Read Cazadores de Dune Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune

 

La saga original de Dune, escrita por Frank Herbert y que consta de seis títulos ya clásicos de la ciencia ficción, está incompleta. En
Casa Capitular
, el último libro que pudo escribir Frank Herbert, quedaron muchos hilos sueltos e interrogantes al final. El autor esperaba poder cerrar la historia, cuando le sorprendió la muerte. Después de dos trilogías —la precuela de la saga y las
Leyendas de Dune
—, llega ahora lo que era más difícil para los escritores Brian Herbert y Kevin J. Anderson: escribir el final de esta saga, el que tendría que haber sido el séptimo y último libro de Dune, a partir de las notas y el borrador que dejó Frank Herbert.
Cazadores de Dune
es el primero de los dos libros con los que se va a cerrar la mítica y fascinante saga original de Frank Herbert.
Cazadores de Dune
recupera los temas explorados en
Dios Emperador de Dune
,
Herejes de Dune
y, sobre todo,
Casa Capitular
. Al final de
Casa Capitular
, una nave que llevaba el ghola de Duncan Idaho, Sheeana (una joven que podía manejar a los gusanos de arena) y una tripulación de refugiados escapaba a los confines de la galaxia, huyendo de las terribles Honoradas Matres, las oscuras homólogas de la hermandad Bene Gesserit. Pero también las Matres habían tenido que adentrarse en el universo conocido, al ser expulsadas de su planeta original por un misterioso y aterrador Enemigo. Siguiendo el proyecto original esbozado por Frank Herbert, en
Cazadores de Dune
seguiremos la exótica odisea de la nave de Duncan Idaho.

Brian Herbert, Kevin J. Anderson

Cazadores de Dune

Dune 7

ePUB v1.2

Perseo
15.09.12

Título original:
Hunters of Dune

Brian Herbert y Kevin J. Anderson, 2006.

Traducción: Encarna Quijada.

Diseño/retoque portada: Lightniir.

Editor original: Perseo (v1.0 a v1.2)

Corrección de erratas: Luismi.

Gracias especiales a Luismi por su ayuda en toda la saga de Dune.

ePub base v2.0

Después del reinado de tres mil quinientos años del tirano Leto II, el imperio quedó a su suerte. Durante los tiempos de la Hambruna y la posterior Dispersión los restos de la raza humana se perdieron en las profundidades del espacio. Los humanos huían hacia lo desconocido buscando riquezas y seguridad, pero fue en vano. Durante mil quinientos años, estos supervivientes y sus descendientes sufrieron grandes penurias y vivieron una reorganización completa.

Privado de su energía y sus recursos, el gobierno del Imperio Antiguo decayó. Nuevos grupos de poder arraigaron y se hicieron fuertes, pero los humanos estaban decididos a no volver a depender nunca más de un líder monolítico ni de una sustancia finita, cosas ambas que solo podían llevar al fracaso.

Algunos dicen que la Dispersión fue la Senda de Oro de Leto II, un crisol para fortalecer a la raza humana de forma permanente y enseñarnos una lección que no pudiéramos olvidar. Pero ¿cómo puede un solo hombre —incluso un hombre-dios que era en parte gusano de arena— infligir un sufrimiento tan grande a sus propios hijos? Ahora que los descendientes de los tleilaxu perdidos están regresando de la Dispersión, podemos imaginar los horrores que nuestros hermanos y hermanas tuvieron que afrontar ahí fuera.

Registros del Banco de la Cofradía, sucursal de Gammu

Ni siquiera los más instruidos entre nosotros podemos imaginar el verdadero alcance de la Dispersión. Como historiador, me horroriza pensar en la gran cantidad de conocimientos que se han perdido para siempre, los registros exactos de triunfos y tragedias. Civilizaciones enteras han aparecido y caído mientras los que quedaban en el Imperio Antiguo se regodeaban en la complacencia.

