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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Colmillos Plateados (3 page)

—Sí, menudo Ahroun estoy hecho —gruñó Albrecht—. El rey Mierdero I. Ese soy yo.

—Maldición —dijo Evan—. Supongo que eso ha sonado bastante mal. Lo siento. Pero no era eso lo que quería decir. La cuestión es que, a pesar de todo lo que te hizo, no enloqueciste sin más y lo convertiste en fertilizante. Lo castigaste con justicia.

Albrecht resolló y cruzó los brazos sobre su voluminoso pecho.

—La gente habla sobre el modo en que un rey trata a sus enemigos, Albrecht —insistió Evan—. Si es salvaje e implacable, caminan de puntillas a su alrededor y hacen lo posible por no enojarlo. Pero si es honorable y justo, sienten que pueden confiar en él.

—Eso lo has leído en un manual de negocios de la Nueva Era, ¿a qué sí? —dijo Albrecht sin volverse y con una sonrisa en los labios.

—Lo he visto, Albrecht —dijo Evan. Se arrodilló en el suelo, junto a la cama, y puso su mano sobre la de Mari—. Tanto Mari como yo estábamos presentes el día que exiliaste a Arkady. Lo vimos con nuestros propios ojos. Hiciste que nos sintiéramos orgullosos y aún seguimos sintiéndonos así.

—¿Ah, sí? —dijo Albrecht mientras se volvía. Lanzó a Evan una mirada fulminante—. ¿Crees que ella estaría de acuerdo en esto, muchacho? ¡Mírala! Sí, mostré misericordia para con Arkady y ahora esa decisión vuelve para morderme el trasero. A ella ya se lo ha mordido y si tú la hubieras acompañado… o si hubieras ido en su lugar, puede que ahora mismo estuvieras muerto. Y todo porque dejé que esa repugnante bolsa de basura siguiera con vida.

—Jonas, no te hagas el ingenuo, joder —repuso Evan al tiempo que se ponía en pie sin dejarse intimidar por la mirada de Albrecht—. Eso no es más que mierda autocompasiva.

Albrecht tuvo que pestañear un par de veces antes de recobrar la facultad del habla. Daba las gracias a Dios por tener el sol a su espalda en aquel mismo momento. Con suerte, de ese modo Evan no vería la mirada de completo asombro que se había pintado en su rostro.

—¿Qué has dicho?

—Ya me has oído —dijo Evan. Hablaba con un tono de voz que Albrecht conocía bien. Con la espalda recta y los brazos cruzados, se erguía recto y digno como un viejo árbol—. Ambos sabemos cómo estaban las cosas por entonces. Ya sabes qué clase de infierno tuvo que atravesar Arkady para llegar hasta los Estados Unidos desde Rusia y lo primero que hiciste cuando lo tuviste a tu merced fue enviarlo de regreso. Le
ordenaste
que fuera.

—Lo mandé a su cuarto sin cenar —musitó Albrecht.

—No, casi había llegado a ser rey, Albrecht, ¿recuerdas? —dijo Evan—. La gente no sabía aún que era un traidor. Tú lo descubriste y lo exiliaste. Lo sentenciaste a regresar al lugar del que había salido sin ayuda de nadie. Le ordenaste que marchara solo y volviera a cruzar las puertas del Infierno. Tú lo sabías y él lo sabía también. No era más que el aplazamiento de una ejecución.

Albrecht no dijo nada.

—Pero —continuó Evan— permitiste que muriera mientras trataba de regresar a casa, luchando contra el Wyrm. Después do todo lo que te había hecho, aún le ofreciste la oportunidad de caer con dignidad.

Albrecht permaneció inmóvil unos momentos, tratando de pensar en algo que decir en vez de permanecer allí, pestañeando como un idiota aturdido, Evan le causaba ese efecto algunas veces. Sobre todo cuando el muchacho tenía razón y él se estaba comportando como un testarudo.

