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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (11 page)

— o O o —

Al llegar al mundo central de Tleilax, Uxtal vio con asombro la magnitud del desastre. Con su arma terrible e imparable, las atacantes habían quemado todos los planetas tleilaxu originales en una serie de espantosos holocaustos. Y, aunque Bandalong no había quedado del todo calcinada, había sido castigada de forma contundente, los edificios estaban quemados, los maestros habían sido rodeados y ejecutados. Los obreros de castas inferiores quedaron sometidos bajo el puño de hierro de los nuevos gobernantes. Solo las estructuras más sólidas de la ciudad, incluido el palacio de Bandalong, habían aguantado, y ahora las Honoradas Matres los ocupaban.

Uxtal desembarcó en la terminal de la estación principal para lanzaderas, ahora reconstruida, y vaciló al ver a aquellas mujeres altas y dominantes. Iban a un lado y a otro con sus mallas y sus capas chillonas, pero su trabajo no iba más allá de la supervisión y la vigilancia de las diferentes operaciones. El verdadero trabajo lo hacían los miembros que habían sobrevivido de las castas más bajas e impuras. Al menos él no estaba tan mal. Khrone le había escogido para una misión importante.

La estación para las lanzaderas había sido construida a toda prisa, y presentaba visibles defectos, como boquetes en las paredes, tramos irregulares en el suelo, puertas sin aplomar. Las Honoradas Matres solo se preocupaban por la apariencia, y prestaban poca atención a los detalles. No esperaban ni necesitaban que las cosas duraran.

Dos mujeres altas y de aspecto severo se aproximaron, ataviadas con sus mallas azules y rojas. La de aspecto más peligroso le miró con expresión desaprobadora. Y a Uxtal no le alegró cuando vio que sabía quién era.

—La madre superiora Hellica te espera.

Uxtal las siguió con paso vivo, ansioso por mostrarse cooperador. Las dos parecían estar pendientes —¿deseosas?— por si hacía un movimiento equivocado.

Las Honoradas Matres esclavizaban a los machos mediante técnicas sexuales irrompibles. Uxtal temía que trataran de hacer lo mismo con él… un proceso con aquellas mujeres powindah que le parecía terriblemente sucio y asqueroso. Antes de enviarlo a Tleilax, Khrone le había mutilado como «precaución», aunque Uxtal no sabía qué era peor, si las medidas preventivas o las Honoradas Matres…

Con un empujón, las mujeres le hicieron subir a la parte de atrás de un vehículo terrestre y partieron. Uxtal trató de distraerse mirando por las ventanas, fingiendo el interés de un turista o de un
haj
, un peregrino en la más sagrada de las ciudades tleilaxu. Los edificios nuevos tenían un aire chillón y vulgar, muy distinto a la grandeza que las leyendas atribuían a Bandalong. Se veían obras por todas partes. Cuadrillas de esclavos manejando el equipo de tierra, grúas suspensoras levantando más edificios, y todo a un ritmo frenético. A Uxtal todo aquello le resultaba descorazonador.

Algunos edificios habían sido readaptados para amoldarse a los propósitos del ejército de ocupación. El vehículo terrestre pasó de largo ante lo que debía de haber sido un templo sagrado, aunque ahora parecía un edificio militar. Mujeres armadas ocupaban la plaza frontal. Una estatua ennegrecida y triste se
alzaba
allí, quizá como recordatorio de la conquista de las Honoradas Matres.

Uxtal se sentía más débil por momentos. ¿Cómo salir de aquello? ¿Qué había hecho para merecer aquel destino? Mientras observaba su entorno, su cabeza se llenó de números enteros; estaba tratando de descifrar códigos y encontrar una explicación matemática a lo que había ocurrido allí. Dios siempre tenía un plan maestro, y si conocías las ecuaciones podías descifrarlo. Trató de contar el número de lugares sagrados que habían sido profanados, el número de manzanas que pasaban, el número de esquinas que giraban en la tortuosa carretera que llevaba al antiguo palacio. Pero tantos cálculos acabaron por desbordarlo.

Uxtal estaba atento y trataba de absorber la mayor cantidad posible de información para asegurar su supervivencia. Haría lo que hiciera falta para seguir con vida. Era lo lógico, sobre todo teniendo en cuenta que era el último de los suyos. Sí, seguro que Dios quería que sobreviviera.

Por encima del ala oeste del palacio, una grúa suspensora estaba bajando una sección de tejado de un rojo intenso a su sitio. Uxtal se estremeció ante el aspecto estrafalario que le estaban dando a la estructura… columnas rosas, tejados rojos, y paredes amarillo limón. Parecía más una carpa de carnaval que una residencia sagrada para los masheijs, los grandes maestros.

Con sus dos escoltas, Uxtal pasó ante sinuosos cables y cuadrillas de tleilaxu de casta inferior que manejaban las herramientas eléctricas, montaban cortinajes, instalaban paneles de luz rococó. Entraron en una inmensa sala con un elevado techo abovedado, y Uxtal se sintió aún más pequeño. Vio paneles chamuscados y los restos de citas de la Gran Creencia. Aquellas mujeres horribles habían cubierto los versículos con sus sacrílegas decoraciones. Pero, incluso oculta bajo las mentiras, la palabra de Dios seguía siendo supremamente poderosa. Algún día, cuando todo aquello hubiera acabado y pudiera volver, trataría de arreglarlo. De hacer que las cosas volvieran a estar como estaban.