Nuevas armas y tecnologías surgieron por las dificultades de los tiempos de la Hambruna. ¿Qué enemigos creamos sin saberlo? ¿Qué religiones, distorsiones y procesos sociales puso en movimiento el Tirano? Nunca lo sabremos, y me temo que algún día pagaremos por esa ignorancia.

H
ERMANA
T
AMALANE
, archivos de Casa Capitular

Nuestros hermanos, los tleilaxu perdidos que desaparecieron en el tumulto de la Dispersión, han vuelto a nosotros. Pero han cambiado en aspectos fundamentales. Con ellos han traído una variante mejorada de Danzarines Rostro. Dicen que ellos diseñaron a estos cambiadores de forma. Sin embargo, mis análisis de los tleilaxu perdidos indican que son inferiores a nosotros. ¿Ni siquiera son capaces de crear especia con los tanques axlotl y proclaman haber desarrollado una variante superior de Danzarines Rostro?

Y las Honoradas Matres. Proponen alianzas, y sin embargo sus actos solo hablan de brutalidad y de la esclavización de los pueblos conquistados. ¡Han destruido Rakis! ¿Cómo podemos confiar en ellas, o en los tleilaxu perdidos?

M
AESTRO
S
CYTALE
, notas selladas halladas en un laboratorio quemado en Tleilax

Duncan Idaho y Sheeana han robado nuestra no-nave y han huido a lugares desconocidos. Con ellos llevaron muchas hermanas herejes, incluso el ghola de nuestro bashar Miles Teg. Con la nueva alianza, siento la tentación de ordenar a todas las Bene Gesserit y Honoradas Matres que pongan todo su empeño en recuperar esta nave y a sus valiosos pasajeros.

Pero no lo haré. ¿Quién podría encontrar una no-nave perdida en el vasto paisaje del universo? Y, lo más importante, no debemos olvidar que hay un enemigo mucho más peligroso que viene a por nosotros.

M
URBELLA
, Reverenda Madre Superiora y Gran Honorada Matre, mensaje urgente

PRIMERA PARTE

Tres años después de la huida de Casa Capitular

1

El recuerdo es un arma lo bastante afilada para infligir profundas heridas.

Lamento del mentat

El día que él murió, Rakis, el planeta conocido como Dune, murió con él.

Dune.
¡Perdido para siempre!

En la cámara de archivos de la no-nave fugitiva, el
Ítaca
, el ghola de Miles Teg repasaba los últimos momentos del planeta desértico. Un vapor con olor a melange le llegaba de una bebida estimulante que tenía a su izquierda, pero el joven de trece años no hacía caso, porque había entrado en la profunda concentración del mentat. Aquellos registros e imágenes holográficas le producían una gran fascinación.

Allí es donde su cuerpo original había sido asesinado. Donde un mundo entero había sido asesinado. Rakis… el legendario planeta desértico ya no era más que una bola calcinada.

Las imágenes de archivo, proyectadas sobre una mesa, mostraban las naves de guerra de las Honoradas Matres confluyendo por encima de aquel globo tostado y moteado. Las inmensas no-naves indetectables —como la no-nave robada donde Teg y sus amigos refugiados vivían ahora— tenían una potencia de fuego muy superior a nada que las Bene Gesserit hubieran utilizado jamás. A su lado el armamento atómico tradicional no era más que un juego de niños.

Estas nuevas armas deben de haberse desarrollado en la Dispersión.
Teg buscaba una proyección mentat. ¿El ingenio del humano nacía de la desesperación? ¿O se trataba de algo totalmente distinto?

En la imagen flotante, las naves fuertemente armadas abrían fuego, desatando oleadas de incineración con artefactos que en lo sucesivo las Bene Gesserit llamarían «destructores». El bombardeo continuó hasta que el planeta quedó totalmente desprovisto de vida. Las dunas arenosas se habían convertido en cristal negro; incluso la atmósfera de Rakis se encendió. Gusanos gigantes y ciudades, personas y plancton de arena, todo aniquilado. Era imposible que nada hubiera sobrevivido allí abajo, ni siquiera él.

