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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (16 page)

Mientras veía a las representantes formar un tapiz de colores y ropajes inconexos, Murbella decidió imponer un código en el vestir. Tendría que haberlo hecho hacía cosa de un año, tras la refriega que se saldó con la muerte de varias acólitas. Ya habían pasado cuatro años, y sin embargo aquellas mujeres seguían aferrándose a su antigua identidad. No habría más bandas en los brazos, ni colores o capas chillonas, no más túnicas de cuervo. A partir de ahora, un sencillo traje negro de una sola pieza serviría para todas.

Las dos partes tendrían que aceptar cambios. Murbella no buscaba compromiso, sino síntesis. Porque el compromiso solo podía llevar a los dos extremos del círculo a una media inaceptable y débil. No, cada grupo debía tomar lo mejor del otro y descartar el resto.

Intuyendo la inquietud de las presentes, Murbella se incorporó sobre las rodillas y miró a las mujeres. Había oído hablar de nuevos grupos de antiguas Honoradas Matres que habían huido para unirse a las forajidas de la región del norte. Otros rumores —que ya no parecían tan absurdos— sugerían que algunas incluso se habían unido al grupo de rebeldes más importante, liderado por la madre superiora Hellica, en Tleilax. A la luz de lo que acababan de descubrir sobre el Enemigo, no podía tolerar más distracciones.

Sabía que muchas de las hermanas allí reunidas se opondrían automáticamente a los cambios que quería imponer. Ya estaban resentidas por los altercados que había provocado en el pasado. Durante un espeluznante momento, se sintió como Julio César ante el senado, cuando quiso proponer reformas monumentales que habrían beneficiado al Imperio. Y los senadores votaron con sus dagas.

Antes de hablar, Murbella realizó un ejercicio de respiración Bene Gesserit para tranquilizarse. Y de pronto notó un cambio en las corrientes de aire de la sala, algo intangible. Entrecerrando los ojos, se fijó en todos los detalles, en el lugar que ocupaba cada mujer.

Tras conectar el sistema de sonido de la sala con una señal de la mano, Murbella habló a través de un micrófono que descendió sobre un suspensor y quedó delante de su cara.

—Soy distinta a cualquier líder que las Honoradas Matres hayan podido tener. No es mi propósito complacer a todo el mundo, sino forjar un ejército que tenga una oportunidad, por pequeña que sea, de sobrevivir. Se trata de nuestra supervivencia. No podemos permitirnos perder el tiempo con cambios graduales.

—¿Y podemos permitirnos realmente algún cambio? —dijo una Honorada Matre con tono gruñón—. No veo que nos hayan beneficiado en nada.

—Dices eso porque tú no ves. ¿Piensas abrir los ojos o regodearte en tu ceguera? —Los ojos de la otra mujer relampaguearon, aunque las motas naranjas habían desaparecido hacía tiempo por la falta de un sustituto de especia.

Una Bene Gesserit llegó por detrás, tarde. Descendió por un estrecho pasillo, escudriñando la zona, como si buscara su asiento. Pero todas las presentes conocían el lugar que se les había asignado. La recién llegada no tendría que haber ido por aquel lado.

Murbella la veía en su zona periférica de visión, pero siguió hablando, como si no hubiera notado nada extraño. Aquella mujer de pelo oscuro y pómulos altos no le era familiar.
No la conozco.

Mantuvo la vista al frente, contando los segundos, mientras seguía mentalmente los avances de la recién llegada. Y entonces, sin mirar atrás, utilizando los reflejos adquiridos gracias a su adiestramiento como Bene Gesserit y Honorada Matre, se puso en pie de un salto y giró en el aire para ver de cara a la otra y, antes de que sus pies tocaran el suelo, su cuerpo se dobló hacia atrás, porque en un único movimiento, la atacante se sacó algo del bolsillo de la túnica y atacó. Blanco lechoso y afilado como cristal… ¡una antigua daga crys!