—¿Y bien? —dijo Evan al cabo de unos segundos de silencio. Colocó las manos a ambos lados y las introdujo en los bolsillos. Envuelto por completo por la sombra de Albrecht, ladeó ligeramente la cabeza. Albrecht se llevó el dorso de la mano al ojo sano y sorbió por la nariz en silencio.

Evan se inclinó hacia delante, un poco inquieto ahora que había terminado de sermonearle. Volvía a mostrarse tan respetuoso como de costumbre.

—Albrecht, yo… ¿qué ocurre?

—Es sólo que… —empezó a decir Albrecht—. Escúchate… —su voz temblaba. Volvió a sorber—. Mi pequeño hombretón… estás muy crecido —se pasó el dorso de la mano por el ojo sano y a continuación esbozó una sonrisa afectada.

Evan suspiró y puso los ojos en blanco.

—Capullo.

—Gilipollas.

La mirada de Albrecht se dirigió hacia Mari y a continuación hacia la izquierda, a la puerta. Su orgulloso y noble perfil resaltaba acusadamente frente al mundo iluminado por el sol que se abría al otro lado de la ventana.

—Pero tienes razón —suspiró sin mirar a Evan—. Supongo que no
todo
lo que ha pasado es culpa mía.

—Sería una arrogancia pensar eso —dijo Evan.

Albrecht se volvió hacia el joven y volvió a esbozar la misma sonrisa afectada.

—Sí, supongo que sí. Yo diría que vas a ser bastante sabio cuando seas mayor, muchacho.

Evan se encogió de hombros…

—Es parte de mi trabajo.

Albrecht asintió y volvió a mirar a Mari una vez más. Un momento después, se volvió hacia la puerta y dijo:

—Viene alguien.

Como si lo esperaran, ese alguien abrió la puerta sin llamar. Era Nadya Zenobia, la Furia Negra de más avanzada edad de todo el Clan de Finger Lakes. Había cuidado a Mari desde el principio. Era una afroamericana delgada y de aspecto duro que había logrado sobrevivir en el mundo de los Garou hasta alcanzar una saludable mediana edad. Traía una cesta llena de sábanas limpias y camisones como el que Mari llevaba y un gran cubo de madera lleno de agua caliente apoyado tranquilamente sobre lo demás.

—Fuera —dijo sin mirar a Evan o Albrecht los ojos. Sabía tan bien como Albrecht y Evan que al ocuparse de Mari en su estado estaba caminando por la cuerda floja. La letra de la ley Garou ordenaba que ningún hombre lobo sano cuidara a un congénere débil o enfermo.

—Pero si no estamos más que… —empezó a protestar Evan.

—Sí, señora —intervino Albrecht. Atravesó la habitación y le puso una mano en el hombro a Evan—. Vamos, muchacho. Mari lleva mucho tiempo tendida, ya lo sabes. Esta señora va a limpiarla y todo lo demás. Ya sabes, cambiar las sábanas y… —lanzó una mirada hacia la bacinilla que había debajo de las caderas de Mari—… lo otro.

Evan ofreció aún cierta resistencia, lo que obligó a la Furia Negra a abrirse camino a empujones entre Albrecht y él para llegar junto a la cama.

—Pero somos sus compañeros de manada. ¿No deberíamos ayudarla o algo así?

—Estar a su lado es una cosa, muchacho —dijo Albrecht mientras lo empujaba suave pero inexorablemente hacia la puerta. Nadya dejó la ropa en un banquillo situado a los pies de la cama y encendió un palito de acre incienso sobre la cómoda de la pared opuesta—. Esto es diferente. ¿Crees que Mari quiere que veamos cómo la limpian? ¿Crees que quiere que veamos lo completamente impotente que está? Nada de eso. Le daría tanta vergüenza que ni siquiera podría quejarse.

—Oh, vale —dijo Evan. Se detuvo para arrancar la lanza fetiche que había clavado en la puerta al entrar y lanzó una mirada a Nadya. La mujer le estaba limpiando la frente a Mari con un trapo de algodón mientras murmuraba suavemente en su oído—. No estaremos lejos —le dijo—. Y yo volveré dentro de pocos minutos. Cuida bien de ella.

