Su rostro prácticamente se contrajo.
—Es personal —dijo con voz ahogada.
—Oh. —Cordelia se reclinó en la silla—. ¿Y… quieres hablar de ello?
—No… no lo sé…
—Supongo que eso significa un sí. —Cordelia suspiró. Ah, sí. Era como jugar a la mamá capitana con las sesenta científicas betanesas allá en Estudios Astronómicos, aunque entre los problemas personales que solían contarle no figuraban preguntas acerca de embarazos. Pero considerando las tonterías que había escuchado de ese grupo selecto, la versión barrayaresa debía ser simplemente…
—Sabes que estaré encantada de ayudarte en lo que pueda.
—Fue la noche del ataque con soltoxina —dijo Drou—. No podía dormir. Bajé a la cocina para buscar algo de picar. Cuando regresaba vi una luz en la biblioteca. El teniente Koudelka se encontraba allí. Él tampoco podía dormir.
¿Kou, eh? Bien, bien
. Tal vez no existiese ningún problema después de todo. Cordelia esbozó una sonrisa alentadora.
—¿Sí?
—Nos… yo… él… me besó.
—Confío en que le devolvieras el beso.
—Suena como si lo
aprobara
.
—Lo apruebo. Vosotros sois dos de mis mejores amigos. Ojalá lograrais sentar cabeza… pero continúa, debe de haber más. —A no ser que Drou fuese más ignorante de lo que Cordelia creía posible.
—Nosotros… pues… nosotros…
—¿Os acostasteis juntos? —sugirió Cordelia, esperanzada.
—Sí, señora. —Drou se ruborizó intensamente y tragó saliva—. Kou pareció muy feliz… por unos minutos. Yo estaba tan contenta por él, que no me importó lo mucho que dolió.
Ah, sí, la bárbara costumbre barrayaresa de introducir a sus mujeres en el sexo sin una desfloración anestesiada. Aunque, considerando cuánto dolor acarreaban luego sus métodos reproductivos, tal vez fuese una buena advertencia. Pero a juzgar por lo poco que había visto a Kou, él tampoco parecía tan satisfecho como nuevo amante. ¿Qué se estaban haciendo mutuamente esos dos?
—Continúa.
—Me pareció ver un movimiento en el jardín trasero, por la puerta de la biblioteca. Entonces oí el ruido escaleras arriba… ¡Oh, señora! ¡Lo siento tanto! Si hubiera estado custodiándola a usted, en lugar de hacer
eso
…
—¡Será posible! Tú no estabas de servicio. De no haber estado haciendo eso, habrías estado en la cama, dormida. De ningún modo lo ocurrido fue culpa tuya, y si no hubieses estado levantada y más o menos vestida, el asesino habría podido escapar. —
Y no nos encontraríamos apunto de presenciar otra ejecución pública. Dios nos ayude
. Una parte de Cordelia lamentó que hubiesen mirado por esa maldita ventana. Pero Droushnakovi ya tenía bastantes cosas que superar sin aquellas complicaciones mortales.
—Pero si yo…
—En estas últimas semanas ya se ha hablado demasiado de lo que
podría
haber sido. Francamente, creo que es hora de pensar en el futuro. —Al fin Cordelia lo comprendió. Drou era barrayaresa, y, por lo tanto, nadie le había practicado ningún implante anticonceptivo. Y seguramente ese idiota de Kou tampoco le había ofrecido ninguna alternativa. Por lo tanto, Drou había pasado las tres últimas semanas preguntándose…
—¿Querrías probar mis puntitos azules? Todavía tengo muchos.
—¿Puntitos azules?
—Sí, había empezado a decírtelo antes. Tengo un paquete con esas tiras de diagnóstico. El verano pasado los compré en Vorbarr Sultana, en una tienda de importación. Hay que echar orina en una tira, y si el punto se vuelve azul, estás embarazada. Yo sólo utilicé tres el verano pasado. —Cordelia fue hasta el cajón de su cómoda y hurgó en el interior—. Aquí están. —Le entregó una a Drou—. Ve a orinar y saldremos de dudas.