Los músculos de Murbella respondían sin necesidad de un pensamiento consciente. Se agachó, con una palma extendida, y golpeó hacia arriba contra la muñeca. Un hueso delgado crujió con un sonido como de madera seca. Los dedos de la aspirante a asesina se abrieron y el crys cayó, pero lo hizo tan despacio que fue como si estuviera suspendido, como una pluma. Cuando la mujer levantó el otro brazo para evitar un segundo golpe, Murbella le asestó un puñetazo en la garganta, y le destrozó la laringe sin darle tiempo ni a gritar.

La adversaria de Murbella se desplomó, el crys cayó al suelo y la hoja se hizo añicos. En cierto modo, Murbella se sintió complacida al ver que tanto las hermanas como las Honoradas Matres saltaban instintivamente de sus cojines por si había otras implicadas en el intento de atentado. En sus movimientos, Murbella reconocía la verdad, igual que había visto la falsedad en los movimientos de la atacante.

La gorda Bellonda y la enjuta Doria saltaron sobre la caída para sujetarla. ¡Estaban actuando en colaboración! Aún de pie, Murbella escudriñó la sala y catalogó los rostros que veía para asegurarse de que no había más intrusas, más amenazas.

Aunque la atacante solitaria se sacudía, tratando de respirar, o quizá de morir, Bellonda le oprimía la garganta con la mano para mantener la vía de aire y evitar que muriera. Doria pedía a gritos un doctor suk.

El crys quebrado yacía en el suelo, junto a la mujer moribunda. Murbella lo evaluó con una mirada y comprendió. Un arma tradicional… métodos antiguos. El simbolismo del gesto estaba claro.

Murbella utilizó la Voz, con la esperanza de que la mujer estuviera demasiado débil para utilizar las defensas habituales contra la orden.

—¿Quién eres? ¡Habla!

Con una voz rota y quebrada que raspaba su garganta, la mujer contestó. Parecía contenta, desafiante.

—Soy tu futuro. Otras como yo surgirán de entre las sombras, caerán del techo, se abalanzarán sobre ti salidas de la nada. ¡Y tarde o temprano te mataremos!

—¿Por qué queréis matarme? —Las otras Bene Gesserit de la sala habían caído en un profundo silencio y trataban de oír lo que decía la atacante.

—Por lo que le has hecho a la Hermandad. —La mujer consiguió volver la cabeza hacia Doria, símbolo de las Honoradas Matres. De haber tenido fuerzas, quizá le habría escupido—. Eres la madre comandante, y estás provocando la alarma por un Enemigo Exterior, y sin embargo dejas que el verdadero enemigo se instale entre nosotras. ¡Necia!

Con el ceño ligeramente fruncido, Bellonda dijo el nombre de la agresora tras rebuscar en su mente de mentat.

—Es la hermana Osafa Chram. Una de las trabajadoras de los huertos, recién llegada del otro lado del planeta.

Una Bene Gesserit ha tratado de matarme.
Ya no se trataba solo de Honoradas Matres sedientas de poder que trataban de usurpar su puesto.

—Sheeana hizo bien al huir… ¡y dejar que nos pudriéramos aquí! —Osafa Chram miró a las hermanas, luego dedicó una última mirada furibunda a Murbella, y entonces reunió el valor y se obligó a morir.

Cuando vio que la asesina empezaba a sacudirse, Murbella gritó.

—¡Bellonda! ¡Comparte con ella! ¡Debemos averiguar lo que sabe! Hasta qué punto está extendida la conspiración.

La Reverenda Madre reaccionó con una rapidez y gracia inesperadas, apoyó las palmas en las sienes de la mujer y unió su frente a la de ella.

—¡Se resiste a mí incluso en la hora de su muerte! No deja que su pensamiento fluya. —Bellonda pestañeó, luego se apartó—. Se ha ido.

Doria se inclinó sobre la mujer e hizo una mueca.

