Cordelia tomó una cucharada de sopa, que bajó por su garganta como plomo líquido, dejó a un lado la cuchara y aguardó. Oía la voz de Aral en el silencio de la casa, y las respuestas de sonido algo electrónico en la voz de un desconocido, demasiado apagadas para que pudiese distinguir las palabras. Después de lo que a ella le pareció una eternidad, a pesar de que la sopa aún estaba caliente, Aral regresó con el rostro sombrío.
—¿Fue allí? —le preguntó Cordelia—. ¿Al Hospital Militar?
—Sí. Estuvo y se fue. No te preocupes.
—Estaba muy serio.
—¿Quieres decir que el bebé está bien?
—Sí. Se le negó el acceso, discutió un rato y se marchó. Nada más. —Comenzó a tomarse la sopa.
El conde regresó unas horas después. Cordelia escuchó el zumbido de su vehículo que se detuvo en el extremo norte de la casa, una pausa, una cubierta que se abría y se cerraba, y el coche que continuaba su marcha hacia los garajes situados sobre la colina, cerca de las caballerizas. Ella estaba sentada con Aral en la habitación del frente, con las grandes ventanas nuevas. Él estaba absorto en cierto informe gubernamental en su visor manual, pero al escuchar que se cerraba la cubierta pulsó «pausa» y aguardó con ella mientras unos pasos se acercaban rápidamente por la escalinata principal. La expresión de Aral estaba tensa y preocupada. Cordelia se reclinó en el sillón y trató de controlar sus nervios.
El conde Piotr entró en la habitación y se plantó en la puerta. Iba vestido formalmente con su antiguo uniforme con las insignias de general.
—Estáis aquí. —El hombre de librea que lo seguía les dirigió una mirada inquieta y se retiró sin esperar que lo despidiesen. El conde Piotr ni siquiera se dio cuenta de ello.
Piotr se concentró primero en Aral.
—Tú. Te has
atrevido
a humillarme en público. A tenderme una trampa.
—Tú mismo te has humillado, me temo. Si no hubieras cogido por ese camino, no te habrías encontrado con esa trampa.
Piotr digirió sus palabras. Las arrugas de su rostro se profundizaron. La ira y la vergüenza luchaban contra el orgullo. Parecía avergonzado como los que se saben equivocados.
Duda de sí mismo
, notó Cordelia. Un hilo de esperanza.
No perdamos ese hilo; puede ser nuestra única guía para salir de este laberinto
.
El orgullo predominó.
—En realidad yo no tendría por qué hacer esto —gruñó Piotr—. Es tarea de mujeres custodiar nuestro genoma.
—Fue tarea de mujeres en la Era del Aislamiento —replicó Aral en tono sereno—. Cuando la única respuesta a la mutación era el infanticidio. Ahora hay otras salidas.
—Qué sensación tan extraña debieron de tener esas mujeres respecto a sus embarazos, sin saber jamás si al llegar a término se encontrarían con la vida o con la muerte —reflexionó Cordelia. Un sorbo de esa copa a ella le había bastado para toda la vida, y sin embargo las mujeres barrayaresas la habían vaciado hasta el fondo una y otra vez… lo extraño no era que sus descendientes tuviesen una cultura caótica; lo raro era que no fuese completamente demente.
—Nos defraudas a todos nosotros con tu incapacidad para controlarla a ella —dijo Piotr—. Crees que serás capaz de dirigir un planeta, y ni siquiera puedes dirigir tu casa.
Aral esbozó una sonrisa amarga.
—Ya lo creo que es difícil de controlar. Se me escapó en dos ocasiones. Su regreso voluntario todavía me sorprende.
—¡Cumple con tu deber! Hacia mí como tu conde, aunque no sea como tu padre. Me debes lealtad bajo juramento. ¿Prefieres obedecer a esta mujer de otro planeta antes que a mí?