Con un fuerte estrépito, un ostentoso trono emergió desde una abertura en el suelo. Lo ocupaba una mujer mayor, rubia, con aspecto de quien ha sido una hermosa reina pero no se ha conservado bien. El trono siguió elevándose, hasta que aquella mujer regia lo miró con ira desde su posición más elevada. La madre superiora Hellica.

Sus ojos tenían un destello naranja.

—En esta reunión decidiré si vives o mueres, hombrecito. —Sus palabras sonaban tan atronadoras que sin duda su voz había sido manipulada.

Uxtal permaneció inmóvil, rezando en silencio, tratando de parecer tan insignificante y conciliador como fuera posible. Ojalá hubiera podido desaparecer por una abertura del suelo y huir por algún túnel subterráneo. O derrotar a aquellas mujeres, luchar…

—¿Tienes cuerdas vocales, hombrecito? ¿O te las han quitado? Tienes mi permiso para hablar, siempre y cuando digas algo inteligente.

Uxtal reunió valor y se mostró tan bravo como el anciano Burah habría querido.

—Yo… no sé exactamente por qué estoy aquí, solo sé que se trata de una importante misión genética. —Su mente trataba de encontrar la forma de sacarlo de aquella apurada situación—. Mi experiencia en este campo no tiene rival. Si necesitáis a alguien que haga el trabajo de un maestro tleilaxu, no encontraréis a nadie mejor.

—No tenemos elección. —Hellica parecía disgustada—. Tu ego menguará cuando te haya doblegado sexualmente.

—Y-yo —dijo Uxtal, tratando de no encogerse— debo permanecer centrado en mi trabajo, Madre Superiora, y no distraerme con pensamientos eróticos obsesivos.

Estaba claro que la mujer disfrutaba viéndole sufrir, pero solo estaba jugando con él. Su sonrisa era roja y descarnada, como si alguien le hubiera hecho un tajo en la cara con una cuchilla.

—Los Danzarines Rostro quieren algo de ti; las Honoradas Matres también. Dado que todos los maestros tleilaxu han muerto, por defecto tus conocimientos especializados te confieren cierta importancia.

Quizá no te manipularé. Todavía.

Se inclinó hacia delante y lo miró con expresión iracunda. Sus dos escoltas recularon, como si temieran estar en la zona de tiro de Hellica.

—Dicen que estás familiarizado con los tanques axlotl. Los maestros sabían utilizar estos tanques para crear melange. ¡Una riqueza increíble! ¿Puedes hacer eso?

Uxtal sintió que los pies se le clavaban al suelo. No podía dejar de sacudirse.

—No, Madre Superiora. Esta técnica no se desarrolló hasta después de la Dispersión, cuando mi gente abandonó el Imperio Antiguo. Y los maestros no compartieron la información con sus hermanos Perdidos. —El corazón le latía con violencia. La mujer estaba visiblemente disgustada, mortíferamente disgustada, por eso se apresuró a añadir—: Sin embargo sé cómo crear gholas.

—Ah, pero ¿es eso suficiente para salvar tu vida? —Su pecho se elevó en un suspiro de decepción—. Por lo visto los Danzarines Rostro piensan que sí.

—¿Y qué quieren los Danzarines Rostro, Madre Superiora?

Los ojos de la mujer llamearon con destellos naranjas, y Uxtal supo que no tenía que haber preguntado.

—Aún no he acabado de decirte lo que las Honoradas Matres queremos de ti, hombrecito. Aunque no somos tan débiles para ser adictas a la especia, como las brujas Bene Gesserit, comprendemos su valor. Me complacerías enormemente si descubrieras cómo crear melange. Te proporcionaré tantas mujeres como necesites para tus tanques sin cerebro. —Sus palabras tenían un deje cruel.

»Sin embargo, nosotras utilizamos una especia alternativa, una sustancia química con base de adrenalina derivada principalmente del miedo. Te enseñaremos cómo fabricarla. Ese será tu primer servicio para nosotras. Se te proporcionará un laboratorio reformado. Si es necesario se añadirán módulos.

Cuando Hellica se levantó de su trono, su presencia resultaba aún más intimidatoria.

—Bien, hablemos ahora de lo que los Danzarines Rostro quieren de ti: cuando conquistamos este planeta y liquidamos a los despreciables maestros, durante la autopsia y análisis de un cuerpo calcinado, descubrimos algo inusual. Muy inteligentemente, en el cuerpo de un maestro habían ocultado una cápsula de nulentropía con muestras celulares, que en su mayor parte se perdieron, aunque encontramos una pequeña cantidad de ADN que aún era viable. Khrone está muy interesado en descubrir por qué son tan importantes esas células y por qué los maestros las protegieron y las ocultaron tan bien.