—¿Oléis eso? Shere, y mucho. Se ha asegurado de que no pudiéramos liberar su pensamiento ni siquiera con una sonda mecánica.

Las hermanas presentes murmuraban con inquietud. Murbella se preguntó si no sería mejor someter a todo el mundo a un interrogatorio con las guardianas de la verdad. Pero, si aquella hermana Bene Gesserit había tratado de matarla, ¿podía confiar realmente en sus guardianas de la verdad?

Tratando de concentrarse, señaló el cadáver con un gesto de desdén de la mano.

—Lleváosla. Las demás, volved a vuestros asientos. Una asamblea es algo muy serio, y ya nos hemos salido del programa.

—¡Estamos con vos, madre comandante! —gritó una joven entre el público. Murbella no sabía quién.

Doria regresó con discreción a su asiento, mirando a Murbella con envidia y respeto. Algunas de las antiguas Honoradas Matres que había en la sala estaban claramente sorprendidas —indignadas unas, con cara de suficiencia otras— porque el ataque hubiera venido de las pacifistas Bene Gesserit.

El cuerpo fue retirado a toda prisa, y Murbella no le dedicó más que una mirada molesta.

—He evitado intentos de asesinato otras veces. Tenemos un importante trabajo que hacer. Hemos de aplastar estas estúpidas rebeliones en nuestro seno, eliminar todo vestigio de nuestros conflictos pasados.

—Para eso haría falta una amnesia colectiva —dijo Bellonda en son de mofa.

Una ligera oleada de risas se extendió por la sala y se apagó enseguida.

—Yo la impondré —dijo Murbella con mirada furiosa—, no me importa las cabezas que tenga que golpear para lograrlo.

21

El tejido del universo está conectado por hilos de pensamiento y una maraña de alianzas. Otros quizá puedan atisbar una parte del diseño, pero solo nosotros podemos descifrarlo en su totalidad. Y podemos utilizar esa información para formar una red mortífera con la que atrapar a nuestros enemigos.

K
HRONE
, mensaje secreto a la miríada de Danzarines Rostro

Un comunicado insistente atrapó a Khrone en la red de taquiones cuando la nave de la Cofradía partió de Tleilax, donde había comprobado en secreto los progresos que hacía el nuevo ghola en su tanque axlotl.

Su lacayo Uxtal había conseguido implantar un embrión creado a partir de las células ocultas en el cuerpo calcinado del maestro tleilaxu. Vaya, después de todo no era del todo incompetente. El niño misterioso estaba desarrollándose. Y si su identidad era la que Khrone sospechaba, las posibilidades eran interesantes.

Un año atrás, Khrone había dejado a Uxtal en Bandalong con instrucciones muy estrictas, y el investigador, aterrado, había obedecido en todo. Con una imprimación mental de los conocimientos de Uxtal, aquel trabajo podía haberlo hecho cualquier Danzarín Rostro, pero aquel hombre trabajaba con un desespero que ningún Danzarín Rostro podría igualar. Ah, el predecible instinto de supervivencia de los humanos… Era tan fácil utilizarlo en su contra…

Mientras el carguero de la Cofradía se desplazaba hacia el lado nocturno de Tleilax, a través de las pantallas panorámicas veía las cicatrices negras de las ciudades que habían sido borradas del mapa. Solo unas pocas luces que brillaban débilmente señalaban poblaciones que luchaban por sobrevivir. En algún lugar, allá abajo, habían tenido su origen las más grandes obras de los tleilax, incluso las versiones primitivas de los Danzarines Rostro, miles de años atrás. Aunque, comparadas con la obra maestra que eran Khrone y sus compañeros, aquellos híbridos que cambiaban de forma eran poco más que pinturas rupestres.