—¿Tan pronto se puede saber?
—Después de los cinco días. —Cordelia alzó la mano—. Te lo aseguro.
Mirando preocupada la pequeña tira de papel, Droushnakovi entró en el baño de Cordelia y Aral, junto al dormitorio. Volvió a salir al cabo de unos pocos minutos. Su rostro estaba triste, y tenía los hombros caídos.
¿Y esto qué significa?
, se preguntó Cordelia, exasperada.
—¿Y bien?
—Sigue de color blanco.
—Entonces, no estás embarazada.
—Supongo que no.
—No estoy segura de si te alegras o todo lo contrario. Hazme caso, si deseas tener un hijo, será mucho mejor que esperes a que la tecnología médica haya avanzado un poco por aquí. —Aunque el método orgánico había resultado fascinante, por un tiempo…
—No quiero… quiero… no lo sé… Kou apenas si me ha hablado desde aquella noche. Yo no deseaba quedar embarazada ya que eso me destruiría, y, sin embargo, pensé que tal vez él… se sentiría tan feliz como lo estuvo respecto al sexo. Tal vez volvería y… oh, las cosas iban tan bien, ¡y ahora se han estropeado! —Tenía las manos apretadas y el rostro blanco.
Hazme el favor y llora de una vez, niña
. Pero Droushnakovi recuperó el control de sí misma.
—Lo siento, señora. No pretendí molestarla con toda esta estupidez.
Era una estupidez, sí, pero no sólo por parte de ella. Para algo tan enredado se hubiese necesitado a un comité.
—¿Pero qué le ocurre a Kou? Pensé que sólo se sentía culpable por lo de la soltoxina, como todos los demás en la casa. —
Empezando por Aral y por mí, y acabando portado el resto
.
—No lo sé, señora.
—¿Ya has intentado algo verdaderamente drástico, como preguntárselo? —Él me evita.
Cordelia suspiró y se concentró en la tarea de vestirse. Hoy se pondría ropas de verdad, no una bata de paciente. Allí, en el fondo del armario de Aral, estaban colgados los pantalones pardos de su antiguo uniforme. Con curiosidad, los extrajo y se los probó. No sólo le cabían, sino que le quedaban grandes. Pues sí que había estado enferma. Con actitud algo agresiva, se los dejó puestos y escogió una chaqueta floreada de mangas largas para combinarlo. Muy cómodo. Cordelia sonrió ante su aspecto delgado y pálido en el espejo.
—Ah, querida capitana. —Aral asomó la cabeza en el dormitorio—. Estás levantada. —Miró a Droushnakovi—. Las dos estáis aquí. Mejor aún. Creo que necesito tu ayuda, Cordelia. En realidad, estoy seguro de ello.
Los ojos de Aral brillaban con la expresión más extraña. ¿Estaban sorprendidos, risueños, preocupados? Aral entró. Vestía, como de costumbre en Vorkosigan Surleau, con el viejo pantalón de uniforme y una camisa de civil. Tras él apareció un tenso y desdichado Koudelka, enfundado en un pulcro uniforme negro de fajina con las insignias rojas de teniente en el cuello. Se aferraba a su bastón. Drou retrocedió hasta la pared y cruzó los brazos.
—Según me ha dicho, el teniente Koudelka desea hacer una confesión. Y por lo que sospecho también desea que lo absuelvan —dijo Aral.
—No lo merezco, señor —murmuró Koudelka—: Pero ya no podía vivir con esto. Tengo que decirlo. —Bajó la mirada esquivando los ojos de los demás. Droushnakovi lo observó conteniendo el aliento. Aral fue a sentarse junto a Cordelia, en el borde de la cama.
—Prepárate —le murmuró al oído—. Incluso a mí me ha sorprendido.
—Tal vez yo te haya ganado.
—No sería la primera vez. —Vorkosigan alzó la voz—. Adelante, teniente. Esto no será más sencillo si tengo que arrancárselo.