—Lo haré —dijo la mujer. Ni siquiera levantó la mirada—. Como su Alteza desee.

Albrecht sacó a Evan del cuarto y cerró la puerta tras ellos. Inspiró una gran bocanada de aire fresco y después de volvió hacia la ventana mientras la Theurge echaba las persianas. No había nada que él pudiera hacer y lo sabía, de modo que empozó a andar. Evan se situó a su derecha y lo acompañó.

—¿Qué significaba eso? —preguntó cuando estuvieron a cierta distancia de la cabaña—. Lo de «como su Alteza desee».

—Significa exactamente lo que estás pensando —gruñó Albrecht mientras su mirada permanecía obstinadamente fija al frente—. Le dije que permaneciera con Mari. Aun después de que Antonine se marchara y me dijera que no había nada más que pudiera hacer, le dije que se quedara y lo siguiera intentando.

—O sea, que le ordenaste que la cuidara durante su enfermedad.

—Sí.

—¿Y no se negó ni nada parecido?

—No. Se limita a gruñir y comportarse como si tuviera constantemente el síndrome premenstrual.

—Yo me lo tomaría como gratitud, en ese caso —dijo Evan— Nadya aprecia a Mari y no le gusta más que a nosotros tener que ver cómo se consume sin hacer nada. Le has hecho un favor, diría yo.

Siguieron caminando en silencio, sumidos en sus propios pensamientos y tratando de disfrutar de la compañía del otro el máximo tiempo posible. Al fin, fue Albrecht el que rompió el silencio.

—¿Sabes qué es lo más injusto de todo este asunto de Arkady? —dijo antes de que hubieran llegado a ningún lugar concreto.

—¿El qué?

—Ese bastardo comunista ni siquiera tuvo la deferencia de dejarse matar. Logró regresar a su casa de una pieza. ¿Te lo puedes creer? Menuda mierda.

—Ya lo creo —gruñó Evan, mirando hacia delante—. Los Colmillos Plateados son tan poco considerados…

Albrecht miró de soslayo a su joven amigo y compañero de manada y le dio un fuerte empujón con el hombro.

—Cuidado, listillo —dijo con una sonrisa mientras Evan se desplazaba varios pasos hacia un lado—. He oído que también son muy quisquillosos con su herencia.

—Sí —musitó Evan—. Eso parece.

Estaba sonriendo mientras regresaba junto a Albrecht, lo mismo que el propio rey, pero ninguna de las dos sonrisas era genuina. Aunque ambos hombres parecían contentos de encontrarse en el exterior, las preocupaciones y dudas sobre la condición de Mari revoloteaban por sus mentes.

Caminaron en silencio hasta llegar a un punto situado en el corazón del túmulo y allí encontraron al Guardián de la Puerta, sentado bajo un árbol en forma Lupus, rascándose el hombro con una de las patas traseras. Levantó la mirada mientras Evan y Albrecht se acercaban pero no hizo ademán de ponerse en píe o acercarse a ellos.

Evan habló primero:

—Entonces te marchas esta noche, ¿no?

—Mañana —lo corrigió Albrecht—. Tiempo de sobra para descansar, hacer el equipaje y asegurarme de que el puente lunar está tendido entre Tierra del Norte y Cielo Nocturno.

—¿No crees que sería mejor reunir antes algo de apoyo? —le preguntó Evan—. Algunos guerreros, por ejemplo, para ayudarte en la lucha contra Jo’cllath’mattric.

—Todos los guerreros que necesito están ya allí, esperando.

—¿No crees que parecerás un poco… agresivo si te presentas allí y empiezas a dar órdenes sin más?

—No me importa lo que parezca —dijo Albrecht—. Lo único que quiero es que esa cosa muera y quiero que sean los habitantes de esa parte del mundo los que se ocupen de ella.

—¿Y entonces por qué vas tú?

—Porque esa gente no es capaz de actuar junta. Tengo que estar allí para asegurarme de que las cosas se hacen bien.

—¿Y entonces por qué no llevas contigo una partida de guerreros en los que puedas confiar?