Los Danzarines Rostro habían suplantado a la tripulación de la nave, tras matar y reemplazar a un puñado de hombres de la Cofradía, y solo dejaron al navegador, que seguía en su tanque, ajeno a todo. Khrone no estaba seguro de que un Danzarín Rostro pudiera imprimar y sustituir a la figura mutada de un navegador. Era un experimento que consideraría más adelante. Entretanto, nadie sabría que había ido a Tleilax a observar.

Nadie excepto los lejanos controladores que vigilaban a los Danzarines Rostro en todo momento.

En aquel instante, mientras caminaba por un pasillo de la nave, sus pasos vacilaron. Las paredes de metal pulido se emborronaron y perdieron nitidez. El entorno que veía se ladeó. De pronto, la realidad de la nave se desvaneció, y Khrone quedó suspendido en un frío vacío, sin ninguna superficie visible bajo los pies. Las líneas centelleantes y coloridas de la red de taquiones lo envolvieron, las conexiones se extendían por todas partes a través del universo.

Khrone se quedó inmóvil, y miró a su alrededor con los ojos muy abiertos. Prefirió no hablar.

Ante él distinguió una imagen afilada como el cristal de las figuras que las dos entidades decidieron que viera: una pareja de ancianos, tranquila y amable. En realidad, eran cualquier cosa menos amables e inofensivos. Los dos tenían ojos brillantes, pelo blanco, y una piel arrugada que irradiaba calidez y una imagen de salud. Llevaban ropas cómodas: el anciano, una camisa roja a cuadros, y ella un mono de jardín. Pero, aunque había adoptado las formas de un cuerpo femenino, no había nada femenino en ella. En la visión que atrapó a Khrone, los ancianos estaban entre árboles frutales en flor, tan cargados de pétalos blancos y abejas que Khrone podía olerlas y oírlas.

No entendía por qué insistían en mostrar aquella fachada, pero desde luego no era por él. A él no le importaba su aspecto, no le impresionaba.

A pesar de su cara de abuelo, las palabras del hombre fueron bruscas.

—Estamos empezando a impacientarnos contigo. La no-nave se nos escapó de Casa Capitular. La vimos un instante hace un año, pero volvió a escapar. Nosotros seguimos buscando, pero prometiste que tus Danzarines Rostro la encontrarían.

—La encontraremos. —Khrone ya no sentía la nave a su alrededor. El aire tenía el aroma dulce de las flores—. Los fugitivos no nos podrán esquivar para siempre. Los tendréis, os lo aseguro.

—No podemos esperar tanto. Después de tantos milenios, el tiempo se nos echa encima.

—Vamos, vamos, Daniel —le reprendió la anciana—. Te concentras demasiado en el objetivo. ¿Qué has aprendido mientras perseguíamos la no-nave? ¿Acaso el viaje en sí no nos ha brindado numerosas recompensas?

El anciano la miró con gesto hosco.

—Eso no viene al caso. Siempre me ha preocupado la poca fiabilidad de tus mascotas de distracción. A veces sienten la necesidad de convertirse en mártires. ¿No es así, Mártir mía? —Y lo dijo con un profundo sarcasmo.

La anciana rió entre dientes como si el hombre estuviera bromeando.

—Sabes muy bien que prefiero que me llames Marty. Es un nombre más humano, más personal.

Se volvió hacia los árboles floridos que tenía a su espalda y alzó su mano marrón para coger un portygul de una redondez perfecta.

El resto de flores desaparecieron y de pronto el árbol estaba cargado de fruta madura, lista para cogerla.

Khrone hervía por dentro, perdido en aquel mundo extraño e ilusorio. No le gustaba que sus supuestos amos pudieran presentarse de forma tan inesperada, estuviera donde estuviese. La miríada de Danzarines Rostro era una red muy extendida, estaban por todas partes, y atraparían la no-nave. Él mismo deseaba controlar aquella nave perdida y sus valiosos pasajeros tanto como el anciano y la anciana. Tenía sus propios planes, aunque aquellos dos no sospechaban nada. Y el ghola que estaba desarrollando en Tleilax podía ser una pieza clave de su plan.

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