—Drou… señorita Droushnakovi… he venido a entregarme. Y a disculparme. No, eso suena trivial, y créame, no lo considero de ese modo. Usted merece más que una disculpa, le debo una explicación. Haré cualquier cosa que quiera. Pero le juro que lamento muchísimo haberla violado.
Droushnakovi lo miró con la boca abierta durante tres segundos, y luego la cerró con tanta fuerza que Cordelia pudo escuchar cómo le chocaban los dientes.
—
¿Qué?
Koudelka se encogió, pero no alzó la vista.
—Lo siento, lo siento —murmuró. —Tú… crees… tú… ¿qué? —exclamó Droushnakovi, horrorizada e indignada—. Crees que hubieses podido… ¡oh! —Se irguió muy recta, con las manos apretadas y la respiración agitada—. ¡Eres un idiota, Kou! ¡Un imbécil! ¡Eres un, un, un…! —Las palabras surgían a borbotones. Todo su cuerpo estaba temblando. Cordelia la observó fascinada. Aral se frotó los labios con expresión pensativa.
Droushnakovi se abalanzó sobre Koudelka y le pateó el bastón. Él estuvo a punto de caer.
—¿Eh? —exclamó mientras trataba en vano de atrapar el bastón.
Drou lo empujó contra la pared y lo paralizó con un golpe certero apretando su plexo solar. Él dejó de respirar.
—¡Idiota! ¿Crees que serías capaz de ponerme una mano encima sin mi permiso? ¡Oh! Cómo puedes ser tan… tan… —Droushnakovi gritó de ira junto a su oreja. Él retrocedió.
—Por favor, no rompas a mi secretario, Drou. Las reparaciones son caras —dijo Aral con suavidad.
—¡Oh! —Ella lo soltó. Koudelka se tambaleó y cayó de rodillas. Con las manos sobre el rostro, mordiéndose las uñas, Droushnakovi abandonó la habitación como una tromba y cerró de un portazo al salir. Entonces se oyeron sus sollozos alejándose por el pasillo. Otra puerta se cerró. Silencio.
—Lo siento, Kou —dijo Aral después de una larga pausa—. Pero me parece que tu confesión no será llevada a juicio.
—No lo comprendo. —Kou sacudió la cabeza, se arrastró en busca de su bastón y se levantó con dificultad.
—¿Me equivoco o estáis hablando sobre lo que ocurrió entre vosotros la noche del ataque? —preguntó Cordelia.
—Sí, señora. Yo estaba sentado en la biblioteca. No podía dormir, por lo que se me ocurrió revisar algunas cifras. Ella entró. Nos sentamos, charlamos… De pronto me encontré… bueno, no había tenido una erección desde que fui herido por el disruptor nervioso. Pensé que podría pasar un año, o que tal vez
nunca más
… El pánico me invadió y la poseí allí mismo. No le pregunté, no le dije ni una palabra. Entonces se produjo ese ruido allá arriba; ambos corrimos al jardín y… al día siguiente ella no me acusó. Desde entonces lo estoy esperando.
—Pero si él no la violó, ¿por qué Drou ha esperado hasta ahora para enfadarse? —preguntó Aral.
—Ha estado enfadada —dijo Koudelka—. La forma en que me miraba, en estas tres semanas…
—Esas miradas eran de miedo, Kou —respondió Cordelia.
—Sí, ya me lo imaginaba.
—Porque temía estar
embarazada
, no porque tuviera miedo de usted —le aclaró ella.
—Oh —murmuró Koudelka.
—Sus temores eran infundados. —Kou murmuró otro pequeño «Oh»—. Pero ahora está furiosa con usted, y no la culpo.
—Pero si no cree que yo… ¿qué razón puede tener?
—No lo comprende. —Miró a Aral con el ceño fruncido—. ¿Tú tampoco?