La mente de Uxtal dio un salto.

—¿Queréis que cree gholas a partir de esas células? —Apenas logró disimular el alivio. ¡Eso podía hacerlo!

—Te permitiré hacerlo, siempre y cuando crees también nuestro sustituto de la especia. Y si consigues crear melange auténtica con los tanques axlotl, estaré aún más contenta. —Hellica entrecerró los ojos—. A partir de este día, tu único objetivo en la vida será complacerme.

— o O o —

Profundamente aliviado por haber escapado de la presencia de la voluble Madre Superiora —¡y con vida!—, Uxtal siguió a las dos escoltas a su supuesto centro de investigación. Bandalong era tan caótico y todo estaba tan ruinoso que no sabía qué esperar. Por el camino, él y sus amenazadoras acompañantes se cruzaron con un gran convoy militar de mujeres con uniformes púrpura, camiones terrestres y material de demolición.

Cuando llegaron al laboratorio, se encontraron con la puerta cerrada. Mientras aquellas mujeres de aspecto severo trataban de solucionar el problema, más desconcertadas y furiosas a cada momento que pasaba, Uxtal se escabulló con piernas temblorosas. Fingió exageradamente estar inspeccionando los alrededores para estar lo más lejos posible, porque no dejaban de aporrear la puerta exigiendo que les dejaran entrar. Pero no se engañaba, incluso si encontraba un arma, las atacaba y lograba llegar al puerto espacial de Bandalong, no podría escapar. El hombre se encogió, buscando excusas por si le preguntaban qué hacía.

Ya habían empezado a brotar hierbas y malezas en el terreno chamuscado que rodeaba el edificio. Ante una verja, echó una ojeada a la propiedad adyacente, donde un granjero de casta inferior se ocupaba de unos inmensos sligs, cada uno más grande que un hombre. Aquellas feas criaturas andaban hocicando por el fango, comiendo entre los montones humeantes de basura y desechos de los edificios quemados. A pesar de los asquerosos hábitos de los sligs, su carne se consideraba una exquisitez. Sin embargo, en aquellos momentos, el hedor a excremento hizo que a Uxtal se le quitara el apetito.

Después de aguantar que lo intimidaran tanto rato, a Uxtal le gustó ver a alguien más débil que él y le gritó oficiosamente.

—¡Eh, tú! Identifícate.

Uxtal dudaba que aquel mugriento obrero pudiera proporcionarle ninguna información útil, pero el anciano Burah le había enseñado que toda información es útil, sobre todo en un entorno desconocido.

—Soy Gaxhar. Nunca he oído un acento como el suyo. —El granjero se acercó a la verja renqueando y miró el uniforme de casta superior de Uxtal que, afortunadamente, estaba mucho más limpio que el de él—. Pensaba que todos los maestros habían muerto.

—Yo no soy un maestro, al menos técnicamente. —Tratando de mantener una orgullosa postura de autoridad, Uxtal añadió con tono severo—: Pero sigo siendo tu superior. Aparta a tus sligs de este lado de la propiedad. No puedo permitir que contaminéis mi importante laboratorio. Tus sligs llevan moscas y enfermedades.

—Los lavo cada día, pero los mantendré alejados de las verjas. —­En su pocilga, aquellos animales anchos y con aspecto de gusano rodaban unos sobre otros, arrastrándose y chillando.

No sabiendo qué más decir, Uxtal profirió una advertencia débil e innecesaria:

—Ten cuidado con las Honoradas Matres. Yo estoy a salvo por mis conocimientos especiales, pero tú no eres más que un simple granjero, y en cualquier momento podrían volverse contra ti y hacerte trizas.

Gaxhar profirió un bufido, entre risa y tos.

—Los antiguos maestros no eran más amables que las Honoradas Matres. Solo he pasado de un amo cruel a otro.

Un camión terrestre se acercó al lugar donde estaban los sligs. Mediante un mecanismo de descarga, dejó caer un cargamento de basura húmeda y hedionda. Aquellas criaturas hambrientas se abalanzaron sobre su manjar pútrido, mientras el granjero cruzaba los brazos sobre su pecho flacucho.

—Las Honoradas Matres me mandan los pedazos de los cadáveres de los hombres de casta superior para que mis sligs se los coman. Dicen que así la carne de slig tiene un sabor más dulce. —El leve mohín de desprecio desapareció rápidamente bajo el gesto normalmente inexpresivo del hombre—. A lo mejor volvemos a vernos.

¿Qué significaba eso? ¿Que a Uxtal también lo arrojarían allí cuando terminaran con él? ¿O se trataba solo de una conversación inocua? Uxtal frunció el ceño, y no fue capaz de apartar los ojos de los sligs, que se arrastraban sobre los cuerpos desmembrados, masticándolos con sus múltiples bocas.

Finalmente, sus dos escoltas fueron a buscarle.

—Ya puedes entrar en el laboratorio. Hemos destrozado la puerta.

14

No hay escapatoria… pagamos por la violencia de nuestros ancestros.

De
Palabras escogidas de Muad’Dib
, a cargo de la princesa Irulan

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