daban la impresión de haber muerto por disparos láser. Sorteó una pica de fuerza rota y siguió a Perhi hacia una gran forma caída en el suelo.

Se arrodilló y examinó la herida que había matado al hutt. Parecía haber sido causada por un sable láser. Pero eso no era posible, claro. Tenía que ser la quemadura de una pistola láser.

Alzó la mirada para clavarla en la del representante del Sol Negro. ¿No sería que la organización pasaba por una de sus periódicas peleas intestinas? ¿Se preparaba algún otro suceso?

—Esperaba que pudiera arrojar algo de luz sobre todo esto, Jedi Kenobi. ¿No hay alguna… —comentó Perhi, haciendo un gesto vago— forma mística de adivinar quién ha hecho esto?

Qué interesantes resultan las mitologías que despiertan las organizaciones
, pensó Obi-Wan. Entre los Jedi debía haber personas que se preguntarían cosas de la misteriosa Sol Negro, exagerando su alcance, sus conexiones, su peligrosidad. Y también era cierto lo contrario. Era evidente que Perhi suponía que su invitado Jedi tendría alguna forma cabalística de descubrir lo que había sucedido allí.

—Déme un momento —dijo Obi-Wan.

El gángster asintió y retrocedió un paso.

El padawan se arrodilló y dejó que sus sentidos se expandieran, meditando en lo que parecía haber sucedido. El sentimiento de corrupción que había notado en la calle volvió a él con la misma fuerza que la turbación causada por muchos seres. Pero todo estaba demasiado mezclado. Había pasado demasiado tiempo, había entrado y salido demasiada gente. Quizá un Maestro como Mace Windu pudiera extraer alguna conclusión con sentido, pero él no era un Maestro. Ni siquiera era todavía un Caballero Jedi.

Negó con la cabeza.

—Lo siento. Quizá de haber venido antes…

—No tiene la culpa. Gracias de todos modos —repuso el gángster, negando con la cabeza.

Obi-Wan sintió su decepción, aunque sabía disimularla bien. Por su parte, se sorprendió al descubrir que sentía cierto alivio. Después de todo, el descubrir que el causante de esa carnicería había sido Darsha o el Maestro Bondara… Pero con toda probabilidad no había sido así.

Pero ¿quién pudo ser?

—¿Nadie vio al que hizo esto?

—No. Cualquiera diría que debía haber al menos un testigo, pero todo el mundo dice que no pudo verlo bien, y eso que pasó corriendo por su lado.

Obi-Wan asintió. Eso podía deberse a la natural reticencia a involucrarse habitual en la gente que estaba al otro lado de la ley… o por miedo a las represalias.

Se dirigió a la salida, seguido de Perhi.

—¿Jedi Kenobi?

—¿Sí?

—Hasta hoy no había tenido el placer de ver actuar a uno de los vuestros. Lo que hizo en el bar… ¿Todos los Jedi son así de buenos?

—No, no lo son —contestó, deteniéndose para mirar a su interlocutor.

El gángster pareció relajarse un poco, pero su expresión cambió cuando Obi-Wan siguió hablando.

—Yo sólo soy un aprendiz. Aún tengo que pasar las pruebas para ser un Jedi. Mi Maestro es mucho más hábil que yo. Me temo que, como estudiante, soy una decepción para él. En lo que a combate se refiere, debo ser uno de los peores luchadores Jedi.

El padawan tuvo la satisfacción de ver cómo el gángster palidecía ligeramente. A continuación, se volvió y dejó la oficina subterránea de Yanth y el Oasis Tusken. Con algo de suerte, habría proporcionado a Darl Perhi algo en lo que pensar.

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