—Bueno…
—Es porque usted la ha insultado, Kou. No entonces, sino ahora, en esta habitación. Y no sólo por menospreciar su destreza física. Lo que acaba de decir le ha revelado, por primera vez, que esa noche usted estaba tan preocupado por su
propia
persona que ni siquiera la miró a
ella
. Eso está mal, Kou. Muy mal. Le debe una sincera disculpa. Esa noche Drou le entregó su virginidad, y usted apreció tan poco lo que estaba haciendo que ni siquiera se dio cuenta. De pronto él alzó la cabeza.
—¿Me entregó? ¿Como una obra de caridad?
—Más bien como un obsequio de los dioses —murmuró Aral, sumido en sus propios pensamientos.
—Yo no soy un… —Koudelka miró la puerta—. ¿Me está diciendo que debería correr tras ella?
—Más bien me arrastraría, si estuviera en su lugar —le recomendó Aral—. Y rápido. Escúrrase bajo su puerta, tiéndase boca arriba y déjela saltar sobre usted hasta que se haya desahogado. Entonces vuelva a disculparse. Quizá todavía esté a tiempo de salvar la situación. —Ahora los ojos de Aral mostraban un brillo jocoso.
—¿Cómo se llama a eso? ¿Rendición total? —dijo Kou con indignación.
—No. Lo llamaría un rotundo triunfo. —Su voz se volvió un poco más fría—. He visto enfrentamientos devastadores entre hombres y mujeres. Piras de orgullo. Usted no querrá seguir ese camino. Se lo garantizo.
—Ustedes… ¡señora! ¡Se están riendo de mí! ¡Basta!
—Entonces deje de hacer el ridículo —replicó Cordelia con rudeza—. Deje de pensar con el culo. Durante sesenta segundos consecutivos, piense en alguien que no sea usted.
—Señora. Señor —dijo Koudelka con los dientes apretados. Hizo una reverencia y se marchó. Pero al llegar al pasillo tomó la dirección equivocada. Giró en sentido opuesto al que Droushnakovi había tomado y bajó la escalera.
Aral sacudió la cabeza con impotencia mientras los pasos de Koudelka se alejaban. Entonces dejó escapar una risita. Cordelia le dio un golpe suave en el brazo.
—¡Basta! Ellos lo están pasando fatal. —Sus ojos se encontraron y ella también rió, pero entonces contuvo el aliento con firmeza—. Por Dios, creo que él
quería
ser un violador. Qué ambición tan extraña. ¿Ha estado frecuentando mucho a Bothari?
Esta broma algo tétrica hizo que ambos se pusieran serios. Aral pareció pensativo.
—Creo que Kou quería probarse a sí mismo. Pero su remordimiento era sincero.
—Sincero, pero un poco presuntuoso. Creo que ya lo hemos mimado demasiado debido a sus dificultades. Tal vez sea hora de darle una buena patada en el trasero.
Aral dejó caer los hombros con fatiga.
—Está en deuda con ella, no cabe duda. Pero yo no puedo ordenarle que cambie su actitud. No servirá de nada si no lo hace por iniciativa propia.
Cordelia estuvo de acuerdo.
Cordelia no notó que faltaba algo en su pequeño mundo hasta el almuerzo.
—¿Dónde está el conde? —le preguntó a Aral al ver que el ama de llaves sólo había puesto la mesa para dos personas, en una sala del frente con vista al lago. El día era muy frío. La niebla matinal se había elevado para formar nubes bajas y grises, y soplaba un viento helado. Cordelia se había puesto una vieja chaqueta negra de Aral sobre la blusa floreada.
—Me dijo que iría a las caballerizas a ver cómo entrenaban a uno de sus animales —respondió Aral, quien también observó la mesa con inquietud.
El ama de llaves acababa de entrar con la sopa.
—No, señor. Se fue en un vehículo terrestre esta mañana, con dos de sus hombres.
—Oh. Discúlpame.
Aral se levantó y abandonó la habitación en dirección al pasillo trasero. En la parte posterior de la casa, uno de los depósitos había sido convertido en un centro de comunicaciones, con una consola de alta seguridad y un guardia de Seguridad Imperial en la puerta. Los pasos de Aral resonaron por el pasillo en aquella dirección.