—Sí. —Aral le miró a los ojos, y su voz se transformó en un susurro—. Ése es el orden natural de las cosas. —Piotr recibió el impacto, y Aral añadió con frialdad—: Intentar desviar la cuestión de infanticidio a obediencia no te ayudará. Tú mismo me enseñaste a utilizar esa retórica engañosa.
—En los viejos tiempos, hubieses decapitado por una insolencia menor.
—Sí, la situación presente es un poco peculiar. Como heredero de un conde, mis manos se encuentran entre las tuyas. Pero como tu regente, tus manos están entre las mías. Un punto muerto. En los viejos tiempos habríamos roto el empate con una bonita guerra. —Aral le sonrió, o al menos descubrió sus dientes.
La mente de Cordelia giraba.
Hoy, único espectáculo: La Fuerza Irresistible contra el Objeto Inamovible. Compren sus entradas
.
La puerta del pasillo se abrió, y el teniente Koudelka asomó la cabeza con nerviosismo.
—¿Señor? Disculpe la interrupción. Tengo problemas con la consola.
—¿Qué clase de problemas, teniente? —preguntó Vorkosigan, haciendo un esfuerzo para prestarle atención—. ¿La intermitencia?
—Simplemente no funciona.
—Estaba bien hace unas horas. Revise la instalación eléctrica.
—Ya lo hice, señor.
—Llame a un técnico.
—No puedo, sin la consola.
—Ah, sí. Entonces, pídale al jefe de guardia que se la abra, y vea si el fallo se debe a algo obvio. Si no lo es, solicítele que llame a un técnico con su intercomunicador.
—Sí, señor. —Koudelka se retiró después de dirigir una mirada preocupada a las tres personas nerviosas que aguardaban a que se fuese.
El conde no estaba dispuesto a renunciar.
—Juro que no lo reconoceré. Pienso desheredar a aquella cosa enlatada del Hospital Militar.
—No me parece una amenaza muy grave. Sólo podrás desheredarlo a través de mí, mediante una orden imperial, la cual tendrás que solicitarme humildemente…
a mí
. —Su sonrisa brilló—. Y por supuesto, yo te la concedería.
Piotr apretó los dientes. No eran la Fuerza Irresistible y el Objeto Inamovible después de todo, sino la Fuerza Irresistible y un Mar en Movimiento; los golpes de Piotr no lograban dar en el blanco, y pasaban de largo como olas impotentes. El conde luchaba por encontrar un punto de apoyo.
—Piensa en Barrayar. Considera el ejemplo que estás dando.
—Oh —dijo Aral—. Ya lo he hecho. —Se detuvo unos momentos—. Nosotros nunca hemos sido los últimos de la fila. Donde va un Vorkosigan, siempre habrá otros que quieran seguirlo. Tenemos cierto encanto personal… y social.
—Tal vez en la galaxia. Pero nuestra sociedad no puede permitirse este lujo. Apenas sí logramos sobrevivir como estamos. ¡No podemos cargar con el peso de millones de seres disminuidos!
—¿Millones? —Aral alzó una ceja—. Ahora has extrapolado de uno a infinito. Un argumento muy débil, indigno de ti.
—Y seguramente —intervino Cordelia con suavidad—, cada individuo sabrá decidir cuánta carga es capaz de soportar.
Piotr se volvió hacia ella.
—Sí, ¿y quién paga por todo esto, eh? El imperio. El laboratorio de Vaagen cuenta con un presupuesto para realizar investigaciones militares. Todo Barrayar está pagando para prolongar la vida de tu monstruo.
—Tal vez demuestre ser mejor inversión de lo que usted cree —replicó Cordelia.
Piotr soltó un bufido y los miró a los dos con obstinación.
—Estáis decididos a imponerme esto. En mi casa. No puedo persuadiros de lo contrario, no puedo ordenaros… muy bien. Si estáis tan entusiasmados con los cambios, aquí tenéis uno: no quiero que esa cosa lleve mi nombre. Puedo negaros eso, como mínimo.