Catorce años después, en un universo profundamente cambiado, aquel adolescente alto y desgarbado ajustó la altura de su silla de estudio.
Revisando las circunstancias de mi propia muerte. Una vez más.

Por definición, Teg era un clon, no un ghola creado a partir de las células extraídas de un cadáver, aunque el segundo es el término que más frecuentemente utilizaban todos para describirle. Dentro de aquel cuerpo joven vivía un anciano, un veterano de numerosas campañas para las Bene Gesserit; no recordaba los últimos momentos de su vida, pero aquellos registros no dejaban lugar a dudas.

La absurda aniquilación de Dune demostraba la implacabilidad de las Honoradas Matres. Las rameras, como las llamaba la Hermandad.

Y no sin razón.

Manejando intuitivamente los controles, Teg hizo que las imágenes aparecieran una vez más. Le resultaba extraño ver aquello desde fuera y saber que cuando aquellas imágenes se grabaron él estaba allá abajo, participando en la lucha, muriendo…

Teg oyó un sonido procedente de la puerta y vio que Sheeana le observaba desde el pasillo. Su rostro era delgado y anguloso; su piel, tostada por su herencia rakiana. Los cabellos, rebeldes y de color ocre oscuro, estaban salpicados de mechones cobrizos fruto de su infancia bajo el sol del desierto. Los ojos eran totalmente azules, tras una vida de consumo de melange, y por la Agonía de Especia, que la había convertido en Reverenda Madre. Según le habían dicho, era la mujer más joven que había logrado sobrevivir.

Los labios generosos de Sheeana esbozaban una sonrisa algo esquiva.

—¿Estudiando viejas batallas de nuevo, Miles? No es bueno que un comandante militar sea tan previsible.

—Tengo muchas por revisar —contestó Teg con su voz ronca de adolescente—. El Bashar logró grandes cosas en trescientos años estándar, antes de mi muerte.

Cuando Sheeana reconoció el archivo que estaba proyectando, su expresión se volvió preocupada. Desde que habían huido a aquel universo desconocido y extraño, Teg miraba aquellas imágenes de Rakis hasta el punto de rayar lo obsesivo.

—¿Alguna noticia de Duncan? —preguntó él, tratando de desviar su atención—. Estaba probando un nuevo algoritmo de navegación que pueda sacarnos de…

—Sabemos perfectamente dónde estamos. —Sheeana alzó el mentón en un gesto inconsciente que, desde que se había convertido en la líder de los refugiados, utilizaba cada vez más—. Estamos perdidos.

Teg captó enseguida la crítica a Duncan Idaho. Cuando huyeron, su intención era evitar que nadie —las Honoradas Matres, el orden corrupto de las Bene Gesserit, o el misterioso Enemigo— encontrara la nave.

—Al menos estamos a salvo.

Sheeana no parecía convencida.

—Me inquieta que haya tantos factores desconocidos, dónde estamos, quién nos persigue… —Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, y entonces dijo—: Te dejaré con tus estudios. Estamos a punto de reunirnos una vez más para debatir nuestra situación.

Teg pareció animarse.

—¿Ha habido algún cambio?

—No, Miles. E imagino que escucharé los mismos argumentos una y otra vez. —Se encogió de hombros—. Las otras hermanas insisten. —­Abandonó la cámara, envuelta en el discreto susurro de su túnica, y lo dejó con la vibración de fondo de aquella nave inmensa e invisible.

De vuelta a Rakis. A mi muerte… y a los acontecimientos que llevaron a ella.
Teg rebobinó las grabaciones, reunió viejos informes y puntos de vista, y los pasó una vez más, remontándose más atrás en el tiempo.

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