—Porque allí llevan siglos cagándose en mi tribu. Si voy con un puñado de guerreros, parecerá que se trata de un Colmillo Plateado loco que está reuniendo las tropas para tratar de reverdecer viejas glorias.

—Creía que no te importaba lo que pareciera.

—Eso sólo se aplica a lo que
yo
parezca. No quiero dejar a toda mi tribu en entredicho con un asunto de tanta importancia a las puertas. Pero si no hay nadie allí que pueda responsabilizarse de las cosas y conseguir algunos resultados, tendré que hacerlo yo. Soy el rey. Es mi deber.

—Muy bien —dijo Evan—. En ese caso, sólo puedo decir una cosa más.

—¿El qué?

—Ten cuidado, ¿vale? No quiero perderte también a ti.

Albrecht no dijo nada durante varios segundos. No había pensado en lo que supondría para el muchacho que él muriera antes de que Mari se recuperara. Se quedaría solo, tan solo como había estado antes de que Albrecht lo encontrara.

—¿O sea que no vas a decirme que me vaya a saltar por un acantilado ni nada parecido? —dijo.

Evan logró esbozar una sonrisa y sacudió la cabeza.

—Aún no. Creo que reservaré eso para más tarde, cuando aparezcas y digas «ya te lo había dicho».

—Y lo haré. Puedes estar seguro.

—Nunca lo he dudado —dijo Evan—. Aun cuando sospecho que te estás comportando como un idiota testarudo, sigo teniendo fe en ti. Mari y yo, los dos la tenemos. Al fin y al cabo, eres el rey, ¿no?

—Ya lo creo que lo soy, joder.

Con estas palabras, hizo un gesto dirigido al Guardián de la Puerta, quien se puso en pie, estiró las patas traseras y empezó a acercárseles. El lobo miró a Albrecht con aire expectante, moviendo las orejas y ladeando la cabeza. La punta de su cola se alzó ligeramente, lo que revelaba el disgusto que le preocupaba tener que esperar a un lado durante tanto tiempo.

—Necesito un puente con el Túmulo de Tierra del Norte —dijo Albrecht—. Me esperan —asintió en dirección a Evan sin apartar la mirada del lobo que tenía a los pies—. Él se queda.

El Guardián de la Puerta bajó la cola para indicar que había comprendido y se apartó. Unos pocos pasos más allá, había un claro inmaculado que se extendía alrededor de un estanque de agua clara y al llegar allí dio comienzo a un aullido bajo y melodioso. Movió el cuerpo en todas direcciones mientras cantaba, para así asomarse al mundo espiritual e invocar la guía y el apoyo de quienes moran en él. Las mitades espirituales de los cuerpos de Evan y Albrecht se orientaron hacia el corazón del túmulo como virutas de hierro en un imán. Sobre el estanque, el aire empezó a vibrar y emitir resplandores trémulos y se volvió opaco mientras un portal circular se abría frente a sus ojos.

—Parece que es hora de irse —dijo Albrecht a Evan—. Recuerda todo lo que te he dicho, muchacho. Quédate junto a Mari. ¿Me has entendido?

—Te he entendido —respondió Evan.

—Bien —y con estas palabras, Albrecht cruzó el portal y regresó a su hogar.

Capítulo dos

Tajavientres se agazapaba en forma Homínida en lo alto de un risco rocoso situado en las montañas sudoccidentales de lo que antaño había sido Yugoslavia, con un par de binoculares fetiche frente a los ojos. Le mostraban el mundo espiritual al otro lado de la Celosía, donde estaba desatándose una tormenta que parecía reflejar la misma excitación que él sentía. En medio del tumulto reinante, se veían formas contrahechas que revoloteaban y se apelotonaban con aire casi juguetón. Muchas de ellas parecían grandes anguilas negras, tan gruesas como el brazo de un hombre y con enormes bocas llenas de dientes curvados hacia dentro Volaban por la tormenta impulsadas por amplias alas membranosas y se azotaban las unas a las otras con las finas colas terminadas en punta.

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