Aral apretó los labios, pero no se movió. El visor brillaba en sus manos, olvidado. Ni siquiera se había permitido apretar los puños aún. —Muy bien.
—Lo llamaremos Miles Naismith Vorkosigan entonces —declaró Cordelia, fingiendo calma a pesar de que tenía revuelto el estómago—. Mi padre no lo rechazará. —Tu padre está muerto —replicó Piotr. Convertido en plasma brillante en un accidente espacial hacía más de una década. Al cerrar los ojos, todavía veía su muerte en un estallido color magenta.
—No del todo. No mientras yo viva para recordarlo.
Piotr pareció haber recibido un golpe en su estómago barrayarés. Allí las ceremonias ofrecidas a los muertos se aproximaban al culto de los antepasados, como si el recuerdo lograra mantener las almas con vida. ¿Piotr estaría teniendo una visión helada de su propia mortalidad? Había llegado demasiado lejos y lo sabía, pero no podía dar marcha atrás.
—¡Nada te hará despertar! Entonces probaremos con esto. —Permaneció con los pies firmes en el suelo y miró a Aral—. Salid de mi casa. De las dos. De la Residencia Vorkosigan también. Coge a tu mujer y vete de aquí. ¡Hoy mismo!
Los ojos de Aral se deslizaron un momento sobre el hogar de su infancia. Con sumo cuidado dejó a un lado el visor y se levantó.
—Muy bien.
La ira de Piotr estaba teñida de angustia.
—¿Serías capaz de perder tu hogar por esto?
—Mi hogar no es un lugar. Es una persona —dijo Aral con voz ronca. Y entonces agregó—: Personas.
Se refería a Piotr tanto como a Cordelia. Ella se inclinó hacia delante, invadida por la tensión. ¿Ese anciano sería de piedra? Incluso en ese momento Aral le ofrecía gestos de afecto que a ella la conmovían hondamente.
—Devolverás tus rentas e ingresos al tesoro del distrito —ordenó Piotr, desesperado.
—Como tú digas. —Aral se dirigió hacia la puerta.
La voz de Piotr se tornó más baja.
—¿Dónde viviréis?
—Hace bastante que Illyan viene insistiendo para que me mude a la Residencia Imperial, por razones de seguridad. Evon Vorhalas me ha persuadido de que Illyan tiene razón.
Cordelia se había levantado al mismo tiempo que Aral. Ahora se dirigió a la ventana y observó el paisaje gris, verde y pardo. Una espuma blanca se había formado sobre las aguas tranquilas del lago. El invierno barrayarés iba a ser frío…
—¿Así que te han gustado los aires imperiales, eh? —dijo Piotr—. ¿De eso se trataba? ¿De arrogancia?
Aral esbozó una mueca de profunda irritación.
—Todo lo contrario. El único ingreso que tengo es mi medio salario de almirante. No puedo permitirme el lujo de rechazar un alojamiento gratuito.
Un movimiento entre las nubes atrapó la atención de Cordelia.
—¿Qué ocurre con esa aeronave ligera? —murmuró casi para sí misma.
La manchita creció, sacudiéndose de forma extraña. Echaba humo. Se balanceó sobre el lago, directo hacia ellos.
—Dios, me pregunto si estará llena de bombas.
—¿Qué? —preguntaron al unísono Aral y Piotr, y se acercaron rápidamente a la ventana, Aral a su derecha y Piotr a su izquierda.
—Tiene insignias de Seguridad Imperial —observó Aral.
Los viejos ojos de Piotr se esforzaron por divisarlas.
—¿Sí?
Mentalmente, Cordelia planeó una carrera por el pasillo hasta la puerta trasera. Había una pequeña zanja al otro lado de la calzada, y si se tendían boca abajo en el interior tal vez… Pero la aeronave disminuyó la velocidad y aterrizó bamboleante en el jardín delantero. Con cautela, los hombres de librea y de uniforme verde se acercaron a ella. La máquina había sufrido graves desperfectos: un agujero producido por una descarga de plasma, manchas negras de hollín, abolladuras… era un milagro que hubiese logrado volar.
—¿Quién…? —dijo Aral.
Piotr forzó la vista hasta que divisó al piloto bajo la cubierta rota.
—Por Dios, ¡es Negri!
—¿Pero quién es el que…? ¡Vamos! —gritó Aral, corriendo hacia la puerta. Los dos lo siguieron rápidamente hasta el jardín.
Los guardias tuvieron que forzar la cubierta con una palanca. Negri cayó en sus brazos. Lo tendieron sobre el césped. Tenía una grotesca quemadura sobre el lado izquierdo del torso y el muslo. Su uniforme verde se había fundido y chamuscado revelando burbujas blancas y ensangrentadas de carne deshecha. Negri temblaba de forma incontrolable.
La pequeña figura asegurada al asiento de pasajeros era el emperador Gregor. El niño de cinco años lloraba aterrorizado, no en voz alta, sino con sollozos contenidos. A Cordelia le pareció siniestro que alguien tan joven mostrase semejante control. Ella hubiese gritado. Sentía deseos de chillar. Gregor vestía ropas corrientes, una camisa suave y pantalones azul oscuro. Le faltaba un zapato. Un guardia de Seguridad Imperial le desabrochó el cinturón y lo sacó de la aeronave. El niño miró a Negri completamente horrorizado y confundido.
¿Creías que los adultos eran indestructibles, pequeño?
, preguntó Cordelia en silencio.
Kou y Drou se materializaron de sus respectivos refugios en la casa, y quedaron paralizados junto con los demás guardias. Gregor alcanzó a ver a Droushnakovi y corrió hacia ella como una flecha, aferrándola por la falda.
—¡Droushie, ayúdame! —Entonces su llanto se intensificó. Ella lo abrazó y lo levantó.
Aral se hincó junto al jefe de Seguridad Imperial.
—¿Qué ocurrió, Negri?
Negri se aferró a su chaqueta con la mano derecha.
—Están intentando un golpe en la capital. Sus tropas tomaron Seguridad Imperial, tomaron el centro de comunicaciones… ¿por qué no respondían aquí? El cuartel general está rodeado, infiltrado… Se combate en la Residencia Imperial. Nosotros estábamos tras él… pensábamos arrestarlo… pero actuó demasiado pronto. Creo que tiene a Kareen…
—¿Quién, Negri, quién? —preguntó Piotr.
—Vordarian.
Aral asintió con expresión sombría.
—Sí…
—Llévese… al niño —susurró Negri—. Pronto llegará aquí… —Los temblores se transformaron en convulsiones, los ojos se le pusieron en blanco y empezó a jadear. De pronto volvió a mirarlo fijamente.
—Dígale a Ezar… —Las convulsiones volvieron a sacudir su cuerpo. De pronto se detuvieron. Ya no respiraba.
—Señor —dijo Koudelka a Vorkosigan—, la consola de seguridad ha sido saboteada. —A su lado, el jefe de guardia asintió con un gesto—. Precisamente venía a decírselo.
Koudelka observó con temor el cuerpo de Negri, tendido en el césped. A su lado había dos hombres de Seguridad Imperial, aplicando frenéticamente los primeros auxilios: masajes cardíacos, oxígeno e inyecciones. Pero el cuerpo permanecía inerte y el rostro cerúleo. Cordelia había visto antes la muerte, y reconocía los síntomas.
No servirá de nada, amigos. No podrán hacerle regresar. Esta vez no. Se ha ido a entregar su mensaje a Ezar en persona
. El último informe de Negri…
—¿Cómo se realizó el sabotaje? —preguntó Vorkosigan—. ¿Había un dispositivo temporal o fue inmediato?
—Al parecer fue hecho al instante —informó el jefe de la guardia—. No hay señales de un temporizador. Simplemente, alguien la abrió y la destrozó por dentro.